Los investigadores Karen Wittenstein y Ricardo Martínez reconstruyen la trama íntima de la investigación que realizaron junto a Adelina de Alaye sobre las falsas autopsias de los médicos forenses de la Bonaerense y los enterramientos de N.N. en el Cementerio de La Plata.

Este es mi hijo, dijo de pronto Adelina. Este es mi hijo, repitió mientras señalaba con el índice de la mano derecha la anotación de la autopsia a un NN correspondiente al 5 de mayo de 1977 en el mamotreto que tenía frente a sus ojos. Y,  años después, los ojos de Ricardo Alberto Martínez se humedecen, como en cada ocasión  en que relata la escena que siempre le martillea en la memoria cuando recuerda el día que, en la Cámara Federal de La Plata, la Madre de Plaza de Mayo Adelina Dematti de Alaye se enfrentó por primera vez a las páginas del único Libro Morgue de los años de la dictadura que los médicos forenses de la Jefatura de la Policía de la Provincia de Buenos Aires no pudieron desaparecer.

“Fue brutal”, dice ahora Martínez y Karen Wittenstein asiente sin palabras, también emocionada. Uno y otra trabajaron incansablemente  durante años  junto a Adelina en la investigación de los “enterramientos de NN” en el Cementerio de La Plata. Al entrecruzarlos  con las actas de defunción de personas identificadas como NN en el período 1976-1983, no sólo se pudo identificar a muchas de las víctimas, sino que quedó en descubierto la complicidad de por lo menos 28 médicos policiales que actuaron en el llamado Circuito Camps.

La investigación, cuyos resultados la madre de Plaza de Mayo brindó en su testimonio en el juicio por los crímenes cometidos en el Centro Clandestino de Detención conocido como La Cacha, se basó inicialmente en certificados oficiales de defunciones e inhumaciones, testimonios e informaciones de la prensa de la época. Para que avanzara fue determinante el descubrimiento de ese libro de registros de la Morgue Policial, donde los médicos de la Bonaerense anotaban cada día sus  prácticas médico-legales.

“Cuando  empezamos con la investigación, mirando prolijamente cada uno de los testimonios de los médicos forenses que, en 1998 y por iniciativa de Adelina, habían sido citados a dar testimonio en los juicios por la verdad, nos dimos cuenta de que usaban una serie de coartadas. La  principal era: ‘Yo firmé el certificado pero no vi el cadáver, copié los datos del libro morgue’. O bien decían: ‘Yo vi el cadáver pero no firmé el certificado’. Así resultaba  imposible saber quién era realmente responsable. Pero en sus testimonios, quizás por descuido o creyendo que los libros no aparecerían nunca, muchos de los médicos dijeron que anotaban en el Libro Morgue sus prácticas día por día cuando estaban de guardia. Entonces nos dimos cuenta de que si podíamos comparar los certificados de defunción con las anotaciones en los libros llegaríamos a descubrir la verdad. Dijimos, vamos a ver lo que dicen que hicieron comparando con lo que realmente hicieron cuando lo anotaron en el libro. Ahí empezamos a entender que era importante encontrar aunque sea ese libro sobreviviente”, dice Martínez, quien además es médico.

El Libro Morgue que Adelina de Alaye encontró en una caja fuerte de la Cámara Federal platense contiene los registros del 25 de febrero al 25 de mayo de 1977 y es el único que se ha podido recuperar de los 24 que cubren el período que va desde marzo de 1976 a diciembre de 1983.

De ellos, 23 fueron requeridos para la instrucción del Juicio a las Juntas Militares, en tanto que el restante fue entregado en su momento a otra unidad de la Justicia Federal. Los 23 utilizados en el Juicio de las Juntas fueron devueltos a la Policía Bonaerense a mediados de la década de los ’80, cuando desaparecieron no tan misteriosamente: quien los recibió y los tuvo a su cargo fue el médico policial Néstor De Tomas, uno de los policías médicos firmantes de los registros. Por eso, la Cámara Federal resolvió que se iniciara la instrucción de una causa, que quedó a cargo del Juzgado Federal N° 1 de La Plata, donde hoy duerme el sueño de los injustos. “El único libro sobreviviente de los 24 había quedado en el juzgado federal de Martín Irúrzun y en lugar de devolverlo a la Morgue lo entregaron a la Cámara Federal, por eso se lo pudo recuperar”, explica Wittenstein.

Del análisis de estas anotaciones surge con claridad el trato diferente que daban a los cadáveres de las víctimas del terrorismo de Estado en comparación con los de los muertos por otras causas. Mientras que a los últimos se les realizaban autopsias exhaustivas (con análisis de sangre, extracción de proyectiles, descripción física y hasta de vestimenta) y se las anotaba en detalle, en el caso de los primeros sólo se consignaba la causa de la muerte en una sola línea: “Destrucción de masa encefálica por proyectil de arma de fuego”, omitiendo consignar cualquier otro signo que presentaran los cuerpos, fundamentalmente la presencia o no de pólvora en la herida (determinante para saber si se trató o no de una ejecución), la existencia o no de otras heridas de bala y/o las marcas de tortura. Tampoco se informaba de ninguna particularidad que permitiera su posterior identificación. “La función de un médico forense no es sólo determinar la causa de la muerte sino también las circunstancias en que se produce esa muerte. Con las víctimas del terrorismo de Estado, lo que hacían los policías médicos de la Bonaerense era ocultarlas”, explica Martínez.

