Argentino exiliado en España desde 1979, Rafael Flores Montenegro aborda la literatura desde múltiples expresiones, en el marco de una vida donde la lucha por los Derechos Humanos y el trabajo sindical ocupan un lugar central.

Rafael Flores Montenegro es un escritor argentino residente en España. Estudiante de psicología en Córdoba, su provincia natal, fundador y secretario general del Sindicato de la Industria del Caucho en los años ’70, preso político durante la dictadura, exiliado en España desde 1979. Fue testigo en diversos procesos contra los crímenes de los campos de La Perla y de la Unidad Penitenciaria Nº1 de Córdoba, donde estuvo secuestrado y detenido. Colaborador y amigo de Carlos Slepoy hasta el final de sus días, ha sido un activo participante en las causas de la “Jurisdicción Universal”, promovidas por el fallecido abogado argentino.

La literatura en sus múltiples expresiones, el tango, el trabajo manual, el sindicalismo, el activismo por los Derechos Humanos, entre otras actividades, han ocupado sus intereses durante sus últimos cuarenta años. Su prolífica obra es un espejo de sus vivas pasiones consustanciadas con rigurosos momentos de investigación y estudio.

Actualmente, edita el sitio www.rafaelfloresmontenegro.com donde está publicada una parte de sus vastas actividades.

El encierro productivo.

-¿Cuál ha sido tu actividad en estos  meses de pandemia?

-He terminado provisionalmente, de escribir una novela. En otras condiciones no la hubiera escrito. Una novela es un mundo absorbente que no te deja estar en otro lado. Soy muy sensible, hay capítulos que me han hecho llorar, soñar, levantarme a cualquier hora a hacer apuntes, muy posesionado por la historia. El trasfondo es la guerra civil española. También he concluido un librito sobre los poetas del Tango. Hace 40 años que estoy estudiando, escribiendo, haciendo radio y divulgando el tango. He seleccionado 14 poetas, los que me parecen más significativos, desde Pascual Contursi hasta Eladia Blazquez”.

Rafael, nacido en Villa de María, Córdoba, en 1979 se vio obligado a exilarse en España, después de 3 años de detención en las duras cárceles de la dictadura argentina. Sus actividades sindicales como Secretario General del Sindicato de Trabajadores del Caucho, Anexos y Afines y como uno de los promotores de la “Mesa de Gremios en Lucha”, lo hicieron blanco de la ferocidad represiva, víctima de torturas y encierros.

En su exilio en España, “el país que definitivamente elegí para vivir”, pudo desarrollar su vocación por la palabra escrita, en sus múltiples facetas. Publicó una novela, “Otumba” ,  libros de cuentos (“En una caja oscura”, “Conversaciones con el Búho”, “Cuentos de sombra errante”, “De padre, madre y otros cuentos”); poesía (“La caracola en el oído”, “El oro de la vida”, “De aquello que pasa y queda”, “Con el hueco de la mano hacia arriba”); ensayos e innumerables artículos de prensa, además de dictar charlas y conferencias sobre literatura española y latinoamericana, en particular. Desde hace 20 años es titular de un taller de literatura en Madrid, “donde -como enseña el maestro Borges- lo más importante es aprender a ser un buen lector”.

 Retorno a la novela

-Hace 30 años se publicó Otumba, tu primera novela. Mientras tanto no sólo has editado libros de cuentos, poesías, ensayos e infinidad de artículos periodísticos, también escribiste otras dos novelas que no pasaron el filtro de tu propia censura, ésta pareciera que sí. ¿Qué cambió? 

-En los otros dos intentos anteriores, escribía con mucho fervor, pero por momentos sentía y por otros construía, “trabajaba” el texto y no soy un escritor de puro oficio, ni de oficina. En cambio, en esta ocasión, he estado escribiendo de a tirones, pero de a tirones que me poseían, que me llevaban adelante. Y a lo mejor eso sea lo que ha cambiado. Es otra cosa distinta de Otumba, pero por momentos he sentido esa pasión que sentía escribiendo Otumba. Ese estado emocional especial.

