Nació en Málaga pero eligió la Isla Maciel y sus realidades para llevar a la práctica su idea del Evangelio. Integrante de Opción por los pobres, fue poniendo su iglesia a favor de los que menos tienen, lo que le valió que el gobierno le soltara la mano pero, incansable, ha logrado mantener en pie un sistema de microcréditos, una fundación y hasta una escuela de Circo.

Aunque nunca lo fue, Maciel continúa hoy pareciendo una isla. Considerado como tal por ser un barrio de Dock Sud separado físicamente del resto de Avellaneda –a cuyo partido pertenece– por el arroyo Maciel, y del tradicional barrio de La Boca por el Riachuelo, el parcial entubamiento del arroyo y, sobre todo, la restauración del paso peatonal del Puente Avellaneda llevada a cabo durante los últimos años de la gestión de Cristina Fernández de Kirchner, ese rincón geográfico continúa virtualmente aislado por determinaciones históricas y prejuicios sociales. Polo industrial y sede de numerosos prostíbulos durante varias décadas del siglo XX, el desguace de los astilleros y las fábricas y la extinción de los burdeles hizo declinar el intenso movimiento de la zona y empobrecer a sus habitantes, que se encontraron de pronto sometidos al doble aislamiento de un puente que no funcionaba y unos prejuicios y temores que se acrecentaban. En esa barriada que conserva rasgos urbanísticos propios de otro tiempo, con coloridas casas de chapa y madera que la asemejan a La Boca pero despojadas de su glamour turístico, viven unas diez mil personas empeñadas en una integración que suele resultarles esquiva. Pobreza, marginación, persecución y criminalización a manos de una policía que parece más consagrada a promover el negocio de la droga que a combatirlo son los signos de una desigualdad que hasta diciembre de 2015 había comenzado a revertirse y que, desde la llegada de Cambiemos al gobierno, no hace más que consolidarse.

Hace algo más de trece años, en esta Isla, aunque no es de Morel, parece haber ocurrido un modesto pero persistente milagro: la designación del padre Francisco “Paco” Oliveira al frente de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima.

Nacido en Málaga en 1963, nieto de un sastre anarquista que hacía uniformes para el Ejército Republicano e hijo de un padre católico y conservador –“pero muy buena persona” según sus propias palabras–, el hombre que hoy es conocido en la Isla y en el contexto de los movimientos sociales argentinos como el Padre Paco sintió el llamado de la fe y, abrazado a ella, entendió tempranamente que el auténtico evangelio de Cristo implica el compromiso de estar junto a los pobres, defendiendo su dignidad y sus derechos. Fortalecieron esa convicción un cura que de niño lo llevaba, junto a sus compañeros de escuela, a ver cómo vivía la gente en los barrios de chabolas de las afueras de Málaga, un dirigente de los Boy Scouts que hablaba de cosas como “que la Guerra de Malvinas era un intento de los militares argentinos de seguir en el poder”, y las noticias y documentos que llegaban de América sobre acontecimientos como la revolución sandinista: “Entré en el Seminario casi con 18 años, al terminar el secundario y, en un disco que había comprado, escuchaba la misa campesina nicaragüense: ‘Cristo, Cristo Jesús, identifícate con nosotros, no con la clase opresora, que exprime y devora a la comunidad, sino con el oprimido, con el pueblo mío, sediento de paz’”, contará Paco.

Un año de noviciado en Barcelona y cuatro más dedicados a la licenciatura en Filosofía y Teología en Valencia, siendo ya integrante de la orden de los dominicos, lo pusieron en situación de solicitar un traslado allí donde pudiera ser útil. Así llegó a la Argentina en 1987, faltándole un año para terminar la licenciatura, que concluyó en el barrio de Villa Devoto. Enviado por su orden, estuvo un año en Paraguay y, tras un breve regreso a nuestro país, pasó dos años más trabajando en Uruguay. Al volver a la Argentina, comenzó a trabajar en la pastoral de villas del asentamiento La Matanza.

