Hoy está en primera fila para convertirse en candidato a gobernador de Buenos Aires. Y desde allí y desde su pasado en el ministerio de Economía, recorre su paso por la academia, sus primeras militancias, su visión del macrismo, la corrupción y el papel de los medios hoy y durante su gestión.

Cuánto gas lacrimógeno chupó Axel Kicillof en su vida?

– Muchísimo. Muchísimo. Con cortes de calles, manifestaciones. Y de ese 2001 no te quiero contar detalles, pero estuve ahí mismo, en el Obelisco, en las calles del microcentro y del Congreso, el 19 y el 20 de diciembre.

-¿Tiraste piedras?

-La masa tiró piedras, yo era parte de la masa. [Risas.]

-La culpa es de la masa.

– Y bueno, era un clima raro. Cuento una anécdota personal. Mi mamá, sus amigas, estaban todas interesadas en política, pero no militaban activamente. La noche del 19 de diciembre de 2001 hablo con mi mamá, y me cuenta que ella y sus amigas estaban yendo con la multitud creo que a la casa de Cavallo. Estaban volteando un gobierno, no sé si sabiéndolo o no, pero esos son los hechos sociales difíciles de prever, así como es difícil comprender qué hace que cambie la postura o la actitud de muchas personas frente a la política. Me refiero a que hay situaciones en que el hecho histórico, social, afecta subjetivamente a las personas, toca algo de su subjetividad y las lleva a hacer cosas que antes no imaginaban. Hay un libro de Freud que se llama Psicología de las masas y análisis del yo, escrito en una época en que la pregunta era cómo podía ser que gente que hasta un tiempo atrás era tranquila o no era tan irascible terminara participando de fenómenos sociales muy cruentos.

-¿Eso explica el macrismo también? Gente que hasta ayer era buena y de pronto se vuelve xenófoba, racista…

-Pero si vos eras bueno y ahora sos macrista, ¿qué te pasó?”. [Risas.]

 

-No sé si macrista, pero ahora defienden el tiro por la espalda, el despido de los estatales, expulsar a los extranjeros.

– Sí, es algo que pasa en toda América Latina. En buena medida, se lo atribuyo –habiendo sido ministro de Economía no puede ser de otra manera– a situaciones económicas, a climas económicos. Pienso sobre eso y tengo ideas, hipótesis. Es cierto que hay climas de época que transforman a la gente, a veces en figuras bárbaras y a veces en figuras horribles. Después de la crisis de 2008, la situación de la economía mundial y latinoamericana cambió: la crisis creó mucha incertidumbre, se volvió a instalar el miedo a perder cosas que hasta hace poco considerabas seguras. Y eso generó reacciones, sobre todo en quienes estaban menos atentos a los procesos políticos, con todo derecho. Pensás que te vas a quedar sin laburo, que todo se cae y en esa situación hay gente que se vuelve muy conservadora. Es una reacción defensiva: a un tipo que tiene la angustia de que puede perder el laburo, pero no tiene una explicación muy clara de por qué pasa todo esto, quizás viene alguien y le da una respuesta fácil: “Te lo quiere quitar un inmigrante”, y entonces piensa: “Fuera los inmigrantes”. ¿Adónde puede llevar eso? La reacción defensiva es que el tipo piense: “Ataque zombi”. Hay una serie que se llama The walking dead, en que un tipo mata a otro que era su amigo, pero apareció como zombi y amenazó con matarlo a él.

-Está deshumanizado el zombi, antes que nada, que es lo mismo que se hace con el inmigrante.

