La realidad de la Isla Maciel viene sufriendo el mismo deterioro que afecta a tantos otros lugares del país: menos trabajo, la falta de oportunidades, la droga, el desempleo y la creciente represiónl hambre, Estos son los temas que abarca Oliveira en el segundo tramo de este reportaje, donde habla de Macri, Néstor Kirchner y de su relación con el Papa Francisco.
–En algún momento, tras un tiempo de vivir en la Argentina, encontraste que varios preceptos cristianos estaban, de uno u otro modo, presentes en la doctrina del peronismo, ¿verdad?
–Sin dudas. Creo que el peronismo, si se vive en serio, tiene esas características que podrían resumirse en esa frase que decía Cristina: “La patria es el otro”. Desde luego, en cierto sentido, el peronismo es como la Iglesia: es un colectivo que incluye gente de todo el espectro posible, incluso corruptos. Aunque cabría acotar que quien es realmente peronista no puede ser corrupto porque, para usar una expresión cristiana, estaría pecando doblemente al serlo. En el neoliberal, la corrupción es entendible: piensa que está bien llevar su dinero a Panamá o a las Islas Caimán, e incluso no ve una contradicción entre ser ministro del gobierno y estar o haber estado organizando una compañía off shore. Pero, para quien se dice justicialista, ser corrupto es una contradicción, su foco debe ser la justicia social, tender su mano al otro, al débil, al desposeído. El año pasado, la Real Academia aceptó una nueva palabra: aporofobia, que significa “miedo al pobre”. El verdadero peronismo, con el que alguien como yo se siente identificado desde la doctrina social de la Iglesia, es aquel que lejos de tenerle miedo al pobre sabe que el pobre es su hermano y tiene sus mismos derechos. Desgraciadamente, ese miedo al pobre hoy está muy extendido, no solo entre las clases altas sino también entre aquellos de clase media y clase media baja que prefieren resignar derechos si eso les garantiza tener a los pobres a raya: “Que no vayan a veranear con nosotros a Mar del Plata, cómo van a tener auto, casa propia, computadoras…”. O, dicho textualmente por Macri: “¿Para qué necesitamos tantas universidades?”.
–¿Cómo resumirías tu experiencia en la Isla?
–En todos estos años, he podido ver la evolución de la realidad de la Isla y también, desgraciadamente, su degradación desde el 2015 hasta el presente. Se podrá decir que esta es una opinión subjetiva, pero también hay cosas que son objetivas: el barrio se inundaba totalmente en cuanto caían cuatro gotas. En ese entonces, tuve el impulso de hacer una misa en la vereda, con botas de goma, cuando llegara la siguiente lluvia y llamar a Crónica TV, pero era evidente que el presidente Néstor Kirchner estaba tratando de hacer las cosas de un modo diferente y me dije que había que darle tiempo. Hoy no nos inundamos por más agua que caiga, y eso no fue un milagro sino una gran obra de infraestructura hidráulica que se hizo aquí. Te habrás dado cuenta de que algunas de las escaleras mecánicas del puente que cruzaste para llegar no funcionan; pues bien, eso es así desde el 2015 para acá. Hace unos años, ese puente estaba completamente abandonado. Si no tomabas el bote y te arriesgabas a cruzarlo de noche, te jugabas la vida porque te podían robar, violar o matar, te podías caer porque la escalera mecánica era todavía de madera y casi no tenía peldaños. Lo hicieron a nuevo. Y además, las organizaciones de La Boca y de la Isla reclamamos que Vialidad Nacional no tercerizara la administración, la limpieza y la seguridad interna del puente; y Vialidad Nacional lo aceptó. Gracias a eso, 70 u 80 personas de nuestro barrio tienen allí un trabajo digno, relativamente bien remunerado y no tercerizado, ya que son trabajadores del Estado nacional. Digo que ese puente es, entre otras cosas, la imagen de una época en la que el Estado no miró solamente hacia Puerto Madero. Porque el puente, en su parte peatonal, solo sirve a los habitantes de la Isla; o a quienes, como los médicos o enfermeros, trabajan aquí en horarios determinados, o a quienes vienen de visita, como hoy vos. Porque la Isla no queda de paso hacia ningún otro lugar. Sin hablar de otras medidas que no se tomaron exclusivamente en relación con la Isla pero beneficiaron indudablemente a nuestros vecinos como, por ejemplo, la Asignación Universal por Hijo, que le dio un respiro a tanta gente. Por supuesto, a alguien que hubiese venido a la Isla en diciembre de 2015 y hubiera visitado la parte de la villa junto a las vías del tren, probablemente se le habría caído el alma a los pies, porque sin dudas no era una realidad feliz. Pero esa persona debería haber tenido en cuenta cómo era esta realidad antes del 2003. Con esto quiero decir: quedaba mucho por hacer, pero también se hizo mucho.
