Los chistes en las redes sobre Elisa Carrió en particular y el gobierno en general están a la orden del día. Y es verdad que el humor es catártico, pero cuando se trata de política y hechos, la cosa puede ser contraproducente.

Suelo llamar “mirada lateral” al ejercicio de dar un paso al costado y, desde allí, observarse uno, como si fuera otro. Y entonces me alarmo, al descubrir que hago chistes con Elisa Carrió. Es serio, es grave, porque me alejo un poco más y la veo como lo que es, la parte del iceberg que asoma. Por detrás, o por debajo, da igual, hay miles de votantes que le dieron su puesto de diputado en el Congreso. Se argumenta que fueron votos prestados por el macrismo porteño. ¿Importa? Yo, tu, él, nosotros, vosotros y ellos, somos responsables de lo que elegimos. Aunque siempre quede la excusa de decir: Me engañaron.
Elisa Carrió, con su mezcla de mesianismo y egolatría torpedea la seriedad, elemental, básica en una democracia, de los representantes del ciudadano de a pie. Carrió no sólo incordia a la alianza de la que forma parte, también alimenta un descrédito que ya sabemos dónde termina: Que se vayan todos.
Se me puede decir que al pretender que la democracia formal sea formal y democracia soy un reformista. Y, sí, dada una sociedad volcada hacia el conservadurismo, infantilmente individualista, que piensa que si le va bien es mérito propio y si la va mal es culpa de otro, hasta el reformismo capitalista inclusivo te puede llevar a la cárcel. No hay mucho para elegir, al menos a corto plazo.
Por mi parte, no más chistes con Carrió, Macri, Dujovne, Caputo, Vidal, etc, etc, porque lo que se nos viene exige seriedad y dientes apretados.
“Es lo que hay” y “Es lo que toca”, dos frases que, en otro país, no importa cual, son un símbolo de la resignación, aquí podemos darlas vuelta, hacerlas bandera de rebeldía contra lo que hay y lo que toca.
¿Mufa en sábado lluvioso? Quizás. El humor calma los nervios, pero, cuando dejás de reírte, como en el cuento de Monterroso, el dinosaurio sigue ahí.