Las  declaraciones de Jorge Fernández Díaz de que su causa antokirchnerista le impide ser periodista permite ver como se reparten los tonos en estos tiempos, los medios son los que se apasionan y se calientan, Macri gobierna con frialdad. Y se complementan lo más bien.

Deben haber pasado casi cien semanas desde la asunción de Macri. Durante todo ese tiempo, sin excepción alguna, las columnas de Jorge Fernández Díaz en La Nación le pegan al kirchnerismo en particular y a ese campo indiferenciado y vasto que se da en llamar progresismo (los revolucionarios de Palermo,  en la jerga antiintelectualista típica  de los autores de best sellers). Estos días, anda haciendo prensa de su último libro, La herida, por lo cual se dedica a  repetir en forma oral las cosas que escribe todos los domingos. En una entrevista con Hinde Pomeraniec aparecida en Infobae, se despacha: “El periodismo no debería tener sentimientos, pero para mí el kirchnerismo es una cuestión personal”.

La frase está llena de supuestos: ser periodista es ser insensible, por una parte, por la otra y, como lógica  consecuencia, el kirchnerismo no lo deja ser periodista, por lo tanto desapasionarse. Extraña idea de la pasión que Fernández Díaz parece vivir como una forma exacerbada del descontrol. No suena muy profesional, o, para ser más exactos forma parte de un mito bastante banal, que ser apasionado no permite pensar.  Facundo Manes dice  más o menos lo mismo, las pasiones buenas son las que se pueden controlar. Fernández Díaz está habitado por una incontrolable  mala pasión –el populismo- frente a la cual el periodismo funciona como una especie de exorcismo. El populismo lo puede.

Pese a los perjuicios que causa la pasión, Fernández Díaz no puede (ni quiere) ser y menos aún parecer desapasionado. Qué mejor manera de apasionarse con un enemigo: de allí el kirchnerismo y el progresismo a los que no hay que darles cuartel ya sea desde el micrófono o desde la trinchera de la notebook. Esa lucha pasa a ser una causa, de las que no deben abandonarse porque darle respiro al enemigo es abrir paso a la derrota de todo lo bueno que vive del lado de acá del monitor.

Escuchando la declaración de Fernández Díaz, uno no puede sino recordar aquello del periodismo de guerra de Julio Blanck. Lo que en él era una bandera corporativa aquí se presenta como una cruzada personal, desinteresada, sin más rédito que la celebridad y la empatía que generan decir la verdad. La cuestión es que tanto Blanck como Díaz creen que no están solos en esa guerra y la venden como una batalla moral y nunca política. Es algo que comparte un sector cada vez más amplio de la justicia. Acciones de gobierno, como el dólar futuro o el pacto con Irán, que pueden ser muy cuestionables como medidas del Ejecutivo, son llevadas a Comodoro Py para ser tratadas como delitos. Lo que de algún modo clausura el debate político. Y los discursos, como el de Fernández Díaz, se quedan solos o, para decirlo mejor viven expuestos a una contemplación condescendiente de sus lectores y escuchas. No se puede debatir con Fernández Díaz como tampoco se puede con la mayoría de los columnistas habituales en los medios. Esto convierte al periodista en oráculo, nueva actividad que está justificado por su pasión. Algo así como la opinión como etapa superior del periodismo.

En ese mismo tour promocional, Fernández Díaz se dio una vuelta por uno de los programas del 13 y, como en esos días  estaba el tema Boudou en el candelero, se habló del funcionamiento de la justicia. Y el columnista de La Nación dijo que nadie del gobierno levanta un teléfono para llamar a un juez. No hay información en lo que dice Fernández Díaz –ni siquiera trucha o tomada de otras fuentes más o menos confiables. Es pura impresión, por eso puede afirmar que no salen instrucciones para los jueces desde los despachos oficiales. Pregunta tonta: ¿cómo lo sabe? Y si no lo sabe con certeza, ¿por qué lo afirma? ¿O acaso un periodista no debe dar información que pueda demostrar? Claro, la pasión todo lo explica. ¿También la presunción de que algo ha existido o no, simplemente porque uno quiere o no quiere  que sea así? Es un tanto obvio que se puede demostrar lo que ocurre pero es muy difícil hacerlo con lo que  no ocurre, la palabra del periodista pasa a ser un artículo de fe entonces.

Con lo cual uno empieza a confirmar algo que se venía sospechando, que  la pasión es una buena coartada, en un punto mejor  que el periodismo, para decir lo que venga. Roland Barthes dijo alguna vez que como crítico se  había pasado la vida justificando sus humores. Aquí ni siquiera hay justificación y, a diferencia del francés, hay ausencia de toda elegancia. Esa pasión carece de estética, no se pregunta por el lenguaje, abarrota las palabras, no las articula. Claro, la pasión no deja espacio para esas cosas.

Un periodista  gráfico –sí, claro, es redundante- es alguien que escribe. Por lo tanto la escritura y el lenguaje debieran ser  espacios a problematizar. En el prólogo a Operación Masacre, Rodolfo Walsh habla de esas cosas que escribe a las que llama “periodismo”. Para él, el periodismo es un horizonte a alcanzar y no un punto de partida en dirección a otros espacios –el de la celebridad, por ejemplo. Fernández Díaz es una estrella, no de las más rutilantes por cierto porque le falta la continuidad en el arrebato de Lanata.

Habría que pensar si estas diferentes  políticas y administraciones de la pasión forman parte de lo que uno podría llamar, a falta de otro nombre, un mapa sentimental compartido entre periodistas como Fernández Díaz  o Lanata y una parte importante de la población. La respuesta no es fácil pero pareciera que una zona del periodismo aporta un tono sentimental a la prédica fría del macrismo que sigue al pie de la letra las indicaciones de Manes y no se calienta nunca o casi nunca. Una combinación que tiene algo de asfixiante. ¿Cómo salir de ese panorama  de emotividades diferentes pero concertadas?

Pareciera que el registro pasional de Cristina está en retroceso, que la Cris-pasión no ha encontrado la forma de modularse en estos nuevos tiempos y su registro sentimental parece no encontrarle la vuelta de la entente frialdad ejecutiva-apasionamiento mediático.

Mientras tanto, Fernández Díaz sigue promocionando su libro.