¿Para quiénes se hace periodismo? ¿Para los que piensan como quien habla en la radio, escribe en los diarios o actúa en la tele? ¿Para manipular a un sector de la población? ¿O para respetar el compromiso de informar sobre los hechos a la sociedad?

Puede parecer una paradoja pero no lo es: hoy las decisiones políticas las deciden los indecisos. Así, redundantemente.

El contexto de estas líneas es el simulacro de la democracia del Siglo XXI (cuyos orígenes quizás deban rastrearse en el reagan-thatcherismo de finales de los 70 del siglo pasado y luego en el Consenso de Washington) que hoy se ha naturalizado como “la democracia”.

El fenómeno total escapa a la capacidad de análisis de quien esto escribe, pero tampoco se trata de ir tan a fondo.

Se trata de un simulacro de democracia que requiere de votos (poder fundante pero manipulado de esa ficción de soberanía del pueblo) y de cómo se manipula a la sociedad para lograrlos.

Las sociedades actuales tienen núcleos ideológicamente duros, sobre los cuales la manipulación tiene poco margen.

La investigación sobre el accionar de Cambridge Analityca para manipular el plebiscito del Brexit – algo que se ha repetido en elecciones en no pocos lugares del mundo, incluida la Argentina – revela sobre qué sector se debe actuar: ese conglomerado que se puede definir como “los indecisos”.

A esta altura del partido – mediante encuestas, focus group y el espionaje naturalizado en las redes sociales – ese sector resulta fácil de identificar. No es un sector homogéneo, pero sí manipulable si se encuentra el resorte que puede movilizar a quiénes lo componen: sus odios y sus miedos.

Los medios – de manera no excluyente – ocupan un lugar central en el “trabajo” sobre este sector más blando y a la vez decisorio para la manipulación del “sistema democrático”.

Planteado el contexto, se limitará a partir de acá el conjunto al que se referirá lo que sigue: la Argentina y los medios. Y en el espacio de los medios, el ejercicio del periodismo, que no es lo mismo.

Hoy está instalada en el país la ficción solidaria de una doble grieta: la política y la mediática. La sociedad está dividida en dos partes (a uno y otro lado de la grieta, que sería el vacío) en pugna y parece no haber nada más.

Medios y periodistas (en su gran mayoría) parecen funcionar con y dentro de esa lógica: la de la falacia del “periodismo independiente”, la de la estupidez del “periodismo militante”, la confesional del “periodismo de guerra”. Y parece no haber otra posibilidad.

Como en toda “guerra”, en este juego la primera víctima es la verdad. Y “la verdad”, que siempre es relativa desde los recortes pero que no puede escapar a la contundencia de los hechos, es lo que está en juego.

Porque no se trata solamente de “la verdad” de los hechos, ni de sus versiones, sino – y fundamentalmente – quién la cuenta, a quién se la cuenta y cómo se la cuenta.

George Orwell, que además de un gran novelista fue un periodista inteligente decía: “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques, todo lo demás son relaciones públicas”. Ponía así tres sujetos en juego: aquellos que tienen algo que ocultar (sobre los que se informa), el que lo cuenta (el periodista) y el destinatario del relato (el público, la sociedad).

Lo que sigue parece un paréntesis, pero se trata en realidad del fondo de esta nota.

Operación Masacre: la paja no es trigo

En realidad, este subtítulo debería formularse mejor: “la paja, aunque placentera, no es eficaz, no es trigo”.

Dicho esto, se deberá abundar en una cita ilustrativa. En la introducción a la primera edición de Operación Masacre en 1957 (no confundir con el famoso prólogo) Walsh escribe:

“Suspicacias que preveo me obligan a declarar que no soy peronista, no lo he sido ni tengo intención de serlo. Si lo fuese, lo diría. No creo que ello comprometiese más mi comodidad o mi tranquilidad personal que esta publicación.

“Tampoco soy ya un partidario de la revolución que – como tantos – creí libertadora.

“Sé perfectamente, sin embargo, que bajo el peronismo no habría podido publicar un libro como éste, ni los artículos periodísticos que lo precedieron, ni siquiera intentar la investigación de crímenes policiales que también existieron entonces. Eso hemos salido ganando.

“(…)

“En los últimos meses he debido ponerme por primera vez en contacto con esos temibles seres – los peronistas – que inquietan los titulares de los diarios. Y he llegado a la conclusión (tan trivial que me asombra no verla compartida) de que, por muy equivocados que estén, son seres humanos y debe tratárselos como tales (las bastardillas son del autor de esta nota)”.

Fin de la cita.

¿Para quién escribe Walsh Operación Masacre?

Rodolfo Walsh no es en ese momento peronista (Los cuadernos de Enriqueta Muñiz, su colaboradora y casi coautora de la investigación, lo dejan claro: “Walsh es antiperonista”, escribe) y nunca lo será: del nacionalismo católico pasará a la desilusión de la Libertadora y de allí a un marxismo que lo llevará a Montoneros como vía posible para el socialismo.

El Rodolfo Walsh de 1957 – descubiertos los fusilamientos clandestinos de José León Suárez – está desilusionado de la Libertadora a la que había apoyado incluso con notas sobre el heroísmo de la aviación naval que había bombardeado Plaza de Mayo. Lo que lo desilusiona no son las muertes, sino su clandestinidad en un orden democrático que (aún en el marco de un golpe) creía recuperado.

