La lingüista Alejandra Vidal explica su experiencia de trabajo con integrantes de las comunidades wichí, pilagá y nivaĉle. El objetivo: recuperar lenguas en peligro de perderse para siempre.
Cuando los hablantes perciben que no tiene sentido o no es práctico seguir hablando una lengua dejan de transmitirla y empiezan a valerse solamente de las lenguas del mundo práctico, del mundo moderno, como el español, o sino otras lenguas que les puedan servir para comunicarse con otras personas. Es una señal de alerta, porque estamos entonces ante la posibilidad cierta de la sustitución de una lengua por otra”, dice Alejandra Vidal. Doctora en lingüística, profesora titular en la Universidad Nacional de Formosa e investigadora independiente del Conicet, Vidal viene realizando desde hace décadas un trabajo de investigación y rescate de las lenguas de los pueblos wichí, pilagá y nivaĉle en estrecha colaboración con los integrantes de esas comunidades indígenas del Chaco argentino-paraguayo.
Dice que su trabajo no pretende ser una arqueología de la lengua sino que se trata de algo vivo y actual. “Se hablan más o menos siete mil lenguas en el mundo y se cree que en el siglo XXI puede llegar a desaparecer por lo menos la mitad. Se pierde una lengua cada catorce días. Hoy muchas lenguas de las que existe un único hablante. Hay países que tienen muchas lenguas pero muy pocos hablantes, entonces es imposible que se sigan transmitiendo porque no hay con quién hablarlas. Por eso, lejos de querer rescatar los últimos dinosaurios o las últimas piezas de una cultura en extinción para ponerlas en un museo, lo que pretendemos es conservar y revitalizar lenguas que están vivas. Todavía tenemos hablantes y nuestra preocupación es que sus lenguas se sigan transmitiendo”, explica.
– ¿Cómo definiría el objeto de su investigación?
– Se trata de conocer y dar a conocer las distintas lenguas que se hablan desde hace muchísimo tiempo en esta región. Los grupos que las hablan están más o menos emparentados o estuvieron por siglos en conflicto por el acceso a la tierra o a los recursos naturales. Hoy están asentados en comunidades y mantienen una relación cordial, de cooperación. El objetivo del lingüista es el estudio de esas lenguas. No obstante, como se trata de idiomas que están en riesgo por la falta de cuidado, porque no hay una política de conservación, ni para su mantenimiento ni su desarrollo, también los lingüistas somos las personas que estamos en el lugar para colaborar con los hablantes a que puedan mantener y seguir generando conocimientos que puedan ser enseñados, por ejemplo, en las escuelas. Y así llegar a ser conocidos por otros sectores de la sociedad.
– ¿Estamos hablando de lenguas puramente orales o tienen expresión escrita?
– Estas lenguas son de tradición oral, pero durante el siglo XX han pasado por un proceso de estandarización que ha permitido su escritura. A veces con la ayuda de misioneros y otras por el trabajo de antropólogos o de lingüistas.
– ¿Cómo es la metodología de trabajo?
– Generalmente trabajamos a partir de instancias de comunicación naturales, es decir que registramos cómo la gente se comunica en esa lengua, en distintos tipos de intercambios verbales, que pueden ser narrativas o conversaciones. Después los desgrabamos y los transcribimos usando los recursos que nos da la fonética. Tratamos también, en los casos en que hay grafía, que esa transcripción pueda hacerse al sistema ortográfico de tal forma que después pueda ser leída por los hablantes. Incluso buscamos que pueda ser usada en los materiales escritos con un sistema que resulte amigable para cualquier lector. El sistema fonético, claro, no lo es, es un artilugio que nosotros tenemos para después poder leer correctamente los sonidos tal como los hemos captado o como los hemos escuchado. Una vez que eso se transcribe, se generan los textos y se los analiza. Allí nuevamente tenemos que recurrir a los hablantes, para precisar de la mejor manera posible qué están diciendo esos textos. En ese proceso, por métodos más o menos inductivos, vamos tratando de ver cómo analizar internamente las palabras que componen los textos y de ahí abstraemos las reglas de la formación de palabras y de la formación de las oraciones, es decir de la gramática de esas lenguas. En simultáneo vamos guardando esa información en bases de datos que después nos permiten editar el léxico para que, en el caso que los hablantes lo deseen, dispongan de una copia de la totalidad de las palabras que registramos.
– Una suerte de diccionario…
– Sí, pero algo muy sencillo. No un diccionario muy trabajado ni con cada entrada muy especificada, pero por lo menos un diccionario bilingüe. Lo que nosotros guardamos en la base de datos son las palabras y una traducción aproximada. Es aproximada por la propia polisemia de las palabras, así que lo que tenemos es una versión de esa palabra en ese contexto.
– ¿Hacen alguna selección en cuanto a quiénes entrevistar?
– En todas las comunidades hay buenos narradores y buenos contadores de cuentos. En general, la gente sabe quiénes son estas personas y muchas veces los señalan como los referentes para dar esa información. De todos modos, tratamos de registrar cuentos o relatos de varios hablantes, no sólo de esos narradores. Porque todos tienen algo para contar y además quieren hacerlo. Nosotros los registramos a todos. Cuando uno cuenta un cuento en una versión no elaborada porque no es, digamos, un narrador profesional, tiene titubeos, tiene idas y vueltas, y mientras va desarrollando el relato se va repitiendo y lo va como armando en su memoria para poder seguir. Entonces a veces hay muchas repeticiones, incluso furcios, se nota que van a empezar a decir algo pero se arrepienten y usan otra palabra. Entonces, como transcribimos lo que escuchamos, no tenemos siempre un relato que se pueda considerar depurado.