Esta es una novela, diría, moderna, no tiene nada que ver con esos estilos en los que el personaje, nace, crece y muere. No es cronológicamente lógica, es una atmósfera en la que se entra por distintos tiempos que se solapan. Creo que la impresión permanente del tema no se pierde.

-¿Por qué el contexto de la guerra civil española como marco de fondo?

-Es probable que me haya reencontrado con una antigua demanda interior de inteligir algunas cosas de esos años. Porque mis primeros maestros en Córdoba fueron españoles republicanos. Ellos me explicaron las razones por las que la sociedad estaba dividida en clases, en pobres y ricos. Y la manera de intentar cambiarla, de mejorarla, de luchar. Todo eso lo recibí de ellos, en primera instancia. Era una cosa conmovedora. Me sacudieron la vida. Y de ahí empezó mi compromiso con esas luchas.

Cuando vine aquí, miraba la gente en la calle y no tenía nada que ver con aquella de la que yo había sentido hablar, como yo me la había imaginado desde el relato de los exilados.  Cada vez que había una película sobre la guerra civil entraba impulsivamente al cine para verla, porque esos rostros no los veía en la calle, no estaban, no existían. Esos rostros llenos de futuro, de entusiasmo.

Un general anarquista

-Y con la novela, ¿buscas recrearlos?

-Sobre todo el mundo interior de la gente, de los personajes que intervinieron. Personajes muy sencillos, me los he imaginado originarios de esta zona.

Me impresionaron algunos especialmente. Mirando la zona geográfica donde transcurre la acción me fijé en la batalla de Guadalajara que fue muy importante y muy cruenta, la primera que se ganó contra el fascismo. En esta área, el comandante de las principales fuerzas republicanas fue un   albañil que se llamaba Cipriano Mera, el único general anarquista, lo que parece una contradicción. Él estuvo al mando de un cuerpo de ejército compuesto por unos 60 mil combatientes que protegieron Guadalajara durante más de dos años. Era admirado por su conducta en el combate hasta por los propios generales franquistas. Lo respetaban. Después de la derrota estuvo exilado en África, lo devolvieron a España y Franco lo condenó a muerte. Se salvó gracias a la presión internacional.  Estuvo en la cárcel, lo mandaron a realizar trabajo esclavo. Lo liberaron y después huyó a Francia por un paso secreto de los Pirineos. Vivía en una casita muy humilde de París, trabajó de albañil hasta que se jubiló, participó en el mayo-junio francés y fue fiel a sus principios hasta su muerte. A su funeral fueron Sartre, Simone de Beauvoir. Sender y otros intelectuales, que lo consideraban una especie de “santo laico”.  Ese tipo de gente es la que más me conmovía de la España revolucionaria.

-Con personajes históricos como éste, ¿existe una empatía autobiográfica de tu parte?

-Mi idea es tratar de entender muchas cosas de ellos. Una, es familiar, es su condición de obreros, de gente que trabajó en el sindicalismo. Después afrontaron la resistencia contra la sublevación militar. Y con una organización no sólo para la guerra, si no que fue una organización para la revolución. La guerra servía para defender las conquistas que se obtuvieron desde el gobierno, pero también desde abajo, consolidan sindicatos, ateneos, cooperativas, colectivizando el trabajo, la producción, la distribución. Fue un proceso simultáneo y eso fue lo que más me ha emocionado de la revolución española. Eso me ha hecho empatizar enormemente con ellos porque todos los dirigentes, todos los líderes venían de abajo, eran obreros, gente de familias muy humildes que luego llegaron al conocimiento, al pensamiento, a la construcción de un mundo distinto en su imaginario. Y en permanente interacción con la gente, en eso me siento muy pariente, muy familiar. Mi origen es así, también.

-Un similar origen y un modo de entender la pertenencia de clase.

