Con la llegada de Donald Trump, el Ejecutivo estadounidense recuperó sus orígenes simbólicos. Un gobierno de blancos para los blancos.
Hay enunciaciones que no son inocentes. La Casa es Blanca no sólo por los quinientos setenta galones de pintura de ese color que se requieren para el mantenimiento de su fachada exterior. Este centro de trabajo de los primeros mandatarios de los Estados Unidos fue pensado y diseñado por y para hombres blancos.
La Casa comenzó a ser construida en 1792, durante el gobierno del primer presidente de ese país; George Washington. Se finalizó en el año 1800. La casa no era blanca, ni se la llamó de esa manera. Su exterior estaba cubierto por piedra tallada de Escocia y se la enunció como Executive Mansion . Una mansión ejecutiva de política interior y exterior de la primera potencia mundial, que fue levantada por esclavos afroestadounidenses y obreros inmigrantes. Mano de obra que también fue utilizada para el Capitolio y otros símbolos arquitectónicos de la democracia estadounidense. Democracia blanca y excluyente.
En 1814, el ejército británico derribó parte de su estructura y cuando se la reconstruyó toda su fachada fue pintada de blanco. Será un siglo más tarde, y durante la administración de Theodore Roosevelt, que el caserón neoclásico comenzará a llamarse Casa Blanca. Un modo de sinceramiento de las prácticas políticas e ideológicas segregacionistas de los Estados Unidos.
Desde este bunker político oficial blanco, Roosevelt reforzó las prácticas de lucha racial en favor de la supremacía blanca y del darwinismo social. Escribió el libro “El triunfo del Oeste”, donde promueve la guerra racial y llama a una purga étnica contra los indios, contra “las tribus salvajes”, para beneficio de la civilización y la humanidad.
Hay enunciaciones que no son inocentes. Así opera el poder simbólico de la clase dominante y hegemónica. Instauran una visión del mundo que se termina naturalizando. Esas pequeñas grandes cosillas que calan en el imaginario colectivo: un negro que corre está escapando de algún acto delictivo que acaba de perpetrar. Mientras que un blanco que corre está haciendo footing o llegando tarde a una cita. La nominación oficial instaura desde lo simbólico cuando cuenta con la legitimación y el consenso por parte de la mayoría ciudadana. Los valores se terminan internalizando y naturalizando como propios. No cuestionarse acerca de la construcción social de la realidad, creer que es una entidad objetiva dada que siempre estuvo ahí por ósmosis, le deja la cosa servida a la clase dominante.
¿Cuántos argentinos nos hemos preguntado sobre el nombre “Conquista del Desierto”? Nominación oficial que contó con el consenso y la legitimación colectiva en nuestro país.
Una campaña militar realizada en la región pampeana y gran parte de la Patagonia (“Puelmapu” para los mapuches. Nombre que desapareció con el genocidio de los pueblos originarios). ¿Por qué se denomina “desierto” a una de las superficies más fértiles del planeta? ¿De qué estaba desierto? De blancos. Pero esto es otra nota. Volvamos a la Casa Blanca.
Las políticas racistas y xenófobas de los Estados Unidos fueron feroces. A tal punto, que debimos esperar al siglo XXI para ver al primer hombre negro ingresar a la Casa Blanca en calidad de presidente; Barack Obama.
La blancura Trump
Pero con Trump la casa vuelve a ser blanca. Hoy toma el poder el pueblo, aseguró en su discurso inaugural. Pero, por las dudas, armó el gabinete más blanco y más rico de la historia de los Estados Unidos. Ningún hispano y un sólo negro. El pueblo de Donald Trump es blanco y su patria es la financiera. Ya sabemos lo que piensa sobre “los salvajes violadores mexicanos”, del resto de los intrusos inmigrantes y de las mujeres. Los integrantes del gabinete y Trump suman una fortuna que se estima alrededor de US$ 35 mil millones de dólares. Superan el PIB de varios países de América Latina como El Salvador (25.900 mdd), Paraguay (27.600 mdd) o Bolivia (33.200 mdd).
Trump, racista, tiene un amigo negro y lo metió en su gabinete. Más animal que político, el empresario devenido en presidente, cree que la cuenta bancaria es un atenuante para el color de la piel. Entonces, designó como titular de Vivienda y Desarrollo Urbano a Ben Carson. Negro, pero millonario y neurocirujano retirado. Carson tuvo su primera experiencia frustrada de cirugía informal fuera del quirófano. A los 14 años, tras un enojo, intentó atravesar el vientre de un compañero de clase con un cuchillo. La hebilla del cinturón paró el impacto y el adolescente salvó su vida. Por ironía del destino, o una más de las tantas perpetradas por Trump, al único negro de su gabinete lo pone como responsable de las viviendas del país. Por la década del setenta, el nuevo líder político de los Estados Unidos era el presidente de su empresa familiar de bienes raíces. Junto a su padre, Fred Trump, fueron denunciados por racistas. Entre los denunciantes se encontraba el gobierno de quien por aquel entonces era el presidente del país del norte, Richard Nixon. El Departamento de Justicia demandó a Trump por discriminar sistemáticamente a las personas negras que buscaban rentar viviendas.
Empleados de la empresa familiar habían recibido órdenes de marcar con la letra C (de “color”) las solicitudes de viviendas por parte de las personas negras, para ser automáticamente rechazadas. Como buenos fans del Ku Klux Klan, padre y hijo no querían perderse las reuniones de sus ídolos racistas. En 1927, el padre de Donald Trump fue arrestado en uno de estos eventos del KKK. En la década del ochenta, el racismo de Donald seguía intacto, o más potente. Incursionó en el negocio de los casinos y daba la orden de que se echara a toda la gente negra cuando él y su mujer de entonces, Ivana, llegaban a sus propiedades lúdicas. Ahora, conciente de que cuenta con un poder tantísimo mayor del que ya tenía, se le hace agua la boca -devenida en cloaca- cuando sabe que podrá potenciar toda su furia existencial. Los límites de su xenobofia y discriminación racial ya no estarán delimitados por simples medianeras de construcciones edilicias, sino por la frontera estadounidense.
Con Donald Trump la Casa vuelve a ser Blanca y el sueño americano una pesadilla.