Porque lo demás no le importa. No le importa el fusilamiento de Valle, al que considera, por entonces, “legal”. Lo dice claro en el prólogo: “Valle no me interesa, Perón no me interesa, la revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez?”.

Las citas obligan a volver a la pregunta: ¿Para quién escribe Walsh?

¿Para quién escribir (hacer periodismo)?

Tras la extensión de las citas no hace falta abundar demasiado para definir por qué escribe Rodolfo Walsh, cuando (valga la redundancia) escribe, Operación Masacre.

Primero que nada (y vale resaltarlo) lo hace por dos cuestiones: porque “un fusilado que vive” es un tema literario de la gran puta, y porque la clandestinidad de los fusilamientos de José León Suárez pone en cuestión la “legalidad” de la Libertadora.

La pregunta clave, sin embargo, es para quiénes escribe (y en esa definición radica la eficacia o no de toda la investigación).

Walsh no escribe para los peronistas que sufren persecuciones y resisten como pueden en 1956 o 1957. No tiene nada para decirles y él lo sabe: ellos no necesitan que se los cuente porque lo sufren. Contárselo a ellos sería apenas una paja, quizás placentera pero totalmente ineficaz.

Walsh escribe para otros, los que podrían parecerse a él e indignarse por la clandestinidad de los fusilamientos de José León Suárez. Y también para incomodar.

Walsh escribe Operación Masacre para aquellos que, como él, apoyaron el levantamiento contra un peronismo tiránico pero no fusilador de esa revolución que les pareció libertadora y resultó fusiladora ilegal (un trabajo aparte merece la noción de legalidad de Walsh en 1957, pero excede los alcances de este texto).

Walsh, cuando investiga y descubre un crimen que hoy calificamos como terrorismo de Estado, decide algo fundamental: no se va a hacer la paja con los doloridos ni a indignarse con los indignados. Porque los doloridos (las víctimas) ya son víctimas, y los indignados ya se indignaron. Lo que hace (y a eso apunta con Operación Masacre) es tratar de convencer con hechos y datos incuestionables a los otros, a los que les parece bien no pensar en nada si están cómodos en ese orden de cosas e, incluso, a los que están del otro lado.

Con Operación Masacre Rodolfo Walsh buscó ser eficaz, y lo fue tanto que armó un despelote bárbaro que, por si fuera poco, inauguró el nuevo periodismo en la Argentina.

Walsh fue eficaz, y vaya si lo fue y lo sigue siendo.

La paja no es trigo (again)

Todo esto viene a cuento de ciertos debates imbéciles que hoy tienen lugar en las redes (lugares que Walsh no conoció pero que seguramente habría usado con la misma eficacia, multiplicada, de Ancla) sobre medios, periodismo y periodistas.

Hay que dejar de lado, después de aclarar, lo que es obvio: les medios empresariales responden a intereses económicos que van más allá del periodismo. Más aún, hacen del periodismo de sus medios una punta de lanza para sus intereses.

Eso corre tanto para el Grupo Clarín, para La Nación, para El Grupo Vila-Manzano (no importa quiénes sean sus dueños hoy) o para C5N. Que en estas cosas no hay “del palo”, lo que hay es “de la guita”.

De lo que se trata es de los periodistas, de sus márgenes y de su manera de aprovecharlos. Pero fundamentalmente se trata de la eficacia.

En ese contexto está claro que Sylvestre siempre bailará apoyando al gobierno nacional, pero sin joder a Rodríguez Larreta porque, por dar un ejemplo, billetera mata galán.

No es ése el eje de lo que aquí se escribe.

Se trata de la eficacia comunicacional, de los convencidos y de los indecisos (aquellos que, vale recordar, definen todo en estos tiempos de supuestas grietas).

Está más que claro que los medios hegemónicos (por llamarlos con el término de moda) la tienen clara: saben que tienen un núcleo duro de derecha que no se moverá y operan sobre los indecisos desde los lugares más comunes del imaginario social.

Y sus “operaciones de prensa” son tremendamente eficaces. Las de los lanatas, leucos, majules y siguien las firmas.

Del otro lado, salvo excepciones como la de Alejandro Bercovich en C5N – un tipo que pone en juego la información e invita a pensarla – lo demás es para la tribuna aplaudidora que, en este contexto de simulacro democrático, busca votos ya conseguidos, no suma una sola adhesión y mucho menos invita a pensar.

Periodismos de pontificia indignación como los de Gustavo Sylvestre o Víctor Hugo Morales, o aparentemente progres pero funcionales a los negocios de Santamaría y Larreta, como el de Página/12 (con la excepción de algunos columnistas sobrevivientes), no sirven para nada, no hacen pensar nada nuevo a nadie.

Son paja, apenas propia y de los convencidos. Ineficaz para modificar nada. Al contrario, viven de eso, aceptando todas las reglas del juego a pesar de su aparente oposición.

El periodismo es (debería ser) otra cosa.

Porque el trigo está en otro lado, ése que tan claramente mostró Rodolfo Walsh para tratar de modificar la realidad.

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