El suicidio de un corresponsal francés tirándose de un puente en Bangkok, las sensaciones de un periodista argentino que lee la noticia apenas despierto mientras espera que la editora del medio con el que colabora le conteste sus propuestas y el panorama desolador de un oficio cada vez más precarizado en la Argentina y en el mundo.
Me despierto temprano y una de las primeras cosas que me viene a la cabeza después de darme cuenta de que sigo habitando este mundo (que sí, que sigo vivo) es que tengo que llamar a la editora de uno de los medios donde colaboro porque hasta anoche no me había respondido el sumario con propuestas de artículos que le envié.
Después de abrir el correo y comprobar que sigo sin tener respuesta -que no es para desesperarse, porque estas demoras son habituales -, ya con los primeros mates del día me ocupo de la edición de Socompa. Las notas están listas, los textos corregidos y las fotos en su lugar. Sólo queda subirlas a la página, leer los diarios y ver con qué seguimos.
Entonces encuentro el mensaje de Marcos Mayer. “Cuando puedas dale una mirada a esto”, me escribe y a continuación copia un link que lleva a Literal, un sitio donde suele haber buenos artículos. El que me manda se titula “La muerte del corresponsal” – buen título para una novela – y lo escribe el español Rodrigo Carrizo Couto.
Cuenta la historia de Arnaud Dubus, un free lance francés de 55 años quien se radicó por mucho tiempo en Bangkok y terminó suicidándose. Casi un personaje de Graham Greene me sonó el tipo, tanto que enseguida evoqué The quiet american, pero nada que ver.
Carrizo Couto resume la historia de su colega: “Considerado como una verdadera autoridad en la región, llevaba décadas colaborando con medios de prestigio internacional como Libération, el diario suizo Le Temps o Radio France Internationale. Se le tenía por ‘una de las mejores plumas francófonas del Sudeste asiático’. Pues el 29 de abril, Arnaud Dubus salió de su despacho, se dirigió a un puente cerca del metro y se lanzó al vacío. Moriría poco después a consecuencia de sus heridas”, escribe.
Desde hacía un tiempo, los medios para los que Dubus siempre había trabajado le venían recortando las colaboraciones. A veces ni siquiera le contestaban las propuestas. El hombre trabajaba a destajo, si no le publicaban no cobraba. Y como cada vez le publicaban menos, terminó aceptando un empleo en la oficina de prensa de la embajada francesa en Tailandia. Lo hizo para poder sobrevivir, porque para ese momento sus ingresos – sumando todas las colaboraciones que metía, siempre con la incertidumbre de no meterlas – oscilaban entre los 600 y los 1.500 euros por mes. Una mierda.
El trabajo como prensero de la embajada le permitió mejorar sus ingresos, pero también lo destruyó anímicamente. Sentía que se había degradado de periodista a amanuense y cayó en una profunda depresión. La salida fue tirarse desde el puente.
A medida que va contando la historia de Dubus, su colega español intercala datos duros de la realidad que viven los corresponsales extranjeros: “Cada colaboración en la prensa francesa se paga a una media de 60 euros por página, y lo más gracioso es que, muy a menudo, los costos involucrados en la producción de un reportaje en el terreno son muy superiores al pago del trabajo. Conclusión: no son raras las veces en las que el periodista debe perder dinero, o pagar de su bolsillo los costos de un trabajo que, a menudo, queda inédito. En estos casos, la ‘compensación’ que suelen dar los medios es menos que simbólica”, cuenta.
No se trata solamente de la situación de los corresponsales, es un fenómeno general. Los medios en papel son cada vez menos y los que sobreviven reducen las plantas de sus redacciones al mínimo. La sobre oferta de periodistas sin empleo lleva a la reducción de sueldos y a la precarización de las condiciones de trabajo.
“Las condiciones de trabajo que hemos perdido los periodistas ya no volverán nunca, incluso si los medios para los que trabajamos logran sobrevivir a la crisis. Una vez que los dueños ven que seguimos funcionando en estas condiciones, ya no hay vuelta atrás”, le dice a Carrizo Couto un veterano periodista al que consultó para la nota.
¿Y por casa cómo andamos?
Termino de leer la nota con el último mate frío y compruebo que la editora a la que le mandé el sumario sigue sin responderme. Pienso que si eso pasa con los periodistas de países centrales -aunque estén trabajando de corresponsales en el culo del mundo -, por aquí ya ni nos queda el etéreo alimento de la esperanza. Y menos en la situación general que ha provocado este gobierno.
No es sólo una sensación, tengo los datos. El último relevamiento de nuestro sindicato, Sipreba, es desolador: “Desde 2016 se perdieron por lo menos 3.127 puestos de trabajo registrados, solo en la Ciudad de Buenos Aires. De esos, 990 ocurrieron durante 2018 y 288 en lo que va de 2019 (se relevó hasta el 31/5/2019). La cifra se eleva a más de 4.500 en todo el país e implica la pérdida de aproximadamente un 30% de los puestos de los trabajadores y las trabajadoras bajo Convenio Colectivo”, dice.
En cuanto a lo salarial, el informe concluye que “se perdió un 41.6% de poder adquisitivo en las últimas cuatro paritarias de prensa escrita y oral, donde se definen los salarios y las condiciones de trabajo de los diarios, revistas, agencias, portales y radios de la Ciudad de Buenos Aires”.
Mientras pongo agua a calentar para cebarme otros mates pienso en Dubus e inevitablemente pienso en mí. Tengo 63 años y a fines de este año cumpliré cuarenta trabajando en este oficio. He trabajado en las redacciones de muchos de los medios más importantes del país, ocupé cargos de dirección en algunos de ellos, llevo publicados más de diez libros periodísticos – dos de ellos también en el exterior – y desde fines de 2015, cuando los muchachos del Movimiento Evita nos echaron de un día para el otro y cerraron Miradas al Sur, he vuelto a ser un free lance que vende colaboraciones.
Es cierto que el periodismo siempre ha sido un medio inestable. Salvo algunos, los medios suelen tener vida efímera y en estos cuarenta años he cambiado mucho más de trabajo que de talle de pantalón.
También he sido corresponsal de medios extranjeros en Buenos Aires y conozco esa realidad. A mediados de 2000, cuando me echaron de Crónica, sobreviví casi dos años como ghost writer de libros y vendiendo artículos a medios del exterior. Entonces no me fue mal: publicaba habitualmente en la ya desaparecida revista española Cambio16, en El Espectador de Bogotá, en Primera Hora y El Nuevo Día de Puerto Rico, y cada tanto metía alguna nota en Sportweek, la revista dominical de La Gazzetta dello Sport, sobre jugadores de fútbol argentinos que interesaban por allá.
Esas corresponsalías fueron menguando con el tiempo, pero no me preocupé porque había vuelto a conseguir trabajo por aquí. Quince años después, cuando cerró Miradas al Sur, volví a intentarlo. Las respuestas que recibí fueron casi calcadas: ya no compramos notas.
Me cebo el primer mate con la yerba renovada -hay que joderse, qué cara está la yerba – y vuelvo a revisar el correo: la editora sigue sin responder a mis propuestas.
Me levanto, salgo al jardín, miro los árboles mientras escucho cantar a los pajaritos. Enciendo un cigarrillo y me encuentro calculando que el puente más cercano queda bastante lejos.
Y no sé de qué carajo me estoy riendo ahora.
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?