Ya desde el principio, grandes medios del continente más el fogoneo de fake news a través de las redes sociales buscaron instalar que no hubo Golpe de Estado en Bolivia y que la destitución de Evo era un retorno a la democracia. Enormes aparatos de desinformación al servicio del poder.
Escucho el informe de la corresponsal de la CNN en Santa Cruz. El escenario del reporte no es casual, hace una encuesta en los salones del Jockey Club sobre la participación de los trabajadores en la distribución de la riqueza. “Se ha derrocado a un dictador”, dice una entrevistada, “Con Dios todo se puede”, agrega otra voz. La señal estadounidense titula: “Elecciones, polémica, protestas y renuncia de Evo Morales”. Consejo para el buen uso del kit de emergencia periodística: póngale “polémica” a todo.
Fue “polémica” también la denuncia que la CNN realizó en 2016 contra Evo Morales. Le imputaron tener un hijo ilegítimo, todo en plena campaña del referéndum. La mentira se sostuvo hasta que los comicios terminaron. Averiguaron que el pequeño no tenía la edad para ser descendiente del mandatario, le erraron por cinco años. La cosa se aclaró recién después de que el “No” se impusiera por unos 130 mil votos sobre casi cinco millones. Ya era tarde.
Lunes por la mañana. Taxi. “Che, ¿raro lo de Bolivia, no?”. Lunes al mediodía, Florida y Corrientes, previo a la marcha en apoyo a Morales en la sede de la Embajada boliviana en Argentina: “¿Qué golpe de Estado?, se fue como rata el ladrón”, asegura un joven, esquivando “arbolitos”. Se acerca un hombre. “Soy boliviano”, se presenta. “Todos estos son los que viven de arriba”, juro que jura él, “en mi país la gente le dijo no a Evo”. Segundo artículo del kit de emergencia periodística: póngale “gente” a todo. Pregunto a mi interlocutor de qué gente hablaba, si Evo tenía casi la mitad de los votos. “Hubo fraude, lo dijo la OEA”, responde. Le ofrezco mil dólares (en rigor, mis doscientos mensuales) por cada vez que apareciera la palabra “fraude” en el informe de la OEA. Me muestra un whatsapp en su teléfono celular. Un tal Eduardo dice que la OEA habla de fraude. “No le pregunté por Eduardo, sino por la OEA” alcanzo a decirle. El hombre se retira, sin respaldo ni dólares. El miércoles, Luis Almagro (que en mayo dijo que “sería absolutamente discriminatorio” que Morales no se presentara a la elección de octubre) gritaría “fraude” y “auto golpe” desde Washington, para reunificar el discurso oficial y salvarlo de tachaduras y enmiendas.
Lunes por la tarde. Del multimedio más grande de la Argentina, del segundo diario de mayor circulación, de uno de los canales más vistos y de los medios públicos, en voz más o menos baja, los trabajadores dan cuenta de la orden/sugerencia que recibieron: “Golpe de Estado, no”. Hay declaraciones públicas de algunas comisiones internas que explicitan la situación. Es imprescindible el aporte de la organización sindical de los trabajadores de prensa, organizados en el SiPreBA. No es casual que los periodistas se sumen cada vez más a hacer oír su opinión cuando no concuerdan con la línea editorial de las conducciones privadas o estatales.
Un cronista enviado a La Paz aborda a Luis Camacho, a quién llaman (para solaz del propio personaje) “el Bolsonaro boliviano”. Su foto, arrodillado al lado de una Biblia en el Palacio Quemado, sin que nadie lo haya votado jamás, fue un contundente testimonio sobre el atropello que sufrió la democracia latinoamericana. En la nota, cuando el usurpador avanza con el pecho hinchado de orgullo, el periodista hace (bien) su trabajo: contrasta lo que dice Camacho con lo que el cronista vio. Hubo un reconocimiento merecido al momento televisivo. En ese halago anida, sin embargo, la aceptación tácita de que lo que ocurre como norma es no preguntar, no cuestionar, no indagar, no incomodar. Un copo de algodón no resalta en la nieve.
En las redes sociales recuerdan la tapa de La Nación del 12 de setiembre de 1973: “Triunfó la revolución en Chile y ha muerto Salvador Allende”. Desfila también un valioso aporte de Mariano Tilli. Recopila tapas de Clarín desde 1956, a dos meses de los fusilamiento de José León Suárez. (Ah, lean Historia de una investigación, de Enriqueta Muñiz, con los diarios de trabajo sobre Operación Masacre de la joven de 22 años junto a Walsh, de 30). El archivo se inicia con el título que da cuenta de la celebración del primer aniversario de la “Gesta libertadora”. Tapas de los tres años siguientes siguen llamando al derrocamiento de Perón como “Revolución”. En 1960 regresa “Gesta”. Los mensajes negacionistas se extienden en la portada del gran diario argentino hasta 1980.
Así como echan luz, también llenan de sombras. Las redes sociales son un campo de batalla. Y el poder encuentra la manera de hacer su juego. Ante lo incontrastable (los militares despidiendo a Morales, Santiago Maldonado muerto tras la avanzada de Gendarmería) recurren a la duda. Si no puedo negar la evidencia, intento equipararla. Se descubrió que la consigna #NoHuboGolpe salió de una usina de cuentas falsas: casi 5.000 no tienen seguidores y lo primero que publicaron fueron esas tres palabras. La cita se vuelve viral, los grandes medios la toman y sentencian: ¡ojo! ¡Así como hay unos que dicen que sí, hay otros que dicen que no, es polémico, no está tan claro, contemos las dos campanas! La trampa en la que cayó el taxista comienza.
Justina, la mujer que hace tareas domésticas en casa, es boliviana. Solo una vez faltó sin avisar: fue en el año 2013. “Estaba esperando a ver qué pasaba con Evo, si lo dejaban bajar o no del avión, lo tenían en Viena, me quedé viendo Telesur”, contó. Era así. Cada vez que a la noche prendíamos la tele, estaba clavada en Telesur, la señal que ella elegía para ver mientras limpiaba. Pero pasaron cosas, se acabó el curro de los derechos humanos, volvió la plena libertad de prensa y Telesur desapareció de los lugares que solía frecuentar. Ayer Justina me contó que en su Facebook le escribieron “chupa p… de Evo”. Y es lo más lindo que opinaron de ella, sus propios compatriotas. Allá en su casa de Bolivia quedaron sus hermanas: ninguna votó a Morales para “no terminar como Venezuela”.
Asistimos a la más reciente reunión de la gran familia de la industria mediática: los nietos de la Revolución Libertadora, los hijos del Proceso, los primos de las crisis que causaron dos nuevas muertes, los hermanos de la revuelta en Bolivia.
Es que el crimen de la miseria planificada requiere de sus partícipes necesarios.
Sugiero dejar de esperar que del desierto broten flores, el burro no terminará dando sino patadas. Será cuestión de sembrar otra cosa. En el periodismo autogestionado, popular y comunitario hay tierra fértil. Pero no basta solo con un doble click o un “me gusta”.
Demos el golpe, nuestro golpe. Construir, difundir y, sobre todo, sostener la prensa alternativa es aun materia pendiente.
Si no salimos de la queja seremos plato fácil para los canallas, siempre voraces. Insistamos en eso. Ahorremos una pizza por mes, o medio paquete de cigarrillos, o dos cortados y demos herramientas a los periodistas decentes. Que nadie nos diga que no lo intentamos.
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