El contacto con esa realidad lo fue comprometiendo más y más con sus urgencias que, en definitiva, son emblemáticas de las de todos los postergados de este país y del mundo. Fue, en cierto modo, el inicio de un camino agitado, que incluyó cortes de rutas, una huelga de hambre y la animadversión de algún obispo y lo condujo a esa Isla que defiende con convicciones, creatividad y una larga paciencia.

 

En la charla que sigue, rodeado del gato Néstor, los perros Rabo, Plato y Fernández y una iconografía que dan cuenta de sus devociones, Paco Oliveira repasa, entre mate y mate, ese admirable recorrido.

 –¿Cómo es la vida de un cura de una congregación como los dominicos comparada con la de un cura del clero?

–Una congregación puede o no tener parroquia. La casa a la que llegué en la Argentina no la tenía, era un centro de estudios bíblicos y de otros temas, abierto a la comunidad. Fui más pobre cuando dejé los dominicos que cuando estaba en la congregación y tenía el voto de pobreza. Es cierto que, siendo dominico, no tenía nada que fuese mío, era todo de la congregación. Hoy tengo una moto, y podría tener alguna otra cosa pero, en lo que respecta a ganarme la vida, los primeros tiempos después de dejar la orden fueron mucho más complicados, porque en el clero cada uno se las arregla como puede, lo cual es bueno y malo a la vez.

–¿En ese entonces, ya te habías vinculado con los Curas en Opción por los Pobres o eso llegó después?

–Felizmente los dominicos, como congregación religiosa, tienen la Opción por los Pobres dentro de sus líneas de trabajo. De modo que allí me formé en cuestiones básicas como que no puede haber paz si no hay justicia. Todo lo que se hacía en la congregación era desde la Opción por los Pobres. Y el trabajo pastoral más directo, más de calle, digamos, era con la Pastoral de villa en el asentamiento de La Matanza, donde había un cura que era del grupo de Curas en Opción por los Pobres. Yo era feliz yendo los fines de semana a trabajar a Puerta de Hierro en Ciudad Evita, o a Villa Palito. Desde luego, no me costaba, me habría costado en verdad estar en Puerto Madero siendo cura, porque habría tenido que decirle a la gente: “Dale lo que tenés a los pobres, recién después podrás decir que sos cristiano”. Acá en la Isla habrá otros problemas, pero es mucho más sencillo predicar el mensaje del Evangelio. Estuve ayer en Necochea y me contaron que al padre Mugica lo echaron prácticamente a las patadas de allí porque en una homilía habló contra la Sociedad Rural y sus intereses. El contexto en el que trabajé ya en mis primeros años aquí me reafirmó en mis inclinaciones pastorales y, sobre todo, me ayudó a cambiar mis esquemas mentales. No te olvides de que yo, a pesar de todas mis buenas intenciones, venía de una realidad como la española de comienzos de los años ’80. No digo que yo haya llegado, ni siquiera ahora, a entender la realidad latinoamericana y argentina y un fenómeno como el peronismo, pero por lo menos lo intento.

–¿Cuándo se produjo tu salida de la orden para entrar en el clero?

