Estaba al borde de cumplir un siglo completo de historia, más que suficiente para haber construido una identidad que se irradió a los modos argentinos de vivir el deporte. Fue de lo mejor y de lo peor en la historia del periodismo argento.
A un viejo conocido de cuyo nombre no me puedo acordar hace añares le afané un yeite: el uso de la expresión “Antes de Cristo” para referirse al antes o después del golpe del ’76. Con exilio encima -externo o interno- el a. C. y d. C. cobra su lindo significado.
Los últimos ejemplares (uno, dos, o nada) que debo haber leído de El Gráfico me los debe haber enviado mi vieja a Barcelona, junto a la tabla de posiciones del Metropolitano o el Nacional que recortaba del diario y metía en las cartas, hasta que le dije que ya no era necesario. Los amigos del cole alguna vez me mandaron una camiseta de River con la número 5, porque ese era mi puesto en el equipo de la división. Y el apodo Mostaza, por supuesto, junto a otros algo ofensivos.
Estas líneas se escriben a los pedos, con alguna pena, casi como un posteo. Para dar una mirada apurada, personal y arbitraria sobre El Gráfico, que en algo resonará en otros. Como tantas cosas de mi vida heredé El Gráfico de mis dos hermanos mayores. El Gráfico era como parte de la casa o de la vida. En la infancia o adolescencia ibas a cagar con El Tony (no era mi caso), Patoruzú, El Gráfico, la Goles, Las Aventuras de Isidoro, una Superman o cualquiera de la editorial Novaro con súper héroes y -en caso de urgencia- Vampirella.
De El Gráfico puede que haya aprendido subliminalmente a titular oa valorar la fotografía periodística. Los domingos a la noche, salidos o no de la cancha, terminados los partidos, especulábamos con los amigos cuál sería la tapa de la revista. Ya hacíamos crítica de medios: ya fuera porque las tapas iban para los clubes grandes, o porque eran demagogas, o porque inflaban temas para hacer escándalo (poca cosa en relación con el presente). Criticar a un jugador diciendo “Es un invento de El Gráfico” es la versión primitiva de “Nos mean y Clarín dice que llueve”.
Pero qué excitación salir -en mi caso- del centro hacia mi barrio y comprar El Gráfico calentito en Retiro y devorar la crónica del partido de River. Qué increíble -hoy inconcebible- pasión y necesidad por saber, patalear, discutir, cuestionar y sufrir el puntaje que recibían los jugadores. O la calificación misma de los partidos según su belleza; me acuerdo de “excelente”, puede que de “muy bueno” y creo que de (era horrible) “discreto”, si es que me acuerdo bien. Puede que la pifie. No importa: importa que se valoraran los partidos según su belleza y/o dramatismo (con lo que creo recordar ahora el calificativo “intenso”, ¿puede ser?). Antes, en la primaria: cómo me gustaba hacer los mismos dibujos que hacía El Gráfico con las jugadas de los goles, con recorridos de piernas de los jugadores-muñequitos (líneas de puntos) y pelotas (líneas continua).
Qué lejos queda aquel pendejo y qué lindo que era. Esa -repito- incomprensible excitación ante la tapa veraniega en la que posaban Daniel Onega y el Beto Alonso en mallita sobre la arena, y se discutía desde el primer titular de portada quién debía jugar y en qué puesto y me acuerdo ahora mismo que una de las opciones -decía la nota interior- era la de “un River súper ofensivo”, supongamos que una defensa de tres para que adelante cupieran todos los cracks, lo cual era un orgasmo total estético-guerrillero para mis, pongamos, 13 o 14 años. Ya conté alguna vez por redes sociales que SÍ, que ESTUVE, cuando el 7-2 de River a Independiente con el gol histórico del Beto Alonso a Santoro, que me abracé con media tribuna, que la nota específica del gol, a doble página, casi pura foto inmensa, llevaba el extraordinario (para mi edad de entonces) título “La obra cumbre del Beto”. Y que la pinché sobre planchas de telgopor en la pared de mi pieza.
Me gustaba mucho Juvenal y no me gustaba -como manda decir la tradición progre o la corrección política- Osvaldo Ardizzone, quizá porque lo leí de demasiado péndex. Un día incluso lo reputeé, cuando River, con los pibes, creo que en el 71, le ganó 3-1 a Boca (ayuden a la memoria, creo que había una huelga de jugadores) en cancha de Racing, de noche. Yo fui, Ardizzone también. Pero el pelotudo (para mi yo de entonces) se puso a hacer barroquismos y metáforas y juegos florales en lugar de escribir lo que yo quería de la nota: una película de acción y de baile y jogo bonito (eran los años de Didí). Escribió Ardizzone algo así como que los pibes de River -JJ, Alonso y demás- salían de una obra de Walt Disney. Alguna vez creo que me malhumoró también Ardizzone comparando a Bochini con Chaplin (el Bocha se sacó un 8 en aquel River 7-Independiente 2).
Después de Cristo nunca compré El Gráfico, que yo recuerde. Puede que fuera porque volví al país con 24 o 25 años o porque, en fin. Vi más bien de lejos las sucesivas mutaciones de la revista. Fui tan gil en los 80 que confié en las páginas deportivas de Clarín, como señal de autoridad, hasta que dejé prácticamente de leer fútbol.
Cierra una revista emblemática para mi generación y unas cuantas, muchas, anteriores. Podría decir Macri lo hizo (o escribir sobre lo peor en la historia de la revista, editorial Atlántida y la dictadura) pero El Gráfico venía en picada mal hace ya muchos años. Hay desde hace décadas quichicientos programas deportivos televisivos y radiales con los que El Gráfico debía competir, más la violenta mierda de Olé.
Feo asunto este nuevo cierre de medios. Más compañeros periodistas yendo con lágrimas a los vestuarios. Una cagada. Es una noticia triste, no solo por lo que implicó la historia de la revista, acá y en el continente. Es una mala noticia porque ahí se hizo según cuándo buen periodismo y porque el cierre de El Gráfico, para los que estamos grandes, habla del paso del tiempo y de la infancia ya muy lejana.