-Estoy exagerando un poco, pero sí digo que hay hechos sociales que se han visto como reacciones en este sentido. En Francia, un montón de gente salió a la calle pidiendo por una mejora del salario mínimo, por mejores condiciones de vida y está bien, porque en Europa hace mucho tiempo que está instalado el neoliberalismo ajustador, que está dejando a muchas personas sin derechos en sociedades que habían avanzado mucho. Se desarticula el Estado de Bienestar, y se las deja sin salud, sin educación, sin universidad, sin becas, sin trabajo, sin casa, sin sueldo, y esa gente reaccionó. Puede parecer una lectura superficial, pero no es incorrecta. Con esa misma furia, en Europa, algunos grupos pueden salir a pelearse con los inmigrantes, porque no se sabe de dónde viene la trompada, y eso lleva a equivocaciones sociales e históricas trágicas cuando todo tiende a lo reaccionario, a defenderte vos y pisarle la cabeza y acuchillar al otro. No a luchar por tus derechos y los del otro, sino a poner los tuyos por sobre los del otro.

-Ahora la derecha aprovecha eso y da la explicación sencilla, fácil de digerir: en la Argentina, por ejemplo, la culpa es de los inmigrantes, de los docentes, de los militantes, de los kirchneristas, de toda la oposición. ¿Cómo se hace para darle a la gente una explicación un poco más sofisticada, y más difícil de entender?

– Cuando la tenés. Porque también son fenómenos muy vertiginosos, dinámicos, cambiantes. Yo, que vengo de la universidad y de la investigación, diría: “Dame cinco años para comprender lo que pasó en Brasil con Bolsonaro”, pero hay que actuar hoy. Me contaba alguien que estuvo en Río de Janeiro hace unos meses que cuando un helicóptero con gente armada sobrevolaba la playa, algunas personas lo vivaban. Hasta que les den un tiro a ellos. Sin duda, la sociedad busca explicaciones, y ha pasado históricamente que la posición más conservadora, reaccionaria, xenófoba, tiene respuestas rápidas. ¿Cómo les das otras respuestas? Creo que tiene algo que ver con el fenómeno de Twitter, la televisión, los tiempos. A veces esas respuestas alternativas son complejas, contienen más interrogantes que respuestas, quizás la respuesta aparece en forma de reflexión, de una invitación no a solucionarlo sino, al revés, a problematizarlo. Y la mayoría de la gente no quiere más problemas.

-Y además ahí cae el rating. Vos vas a la televisión, intentás problematizar y reflexionar, y al lado tuyo hay uno de derecha que dice: “Muerte, muerte”.

– Te agarra el pelotón de fusilamiento del programa Intratables; vos tratás de hablar y empiezan a los tiros: “Pero vos, pero ustedes, pero yo vi un caso, vos, Kicillof, cuando estabas ahí…”. Y no, no hay mucho tiempo para la reflexión, hay que dar una respuesta. La respuesta “hay que meter bala” es sencilla y da rating, pero esa televisión expresa fenómenos sociales, y cuando uno lo empieza a ver a escala planetaria… Creo que lo de Trump tiene algo de eso, de la antipolítica, de las soluciones rápidas, del tipo exitoso en la actividad privada que se presenta como alguien que puede solucionarlo todo. Acá, por suerte, no se dio de una manera tan definida ni tan aguda en 2015, porque no fue un año de crisis, de desesperación; la gente podía comer…

-Había una crisis, Axel, estaba latente, vos no la viste. [Risas.]

-Sí, la bautizaron la “crisis asintomática”. [Risas.] Trataron de instalar que había una crisis en 2015, pero no pudieron; para hacerlo en 2016, como ya no estaba, dijeron: “Evitamos una crisis”. En ese marco, de una forma distinta, es- tuvo presente ese pensamiento de “vamos a solucionar todo rapidito y vamos a parar la inflación, a subir los salarios, a subir las jubilaciones, a dar más salud, más educación”, más de todo lo bueno, menos de todo lo malo que podía haber en ese momento. Macri dijo: “Yo no vengo a hacer un ajuste”. Hubo mucha mentira. A mí me parece que la Argentina afortunadamente ya tuvo su neoliberalismo, su antipolítica: es Macri. Lo que en Brasil es Bolsonaro… No es que Macri sea Bolsonaro, porque las diferencias son notorias, pero sí vienen, para mí, por el mismo lado: dar respuestas rápidas, punitivistas, xenófobas, neoliberales…

-Ahistóricas.