–A mi regreso de Uruguay. Había arreglado con el obispo de La Matanza, que era muy conservador pero ya me conocía, que yo iba para vivir en una villa, pero cuando llegué me quiso meter en una parroquia. Cuando uno es joven, hace cosas que en la adultez tal vez no haría… o quizás sí. El caso es que no le di bola y me fui a vivir frente al Hospital del Km 21 de la Ruta 3, donde había una pequeña villa y, dentro de ella, una capillita que habíamos hecho y en la que se llovía más por dentro que por fuera. No tenía piso, ni siquiera un baño. El obispo, frente al hecho consumado, no tuvo más remedio que aceptarlo. Empecé a atender varias villas de la zona y, al año siguiente, unos religiosos dejaron el km 26,700 de la Ruta 3, el barrio Almafuerte, que era donde estaba Juan Carlos Alderete de la Corriente Clasista y Combativa, con quien nos hicimos muy amigos y comenzamos a trabajar juntos (hemos compartido, entre otras cosas, varios cortes de ruta en aquellos años). En ese momento, sentía que estaba en mi lugar en el mundo, como ahora puedo decir que lo es la Isla Maciel. Al año siguiente, en 1996, los Curas en Opción por los Pobres decidimos hacer una huelga de hambre acompañando la lucha de la gente de la Villa 31 que se estaba resistiendo a la demolición de la villa por parte de las topadoras del intendente Domínguez. Les habían ofrecido originalmente un subsidio para que volvieran a sus lugares de origen, una suerte de exportación de pobres; o unos terrenos para que construyeran sus casas en otro lugar; o unas viviendas supuestamente ya construidas que pagarían con un crédito pero, a la hora en que llegaron las topadoras, la única opción real era la de irse a sus lugares de origen. Decidimos entrar en huelga de hambre hasta que se diera de baja el decreto que permitía que se echara a la gente de esa manera. Esto se logró, pero el gobierno no cumplió con otras promesas hechas a la gente de la villa. El obispo se enojó muchísimo conmigo por mi participación en la huelga de hambre y no me renovó en mis funciones. Gente como Luis D’Elía y otros militantes de La Matanza hicieron una huelga de hambre para que no me echaran, cosa que me conmovió y me llenó de orgullo, pero la cosa ya no tenía vuelta atrás, menos en una institución vertical como la Iglesia Católica. Entonces fui a trabajar durante unos seis meses en una villa del Bajo Flores, con otros curas que también habían participado en la huelga de hambre de la villa 31, como el padre Rodolfo Ricciardelli y el padre Ernesto Narcisi, hasta que finalmente me recibió el obispo de Morón, Justo Oscar Laguna. En ese momento, la diócesis de Morón abarcaba también Merlo y Moreno. Pero poco después se dividió y Merlo y Moreno pasaron a ser una diócesis aparte, a cargo del obispo Fernando Bargalló. Como yo estaba en la zona de Merlo, en Parque San Martín, terminé siendo cura de Merlo Moreno.

–En algún momento, antes o después de estos hechos, viajaste a Colombia. ¿Cuándo fue y con qué propósito?

–Yo había estudiado enfermería, ya estando en la Argentina. Lo hice para tener una herramienta más en mi trabajo pastoral y también como un recurso laboral. Pero por sobre todas las cosas porque quería laburar ya no como cura obrero sino como cura enfermero. Yo colaboraba ya desde hacía un tiempo para Médicos del Mundo en la Argentina y esta institución buscaba un enfermero para Colombia, en el marco de un proyecto de atención a las víctimas del conflicto armado en una zona donde la lucha entre los paramilitares y la guerrilla había desplazado a la población indígena, es decir, una situación muy complicada. Así es que por un año estuve allá.

–Volviste nada menos que para la tragedia de Cromagnon, en diciembre de 2004.

–Así es. Me llamaron esa noche. Yo acababa de volver, y cuando me ubicaron ya era tarde para casi todo. Recuerdo estar en una habitación más grande y mucho más alta que esta, repleta hasta el techo de cuerpos sin vida, que eran llevados allí porque no había lugar en la morgue. Creo que era el Hospital Rivadavia. Tengo hasta hoy presente la imagen de una médica que, en pleno llanto, mientras yo intentaba consolarla, me decía: “Es el tercero que se muere en mis brazos”. Fue una experiencia terrible.

–Poco tiempo después, se produjo tu designación al frente de la parroquia de la Isla Maciel. Entiendo que, para eso, fue decisiva la intercesión de alguien que hoy es el Papa Francisco.

–Exactamente. Yo no era íntimo de Bergoglio ni mucho menos, pero tengo que agradecerle su intervención porque, en ese momento, como digo siempre, yo tenía más que un currículum un prontuario y no era fácil que un obispo me recibiera en su diócesis.

