El fiscal Moldes los acusó de ser “una turba de facinerosos disfrazados de fotógrafos”. La Cámara los sobreseyó, pero corren el riesgo de que se reabra el proceso. Conferencia de prensa en Sipreba. (foto de portada: Horacio Paone)
Carlos tiene un aire a Diego de la Vega, pero no está enmascarado ni arriba de su caballo, tampoco lo acompaña Bernardo, su ladero mudo y fiel. Ezequiel, sin dudas, no se parece a un bufón. Son trabajadores de prensa; el primero del gremio de ATE, el otro del medio comunitario Antena Negra TV. Están en la sede del Sindicato de Prensa de Buenos Aires, SiPreBA. Falta Patricia, que cubre la actualidad para el centro Marcelina Meneses y la Universidad de Avellaneda. Vino a representarla Zulema, su mamá. Los tres están bajo un enorme cartel donde Rodolfo Walsh convoca a romper el aislamiento.
Y eso hacían los reporteros el primero de setiembre pasado, al término de la marcha que pedía aparición con vida de Santiago Maldonado. Fueron los pocos ojos que se animaron a retratar la represión policial en Plaza de Mayo y alrededores, que incluyó una cacería que los tuvo como víctimas.
Fueron detenidos, estuvieron dos días presos, se los procesó por resistencia a la autoridad e intimidación pública y resultaron sobreseídos por la Cámara Federal. Ahora corren riesgo de que se reabra el proceso penal en su contra y eligen a la organización gremial de los periodistas para denunciarlo. Todo se desató por petición del fiscal Germán Moldes, quién en su fallo los acusó de ser integrantes de una “turba de canallas y facinerosos” y de haber ido a la manifestación (sic) con disfraz de fotógrafos, aunque “la mascarada resultó de muy baja calidad, tal vez en la próxima les toque el papel de El Zorro, Arlequín o Colombina”.
La conferencia de prensa es toda una declaración en sí misma: participan medios alternativos y cooperativos. De los que aquella noche, en la agonía del invierno, describieron como “incidentes” y “enfrentamientos” a la violencia policial, ni noticias. Abre el fuego el secretario de Derechos Humanos del SiPreBA, Tomás Eliaschev, que contextualiza la criminalización de quienes informan sobre las protestas sociales. “En 2017 hubo en todo el país 45 colegas que resultaron baleados en el ejercicio de sus tareas, 13 terminaron detenidos”, detalla. Y agrega que el Gobierno “no quiere que quede en evidencia el accionar represivo, por eso castiga a quienes lo muestran”.
Ezequiel Medone verá la moneda elevarse sobre el cielo de Comodoro Py el miércoles 6 de junio: depende como caiga, su futuro inmediato tendrá horizonte o rejas. Aquél viernes lo detuvieron en vivo. Grababa a los policías que golpeaban y se llevaban a quién se les diera la gana, lo trasmitía por Facebook hasta que le tocó a él. Tenía chaleco que lo identificaba como trabajador de prensa. Pero no importó. “Todo lo contrario –dice-, es lo que buscaban; de los 31 detenidos, un tercio estábamos registrando lo que ocurría”.
Patricia Barriga Montero habla por las lágrimas de su mamá. “La detuvieron policías varones, mujeres uniformadas la obligaron a desnudarse completamente después del traslado, todavía no le devolvieron su cámara de fotos”, explica. La chica, sin su material de trabajo, dejó de estudiar. Es cuando cuenta eso que Zulema llora más, tanto que interrumpe sus palabras. El silencio es una pantalla que funde a negro. “Nuestros hijos no son delincuentes”, concluye.
María del Carmen Verdú, de CORREPI, expone las miserias del expediente. “El juez que instruyó la causa, Mariano Martínez de Giorgi, tardó 72 horas en procesar a los reporteros; raro ese apuro en él, que se demoró dos años para citar a Mariano Martínez Rojas, el jefe de la patota que usurpó y destrozó la redacción del diario Tiempo Argentino”, señaló. De Giorgi se basó en imágenes digitalizadas por la propia Policía en las que sólo se ve a los acusados haciendo su trabajo; otros procesados fueron apuntados por videos en donde ellos no aparecen. Verdú cita el caso de Patricia: el juez le imputa una “actitud hostil” pero una imagen muestra a un uniformado dándole una patada por la espalda y tirándola al piso. La Sala II de la Cámara Federal porteña fue lapidario con el magistrado. Sin rodeos, destacaron el “déficit probatorio” de su acusación. Y por eso dictó la falta de mérito de los implicados.
Pero Moldes resultó rápido para los mandados. Con el mismo entusiasmo que sostuvo y sostiene la teoría del asesinato de Alberto Nisman y con la misma decisión conque dejó caer la causa contra Gustavo Arriba, titular de la Agencia Federal de Inteligencia, acusado de recibir coimas por 600 mil dólares en el caso Odebrecht. El fiscal pidió que se vuelva a procesar a los imputados y aludió a los camaristas al describir a “malos jueces enrolados en la dañina doctrina del garantismo” que permitieron (sobre los hechos de la marcha de Maldonado) “un festival de liberaciones”. Verdú cree que lo actuado por uno de los hombres de la Justicia más ligado al oficialismo es la demostración del verdadero objetivo del Gobierno. “Quieren avasallar los derechos del pueblo trabajador, quieren disciplinar a los periodistas que reflejen ese atropello”, dijo.
Hay un hilo rojo que une a la prensa con la violencia estatal. No es un recurso literario ni una figura filosófica: el hilo rojo es rojo sangre. La sangre de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki retratada por el fotógrafo Pepe Mateos en 2002, la sangre en el torso de Mariano Ferreyra, captada por las cámaras de C5N en 2010, la sangre en los cuerpos de Esteban Ruffa y Germán de los Santos, trabajadores de la Red Nacional de Medios Alternativos, baleados a plomo en el desalojo de la sala Alberdi en 2013, afortunadamente vivos. En todos los casos, el retrato periodístico fue decisivo para derrotar la impunidad judicial y política.
Por eso tiran, por eso persiguen, por eso apresan a los trabajadores de prensa. Por lo que define Carlos Guerra, otro de los que depende de los caprichos de Moldes y lo que decida en última instancia la Cámara Federal de Apelaciones el próximo miércoles. El chico que se parece a el Zorro sabe que sus colegas y él están en la mira porque “somos los ojos de la calle”. Ojalá nunca dejen de mirar.