Feinmann, Jonathan Viale, González Oro, Hanglin y El Dipy forman parte de la nueva grilla de Radio Rivadavia, que va en consonancia con la programación de La Nación +. El espíritu de cuerpo mediático derechista no es una novedad. Con ese recurso, Daniel Hadad triunfó con Radio 10, allá por los 90.
La reunión en un solo medio de lo más barrabrava del periodismo de derecha –como hace Radio Rivadavia, con el fin de juntar oposicionismo con rating. no es algo nuevo9 y tiene sus antecedentes.
Daniel Hadad lanzó Radio 10 en 1998, en medio de una muy fuerte polémica por cómo se había quedado con la frecuencia AM 710 de Radio Municipal. Con total descaro, y evidenciando lo apetecible de una señal muy bien posicionada en el dial, se la promocionó así: “Nace un nuevo prócer entre Rivadavia y Mitre”. El juego aludía a que el 710 está después del 630 de Rivadavia y antes del 790 de Mitre. Como si nada, con ese slogan se borraron setenta años de historia de la frecuencia de la radio pública porteña, a la que mandaron al 1110, en lugar de la hasta entonces Radio Argentina, una señal plagada de programas precursores de Pare de Sufrir, y con una calidad de recepción paupérrima, equivalente a la del Canal 2 de TV de los 80 y 90.
Después de probar suerte con una programación afín al menemismo tardío (Mauro Viale, Carlos Varela et altri), Hadad renovó la grilla para lo que sería la puesta a punto de la emisora. Era el verano del 99. Si miramos los diarios de ese momento, vamos a ver una seguidilla de hechos de inseguridad, crímenes en intentos de asaltos, robos violentos, etcétera. Sobre esa ola fue que se montó la 10 para armar su discurso populista de derecha, casi sin antecedentes en un medio masivo, al menos desde el 83, cuando el contrato democrático dejó tácitas algunas cuestiones. La 710 usurpada rompió esa lógica en el ecosistema de medios de fines de los 90. Sus conductores, sin ningún tapujo, pedían mano dura, hacían la apología del gatillo fácil, no se hablaba de “dictadura”, sino de “gobierno militar”, y el servicio informativo se refería a “militares perseguidos por su accionar en la lucha contra la subversión”. Así llegó a ser la AM más escuchada, un verdadero e indisimulable fenómenos de masas, que con concursos para taxistas logró altísimos niveles de audiencia en un segmento muy especial que se mide, como es el encendido en autos, y un oyente prototípico en los herederos de Rolando Rivas, que ya no escuchaban tango, sino a Feinmann y al Baby y maldecían ante sus pasajeros por los bolivianos indocumentados, Hebe de Bonafini, los piqueteros y el costo de la política.
El ascenso de esa Radio 10 coincidió con el fin del menemismo y la llegada de la Alianza, que abiertamente dejó que el discurso propagado por Hadad le marcara la cancha. Chacho Álvarez era un blanco predilecto de sus columnistas y Hadad mismo financió una revista más recordada por la nota de tapa del segundo número, en la que acusaba a inmigrantes de países limítrofes por la desocupación en base a estadísticas falsas, y que martilló duro y parejo sobre la vida privada del entonces vicepresidente. Nunca le frenaron el carro y algunos capitostes aliancistas se emperraron en darle notas mientras en la 10 lanzaban su campaña para bajar el costo de la política.
Pese a la figura lamentable de Fernando de la Rúa, de sus propias limitaciones y de la falta de audacia de muchos de sus dirigentes, la Alianza tenía algún tinte progresista, muy tibio en lo discursivo (inexistente en los hechos), pero se suponía que iba a estar a la izquierda de un peronismo del cual no hacía falta mucho esfuerzo para ponerse de ese flanco: Carlos Ruckauf se encargaba de hacerlo saber, incluso después de la Masacre de Ramallo, que debería haber sido el punto de inflexión respecto del discurso manodurista, que desde la 10 había logrado la eyección de León Arslanian del ministerio de Seguridad bonaerense.
Hadad y sus medios jugaron un rol clave en el desgaste de la Alianza, no solamente con la radio, sino también con aquel programa televisivo de medianoche. “Los progres” eran el enemigo. Mutatis mutandis, Néstor Kirchner lo domesticó. Cosa sorprendente, porque Kirchner cruzó unos cuantos límites que la tibieza aliancista no se animó a traspasar. Pero el tipo morigeró el discurso, aun cuando se anularon las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y se avanzó contra la Corte Suprema menemista.
Cierto progresismo de carácter no peronista, por no decir anti, nunca se bancó al kirchnerismo. Por varias razones. Una, que no tolera ver cuestiones que podría haber encarado la Alianza y no hizo, en especial en materia de derechos humanos. Otra, que no considera complementarios los conceptos “peronismo” y “progresismo”. Al fin y al cabo, el Chacho era porteño, no hablaba de Perón y Evita y en el Frepaso no cantaban la marchita. No por nada, si se acuerdan, al seno de la Alianza causó cierto escozor cuando el propio Chacho propuso ampliar el juego y habló de “la pata peronista”.
