A los 73 años, Mauro Viale murió por Covid. Se va dejando una marca personal en el periodismo, donde creó un estilo que luego imitaron muchos de la peor manera. Su periodismo era sensacionalista y amarillista, pero ante situaciones graves – como esta pandemia – aprovechaba su popularidad para informar bien.

Mauro Viale fue parte de la educación sentimental de los 90 a partir del caso Cóppola. Fue con él que se dio ese desplazamiento en el consumo de relatos: de las telenovelas de la tarde a los talk-shows y los programas de chimentos. Para decirlo en términos vargallosianos, pasamos de Pedro Camacho y sus radioteatros de “La tía Julia y el escribidor” al sensacionalismo de la Retaquita en “Cinco esquinas”. Por cierto que esta última novela recrea el Perú del fujimorismo, contemporáneo del menemismo y similar en su nivel de degradación social y corrupción, si bien Menem no se atrevió al salto al vacío de un autogolpe. En ese contexto de, vaya palabreja en boga entonces, frivolidad, asomó Viale, que de su poca versatilidad como relator había mutado en un periodista de actualidad con ciertas cuotas de pluralismo en la ATC de los 90. Recuerdo que llegó a decir al aire que jamás iría a América, en manos de Eurnekian… y al mes reventaba el rating en esa pantalla con Samantha, Natalia y el resto de personajes que harían de Fellini un simple documentalista.

El amarillismo de Viale redundó en niveles de rating altísimos y que mezclara de todo, como una entrevista a un chaqueño o correntino que decía tener algo así como 57 hijos con, mutatis mutandis, un informe sobre Rafael Perrotta y su calvario como desaparecido (director de El Cronista secuestrado en 1977), cuando casi ni se hablaba en TV de la dictadura. Así fue como alguna vez le llegó a dar cámara al Turco Julián, un represor de la Federal. Y así siguió con su estilo, que lo hizo dar visibilidad al caso de Marita Verón y hacer su espantosa cobertura del secuestro del padre de Pablo Echarri. O llevar voces diversas en el ámbito político (con esos primerísimos planos sobre la cara de los entrevistados), a la par de la espantosa concurrencia de abogados pe/pa-nelistas a los que solamente les faltaba poner el número de celular en cámara. Ni hablar la pelea con Samid, que lo convirtió en un cazador cazado.

Por supuesto, la escuela de Viale derivó en epígonos. Todos a su derecha, empezando por su propio hijo. Lo cual lo hizo quedar como un moderado. De hecho, lo fue: todos recuerdan que fue una voz sensata estos meses, alertando sobre el coronavirus, en un canal que después de su programa tiene para ofrecer a la oscurantista Canosa. Viale, con todo lo criticable que tuvo, fue producto de cierta ilustración en la Argentina. Hablaba bien en cámara, de corrido, conjugaba correctamente los verbos y dejaba entrever cierto background de lecturas. Sus continuadores son preverbales, y encima monos con navaja en una pandemia cuando su numen, víctima del coronavirus, ofrecía la cordura de la que carecen los inescrupulosos discípulos.

Viale tuvo la posibilidad de conseguir cama, pese al desenlace fatal. Le dieron asistencia y cuidados; lamentablemente no alcanzó.  Ojalá esta muerte ayude a tomar conciencia de lo que estamos viviendo, porque muchos otros pueden pasarla muy mal sin conseguir asistencia médica. Y que los que lo toman como referente y lo despedirán en pantalla le den su mejor homenaje con la responsabilidad que no mostraron hasta ahora.

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