En otras palabras, de la comparación de los registros se desprende con claridad que los médicos policiales legalizaban lo ilegal y colaboraban con la política de desaparición de personas instalada por la dictadura. Al omitir los signos de tortura que presentaban los cuerpos y no especificar con claridad la causa de la muerte colaboraban para hacer pasar las ejecuciones de los perseguidos políticos por “enfrentamientos armados”. Además, omitían identificarlos.

 

Trabajar con una Madre

El resultado de la investigación, presentado por Adelina de Alaye cuando brindó testimonio en el juicio de La Cacha en febrero de 2014, tuvo como resultado inmediato la denuncia contra todos los médicos que firmaron certificados de defunción de víctimas del terrorismo de Estado falseando los resultados de las autopsias. La lista no es corta: Alberto Vitali (4 certificados), Carlos A. Zenof (2), Carlos Morganti (28), Carlos R. Hid (1), Eduardo Sotes(9), Ernesto L. Gelemur (7), Héctor A. Darbon (10), Héctor F. Rodríguez (2), Héctor J. Lucchetti (8), Jorge Zenof (50), Julio C. Brolese (10), Luis Bajkovec (14), Mario B. Cavazzutti (1), Néstor P. De Tomas (21), Omar R. Langone (12), Raul F. Etcheverry (18), Raúl O. Canestri (8), Ricardo Zufriategui (1), Roberto Ciafardo (23), Roberto Dossena (6), Rolando Llanos (8), Rómulo Romero Gauna (3), Rubén Ben (3), Salvador O. Leone (1) y Willy O. Michelic (9).

El caso más resonante fue el de quien, en el momento del juicio, era vicedecano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata, Enrique Pérez Albizú, denunciado por la firma –entre el 25 de febrero y el 25 de mayo de 1977– de 9 registros de exámenes de cadáveres NN de personas asesinadas por la represión dictatorial. En ese período, Pérez Albizu firmó en total  133 pericias médico-legales. En los casos de lesiones o muertes traumáticas (accidentes varios, suicidios, etc.), describe exhaustivamente el estado de los cuerpos y las causas de las muertes, mientras que en los nueve identificados como NN sólo utiliza la lacónica fórmula de “destrucción de masa encefálica por proyectil de arma de fuego”. Puesto en evidencia, el vicedecano presentó su renuncia, pero terminó exonerado. “Adelina fue la que terminó con las últimas coartadas y Pérez Albizú y pidió su exoneración. Las autoridades universitarias no pudieron mirar hacia otro lado porque esas mismas autoridades eran las que le habían nombrado a Adelina doctora honoris causa”, dice Wittenstein.

Cuatro meses después del testimonio, Adelina, Martínez y Wittenstein publicaron La marca de la infamia, donde relatan la investigación. Fue decisión de los dos investigadores que la madre de Plaza de Mayo apareciera como única autora del trabajo, mientras ellos la acompañaban en calidad de colaboradores. “Adelina ya había escrito una primera versión, en un libro muy chiquito, antes del descubrimiento del Libro Morgue. Por otra parte, nosotros sólo la acompañamos en una parte del proceso. La investigación de los enterramientos N.N. la inició Adelina con otras madres y padres en la década de los 70, al punto que lograron que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitara el cementerio de La Plata cuando visitó la Argentina en 1979. Entonces consideramos que la autora debía ser ella, aunque no quería”, dice Wittenstein.

Sin embargo, el manuscrito del libro estaba escrito en primera persona de un plural que los incluía a los tres y cuando le propusieron cambiarlo Adelina se resistió. “No sólo se resistió sino que se enojó – cuenta Martínez -. Estaba mufadísima, no quería saber nada, y nosotros le dijimos que no, que en realidad el libro era de ella. Y entonces tuvimos que cambiar, porque había sido escrito en plural, con el nosotros, tuvimos que pasar todo a primera persona del singular. Y ella estaba enojada, no quería saber nada. Pero era como apropiarnos de la historia, porque que a nosotros nos hubiera tocado acompañarla en este libro fue una casualidad, pudieron ser otras personas, no hay ningún mérito de nuestra parte”.

Fue un trabajo intenso que duró muchos años. Wittenstein y Martínez recuerdan que, a pesar de tener más de ochenta años, Adelina parecía más vital que ellos a la hora de poner manos a la obra. “Teníamos intensas comunicaciones por mail, por teléfono y personalmente. Nos reuníamos muy seguido y a veces en jornadas extenuantes, pero además Adelina tenía un registro muy particular del tiempo. Un jueves a la tarde, después de una semana agotadora de trabajo, con entrevistas con abogados que eran bastante frustrantes, me llama Adelina por teléfono y me dice que había que ir a entrevistar a alguien. Entonces le digo, bueno Adelina, entonces el lunes nos ponemos con eso. ¡Ja!, me contestó, ¿por qué el lunes? recién es jueves a la tarde. Mañana temprano podemos hacerlo. Y no había modo de decirle que no”, cuenta Wittenstein.