Para nosotros, los jóvenes sindicalistas de aquellos años en Córdoba,  ser obrero no era sólo la participación en el movimiento y la lucha sindical. Era el clasismo, el orgullo de ser un trabajador. De pertenecer a un lugar en el mundo presentado y autopresentado. Un carnet de identidad. No pensábamos: “ahora soy obrero en modo transitorio, para luego pasar a otro estamento”. “No. Soy obrero y lo soy a toda honra, a toda aspiración, a todo sueño y a todo entusiasmo de futuro”. Eso es lo que había en Córdoba y es lo que yo he encontrado en la gente que hizo la España del ’36. Gente absolutamente convencida, asentada y situada en su condición de productor, de trabajador, de obrero, con todas las capacidades para proyectarse a los mundos de la cultura, pero sin jamás descuidar el propio origen. Esto me conecta a ese aire, a ese viento juvenil que me sopló las velas hasta el presente.

Y en otro orden de cosas estamos hablando de dos derrotas. La derrota aquella y la derrota ésta , que son  la derrota de la humanidad contra la que nos oponemos,  que nos motiva a luchar, aún hoy. Si no fuera así, se nos acabaría el deseo*.

El tango y sus laberintos

También el tango en sus distintas dimensiones, -”la danza, la música y la palabra”, en ese orden en su pensamiento-   ocupa el tiempo de las investigaciones, búsquedas y escritos de Rafael Flores Montenegro. Su programa “Mano a mano con el tango”, fue trasmitido por Radio Nacional de España por casí treinta años, desde 1987 hasta finales del 2018.  Publicó libros sobre autores de tango y ensayos sociológicos sobre su genésis y evolución (“Carlos Gardel, tango inacabable”, “El tango desde el umbral hacia dentro”, “Gardel y el tango, repertorio de recuerdos”, “Amor en el tango, Grisel-José María Contursi”, “Carlos Gardel, la voz del tango”, “Osvaldo Berlingieri, yo toco el piano”) Sus ensayos “El Tango, desde el umbral para adentro” y “Dionisio y la fiesta del tango”, son producto de rigurosas investigaciones históricas, sociales y musicales. Fue además promotor de actuaciones en Europa de maestros musicales como Osvaldo Pugliese (“Uno de esos sueños hermosos en los que uno empeña hasta lo que no tiene”), Leopoldo Federico y Osvaldo Berlingieri, entre otros. Se convirtió así en uno de los principales expertos de la música rioplatense en España. Su obra ha sido traducida a diversos idiomas, entre ellos el italiano, el alemán y últimamente, el primero de sus tres libros sobre Gardel, al inglés. “Pero lo que más me llena de satisfacción, es la traducción del libro sobre Berlingieri (“Osvaldo Berlingieri, yo toco el piano”) al vietnamita, por lo que ha significado la lucha de ese pueblo para nosotros, los jóvenes de los años 60-70”.

-El título del libro en edición sobre 14 autores de tango titulado “Poesía del Tango. Pasión,  transtierros y pensamiento libertario en el siglo XX” preanuncia también aquí una visión socio política del argumento.

La conclusión es que la gran poesía del Tango es hija de aquella ola inmigratoria compuesta por activistas sindicales, mutualistas, asociacionistas y libertarios, en su gran parte.  Lo que fue el movimiento social de finales del siglo XIX y la primera época del XX. Prueba de ello es que González Castillo por anarquista estuvo exilado en Chile, el primer  Contursi , Pascual, escribía en La Protesta. Cátulo Castillo  se formó en las peñas literarias  ideológicas y musicales de su padre. Ahí estuvieron Celedonio Flores, Manzi, Discépolo también. Las primeras ideas de Discepólo eran de origen libertario. Expósito era hijo de madre y padre libertarios, de militancia e ideas muy fuertes.

Corresponsal de guerra, poetisa del tango

-¿Y los demás?

Algunos autores son muy conocidos como Discépolo, Manzi, Cadícamo y otros menos, como García Giménez, como Batistella y dos mujeres extraordinarias para mí que son Eladia Blazquez, para el presente y Maria Luisa Carnelli, que fue la primera periodista de guerra que hubo en Argentina. Maria Luisa estuvo en la Revolución de Asturias del 34 y después en la Guerra Civil, una militante a full del PC (Partido Comunista), una feminista, una tipa extraordinaria, que se juntó con Enrique González Tuñón que era anarco. Y es él quien la llevó al tango. Ella siguió militando en el PC. Era un PC bastante abierto, y ella muy especial, al punto que la poética de María Luisa no refleja de entrada las ideas socialistas. Hablan de la vida, de la música, a la vez que son una contestación elíptica a la sociedad burguesa, en cierta forma.