-Ahistóricas. Todo eso junto. En esa familia política está Macri también. Respuestas espectaculares, sencillas, paternalistas, paradójicamente también muy clientelistas y populistas; todo eso junto, con una derecha que fracasó. La sociedad argentina hoy está viendo el fracaso de esas cosas. Creo que la sociedad no va a pedir un Bolsonaro, porque eso aquí sería la combinación Macri-Patricia Bullrich-Sturzenegger. O sea, un empresario, la antipolítica, neoliberales en el gobierno.

-Bolsonaro tiene un ministro de Economía muy similar.

-Muy liberal. Me parece que hoy estamos viendo el fracaso de esa experiencia, el fracaso de Macri. En ese sentido, vamos un paso adelante. A pesar del marketing político, algo del accionar antidemocrático de Macri se está poniendo en evidencia, como sucedió con el fallo del 2×1, con el que tuvo que dar marcha atrás, o cuando aparecen fotos de funcionarios de Macri operando en la Corte Suprema a la vista de todos. El problema es que los medios de comunicación dominantes le perdonan todas, le ocultan todas; si en nuestro gobierno el día antes de un fallo importante aparecía el ministro de Justicia sentado con un juez de la Corte, nos mataban. Y la respuesta que dan ellos es: “Sí, pero nos reunimos a hablar de otra cosa”. Yo creo que Garavano y Highton de Nolasco se reunieron a hablar del pan dulce de Navidad, de cómo hay que cocinar el pavo… justo antes del fallo de las jubilaciones. Me parece que no se necesita dar demasiadas pruebas del desprecio por la democracia que le veo a este gobierno. Es al revés: Macri debería decirnos cuándo se volvió un demócrata, no yo explicar que no tiene mucho cariño ni mucho respeto por las instituciones democráticas. Porque, antes de entrar en política y de tener que censurar sus propias opiniones, a Macri lo hemos visto infinidad de veces opinando positivamente sobre los gobiernos militares. Si hay algo que lesiona la democracia es mentir con alevosía para ganar una elección, porque la democracia representativa tiene como punto de apoyo principal la posibilidad de elegir entre diferentes alternativas. Lo que no contempla es que existan candidatos que están coucheados, marketineados y preparados para decir cualquier mentira o prometer cualquier cosa que saben que no van a cumplir. Han convertido la democracia en un acto de publicidad de shampoo; después si vos usás el shampoo y está hecho de arena y cal capaz que no lo comprás de nuevo, pero ya te lo vendieron, es tarde, ya lo pagaste. Creo que en este gobierno hay una visión espantosa de la democracia y me parece que la sociedad ha detectado que hubo una estafa. Pienso que en la próxima elección lo que va a pedir es algo más genuino, como ya muestran las encuestas, y yo lo he escuchado en la calle: “A mí no me gustaba el kirchnerismo pero ustedes dicen lo que piensan, van y hacen eso”. Creo que se va a valorar un poco más esta coherencia, aun si no te encanta el hecho de que haya gente más ideológica, en el sentido de gente que tiene ciertas convicciones y, como decía Néstor, no las va a dejar en la puerta de la Casa Rosada. Esas convicciones pueden funcionar mejor o peor, pero sos fiel a ellas. Y voy a sostener esto, aunque no me acompañe nadie: creo que hay que volver a lo más genuino y sacarse de encima el marketing, porque el que se quemó con leche ve a Macri y llora.

-Vos sos marxista, te formaste en el marxismo, hiciste una tesis sobre Keynes, que es otra línea dentro de la economía, ¿en qué momento pasaste de pensar que los límites de la acción eran el capitalismo a encontrar los límites de la acción concretos? “Yo quiero hacer esto, pero no puedo porque tengo este poder acá, ese otro allá”.

