Fue un lúcido ensayista que no rehuía las vicisitudes de la práctica, lo que lo llevó a ser secretario de Cultura durante la presidencia de Néstor Kirchner. En esta entrevista, José Nun habla de su gestión, de cómo articular los desiguales espacios culturales de la Argentina, de qué puede hacer el Estado en ese terreno para equiparar espacios y oportunidades y comenta con humor las críticas que recibía.
Es el único momento en que José Nun abandona el largo sofá en el que se ha sentado, enfrentado a una extensa mesa ratona en el que ha apoyado un celular y una serie de papeles que al principio consulta y que después quedarán a un lado. Tiene que dar unos cuantos pasos porque su despacho en la Secretaría de Cultura es enorme y los cuadros que cuelgan bajo los altos techos no desentonan, al menos en lo que a tamaño se refiere. Llega hasta el único mueble pequeño, una biblioteca, idéntica a las que se entregan con cada vivienda social, gracias a una iniciativa de su gestión. Muestra el mueble, y el gesto revela dos cosas: por un lado, el orgullo que le produce esa iniciativa: “Raúl Castro me pidió permiso para copiar el plan en Cuba y se está implementando hace un tiempo en Chile”. Por el otro lado que, al tratarse de libros, revela algo que el Secretario no explicita: su idea de que la cultura debe colaborar para producir ciudadanía y en esto el libro cumple un rol fundamental. Un concepto que atravesará toda la charla, que empieza con un gesto defensivo de Nun cuando debe responder si están justificadas las quejas de la gente del interior por la falta de acceso a ciertos bienes de la cultura y a la falta de repercusión de aquello que se produce más allá de la Capital Federal:
-Tienen razón en general, pero son injustos si protestan contra esta gestión. Me podrán criticar por feo pero no por no ser federal. No ha habido una gestión tan orientada al trabajo federal como la nuestra. Cuando asumí el cargo, me enteré con gran sorpresa que, en términos promedio, en la Capital Federal, se invierten en cultura per capita entre 90 y 100 pesos por año, seguramente esa cifra debe haber sufrido alguna variación, pero no en la comparación. En el resto del país el gasto es de 30 pesos. Y eso sin discriminar entre provincias y entre pequeñas localidades y grandes ciudades. Esa diferencia es impactante y fue lo que me llevó a concentrar el 85 por ciento del presupuesto en el interior del país. Esto asume dos formas principales. Primero, el acceso a la cultura, con múltiples programas, le llevamos la cultura a la gente. Y en segundo lugar, fomentar la creatividad y apoyar la actividad de los artistas o aspirantes de artistas de todo el país. Este programa tiene un costo político para el funcionario que lo implemente, porque parece que no se ve. Y hay quien me dice que no hacemos nada.
Se toma un respiro y alude al actor Luis Brandoni: “Anda diciendo por ahí que no hacemos nada. Será que no hacemos lo que él pretendería: estrenar una obra tras otra en el teatro Alvear.”
-¿Lo molestan estas críticas?
-No mucho. Porque aparte esas protestas están empezando a revertirse, pues empiezan a llegar los ecos del trabajo de la Secretaría, las presentaciones de las orquestas, el trabajo con los museos. Por otro lado, hemos intensificado los programas que nos permiten traer cosas a la Capital, para revertir el camino habitual. Además en el terreno de la plástica, mandamos curadores de una provincia a otra para que cada uno, en un lugar que no conoce, seleccione las obras. La muestra que surge de esa selección se exhibe en esa provincia, después se la lleva de gira por otros lugares del país. Y después llegan a la Capital y se exhiben en el Fondo Nacional de las Artes. Algo parecido hicimos con artesanos de las provincias patagónicas. Se hizo una muestra en Chubut y la trajimos por cuatro días al Correo Central donde se hizo un desfile con chicas de la zona, que no eran modelos profesionales. La única profesional era la que dirigió toda la actividad. Fue un éxito estruendoso.
Nun exhibe cifras: 4.000 obras realizadas por chicos de comunidades indígenas del Impenetrable del Chaco a los que se les han enseñado técnicas de grabado. Diez orquestas sinfónicas que se transformaron en 56, 300 profesores de música, el proyecto de que las orquestas se multipliquen por seis o siete. 70.000 bibliotecas entregadas. 30.000 kilómetros recorridos por el programa Argentina de Punta a Punta, por 90 localidades de 20 provincias. Justifica tanta mención de cifras con una definición: “Una política cultural es una política permanente”. Y cuesta detenerlo, aunque nunca deja de ser amable.
¿No se corre el riesgo de que esa política permanente genere estímulos que después, al no encontrar cauce, desemboquen en una frustración? Que un chico quiera ser historietista y no pueda acceder, por ejemplo, a los libros del Corto Maltés.
La respuesta también son cifras. Las dos mil bibliotecas que reúne la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP). “Y si el libro no está, se lo enviamos”. Otra vez los números: 24 bibliomóviles “vehículos especialmente preparados, que llegan a un lugar para que la gente pueda retirar los libros que quiera mientras el bibliomóvil permanece en su ciudad”.