-¿Valorizas a alguno de ellos en especial?

-Después de haberlo hecho y visto, creo que hay una ponderación de la figura de Homero Expósito porque fue un renovador de verdad y un tipo cuya personalidad me llega profundamente. Me gusta su manera de apostar por los temas esenciales para sacar el tango de sus propios clichés. Él trabajó, con mucha fortuna creo, los temas del amor, de la pérdida, de la inmigración, de la sociedad contemporánea, los sueños rotos, la mercantilización de los hechos íntimos, pasionales, afectivos. Me gusta mucho Homero Expósito, sin por ello menoscabar a Manzi, Celedonio Flores, Discépolo, Batistella y todos los otros.

-¿De dónde nace este interés tuyo por estudiar analíticamente el tango?

Toda la vida me ha gustado el tango, junto con los Rolling Stones y Creedence Clearwater Revival, escuchaba a Gardel. Pero la gran movida con el tango la viví en España, con los españoles. La demanda de los españoles que te decían, “a Usted que le gusta el tango, ¿daría una conferencia sobre el tango?” Mi gran error fue decir que sí. Entonces estuve 9 meses para escribir 10 páginas…

También es cierto que me pasó algo muy tremendo con la novela Otumba. La editorial Gallimard había aceptado Otumba, iba a salir antes en francés que en español , era una cosa extraordinaria. Y al mes, el director comercial, desaconsejó la edición porque el tema latinoamericano ya había pasado, dijo, que ya no era comercial. Para una persona joven como yo, trabajador manual, que trabajaba en la carpintería y se quedaba escribiendo hasta tarde durante la noche, fue un golpe muy terrible. En esa época apareció mi entrada con el tango en la radio, apasionante.

-Porque tu vocación era literaria.

-Siempre me imaginé como autor de cuentos y de novelas, que había descubierto la fábula o la narrativa como la herramienta mejor para trasmitir las pasiones de entonces. Mejor que el discurso, que el ensayo, que el escrito político.   Otumba tenía esa intención. Convertir en fábula una historia de terror, de horror, de fracasos, de derrota.  Entonces, de alguna manera viré, no dejé la literatura pero viré mi intencionalidad de escribiente, escribidor, hacia el tema del tango.  Entro al tango con ese bagaje. Claro, no he ido al tango dejando de lado mi vocación narrativa, ni siquiera en mi frustración, o en mi parálisis narrativa. Y el tango en su lugar me daba la posibilidad de trabajar en la radio, me daba mucho oído por parte de la gente.

“Mano a mano con el Tango”

-¿Y en ese viraje, qué encontraste ?

-El tema del tango cubrió muchas ansiedades, muchas oquedades que me quedaron como exiliado, como hombre que ha sido transterrado. Encontré la cultura del país que había dejado y una conexión universal que es lo que más me interesaba. Nunca quise vivir, ni deseé vivir en un gueto, encerrado en una burbuja de nostalgia, ni un carajo. Yo quería vivir en España, estar en España, sentir la hispanidad con mis cosas, con lo que yo traía. Incluso en la radio me dieron una lección los oyentes españoles. A los meses de estar, traté de incorporar expresiones, tonalidades de cómo se habla aquí y eso. Me llamaron por teléfono y me dijeron, “Usted tiene una excelente dicción argentina, el tango es argentino. Por favor siga hablando como antes”. Así me afirmaron en mi condición de criollo por la radio.

-Estar en España, por elección ahora, pero con raíces en la cultura rioplatense, difundiéndola. ¿Y cómo te fue?