-A mí me parece que la teoría económica, social y política de Marx es valiosísima. Por eso nunca milité, ni siquiera de chico, en una agrupación marxista. No digo esto para sacarme de encima una acusación, pero mi práctica política nunca fue en organizaciones de las que se dicen marxistas bajo su forma más leninista o trotskista. Siempre armé otras cosas y siempre con la misma convicción: esa teoría económica era central para comprender la sociedad, pero no para transformarla efectivamente en lo inmediato, sobre todo en América Latina. Por los menos las formas tradicionales de las organizaciones políticas marxistas se dedican a hacer una revolución que de momento no ha llegado. Siempre me peleé y discutí con los que militaban en el PO o en el PTS, porque yo no estoy de acuerdo con esa forma de acción ni de organización política, ni con su vinculación con la sociedad. No me interesó militar para provocar la revolución socialista y que se reemplace el capitalismo en la Argentina. Siempre mi militancia fue más sobre lo concreto, sobre las formas de vida, las situaciones y condiciones que estaba atravesando nuestra sociedad, para transformarlas.

Foto: Horacio Paone

-¿Y ahí te encontraste con el peronismo?

– Se podría decir que el peronismo se dedicó siempre a eso. Yo militaba con los estudiantes para que no arancelaran la universidad. Desde el punto de vista de algunos grupos marxistas, eso es una ridiculez; ese marxismo piensa que hay que cambiar todo el sistema antes de poder mejorar alguna de sus partes. No estoy de acuerdo con eso y tuve discusiones grandes y antológicas, al menos para mi vida personal, con dirigentes importantes de esos partidos políticos y agrupaciones, porque yo les decía: “Voy a trabajar toda la vida para que el estudiante después milite en el gremio docente, gane un poco más, viva mejor”. Si el camino de la transformación radical o más de fondo requiere no ocuparse de las condiciones actuales, yo no estoy de acuerdo, no lo voy a hacer.

– ¿Pero eras gorila?

– No, nunca fui gorila. Lo digo con orgullo. Yo tenía otra jaula en ese zoológico. Nunca fui gorila porque siempre simpaticé con algunas modalidades y algunas orientaciones del peronismo. El peronismo también es muy amplio, yo milité muy fuerte contra el menemismo. El peronismo neoliberal no me gusta. Siempre me interesaron mucho las figuras de Perón, de Evita, las estudié, a tal punto que, sin decirme peronista, en ese entonces me fascinaban un poco. Lo tengo escrito mucho antes de esta época, en momentos en que me valió alguna que otra discusión. Mi opinión era que el peronismo expresó siempre el avance de los trabajadores y fue un enorme creador de clase media. Esa particularidad de la Argentina de tener una clase media, como no tiene el resto de los países de América Latina, yo la vinculaba al peronismo. Paradójicamente, porque el peronismo parece no ser un partido de clase media y cosecha bastante antipatía en muchos de sus miembros. Qué paradoja que la clase media sea hija del peronismo, y sin embargo, lo odie tal vez de una forma un poco adolescente. Mis inquietudes vienen por ahí. También llegué al peronismo cuando me empecé a preguntar cómo el Estado podía actuar como instrumento para mejorar la situación de los trabajadores, de los profesionales, de los pequeños empresarios en la Argentina, y eso también es clase media hija del peronismo. La pyme es hija del peronismo. A la pyme nacional, que produce para el mercado interno, el liberalismo la funde, siempre la ha fundido, como también ha matado a los profesionales, a los trabajadores calificados. Todo lo que el peronismo crea, después el liberalismo lo viene a romper. Cuando me puse a analizar el papel del Estado me encontré con Keynes, porque eso no está en ninguna zona de la literatura marxista: cuál tiene que ser el papel del Estado para desarrollar una economía.

– El marxismo dice que eso es para contener al comunismo.

– Claro. Y Keynes se pelea con el marxismo. Pero toda esa discusión es de países centrales, de países desarrollados; Es de ricos. En América Latina, tenemos urgencias más claras y que necesitan tal vez servirse de un popurrí teórico.