Sin embargo, la exhibición de cifras no detiene el impulso de abrir el juego en múltiples direcciones: “El programa Argentina de Punta a Punta por Mar. Se lo propuse al almirante Lombardo, porque al fin y al cabo tenemos una costa bastante dilatada”. Y: “Desarrollar la conciencia de la importancia del agua, con una muestra que empieza en el Borges, con el apoyo de un agua mineral que después va a recorrer el país”.
La asociación de ideas se detiene en otro de los orgullos de Nun: Los café Cultura Nación, a los que define más que nada ideológicamente: “Espacios donde la gente pueda conversar, donde el otro no sea visto como un enemigo. A algún sitio del interior llega una personalidad de la cultura, da una charla de veinte minutos, el resto del tiempo se emplea en diálogo. Con Osvaldo Bayer eran las tres de la mañana y la charla seguía. Rodolfo Mederos cuenta historias de su vida y da después un pequeño recital. De los mismos asistentes surgió la idea de hacer algo para los chicos y así nacieron los chocolates Cultura Nación y mandamos narradores, clowns. La experiencia se trasladó a en las cárceles, a las fuerzas armadas.”
-Esos esfuerzos conviven con una industria cultural que está asentada en Buenos Aires. Aquí se hacen los diarios nacionales, están las emisoras más importantes de radio, las principales editoriales. ¿Cuál es la relación con esa industria? ¿De asociación, de confrontación?
No puedo sino oponer otras tendencias a esa tendencia que es real. Creo que hemos avanzado mucho. Hicimos un programa de televisión que ahora está circulando que se llama “Fronteras argentinas”, a manos de los mejores directores. Lo de la cabeza de Goliat es un dato de la realidad, que estamos tratando de cambiar en la medida de nuestras posibilidades. Se puede cambiar llevando adelante políticas alternativas. Una de las tareas de la subsecretaría de industrias culturales es precisamente fomentar el desarrollo de editoriales, de sellos discográficos y similares en el interior del país. Con microemprendimientos que suelen tomar forma de cooperativas, consiguiéndoles créditos blandos o subsidios para que puedan llevar adelante su trabajo, facilitándoles la difusión y la comercialización tanto en el país como en el extranjero. Es nuestra posibilidad de no ceder ante ciertas limitaciones que tienen que ver con la historia y las realidades del país.
La cultura que se genera en Buenos Aires es considerada nacional y mucha de la que se produce en las provincias es limitada a lo regional….
Estamos tratando de que sea cada vez menos así. Es una vieja tradición del país unitario. Buenos Aires es para la Argentina lo que París para los franceses o Londres para los ingleses. A diferencia de lo que ocurre en Canadá o en Brasil, donde hay más de un polo cultural. Acá heredamos una historia. El hecho de que no haya presidentes porteños, demuestra que nuestros mandatarios ha sido gente que tuvo que venir a hacer política a Buenos Aires.
-Muchos consideran que los productos del interior están inmovilizados, atados a una tradición, que rechazan la idea de innovación.
A veces la mirada del forastero se queda en lo aparente. Hay mucha gente que va a un lugar y dice: aquí se pasan la vida haciendo las mismas artesanías. Pero es una percepción equivocada y que ignora la variedad de la producción de ese lugar. Lo que pasa es que el comerciante exige un determinado tipo de artesanías que son las que supone que se venden mejor. El mercado exige que se siga haciendo lo mismo. Lo que los antropólogos llaman cultura de aeropuerto, que son los tipos de productos que se compran antes de subir al avión. Hay en este momento un florecimiento de la música, del arte en el interior del país que maravilla. Lo que falta es difusión.
Las cifras dan finalmente lugar a la teoría. Nun se toma un momento y compara a una cultura con una península, “tiene una mitad de su territorio enclavado en tierra firme, es algo que tiene que ver con sus tradiciones, con sus costumbres, la otra parte se conecta con el mar, con el afuera. Esto, en realidad, hace que ninguna de las dos partes pueda permanecer inmóvil, porque la parte que entra al mar precisa de la parte que está en tierra, que a su vez recibe cosas que llegan desde el agua. La gente del interior mira la tele, escucha la radio, se producen estas mezclas extrañas que, por supuesto, no siempre dan buenos resultados, pero no percibo una inmovilidad ni siquiera en casos extremos. Aún en los lugares más alejados se producen estos choques culturales lo que me da una imagen de país menos estático que lo que sugiere la pregunta. El cerrarse a ciertas expresiones culturales no es algo que suceda sólo en el interior sino también en Buenos Aires.”
–Usted parece darle mucha importancia al libro.
Argentina pasó del primer lugar al cuarto en lectura de libros en América Latina. No pasaron sin consecuencia tantos años de oscuridad, más la televisión, Internet, y los juegos audiovisuales. Cuando regalamos libros el objetivo es despertar interés en un objeto que cuando se lo consume puede fascinar. Y que es muy distinto a los otros medios porque permite una distancia crítica que no permite la televisión. Hay que hacer un enorme esfuerzo para que los maestros lean. Pero si hoy un tercio de los maestros está por debajo de la línea de pobreza, hay que hacerse cargo de que el barco está dañado. Hay que reparar el daño y también cambiar el rumbo del barco.