–¿Cuáles son los principales problemas que enfrenta hoy la gente que vive en la Isla?
–Lo que más se percibe es la falta de trabajo. Es muy notorio que mucha gente perdió el trabajo o ya no tiene las changas que antes abundaban. Hay muchísimo más cuentapropismo, que es otro indicador de la caída de oferta laboral. Si todo el mundo se pone un kiosco, esa salida tiene una vida muy corta. Antes teníamos a uno que vendía pan casero, ahora hay cinco vendiendo pan casero, rosquitas, bolitas, chipá… La otra cuestión es el aumento incesante de los precios, sobre todo en el rubro alimenticio, lo que afecta directamente a la gente de la Isla, que gasta casi todo su ingreso en comida. Nunca tuve ninguna esperanza en Macri, desde luego, ni me creí la “revolución de la alegría” de Cambiemos, pero ya tocar la Asignación Universal por Hijo y las pensiones por discapacidad como variables de ajuste para tapar el déficit fiscal… eso es pecado mortal. De modo que este año va ser realmente mucho más difícil. Nuestros comedores –que tienen mucha más ayuda que otros– ya no dan abasto. A veces, a los pibes les damos nada más que arroz y fideos. Desde luego, la vida es mucho más que comer, pero comer es mucho más que comer arroz y fideos. Y sobre todo, lo que hace más grave esta situación es la rotunda ausencia del Estado. Cuando el Estado se retira, el pibe que antes estaba contenido vuelve a la esquina y sobre todo carece de un rumbo, de una guía. Digamos, por ejemplo: drogas siempre ha habido y habrá, pero es distinto su impacto según el contexto. Yo tengo amigos que fuman marihuana todos los días pero tienen un proyecto de vida, trabajo, estudios y un montón de otras herramientas. Muy distinto es el contexto en el que se consume en nuestros barrios, donde además llega lo peor para destruir a nuestros pibes.
–En una entrevista anterior, decías que aquí en la Isla no llegaba el paco. ¿Sigue siendo así?
–Sí, pero cruzás el puente y del otro lado se consigue cualquier cosa. El tema de la droga es muy complejo, empezando por que lo maneja la policía. El que vende en el barrio, en definitiva, es el último orejón del tarro. Hoy se llevan a ese y enseguida aparecen otros. El problema no es la droga, es la falta de oportunidades. Como cura, lo que tengo que hacer es ayudar a los pibes a que tengan un proyecto de vida, a que tengan oportunidades. Eso no significa que no nos hayamos ocupado de la adicción en sí. Para ello, en el 2014, creamos el “Hogar de María”, donde funciona el Centro de Prevención de Adicciones, que trabajó conjuntamente con la Subsecretaría de Adicciones de la provincia y luego con el Sedronar, brindando atención sin turnos ni horarios, ofreciendo asistencia y asesoramiento al grupo familiar, alojando a los que están en proceso de recuperación, quienes son contenidos y estimulados con tareas formativas y recreativas.
–¿Percibís, como ocurre en otras partes de la provincia y del país, un incremento de la violencia en el accionar de la policía en la Isla?
–No puedo hablar de estadísticas porque no las tengo. Veo, sí, una cantidad de operativos mucho mayor. Y sin dudas es preocupante que el gobierno, lejos de establecer un marco legal para el accionar de las fuerzas de seguridad, se dedique a premiar a quienes matan por la espalda a jóvenes y chicos, como ha ocurrido recientemente con Chocobar. El mensaje de Patricia Bullrich, refrendado por Macri, es: “La policía es inocente hasta que se demuestre lo contrario”.
–Lo cual es difícil que ocurra si esa policía es la designada para investigarse a sí misma.