-¿Te agarraste a piñas por política?

– No mucho, porque no es mi estilo, pero en la universidad me agarró una patota y me cagó a trompadas. Puede cotizar como que me agarré a piñas por política.

– Una patota de radicales, ¿no?

– Sí, de radicales.

– Pusiste la cara para agarrarte a piñas…

– No, forcejeé lo más que pude, pero eran como diez y yo solo estaba con quien era mi novia en ese momento, que también salió lastimada.

-¿En Diputados estás más cerca de agarrarte a piñas o por ahí con algún macrista tenés buena onda?

– Nunca creí que la cuestión política deba llevarse a un plano personal. En eso voy un poco contra la corriente. Con las personas que sostienen posiciones con las que disiento y pienso que son muy dañinas, en general no tengo un problema personal y suelo tener buen trato. En cambio, cuando lo que sostienen es una posición política reaccionaria o persecutoria o machista, ahí sí la cosa pasa a un plano más personal. Por ejemplo, el que defiende a los milicos o a los femicidas. Esa posición política habla de una cuestión personal y me costaría mucho no llevarla a ese plano. Pero con un tipo muy liberal, aunque sea indiferente a la situación en que viven millones y millones de personas, y aunque creo que esa es una posición política muy jodida, no lo tomo como algo personal, lo veo como parte de un movimiento. En la Cámara, mi actitud toma cosas prestadas de las asambleas de la universidad. Cuando alguien empieza a decir auténticas barbaridades, yo le grito. Yo le grito. No lo puedo contener. Escucho las mentiras o las faltas de respeto que se están diciendo y que son muy gruesas…

– ¿Te saca?

– No sé, es una actitud que traigo de mi época de militante universitario y de sindicato docente. Creo que cuando se están discutiendo cosas importantes, le da más seriedad que haya un poco de reacción. Incluso es la forma habitual en el Parlamento británico, por ejemplo. No puede ser que un tipo hable, diga una barbaridad, cualquier cosa, incluso una estupidez, y que nadie reaccione. Y eso es más de la Cámara de Diputados tal vez que del Senado. Pero bueno, yo grito. Después te llaman al orden y voy al orden. [Risas.]

-Eso tiene que ver con tu look descontracturado? Me imagino que muchas veces vos entrabas en remera representando al Estado a una asamblea de CEO. ¿Nunca se te ocurrió pensar: “Me voy a poner una corbata” o al revés: “Yo voy a provocar así, porque yo soy esto”?

– Mirá, como ministro vestía camisa y traje, porque consideraba que la remera era un poco un exceso, y se armó un quilombo por la ausencia de corbata, por el fetiche de la corbata. “El ministro no usa corbata”, “Fue al G20 sin corbata”, “Se reunió con el FMI sin corbata”. Cuando el macrismo llegó al gobierno, todos los que decían eso también dejaron de usar corbata. Lo deben haber hecho por cuestiones de marketing, deben haber hecho un focus group. De algún modo lo impuse, se impuso. No sé qué pero me perturba, y ahora me dan ganas de ponerme corbata para joderlos nomás. [Risas.]

  ¿Tu mujer te dice que sos machirulo?

-: No, para nada. Lo hemos hablado. Lo que me critica es que, como figura pública, me cuesta articular en el discurso lo que pienso y sostengo en el plano de la vida privada, en mi relación real con las mujeres de mi familia, de mi trabajo, de la política. “Entonces hablá sobre la base de esas convicciones íntimas”, me dice. Pero a mí no me gusta hablar de mi vida privada, de mis cosas, no me gusta hacerlas públicas. Ella considera que puedo acompañar lo que hoy se llama “feminismo” y trabajar más en esa dirección. Pero me resulta difícil, a veces, articularlo en mi discurso político, que tiende siempre a partir de ciertas premisas teóricas; aún me falta trabajar mejor la articulación entre política y feminismo, y mucho más entre mi propia acción política y el feminismo. Eso es parte, creo, de la deconstrucción que uno debe hacer, de la revisión del propio andamiaje teórico e ideológico. Por otro lado, es un tema en el que hay un liderazgo importante ganado por las mujeres, y uno no puede pretender ponerse a la cabeza…

…del feminismo.