–En la Iglesia argentina, en un nivel jerárquico como el de los obispos, prima desde siempre una línea conservadora…

–Tengo el honor de ser amigo de Graciela Daleo, ex detenida en la ESMA y formada políticamente como militante junto al padre Mugica, y ella siempre me dice: “Paco, a los obispos lo único que les interesa es que le llenes una parroquia”. Creo que algo de cierto hay en eso. Por otro lado, más allá de la broma, cada obispo tiene poder de decisión sobre su diócesis, tiene una autonomía muy grande. Bergoglio fue muy generoso al hablarle, pero si el obispo de Avellaneda no hubiera querido recibirme no lo habría hecho. De modo que yo estoy muy agradecido a ambos. Retomando tu comentario, los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron muy conservadores, y en consecuencia los obispos de todo el mundo, nombrados directamente desde Roma, también lo fueron. Esto ha comenzado a cambiar con Francisco. Al menos en la Argentina, que obviamente es el país cuya realidad eclesiástica él más conoce, creo que ha habido cambios en ese sentido. Incluso uno de los Curas en Opción por los Pobres ha sido nombrado obispo auxiliar de Merlo.

–¿Cómo fue el proceso de tu inserción en la Isla?

–Lógicamente, me llevó un tiempo ir conociendo a la gente, empezar a ver sus necesidades más urgentes y hacerme conocer por ellos. Tuvimos la suerte de contar con mucha presencia del Estado. Cuando estaba por volver de una visita a mis familiares en España, me avisaron que Alicia Kirchner, por entonces Ministra de Desarrollo Social, quería reunirse con curas de los barrios. En la reunión, nos dijo que quería trabajar con distintas organizaciones sociales con las que tuviera la seguridad de que los recursos no se iban a perder en el camino. Nos ofreció poner a nuestra disposición en la Isla a dos trabajadores sociales y algunos recursos para llevar adelante algunos planes que nosotros teníamos en mente como, por ejemplo, una cooperativa textil en la que se comenzaron a fabricar guardapolvos para las escuelas estatales. Esta cooperativa está orientada a proporcionar trabajo a madres solas y a otras personas que en el mercado de trabajo no suelen ser tenidas en cuenta. Desgraciadamente, ese proyecto hoy está funcionando en su mínima expresión y las máquinas provistas para esa tarea están juntando polvo. El Estado nos ofrece cada vez menos trabajo y un margen de ganancia menor, y competir en el ámbito privado en un contexto en que se ha abierto la importación a productos textiles nos obligaría a poner a la gente a laburar en condiciones prácticamente de trabajo esclavo.

–¿Cuándo surgieron los microcréditos para el mejoramiento de las viviendas?

–Poco después de la cooperativa textil, pusimos en marcha el programa “Casitas de Belén”, un sistema de pequeños créditos basado en un sentido de responsabilidad y de solidaridad y no en el lucro, y que, además, brinda a la gente el asesoramiento técnico necesario. Con ese pesito que la gente conseguía apartar. Hasta hace dos años, de lo que gastaba para vivir cada día, la gente podía encarar el compromiso de pequeños créditos para ir haciendo mejoras en su casa. Hubo un momento en que realmente no dábamos abasto para satisfacer esa demanda de crédito. La realidad hoy, en cambio, es completamente diferente. Las cuotas son modestas, entre quinientos y mil pesos aproximadamente, pero la gente ya no está pudiendo ahorrar ese dinero para pagarlas.

–¿Con qué objetivo se creó la Fundación Isla Maciel?

–En algún momento, hacia el 2011, se nos ocurrió que podría ser bueno crear una fundación para tener mayor autonomía y no depender enteramente del obispado, y también para que el día de mañana cuando, por las razones que fuere, yo no esté más aquí el proyecto continúe. Por otro lado, siempre creí que es tan religioso cortar una ruta por un reclamo justo como hacer un bautismo pero, para evitar confusiones, nos pareció más conveniente canalizar todos los proyectos de índole social a través de una fundación. Conseguimos, luego de pelearla bastante, que el obispado nos cediera un terreno aquí en la Isla donde se construyó la sede. Desde ella, llevamos adelante o apoyamos proyectos como la cooperativa textil, el Centro de Prevención de Adicciones, la Casa del Niño, la Escuela de Circo…

–¿La Escuela de Circo?