Pero así como los apuraba, los cuidaba. “Hubo un momento en que ella percibió, y era cierto, que nuestro foco estaba en trabajar sobre cadáveres, inhumaciones, exhumaciones, que la muerte dominaba permanentemente la investigación. Y ella de antemano había dicho que tuviéramos mucho cuidado, que esto no  nos afectara. Por lo tanto, muchas veces en las reuniones, ella de pronto aflojaba, golpeaba las manos como la maestra de escuela que nunca dejó de ser  y decía: ‘Saquen todo que vamos a almorzar’. O a la tarde ponía el mantel y servía el té. Con Karen llegamos a llamar esos momentos como ‘La hora Radiolandia’, porque Adelina se ponía a contar chistes y anécdotas, muchas veces picarescas, de la intimidad de los organismos de derechos humanos. Y los contaba muy bien, te los hacía vivir. Eso nos sacaba de la sensación abrumadora que nos envolvía mientras investigábamos”, dice Martínez.

 

“Adelina… no es tu hijo”

Durante décadas, Adelina de Alaye fue construyendo una enorme colección personal de documentos que hoy está en el Archivo Provincial de la Memoria. La búsqueda de documentación era una de las obsesiones que la acompañaron durante su largo camino en búsqueda de verdad y justicia.

“Tenía sus razones – dice Wittenstein -. Quizás a muchos jóvenes les resulte ahora novedoso que traten a las Madres de locas o de mentirosas, como está ocurriendo en los últimos tiempos, pero los que ya estamos arrugaditos sabemos que la dictadura las acusó de eso desde el principio. Por eso Adelina le daba tanta importancia a los documentos. Siempre decía: ‘Cuando yo digo algo tengo respaldo documental, nadie va a poder decir que estoy mintiendo’. Por eso buscó tanto el Libro Morgue y por eso su testimonio en el juicio fue tan contundente. También decía que la tríada Memoria, Verdad y Justicia estaba mal barajada y que, en realidad, debía ser Verdad, Justicia y recién después Memoria. Por eso había asumido como el trabajo de su vida buscar la verdad y documentarla para así llegar a la justicia y sobre esa base sostener la memoria”.

Fue esa búsqueda obsesiva de documentación la que, el día que revisó por primera vez el Libro Morgue, pareció brindarle un consuelo. Cuando dijo “Este es mi hijo”, señalando la anotación sobre el NN del 5 de mayo de 1977 tuvo la certeza de que Carlos Alaye, herido de bala y secuestrado ese mismo día, no había permanecido mucho tiempo en manos de los torturadores antes de morir, que no había sufrido tanto. Y eso fue, de alguna manera, un alivio para ella.

Pero luego sabría que no era él. “Cuando seguimos profundizando y contrastando la información descubrimos que el NN del 5 de mayo no era Carlos. Encontramos, a partir de varios testimonios, que ese día habían sido ‘trasladadas’ dos personas en La Cacha, un hombre y una mujer, a los cuales pudimos identificar como Enrique Reggiardo y Susana Quinteros. Y más tarde comprobamos que el NN era Reggiardo”, dice Martínez.  Y agrega: “No se lo dijimos a Adelina. Estuvo detrás de  todo el proceso de construcción del libro y no nos animábamos a decírselo. Y además íbamos probando si no podía ser… lo que ella había encontrado de algún modo como identificación de su hijo para saber algo. No queríamos quitarle eso”.

Sin embargo, cuando faltaban muy pocos días para que Adelina prestara testimonio en el juicio de La Cacha, tuvieron que hacerlo. Aunque había declarado en los juicios por la Verdad, era la primera vez que se iba a presentar como testigo en una causa penal. “Se lo dijimos una semana antes del juicio. Le explicamos lo que habíamos encontrado y que ahí había un tema jurídico también con el caso de Reggiardo porque estaba pedido su homicidio en la causa, no en el caso de Carlos. Es decir, aseverar que ese cadáver era de Enrique Reggiardo fortalecía la argumentación de que había sido asesinado y había estado en La Cacha. Era muy importante”, explica Martínez.

Luego de escucharlos, la Madre se quedó unos segundos en silencio, tratando de asimilar el golpe. Finalmente dijo: “Lo hago por mi hijo y por todos”.

Días más tarde, sentada frente al tribunal presidido por el juez Carlos Rozanski, Adelina presentó un powerpoint donde incluyó una foto  de la anotación del 5 de mayo de 1977 en el Libro Morgue y explicó que ese NN no era Carlos sino Enrique Reggiardo.

“Yo sigo buscando a mi hijo”, dijo.

Adelina Dematti de Alaye murió el 24 de mayo de 2016. Sin encontrarlo.