Gabriela Esquivada, periodista y editora, radicada desde hace 15 años en Estados Unidos, está de visita en Buenos Aires para presentar su nuevo libro: “Ya tu sabes. Expedición al enigma cubano: de la Habana a Miami. Entre Fidel, Raúl, Obama y Trump”. Se trata de un libro de crónica periodística que le llevó más de cinco años de viajes, investigación y escritura.
Gabriela Esquivada recorrió en 30 años de carrera algunos de los lugares más privilegiados del periodismo: comenzó en Página 12, participó en la gestación de Radar Libros, fue editora en revistas como Cosmopolitan, Luna y Veintiuno. Como free lancer, escribió para Rolling Stone, La Nación, Latido, entre otros medios. Esquivada ha editado alguno de los libros periodísticos más exitosos de los últimos tiempos: “Born”, de María O´Donnell y “El salto de papá”, de Martín Sivak. Además, es autora de “Noticias de los montoneros”, una meticulosa investigación sobre el diario editado por esa organización guerrillera en los setenta, que la llevó a recorrer los devenires de personajes como Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Miguel Bonasso y Horacio Verbitsky. Amante de los libros y los gatos, aunque su residencia sea en Fort Lauderdale, en el estado de Florida, mantiene lazos afectivos e intelectuales con la Argentina. Del periodismo, de Cuba, de sus preocupaciones por el presente y futuro de las democracias en la era de las redes habló en una tarde lluviosa con Almagro Revista.
-¿Cómo llegaste a elegir hacer un libro sobre Cuba?
-Un poco por casualidad. De mi investigación sobre los años setenta me quedó la idea de la importancia que había tenido la revolución cubana para los movimientos insurreccionales en América Latina. Por otro lado, era el año 2010, no quería volver a New Jersey (lugar donde vivía con Tomás Eloy Martínez, su pareja, que falleció ese año). Pensé en viajar a un lugar donde no conociera a nadie, un lugar muy ajeno a mí, donde no podía distraerme con nada y dedicarme a otro libro que quería escribir. Me fui a Miami porque estaba llena de prejuicios sobre esa ciudad, me parecía un lugar de mierda, que sólo tenía playa, y la verdad es que no es así, es una ciudad con cosas super lindas y museos muy bonitos. Además, no por nada le dicen la capital de América Latina, y allí me encontré con un ex compañero de Página 12 que estaba casado con una muchacha cubana. Me invitaron a una fiesta donde había familiares que estaban de visita, que vivían en Cuba, y los otros que habían emigrado, y vivían allí en el South West. Qué loco, pensé, la familia dividida. Y me explicaron que todas las familias cubanas están divididas. Cuba tiene una población de 11 millones de personas, y más de 2 millones de cubanos viven fuera de Cuba. Ahí pensé que ese podía ser un tema.
-Muchos idealizan Cuba y la revolución, ¿vos te acercaste al tema con esa mirada idealizada?
-No, para nada, al contrario. En 1994, había hecho un viaje de vacaciones a Cuba y quedé muy afectada, fue durante el llamado “período especial”, la crisis espantosa que atravesó Cuba luego de la caída de la Unión Soviética. Lo viví con mucha tristeza, no podía creer lo mal que la pasaba la gente y me resultaba muy chocante el privilegio que tenías como turista. Recuerdo una escena, yo estaba en un hotel 3 estrellas, de vacaciones con Charlie Feiling, mi primer marido. Encontré una gata que tenía un montón de gatitos. Como yo no comía el jamón del desayuno, lo separaba y se lo daba a los gatitos. Una de las mucamas me vio hacerlo, no me dijo absolutamente nada, pero el 60% de nuestra comunicación es no verbal, me di cuenta de que esa señora no tenía jamón para sus hijos y yo se lo estaba dando a los gatitos. Todo me dolía. Por aquella crisis, el promedio del peso de los cubanos bajó 5 kilos, muchos quedaron con una enfermedad por la avitaminosis.
-El libro cuenta el presente de Cuba, pero también reconstruye gran parte de su historia, y a algunos de sus capítulos más trágicos. Como la historia de los “Pedro Panes”, los niños de clase media y alta cubana que fueron separados de sus familias y enviados a Estados Unidos para “salvarlos” de la revolución. O las historias de los balseros y las vidas perdidas en las 70 millas de mar que separan la isla del territorio norteamericano. ¿Con qué perspectiva te quedas de la revolución cubana? ¿Con la tragedia o la épica?
-Todas las historias de los países contienen tragedia y contienen épica. En Cuba se habla de que tienen lo que llaman pobreza con amparo, es decir que hay cierto acceso a la salud, a la alimentación asegurado, cosa que claramente no se da en otros países latinoamericanos. Lo complejo es que ahora en Cuba empieza a haber relaciones sociales no socialistas, hay gente que se empieza a diferenciar porque puede acumular capital. En la actualidad, el 30% de la economía está privatizada, y esos son los contrastes que busqué también contar en mis crónicas en este libro. En mi opinión, lo más destacable de la experiencia cubana es su autonomía, su fuerte sentido de nación, como lo tenemos nosotros, como lo tiene Brasil, y como no lo tienen otros países del Caribe y América Central. Desde 1959, la autodeterminación que ha demostrado la clase política cubana es fuertísima, tuvieron todo en contra, pero al final ellos harán lo que quieran, no lo que Estados Unidos, o la ONU, o la Unión Soviética les digan. Los argentinos también tenemos un fuerte sentido de ciudadanía, sabemos de nuestros derechos, hasta una persona extremadamente pobre, de 18 años, con poca educación, sabe que tiene derecho a un plan trabajar. Esa idea no la vas a ver en Nicaragua, en República Dominicana, en El Salvador…
-Se ha criticado mucho la falta de libertad de expresión en Cuba, ¿cuál es el estado del periodismo cubano hoy?