–Sí. En verdad, es un proyecto de otras personas a las que nosotros, como fundación, decidimos ayudar. Es un hermoso trabajo que se propone la integración de los chicos a través del aprendizaje de distintas actividades circenses –acrobacia, clown y otras– que también fue discontinuado por este gobierno al dejar de enviarle fondos para el pago de docentes y materiales didácticos. Por suerte, fue reabierto el año pasado en nueva sede de la Isla por el intendente de Avellaneda Jorge Ferraresi que, hoy por hoy, es la única presencia del Estado en la Isla. Parte de los sueldos los paga la municipalidad, en parte nosotros y en parte es un voluntariado. Desde que asumió el gobierno de Cambiemos, todos los proyectos que llevamos adelante desde la fundación y con distintas organizaciones sociales los hacemos casi totalmente a pulmón.

–Tengo entendido que, entre otras cosas, existió también el proyecto de un Centro de Actividades Infantiles.

–Sí. La idea era mantener, en colaboración con distintas organizaciones sociales, la escuela abierta los fines de semana con actividades recreativas y formativas para los chicos. Ese centro nunca se abrió porque, desgraciadamente, el ministro de Educación del gobierno anterior, Alberto Sileoni, no llegó a firmar el decreto correspondiente, y las nuevas autoridades me tuvieron como bola sin manija durante un largo tiempo entre Nación y Provincia hasta que finalmente, al comprobar que lo habían provincializado, conseguí llegar al segundo de Educación en Provincia quien, muy católico, apostólico y romano, me dijo la verdad: “Padre, no hay fondos”. De todos modos, con aportes diversos y nuestros propios recursos lo estamos llevando adelante como podemos.

 –¿La Fundación recibe, además, donaciones?

–Sí. En 1999, yo había concretado un acuerdo con la Parroquia San Pedro Apóstol de Málaga que se llamaba “Proyecto Pibe”, a través del cual padrinos españoles apadrinaban a chicos argentinos. Con el tiempo, lo dejamos de hacer de tú a tú, digamos, y desde entonces los padrinos acompañan los proyectos sociales que vamos llevando adelante. Hoy buena parte de lo recaudado por medio del Proyecto Pibe viene aquí a la Isla Maciel, así como en otros momentos iba a Merlo Moreno, a La Matanza o donde fuere, y gestionado también por otros curas. Por otra parte, en nuestra página web hay una solapa que dice “Donaciones” a través de la cual la gente puede aportar, mensualmente o por una única vez.

–¿Los voluntariados se tramitan también a través de la página web?

–Exacto. Los que estén interesados tienen que ingresar en la página –que, dicho sea de paso, es www.fundacionislamaciel.org– y allí van a encontrar la opción “Voluntariado” y todos nuestros datos de contacto. El voluntariado es imprescindible para nuestro funcionamiento, muchísimas de las cosas que hacemos son posibles gracias a los voluntarios. Los arquitectos que acompañan el proyecto “Casitas de Belén” son voluntarios, por ejemplo. Luego, hay otros voluntariados que por la propia actividad, como por ejemplo trabajar en la “Casa del Niño”, donde diariamente recibimos a alrededor de 50 chicos de entre 4 y 12 años para que tengan afecto, contención y puedan realizar actividades recreativas y formativas, requieren voluntarios que puedan colaborar de lunes a viernes varias horas. En esos casos, tratamos de garantizarles un salario. El voluntariado además implica no solo un compromiso de trabajo, sino también una vocación de hacer algo por los otros que no se recompensa con dinero.

–La Fundación sostiene también dos comedores, ¿verdad?