-Treinta años de radio, de comunicación directa con los oyentes, cientos de miles de oyentes, me obligaban a ir cambiando de manera constante la temática, para mantener atractivos los temas que estaba divulgando. Yo cuando empecé, en Radio Nacional de España, en el ’88, el programa era difundido por una cadena de 70 emisoras que se oían en el Sur de Francia y en Marruecos. Era una locura, dos horas a la semana. Sábado de 10 a 11 y el domingo a esa hora de la noche, sólo en Madrid tenía 450 mil oyentes. Fueron veinte años con el programa y después siguieron los micros programas de 7 minutos hasta octubre del 2018. Estos que muchos escuchan aún en mi página web.

-Después de varias décadas de exitosa difusión masiva del tango bailado en el mundo, la pandemia lo golpea duramente, ¿es el preanuncio de la tantas veces proclamada muerte del tango?

La muerte no, pero en este momento veo muy difícil la continuidad. Veo imposible que se siga enseñando, bailando con mascarillas. Es una herida de muerte para el tango, que de todas maneras no va a morir. Pero no se puede aprender a bailar con la mascarilla, como están haciendo en algunos lugares de Buenos Aires. Entonces “hacen como que” se abrazan, “como que” giran. No sirve, en el tango se necesita tocar, poner el cuerpo, no hay vuelta de hoja.

-¿Se interrumpe la simbiosis corpórea?

-Yo he escrito sobre la importancia del abrazo en ese Sur del mundo donde empezó a bailarse,  donde se hablaban muchas lenguas que no se entendían entre sí y no había Instituto Cervantes para que la gente aprendiera el idioma del país. Eran jóvenes y necesitaban   amarse, tocarse, conectarse. Y el tango fue principalmente eso. Y el gran hallazgo en primera instancia, en primer momento, está en la danza. La danza provoca la música, la genera, tratando de ver cómo seguir a éstos que están bailando de esa manera. Es un baile de contacto, por excelencia. En el abrazo hay posesión, lucha, acuerdo y abandono. Contacto y fusión en el movimiento de dos cuerpos que se buscan, desde la cabeza a los pies, tocándose y relacionándose desde infinitos lados, de frente, de perfil, de atrás, siempre vestidos. Nada tiene que ver con la recordada y remanida frase del escritor francés Jean Cocteau “bailarlo es hacer de pie lo que otros hacen en la cama”. Si bailás, no estás haciendo el amor, si querés hacer las dos cosas a la vez, no hacés bien ninguna.

*Rafael Flores Montenegro relata su experiencia sindical de aquellos años en: “Pasión y caída. Memoria de la Mesa de Gremios en Lucha. Argentina 1973-1976”, Abrazos, Argentina 2008. Edizioni Arcoiris. Salerno, Italia 2010.

Dos textos de Flores Montenegro

 

Agustín Tosco, nuestro hermano mayor

En las imágenes que tenemos de Agustín Tosco, siempre se nos representa hablando a un público que le escucha y, por lo que sea, a la vez a cada uno de nosotros. Tenemos esa sensación, nos hace pensar, nos interpela, nos conmueve.

Creó un lenguaje que se hizo marca suya. Lo asumía una importante franja del movimiento obrero, pero por más que estuviéramos de acuerdo con sus postulados, nadie pudo plantear las cosas como él. Decir, por ejemplo: “Unidad de trabajadores y estudiantes… de peronistas, radicales, comunistas, cristianos, etc.” o “Todos los trabajadores, piensen como piensen, tengan el color partidario que tengan, profesen la religión que profesen…”, eran el emblema de unidad en sus intervenciones. Más todavía puede señalarse que, con mirada avizora, supo en los comienzos de 1970 que la defensa de los derechos humanos en Argentina provocaría la adhesión cada vez mayor de distintos sectores de la población.

La gente de Luz y Fuerza componía el grupo mejor situado en el panorama laboral de la Provincia de Córdoba. Tenían excelente obra social, planes de vivienda, colonia de vacaciones propias, buenos sueldos y control de las actividades importantes de la empresa pública de energía. Era obra del tesón de los compañeros orientados por Agustín Tosco. El día y la noche se habían hecho para compartir anhelos de redención social, para indagar cómo lograrlos, para ser felices de estar juntos y mirar hacia adelante.