–Exacto. Los que entienden de este tema aseguran que es el peor momento desde el retorno de la democracia. Estamos teniendo más de un muerto por día a causa del gatillo fácil en el país. Hace un tiempo, apareció una chica esposada en la puerta de la parroquia pidiendo ayuda porque a su padre lo habían metido preso tras entrar en la casa y plantarle droga. A la chica la habían dejado libre, pero le precintaron las muñecas y le dijeron: “Andá a llorarle al cura a la parroquia”. Puedo poner las manos en el fuego por esa familia, sé que es prácticamente imposible que no les hayan plantado la droga. Desde la perspectiva del gobierno, todo esto es coherente porque un sistema que excluye a una gran parte de la población no es viable sin represión.
–Decías al comienzo que en cierto sentido es más fácil ser pastor aquí que en Puerto Madero. ¿Creés que la gente recibe el mensaje evangélico?
–Un cura en el barrio, si está por propia voluntad, alguna cosa hace. La gente te quiere, te valora, te acompaña. Desde luego, también hay algunos que me miran con recelo, como diciendo: “Vos sos kirchnerista”. Ahora bien, que me identifique con un determinado proceso histórico porque entiendo que es el que más nos acerca a esta voluntad de Dios de crear una fraternidad solidaria, no significa que me haya casado con un proyecto. Si ese proyecto se da vuelta, no lo seguiré acompañando. Lo que me define como cura es la Opción por los Pobres. Y eso, más que decirlo, hay que practicarlo. Creo que la gente lo percibe y lo respeta, más allá de que cuando, por ejemplo, rezamos en la misa por la libertad de Milagro Sala, quizá haya alguno a quien eso no le caiga del todo bien.
–Es de suponer. Para ganar las elecciones, este gobierno debió contar con muchos votos de los sectores más pobres.
–Aquí en particular, no tanto. El año pasado, casi el 80% de la gente votó a Cristina y a Jorge Ferraresi. Y, en el 2015, votaron a Scioli en esa misma proporción. Desde luego, hay un sector minoritario que aquí votó por este “cambio” y, desgraciadamente, desde mi punto de vista, todavía no están en condiciones de admitir que se equivocaron en contra de sus propios intereses.
–¿Cuál es tu opinión sobre el papel del Papa Francisco? ¿Hasta qué punto puede creerse en sus intenciones de democratizar la iglesia que dirige y en qué medida es sincera su postura en favor de los más pobres?
–Para el padre Pepe (Di Paola), Bergoglio no cambió, Francisco siempre fue un tipo sencillo y honestamente preocupado por los sectores más humildes. Reconozco que había en Bergoglio cosas que ahora pueden verse más claramente en Francisco. Pero, mientras fue arzobispo en la Argentina, yo no podía dejar de verlo como el jefe de la oposición al kirchnerismo, aunque más de una vez pensé si no sería más bien una estrategia de Clarín el mostrarlo como tal. También creo que había una cuestión de ego, digamos. Néstor era una figura fuerte y él también. Hoy está en otro ámbito, es una figura única, sin antagonistas. Tal vez su transformación, como dijo monseñor Romero refiriéndose a sí mismo, sea obra del Espíritu Santo. El caso es que, hoy en día, una de las voces más fuertes contra un mundo que celebra las bondades del mercado y no es productivo sino financiero es la suya, sin dudas. Además, él exhorta a los actores sociales, a las organizaciones de base a ser las que transformen las cosas: “No se queden en ser simples espectadores”, dice. En ese sentido, me parece que para nosotros hoy es una referencia muy importante. Es más, yo uso lo que en la Iglesia se llama el argumento de autoridad: cosas que antes decía como de mi propia cosecha, ahora puedo decirlas como palabras suyas. Ahora bien, estructuralmente, no hubo cambios. Y me temo que, después de Francisco, venga un Benedicto XVII y volvamos a una Iglesia cerrada y conservadora. Desde luego, como nos enseña la política, hay que tener en cuenta las correlaciones de fuerzas. Yo creo que Francisco está claramente en minoría. Al poco tiempo de que lo nombraran Papa, le envié un email agradeciéndole nuevamente por haber contribuido a que yo encontrase aquí mi lugar en el mundo, y me atreví a pedirle que haga un nuevo concilio Vaticano, un Vaticano III, donde los curas se puedan casar, las mujeres entren al clero y la institución sea en general más democrática; un poco en tono de broma, pero lo del Vaticano III era en serio. Sería ideal que hubiera otra renovación. El concilio Vaticano II planteó una realmente grande, pero en verdad no se llevó a la práctica. Desde luego, es muy complicado transformar instituciones tan cristalizadas y jerárquicas como la Iglesia católica, pero eso no quiere decir que no lo sigamos intentando.