La muerte del periodista y escritor Enrique Vázquez dispara en el autor de esta nota no solo el recuerdo colectivamente cómplice de la lectura de la revista Humor, sino el de un año, 1982, un momento único en el cual “el consenso era estar todos en contra del horror”.

Desde que sé que Enrique Vázquez no está, desde que sé que ya no me va a leer, mi cabeza se varó en los ochenta. En lo que significó su trabajo y la revista Humor para nuestra generación. No puedo buscar inspiración ni precisiones, no tengo conmigo el libro de Diego Igal, que mal presté hace varios años. Pero mi memoria registra a fuego cada detalle de lo que fue Humor para mí. Voy a dar un solo ejemplo. Antes de ir a la colimba, en 1982, le pedí a mi vieja que de alguna manera me la hiciera llegar. Una locura, lo sé. Pero me llegó y fue el número que los milicos hicieron sacar de los kioscos. Hojearla en la Base de Punta Indio después de Malvinas fue lo más cerca que estuve de sentir que luchaba contra la dictadura, más que todo lo que vino después.

Por eso me enoja que hoy –sin ninguna perspectiva histórica– aparezcan alcornoques enemistados con ideas, expresiones, palabras “poco apropiadas” que sus columnistas usaban en esa época. ¡Pasaron más de cuarenta años, hermano! ¡Carecían de tu consciencia social esclarecida!  Cuatro décadas es mucho tiempo. Hasta para los más jovatos pasó mucho tiempo. Entonces, me acordé de cómo era ir en bondi, en mi caso en “la batata” (¡Piaggio!), el 92, y leer la Humor de parado, a la vista de todos, en 1978, 1979, 1980… Leer Humor era pertenecer a algo. Era marca de orgullo, dignidad y desafío a “la mediocridad general” o como le quieras llamar, incluso siendo trosko (cuando todavía estábamos lejos de serlo).

Uno leía y se sabía observado. Y si el que leía la revista era otro y el que miraba eras vos, te recorría una felicidad rara como el amor. Sentías que estabas frente a un par, y esa afirmación, ese reconocimiento, estaba más allá de cualquier ideología. Quizá me equivoco, pero en 1982, en mi memoria, el alfonsinismo no existía, el consenso era estar todos en contra del horror. Creo que, desde entonces, los argentinos nunca encontramos, salvo que se me escape alguna perla imperdonable, aquella coincidencia, el amuleto o el conjuro que constituyó el tándem Vázquez, Grondona White, Tabaré, Guinzburg, Livingston –puta, ¡Livingston!–  Fabre, mi querido Fabre, Sanz, Gloria, Walter Clos, Bortnik, Moncalvillo, Abrevaya, Dolina, no sé, o sé que me olvido de muchos, pero sospecho que Humor fue una marca cultural que mantenía viva la idea de que cualquier otra forma de lucha tenía que estar cerca de lo que la revista había significado para nosotros.
Ya está. Si no soltaba esta idea se me iba a quedar atragantada como un mal sueño (*).
Buenas noches.

(*) Sí, cumplí mi sueño de escribir en Humor.

Imagen de apertura: revista Anfibia (van saludos cordiales).