Quizá resulte extemporáneo buscar en el día de hoy modelos que puedan ajustar sus ideas a esa fuerza incontenible de la naturaleza que él significaba. No hay ejemplos que lo repitan. Ni siquiera que lo reflejen. Pero que no nos agarre el desaliento y merezcamos acompañar su recuerdo lleno de rebeldía y deseos de unir fuerzas contra la explotación y la indolencia.

Era la sede del Sindicato un edificio construido con el aporte extra de los trabajadores, bajo el escrupuloso control de gastos supervisados por Tosco. Un lugar lleno de vida, siempre desbordado de obreros y estudiantes. Allí se caldeaban las inquietudes por renovar ideas, estéticas, disciplinas de lucha, sueños de transformación de la sociedad. Conviene apuntar que, en esa época, el diez por ciento de los setenta mil estudiantes en las Universidades de Córdoba, eran trabajadores en el sector industrial y afines. En el Salón de Actos, conferenciantes de distintos sitios del país llenaban el recinto de jóvenes ávidos de pensamientos modernos y rebeldía. Tosco alentaba esos encuentros masivos y participaba en circunstancias excepcionales como en una que recuerdo ahora. Iba a dar su conferencia un afamado periodista cuyo vuelo desde Buenos Aires no llegaba a tiempo. Los organizadores, estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Información, subieron a la cuarta planta al despacho de Tosco donde estábamos reunidos. Le plantearon la situación de la sala llena sin la presencia del ponente:

– ¡Por favor, Agustín, decí unas palabras para que la gente no se vaya sin nada!

– ¿Cuál es el tema?, preguntó. Se lo dijeron. Tosco pidió diez minutos de preparación. Transcurrido ese tiempo, bajó para dar una vibrante charla sobre la función de los periodistas en pos de informar la verdad ante la gente.

En efecto, su voracidad de conocimientos era extraordinaria. Autodidacta, como todos los grandes pensadores históricos del movimiento obrero, tenía el secundario y la formación técnica, pero estaba bien preparado en Economía Política, Historia, Derecho y cultura general. Todo adquirido en las horas que le dejaran los turnos laborales a los que no faltaba, y las horas robadas al sueño. El gusto por informarse y saber, al parecer lo recibió primero en la humildad lectora de su padre. Cuando adolescente, se destacó en los estudios, indagaba en cuanto libro cayó en sus manos, escribía poemas. Después, ya empleado, intervino en los hechos sindicales del segundo gobierno del peronismo, a la vez que conectaba con antiguos luchadores que le recordaron los arduos caminos andados por la clase trabajadora desde finales del siglo XIX. Ya dotado de experiencia y formación, se relacionó con Pedro Milesi, maestro indiscutido de las generaciones de la Izquierda de las décadas de 1960 y 1970. Enfáticamente, se declaró marxista en el análisis de la historia, e independiente en las líneas partidarias. Si tensamos su semblanza hacia una fórmula, diríamos que Tosco abogaba por la construcción de un gran Frente de la clase trabajadora encolumnando a los sectores progresistas de la sociedad.

Había desarrollado el arte de la palabra en el discurso, con la capacidad para enlazar temas aparentemente dispares, en un lenguaje sostenido en entonación y vocablos que no se repetían. Tosco hablaba y transmitía énfasis con las posturas, los movimientos de las manos, el timbre de la voz; daba confianza, hacía reflexionar a la audiencia.  La asamblea, que era siempre tenida como el organismo máximo de decisión, vibraba con sus discursos. Recuerdo que, en las reuniones reducidas, de equipo, a los que teníamos entonces entre los 20 y 25 años de edad, su mirada nos hacía llevar la vista a otro lado o bajarla. Él nos doblaba en edad, en experiencia gremial y política. Nos protegía porque, seguramente, le gustaba colaborar con los pibes que trabajábamos en las fábricas y andábamos vestidos de obreros por el centro de la ciudad.