-El periodismo es una pesadilla, para pegarse un tiro en el pie. Empezás el día leyendo Gramma o Juventud Rebelde, todos tienen los mismos títulos. Al mediodía ves el noticiero, la misma cosa, y a la noche continúan con lo mismo. Un día me agarró un ataque de pánico, de pronto sentí que estaba en una especie de loop. Lo que sí hay en Cuba hoy es una blogósfera muy activa e interesante, donde están representados los que están en contra y los que están a favor de la revolución. No me refiero a Yoani Sanchez que es muy for export. El problema es la falta de acceso a Internet, eso hace que no sea un medio popular. La prensa real a la que accede todo el mundo es la televisión y los medios gráficos, que son un plomo.
-¿Y cómo ves el periodismo en Argentina?
-…. Fue (risas). En muchos aspectos me siento como una ex periodista, empecé hace 30 años picando cables y ahora estoy haciendo más o menos lo mismo después de haber hecho un arco en el que me dediqué al periodismo narrativo, a la crítica literaria, a hacer productos para la mujer, para jóvenes, culturales, todo termina ahora en que estoy haciendo traducciones y adaptaciones de notas de The Guardian para Infobae, notas sobre memes, al estilo Tide Pod. El problema es que las empresas periodísticas dependen del clic y terminan priorizando las notas al estilo “es furor en las redes sociales”. Nos olvidamos que el periodismo era otra cosa: era el derecho a la información. Por ahí vos tenés ganas de que te cuenten cómo se peinó Kim Kardashian en su última producción, y no tenes ganas de que te cuenten que empezó la tercera guerra mundial. Pero el temita era que vos tenías derecho a estar informado, esa era la historia. Yo soy apenas una observadora preocupada, no tengo la solución. Necesitamos recuperar la información como un derecho. Yo nunca estuve en contra del fenómeno de las redes, pero ahora vemos que no son plataformas neutrales, no somos clientes de las redes, somos el producto que las redes venden a sus clientes, que si tienen que poner en riesgo la democracia, para aumentar el beneficio del trimestre, lo hacen.
-¿En qué sentido crees que las redes están amenazando las democracias?
-Se sabe que las redes sociales han sido muy útiles en el desarrollo de campañas políticas, y específicamente campañas electorales. No se sabe en qué dirección va eso: lo mismo que se celebró a Howard Dean durante las primarias o a Barack Obama en sus primeras presidenciales es lo que se le criticó a Donald Trump en 2016. El efecto podría ser tan incalculable como resultó incalculable —o al menos colosalmente asombroso— que a partir de 261.000 cuentas de Facebook que dieron permiso a una aplicación para ver los datos de los usuarios se haya podido acceder sin permiso a la información de 87 millones de usuarios. La polarización y la banalización de las discusiones políticas, como si no se definiera ahí el futuro individual de millones de personas, me ha resultado un poco aterradora. El trolling y los ríos de teorías conspirativas, también. Personalmente hace dos años que cerré mis cuentas de Facebook, Twitter y Snapchat; sólo me quedé con la de Instagram, pero también va camino a su fin, creo, y uso YouTube casi exclusivamente para el trabajo y para ver cine y escuchar música.
-¿Cómo se vive en los Estados Unidos de Trump?
-Con el ascenso de Trump hubo una legitimación del discurso antidemocrático: el de los que creen en la supremacía de los blancos, el del mercado como divinidad y el estado como obstáculo, el del nacionalismo anti-todo-lo-demás, cualquier forma de otro. Los cambios en la Corte Suprema podrían llevar a la ilegalización del aborto. El retroceso de derechos electorales se volvió real, en un país donde ya es optativo votar, y se vota un día laborable, ahora además hay estados que pueden quitar el voto a una persona que no manifestó interés por votar en una cantidad equis de elecciones. Se quitaron derechos adquiridos a los inmigrantes que llevan décadas en este país sin papeles, unificados todos brumosamente bajo el epíteto de “mexicanos violadores”, según palabras del presidente; se separaron familias en la frontera (se dio la muerte de una menor en esas circunstancias) y la primera dama fue a visitar los centros con jaulas donde tenían a los niños con una chaqueta que decía “I really don’t care. Do U?”, y se dijo que eso aludía a las noticias falsas. Existe la posibilidad de que agentes de un gobierno extranjero (hay doce procesados y acaba de saltar un espía ruso en la embajada estadounidense en Moscú) hayan hecho maniobras de manipulación masiva en las redes; existe la posibilidad de que la publicación de material hackeado al comité demócrata, justo antes de la votación, por parte de WikiLeaks, no haya sido por el derecho a la información sino para perjudicar a la candidata Hillary Clinton a poco del día de las elecciones. Existe la posibilidad de que la campaña electoral de Donald Trump haya utilizado los servicios de Cambridge Analytica para crear perfiles y afinar su propaganda, y que su yerno Jared Kushner y su hermano (Josh, un inversor) hayan armado un buen equipo tecnológico para orientar los viajes del candidato y los mensajes a ciertos estados que iban a definir el Colegio Electoral (por lo cual Trump, aunque perdió el voto popular, obtuvo la presidencia). No salió en The Nation, salió en Forbes. En fin, eso. En este país se discute mucho sobre los cambios cualitativos y cuantitativos que las redes han traído a las campañas electorales, y acaso a la manera de gobernar.
Fuente: Revista Almagro