La utilización del formato de “investigación periodística” para las más burdas operaciones mediáticas va quedando cada día más en evidencia, pero no por eso estas pierden eficacia sobre la opinión pública. Ahora, la revelación de que la producción “La Cornisa”, el programa de Luis Majul, estaba formada por espías de la AFI pone al descubierto una pata más del asunto.
Hace unos días cometí lo que un religioso llamaría sacrilegio. En un curso de periodismo de investigación comparé el trabajo de Rodolfo Walsh y Enriqueta Muñiz para “Operación Masacre” con el montaje utilizado por Lanata para sus programas de “investigación” sobre la llamada “Ruta del Dinero K”.
Por un lado, Walsh y Muñiz entrevistaban víctimas y testigos, buscaban documentos y comprobaban su autenticidad, y recorrían con obsesiva minuciosidad el lugar de los hechos. Por el otro, Lanata y una troupe de impresentables recorrían las Islas Seychelles, Uruguay, Panamá, Irlanda y Lugano para conseguir imágenes que luego anclaban con subtítulos que nada tenían que ver con ellas, entrevistaban gente que no podía decirles nada pero manipulaban sus palabras y mostraban documentos de dudosa – y nunca comprobada – autenticidad.
Walsh y Muñiz – después de un arduo trabajo de investigación – revelaron un acto de terrorismo de Estado que se pretendía ocultar. Lanata y su troupe montaron un espectáculo sobre una montaña de suposiciones, invenciones y datos falsos.
Sin embargo, para el espectador no advertido, la supuesta investigación de Lanata revelaba “una verdad” tan verdadera como los fusilamientos de José León Suárez.
A los participantes del curso les propuse una imagen. Tanto Walsh como Lanata son vendedores de autos y ofrecen dos Mercedes Benz que, vistos desde afuera, son igualitos: mismo diseño, mismo color, carrocería reluciente.
Si no se los prueba, si se los juzga sólo por la apariencia (a un auto o a una investigación periodística), no se encuentra la diferencia. En cambio, si antes de comprarlo se prueban los dos Mercedes Benz (o las dos investigaciones periodísticas), las cosas cambian: el comprador que se sienta dentro del auto que ofrece Walsh gira la llave de arranque y el auto se pone en marcha, aprieta el acelerador y el auto se mueve, enciende las luces y los faros iluminan; en cambio, el comprador que se sienta en el auto que ofrece Lanata gira la llave y no pasa nada porque el auto no tiene motor, tampoco puede moverlo y si enciende las luces éstas no iluminan porque no están los focos.
De un lado hay un auto, del otro hay una cáscara vacía que semeja auto para engañar al comprador.
Lo mismo está pasando -y vale la pena insistir – con las “investigaciones periodísticas”.
La comprobación – ahora en el terreno judicial – de que “La Cornisa”, el programa de Luis Majul en América 24, tenía la producción “periodística” de 15 agentes de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) pone al descubierto de manera inapelable una realidad que, por lo menos en el campo del oficio, se sabía: que no pocas “investigaciones periodísticas” presentadas en “programas periodísticos” durante el gobierno de Mauricio Macri no eran otra cosa que operaciones de inteligencia disfrazadas de periodismo.
Podría decirse que con el caso de Majul -que no es el único, como no demorará en saberse – se llegó al formato pornográfico de las operaciones periodísticas disfrazadas de investigación, un instrumento cuyo uso no empezó en nuestro país con el macrismo en el gobierno sino que es de larga data.
Los ejemplos sobran, pero con citar tres de alto impacto político es suficiente: los famosos programas de Jorge Lanata sobre “La Ruta del Dinero K” en Canal 13 (ver nota de quien escribe en Socompa), las “investigaciones” sobre el “asesinato” del fiscal Natalio Nisman, y la “investigación” plagada de verbos en condicional del operador Daniel Santoro en Clarín sobre las cuentas off shore de Máximo Kirchner y Nilda Garré.
Las tres con un objetivo claro: limar, desestabilizar al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y, en última instancia, a definir una elección presidencial utilizando la intoxicación informativa.
A la lista conviene agregar otras dos operaciones, destinadas a encubrir crímenes cometidos por fuerzas de seguridad habilitadas para tal fin por el gobierno de Mauricio Macri: las maniobras de encubrimiento, disfrazadas de investigación periodística, de la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado a manos de la Gendarmería Nacional, y el asesinato por la espalda de Rafael Nahuel perpetrado por la Prefectura.
No se trata solamente de medios y operadores disfrazados de periodistas. Este tipo de maniobras se sostiene con tres patas: una política, otra judicial y una tercera mediática, que se retroalimentan constantemente.
A veces empiezan por un lado y a veces por alguno de los otros, pero lo que no se debe perder de vista es que siempre están orquestadas. Son una operación de pinzas, desde tres flancos, destinada a destruir a la víctima elegida.
Ahora queda claro que durante el gobierno de Mauricio Macri a esas tres patas se sumó una más, que potenció su poder de daño: los informes de operaciones de inteligencia montadas ilegalmente sobre las víctimas.
Un ejemplo de esa connivencia: La sociedad del espía todo terreno Marcelo D’Alessio (free lance de la AFI) con el fiscal Carlos Stornelli (Poder Judicial), el operador periodístico del Grupo Clarín Daniel Santoro (pata mediática), y la diputada Paula Olivetto y la ministra Patricia Bullrich (pata política articulada entre el Congreso y el Poder Ejecutivo).
No es el objetivo de estas líneas profundizar en el armado de este tipo de operaciones sino abrir una pregunta: ¿Cómo defendemos nuestro oficio, el de periodistas, frente a estos impostores que tanto daño hacen y le hacen? ¿Cómo advertir al lector, al oyente, al televidente para evitar que sea – él también – víctima de estas operaciones que buscan confundirlo para manipularlo?
De un lado están las investigaciones reales, las de los periodistas que dignifican el oficio; del otro hay operaciones perversas destinadas a engañar perpetradas por impostores disfrazados de periodistas.
Denunciar estas últimas y desmontarlas para revelar su verdadera naturaleza es un desafío que no se puede soslayar.
Tal vez así se haga realidad lo que – en un obsceno fallido – dijo Luis Majul en su programa: “Si caigo yo, caemos todos”.
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