–Sí. Tenemos un lugar que es conocido como El Convento, porque originalmente fue un convento de monjas salesianas y hacía años que estaba fuera de uso. Es un lugar precioso, con canchas de básquet y de fútbol, varias habitaciones y una pequeña capilla, al que le hicimos varias ampliaciones. Allí funcionan la “Casa del Niño”, talleres para los jóvenes (cuando pudimos mantenerlos), funcionó la cooperativa textil hasta que se pudo comprar un lugar propio, y uno de los comedores, que se llama Enrique Angelelli, en memoria del obispo de La Rioja asesinado durante la dictadura. El otro comedor funciona en una zona de villa de emergencia, en una capilla que hicimos en estos años y se llama Beato Oscar Romero, en homenaje al arzobispo salvadoreño, también asesinado y que era una mala palabra dentro de la Iglesia hasta que Francisco lo beatificó, no por haber hecho un milagro sino por haber sido un mártir que defendió la fe verdadera al comprometerse con su pueblo.

–En la elección de esos nombres, hay una intención de identificar tu trabajo, el de la Fundación y el de los Curas en Opción por los Pobres con cierta manera de entender el sacerdocio.

–Sin ninguna duda. Ellos, como el obispo Helder Cámara o el padre Carlos Mugica y muchos otros nos mostraron un camino. De hecho, los Curas en Opción por los Pobres nos consideramos continuadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Y hay varios curas de Opción por los Pobres, como Domingo Bresci, que fueron parte de ese movimiento. Y es que el día en que todos seamos juzgados Jesús nos va a recibir o a rechazar según nos hayamos comportado en ese sentido. Nos dirá: “Porque tuve hambre y me diste de comer, ven, bendito de mi Padre”, o: “Porque tuve hambre y no me diste de comer, andate, maldito”. Jesús no se va fijar en otra cosa. La Teología de la Liberación dice que lo que Dios hizo fue bajar a un pobre de la cruz, a Jesús. Y que nuestra tarea es continuar bajando de la cruz a los nuevos crucificados de la Historia.

–Por otro lado, alguna vez usaste la imagen de la cruz en otro sentido. No la cruz entendida como la carga que el pobre o el excluido debe resignarse a llevar sino, dirigiéndote a los poderosos, a los ricos, exhortándolos a cargar voluntariamente una cruz invirtiendo sus riquezas no en una financiera sino en generar trabajo para los que no lo tienen, es decir, asumiendo una responsabilidad social.

–Claro, lo que se espera de un buen empresario es que asuma un riesgo. Jesús nos invita a arriesgarnos por el otro, a jugarnos por un hermano, a consagrarnos a la fraternocracia, que es todo lo contrario de la meritocracia de la que nos habla este gobierno. La meritocracia es decididamente obscena y anticristiana. Que quede claro que la Opción por los Pobres no es un invento de unos cuantos curas. En el Antiguo Testamento, Dios le dice a Moisés: “He visto la opresión de mi pueblo y he venido a liberarlo”. Nosotros decimos que Dios es padre y madre. ¿Qué padre o madre buenos pueden querer ver a sus hijos sufrir? Durante mucho tiempo, se dijo que Dios necesitaba la sangre de su hijo para redimirnos y que él quería el sacrificio de su hijo en la cruz. Yo no puedo creer en un Dios sádico que necesita la sangre de su hijo. En todo caso, lo que creo es que Dios se hace hombre para mostrarnos el camino de su reino. Y ese reino puede ser definido con palabras como fraternidad, justicia, igualdad, libertad. Es el reino de una comunidad en armonía, en el que también entran los animales, la naturaleza, es decir, el mundo creado por Dios. La realidad es que hoy vivimos en un mundo del que se adueñaron cuatro o cinco personas, pero el mundo es de Dios y por tanto es de todos y de todas. Yo siempre digo que nunca vi a un alma caminando. Hay personas que caminan, que sufren más o menos, y que tienen o no la dignidad de hijos de Dios. Hay quienes se dicen cristianos, como la actual vicepresidenta, que incluso compartió una imagen acaramelada de la Virgen María por Twitter, pero se olvidó de sus dichos: “Dios derriba del trono a los poderosos y levanta a los humildes, a los pobres llena de bienes y a los ricos los despide con las manos vacías”, como le señalé en una carta hace unos meses. Si algo dice Jesús con claridad es que no se puede servir a Dios y al dinero. Y continuamente está diciendo: “Deja lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme”.