-Es impostado, exagerado y hasta oportunista. Cuando a Macri lo llamaron “el feminista menos pensado”, eso te habla de…

…un focus group.

– Mucho focus group.

 

– ¿Hubo corruptos kirchneristas?

– Y sí, los hemos visto… Y ahí fallaron los mecanismos de control. Algunos me dicen: “De vos se dice que no robaste nada, pero participaste de un gobierno corrupto”. Yo les digo: “Imaginate que vos decís que yo soy honesto y participé de un gobierno corrupto, pero fui el ministro de Economía de ese gobierno, manejaba toda la plata. Justo el que decís que es honesto manejaba toda la plata… Qué gobierno tonto, que era para vos una gran asociación ilícita pero el que manejaba la plata era el más honesto”. ¿Qué estaba pasando? Me parece que hubo un discurso muy enredado, que trataron de armar algo sobre eso.

¿Te da bronca cuando ves un bolso que revolean o aparecen los cuadernos?

-La verdad es que se habló mucho de esas imágenes, aunque nunca se vio revolear un bolso ni se vio un cuaderno, porque supuestamente los quemaron. Pero, independiente- mente de eso, me da bronca que en nuestro movimiento alguien pueda haber metido la mano en la lata, aunque lo haya hecho en un barrio, en un comedor. Nuestro movimiento es inmenso, y hay montones de funcionarios públicos, o sea que estadísticamente puede haber corruptos. Y si alguien tiene esa inclinación o ese deseo, y se juntó con nosotros para hacer eso, es tremendo. Yo no lo permitiría de ninguna manera, pero para no permitirlo tenés que descubrirlo, y si el que está buscando corrupción en nuestro gobierno es el diario Clarín, yo no le creo a Clarín. Lo que necesitamos es un Poder Judicial que sea efectivo en eso y además lo preventivo está fallando. Si la Oficina Anticorrupción, que tiene el papel de buscar funcionarios públicos corruptos, falló en nuestro gobierno, ahora la convirtieron en un instrumento de persecución de todos los opositores. Debería llamarse OAO: Oficina Anticorrupción de Otros que no sean del gobierno de Macri, que es lo contrario de lo que tiene que hacer. Porque vos fijate que la función de la OA es buscar corrupción en el gobierno de turno, no en el anterior. La han convertido en una especie de oficina de autopsias del gobierno anterior, bastante inconducente porque no encuentran nada, no pueden, y yo sé y me consta que muchos de los grandes casos de corrupción que armaron sobre nuestro gobierno son truchos. Son armados mediáticos.

-¿Vas a volver? ¿Vas a intentar ser de nuevo ministro de Economía? Sos joven, si te lo proponés por ahí podés lograrlo. O gobernador.

-No tengo miedo a grandes responsabilidades, porque además siempre fui en lo personal un poco arriesgado. Tengo alguna debilidad: me gustan los desafíos. Me parece que hay una situación compleja en la que puedo aportar. Pero no necesito ser ministro, con tal de que se me escuche. Creo que dentro de nuestro movimiento, dentro de la política argentina, tengo una voz que se escucha. Me he ganado el respeto de muchísimos compañeros, porque yo participo de debates entre economistas del campo popular, los que son mi grupo, mis compañeros, con quienes discutimos de igual a igual. No necesito ser “yo, yo, yo”. Hoy el problema de la unidad se podría resumir en que hay muchos tipos que dicen “yo, yo, yo”. Tendrían que largar el “yo yo” y participar de un equipo, ponerse la camiseta de un equipo, y otros agarrar el balero y dedicarse a jugar solitos. Pero “yo, yo, yo” no es lo mío, me parece que no sirve, que es contraproducente.