Otro motivo por el cual aliancistas y sus votantes que después no recalaron en el kirchnerismo (donde en los hechos cayó buena parte del Frepaso) han visto con malos ojos la experiencia de 2003 en adelante es la noción de que el progresismo es incompatible con la corrupción. Puede ser cierto, pero la Alianza no pasó de ser la izquierda discursiva del menemismo y en su handicap ostenta cosas como la Banelco y el megacanje. Esto no invalida un montón de críticas por la corrupción en el kirchnerismo, pero hay que matizar. Gran parte del electorado del 99 recaló en 2003 en Carrió y otra parte en López Murphy. La Alianza tenía componentes indisimulables de derecha y el Bulldog era uno de ellos. Mucho voto delarruista se fue con él y, en cierto modo, prefiguró el voto a Macri, de quien fue socio en 2005.
También es cierto que algunos personajes pasaron de cierta imagen progre a una decididamente de derecha: Lopérfido. Y que la muerte de Alfonsín acabó con lo poquito de socialdemócrata de la UCR. El centenario partido, con algunas caras del 99-2001, como Carrió, terminó en los brazos de Macri. Ergo, en 2015 acompañaron un proyecto neomenemista en nombre del antiperonismo, cuando tres lustros antes estaban en otra vereda. Se habla del péndulo en el peronismo. El movimiento es análogo en su oposición: el radicalismo lo corría por izquierda a fines de los 90 (no era tan difícil y pese a la membresía en la Internacional Socialista la cosa no pasaba de lo discursivo) y no dudó en correr al kirchnerismo por derecha, por obra y gracia del hecho refundador que significó la 125. En todo caso, el problema es la falta de partidos políticos doctrinarios.
Decíamos que dirigentes de la experiencia aliancista se tuvieron que comer entonces la campaña de desgaste de Radio 10, a la cual nunca se refirieron así como cada tanto machacan con Primera Plana y Timerman a la hora de hablar del golpe del 66. Ese discurso populista de derecha, similar a Fox News en Estados Unidos, que apoyó a un precursor de Bolsonaro como Ruckauf, trascendió la 710. De hecho, hoy Radio 10 no es la 10 de entonces.
Por cierto que el poder de fuego no es el mismo que hace dos décadas. Internet se masificó desde entonces, llevamos más de diez años de auge de las redes sociales, y se suma el bombardeo de los canales de noticias con programas que editorializan a toda hora. De hecho, parte del staff de Rivadavia se integra al proyecto del canal de La Nación. Alguna vez, en el sesquicentenario diario escribieron Rubén Darío y José Martí. Su versión televisiva ofrece a Luis Majul, Eduardo Feinmann y Jonathan Viale. Se supone que el lector y televidente prototípico de La Nación pertenece a una derecha ilustrada con capacidad argumentativa en base a lo que uno de sus medios de comunicación ofrece. Si el asombro no bastara, allí está el diario La Prensa, que no mueve el amperímetro hace rato, y que de representar a cierto liberalismo de viejo cuño pasó a darle cabida a notas de carácter integrista. En el caso del staff radiofónico que desembarca en LN+, no se hace otra cosa que reafirmar un tipo de discurso que excede al canal. La Nación no hace otra cosa que subirse a la ola. Afinidad ideológica, sí, pero también cuestión de rating. Como sea, aplica al concepto de sinergia: al target al que no se llega por la radio se arriba vía un canal de noticias.
Por si fuera poco, se confirmó en las últimas horas que la AM 630 incorpora al Dipy como conductor en su medianoche. Es análogo a la irrupción de Etchecopar en la 10 de Hadad. Aunque justo es decir que el dipysmo es la fase superior del babyetchoparismo. Ambos reproducen el discurso que en los hechos se cierne sobre personas de su condición. Etchecopar hizo carrera burlándose de la señora de clase media que lo sintonizaba y lo llamaba para que le cortaran al aire. El Dipy se convirtió en un analista político por su sola condición de opositor al kirchnerismo, lo mismo que el Baby. El actor devenido conductor radial sumó a cierta clase media a un discurso aspiracional que es la validación del orden por el cual esa clase no puede ascender. Los oyentes compraron ese discurso. El Dipy lo amplifica desde un estrato más bajo, y con un agravante, que hace al problema de la comprensión política: el oyente de Etchecopar es despreciado por el estrato al que le gustaría pertenecer y que toma al Baby como un bufón de la corte. Pero el Dipy expresa a orejones del tarro que están más abajo todavía y concitan el odio de clase, ya no de los sostenedores del orden, sino de la propia masa oyente etchecopariana, amamantada cada cinco minutos con la expresión “negros de mierda”.
Radio Rivadavia es el intento más notable de querer rearmar un proyecto comunicacional como aquel de Hadad de comienzos de siglo, con algunos nombres emblemáticos de la Radio 10 de hace dos décadas. A lo que se suma Internet, las redes y el poder de penetración de canales de noticias con una lógica muy similar. A la hora de horadar, no dudará en darle micrófono no solamente a economistas neoliberales (José Luis Espert tenía aire en los medios de Hadad antes de la debacle aliancista) sino también a dirigentes políticos, a probables alternativas para 2023. Y allí desfilarán, seguramente, unos cuantos correligionarios de la calle Alsina, para despotricar contra el populismo que impide la llegada de inversiones, la demagogia que sume en el hambre a millones, la insensibilidad de funcionarios de onerosos sueldos y cosas así, más el caballito de la inseguridad y la memoria completa. Las mismas argumentaciones que ellos padecieron desde la emisora madre hace dos décadas cuando estaban del otro lado del mostrador, y ahora en medio de un contexto de pandemia, que complica mucho el panorama. Simplemente cambiaron de rol, al contrario de esos comunicadores. No sería una buena noticia mostrar desde la política convicciones menos laxas que las que esgrimen esos líderes de opinión de micrófono.
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