– Por lo general, y esto quizás sea un prejuicio o una tradición, se piensa que los buenos narradores son los ancianos…
– En el momento de recoger la narrativa uno trabaja con la mayor cantidad de gente posible, hombres y mujeres, y sobre todo con hablantes más viejos… no solamente por su conocimiento o porque la misma gente de los pueblos quiere que sean los viejos los que presten su palabra, sino porque además uno confía en estos hablantes como los mejores a la hora de las narraciones. Conforme van pasando los años, como hablantes vamos puliendo nuestro idioma y vamos aprendiendo diferentes géneros y formas de expresión. Y lo mismo pasa en estos pueblos. Entonces, en general, cuando uno quiere conocer una historia y entra en una comunidad nueva, no va a acudir a un niño de ocho años sino que va a tratar de trabajar con un adulto mayor de cuarenta. No obstante, las personas que tienen la paciencia y el entrenamiento para colaborar con nosotros son los más jóvenes
– ¿Por qué?
– Porque al estar escolarizados, saben lo que significa el trabajo frente a un papel, una computadora o un libro. En esas situaciones, la gente mayor se cansa, por la edad y la falta de entrenamiento. Entonces se registra a los más viejos pero se trabaja con los más jóvenes en la transcripción y en la traducción. Ahí se produce un fenómeno muy interesante, porque a veces los jóvenes no conocen del todo partes de las narrativas. Entonces una de las cosas que hacen – y esto es lo rico a veces del trabajo – es que vuelven a su comunidad con preguntas para ver cuál es la mejor forma de traducir palabras que ellos no pueden traducir porque las desconocen, porque no las usan.
– Este intercambio constante también debe tener impacto en la comunidad, o por lo menos en la parte que se ha comprometido con el trabajo…
– Creo que sí porque los materiales que producimos regresan a las comunidades en papel, de tal forma que se puedan leer y los puedan también compartirlos con otros en la comunidad. Siempre va a haber gente que pueda leer esos textos, porque conoce el alfabeto, porque ha sido alfabetizada en ese idioma y puede contarlos nuevamente. Al mismo tiempo, al leerlos o al volver a escucharlos, ellos mismos van descubriendo cosas que tal vez quedaron olvidadas en su historia, porque muchas de esas historias dejaron de transmitirse al cambiar el ámbito de contar las cosas.
– Antes el relato, en todas las sociedades, era alrededor del fuego. Al desaparecer ese contexto también desaparecen los géneros y las propias narrativas. Entonces empiezan a dejar de ser transmitidas. Y muchas veces la gente desconoce esas historias o las escuchó alguna vez pero no tiene el registro del cuento permanente. De esta forma, vuelve a ellos.
– ¿Está prevista la publicación de traducciones?
– Desde luego. Los materiales recogidos entre los nivaĉle, o los pilagá o los wichí siempre se publican en versión bilingüe, porque la idea es poder acortar la distancia que hay entre los pueblos indígenas y la sociedad no indígena, que muchas veces discrimina por desconocimiento. Y además se trata de motivar a los hablantes a que sigan transmitiendo su lengua. Los hablantes son como guardianes de las lenguas, y las lenguas no se pierden en tanto son transmitidas de generación en generación. Cuando los hablantes perciben que no tiene sentido, no es eficaz o no es práctico seguir hablando una lengua van dejando de transmitirla y empiezan a hablar las lenguas del mundo práctico, del mundo moderno, como puede ser el español, o lenguas que les sirven para la comunicación con otros.
– En ese sentido, ¿se trata del español solamente, o también ocurre con otras lenguas indígenas más preponderantes?
– Por ejemplo, en el caso de los nivaĉle, que son pocos comparados con los wichí, los chicos empiezan a aprender más wichí y menos nivaĉle. Lo sacan de la escuela, que es bilingüe pero español-wichí. Y con el wichí, los chicos nivaĉle pueden jugar con los chicos wichí. En cambio, si usaran sólo el nivaĉle, no podrían compartir juegos con los chicos wichí, que son muchos más.
– ¿Y el inevitable uso del español que tienen que hacer, cómo impacta? En ese sentido, la escuela contempla la conservación de la diversidad…
– No siempre. en el caso de los nivaĉle, no. Estamos entonces ante la posibilidad de la sustitución de una lengua por otra. Y si la escuela no toma cartas en el asunto es muy probable que el nivaĉle subsista sólo como una lengua comunitaria. No así el wichí. Porque hay maestros wichí pero no nivaĉle; hay libros escritos en wichí y no en nivaĉle. Esto pone al wichí en mejores condiciones frente al nivaĉle. Eso también arrincona al nivaĉle como lengua a un nicho cada vez pequeño dentro de la región y dentro de la comunidad e incluso dentro de la familia. Y ahí se corre el riesgo de que se deje de hablar y de transmitir.
– ¿Hay dentro de las comunidades una conciencia extendida de la importancia de conservar el idioma para defender su identidad?
– A veces dentro de las propias comunidades hay actitudes contrapuestas. Hay familias que opinan que es mejor que sus hijos estudien castellano y que vayan a las escuelas del pueblo mientras otras que quieren que sus hijos sigan manteniendo la lengua y que se queden a estudiar en las escuelas de las comunidades, donde por lo menos tienen algunos ayudantes de maestros que son de la comunidad y pueden vincularse con esos chicos en la lengua de los padres. Pero hay gente que piensa que esto es algo del pasado y que en el mundo moderno su lengua ya no es práctica. Entonces el trabajo de concientización sobre su importancia dentro de las propias comunidades es fundamental.