En mi experiencia política, creo que al hecho de que yo llegara a desempeñar algunos cargos de mucha responsabilidad justamente contribuyó que se notara que yo no estaba a los tiros para ganar ese lugar, no estaba dispuesto a pisar cabezas, ni a operar en los diarios contra compañeros, ni a hacer canibalismo entre nosotros para llegar. Los que me conocen saben que no soy así. Sí quiero tener un lugar, porque me parece que puedo aportar. Con todo el grupo que me acompañó en la gestión y con el que venimos haciendo política desde hace veinte años, mi grupo político más cercano –más allá de los compañeros de la política nacional a los que conozco también hace un montón y con los que tengo muchísima confianza–, hacemos política desde cualquier lado: desde una cátedra universitaria, desde un centro de investigación, desde el Estado, desde el Congreso de la Nación. Me parece que esa actitud dentro del kirchnerismo, del peronismo, se está valorando mucho. Todo el mundo se da cuenta de que el gobierno que viene a partir de 2019 va a ser difícil y que necesitamos a los mejores aportando ideas, a los mejores gestionándolas y a los mejores comunicándolas. En todo eso yo espero, y quiero, desempeñar un papel. ¿Cuál? El que más ayude, el que más aporte. Hay compañeros que están en una postura autorreivindicativa, en la queja y en la posición de “no me valoran lo suficiente”, “yo soy genial pero nadie me lo reconoce”, “todo lo que yo hice y hoy no me valoran”. Me parece una boludez. Sobre este punto voy a hablar de mí y de mi pr pio aprendizaje. No hay nada más ingrato que la academia. Hice mi tesis doctoral, me la calificaron con un diez, en un marco en que yo era heterodoxo, no era de la corriente principal. Me la valoraron propios y ajenos; algunos jurados no estaban de acuerdo, pero dijeron que era un buen laburo de investigación…

Foto: Claudia Conteris

-Te gustó.

– Me gustó. Y me la han valorado otros. Pero la academia es muy ingrata, muy guacha. Vos publicás tu tesis, está bárbara y después no pasa nada. No pasa nada. Y entre colegas en el ámbito académico hay celos, hay miserias, como en todos lados. Entonces ahí es donde todo intelectual termina en una lucha consigo mismo. Yo aprendí que publicás un artículo, o das buenas clases, te tomás en serio tu trabajo, descubrís algo que te parece original… y todo eso es un mensaje en una botella, lo ponés ahí y a lo mejor llega…

-Siempre te quise preguntar esto: ¿un judío puede ser presidente en este país?

– Sí, claro, y trabajamos para eso. No hablo de mí. Me parece que estamos para eso, para que también se democratice el acceso a la política. Menem venía del islam, se bautizó y después puso en la Constitución algo que habría que valorarle o que se logró bajo su gobierno, que es sacar los requisitos de orientación religiosa para ser presidente. Me parece además que en la Argentina, si bien hay racismo, no alcanza los grados de otros países en los que el fenómeno es más radical. El racismo se ha ejercido más contra los pueblos originarios, los que de hecho ocupaban antes el territorio que hoy es la Argentina. Y también es cierto que ahora ves a gente con posturas xenófobas, contra la inmigración, que son nietos de inmigrantes. Flaco, ponete de acuerdo. Si los que estaban en ese momento hubieran aplicado la política que estás queriendo aplicar vos, que sos hijo o nieto de italiano, o tenés sangre gallega, o sangre judía, o sangre rusa no judía, en la Argentina quedaban diez tipos. A pesar de estas manifestaciones, que no veo mayo ritarias, creo que sí, que hay una madurez mayor, que es posible que alguien de origen judío sea presidente en la Argentina. Han aparecido brotes de xenofobia y siempre hay un reducto de antisemitismo latente, pero son difíciles de sostener y no son generalizados. En los últimos años, por suerte, se vienen cayendo muchos prejuicios.

Fragmento de una entrevista publicada en el libro Y ahora qué? Publicado por Siglo XXI.

¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?