En 1974, cuando comenzó el acoso a las organizaciones obreras independientes, se fundó el Movimiento Sindical Combativo. Fue una inspiración suya, en esos tiempos de perplejidad y rabia, a la que adherimos con entusiasmo. Resistíamos al acoso de la burocracia sindical amparada en la Nueva Ley de Asociaciones Profesionales, a la vez que apoderada del Ministerio de Trabajo y de un tiránico aparato de control de los sindicatos. Nos reuníamos ante una mesa alargada que presidía Agustín Tosco, sentado en general hacia la mitad de la mesa. No había diferencia alguna, pero tácitamente él conducía el encuentro. Solicitaba los puntos de vista de cada uno, sin excepción. Nos instaba a hablar, aunque en ocasiones no coincidiéramos con sus puntos de vista. Al final, en procura de un acuerdo claro, natural, con asombrosa capacidad de síntesis, resumía las posiciones en un esquema mayor, en una expresión unitaria que fundamentaba punto por punto. En los entretelones de la deliberación, en el clima de aumento represivo en el país, alguno le preguntaba por las amenazas que llegaban al Sindicato. Él bromeaba, restándole importancia. Recuerdo que una vez comentó la retahíla de insultos recibidos mediante llamadas telefónicas anónimas:

– Pero no tienen imaginación, dijo.

Siempre repiten el mismo verso: “Te vamos a cortar la lengua”, y sonreía.

En la sede de Luz y Fuerza se reunía la resistencia, el tesón y la esperanza. Por ello, el golpe policial al gobierno de Córdoba estrechamente vigilado por el asesino Benjamín Menéndez, comandante del Tercer Cuerpo de Ejército, clausuró el sindicato, detuvo a quince integrantes y puso en búsqueda y captura a Tosco. La radio y la televisión avisaban con descaro que se lo detendría donde lo encontraran, vivo o muerto, desde luego. Anduvo camuflado, escondido por la gente, viviendo en permanente zozobra. Así, por distintos sitios del país hasta caer enfermo. Sin poder recibir la atención adecuada, falleció de septicemia el 5 de noviembre de 1975.

Nos impresionó verlo en la última reunión que tuvimos con él, en la clandestinidad. Llegó a una casa incógnita de las Sierras de Córdoba, delgado y algo demacrado. Llevaba una gorra con visera y bufanda en la alta noche. Fue muy efusivo su abrazo, nos conmovió profundamente. Creo que éramos cuatro compañeros de diferentes sindicatos: Tomás di Toffino de Luz y Fuerza, Juan Villa de Perkins, El Petiso Sánchez de SMATA y yo mismo, del Sindicato del Caucho. Nuestra Mesa de Gremios en Lucha, en combinación con las Coordinadoras de gremios en distintos puntos del país, había derribado el plan económico del llamado “Rodrigazo”. Íbamos para decirle a Agustín que la principal silla de la Mesa estaba vacía para que él la ocupara. Mostró una alegría inmensa, se congratuló con fervor, nos felicitó y agregó: “Esto demuestra que los partidos políticos, las organizaciones revolucionarias, las fuerzas democráticas, acuerdan con la movilización”. Inexpertos de nosotros, argumentamos lo que también era cierto: “No, Agustín, esto lo hemos construido los obreros sin consultar a nadie. Es la necesidad y el ánimo de la gente lo que expresamos”. Inexpertos, digo, pues también nos reunimos después con Alfonsín en sendos encuentros a petición suya, con Alende, con las organizaciones revolucionarias, con algún sector de la Iglesia.  A todas luces, Agustín Tosco miraba más lejos, abarcaban sus ojos más amplio espectro social que nosotros, aún aprendices de su escuela. Nos despedimos con una emoción incomparable. Abrazó a cada uno de quienes éramos sus muchachos. A uno le dijo: “Pero, me discutes, si sabés que sos como un hijo para mí”. Recuerdo que fue muy difícil mantener la entereza en esos momentos, aunque aún no nos diéramos exacta cuenta de que nuestras ideas eran tributarias de las suyas.

El corazón de trabajadoras, trabajadores y estudiantes del pueblo de Córdoba, tocó a rebato en los días de su muerte. En la última jornada hacia el Cementerio de San Jerónimo, vivimos el acompañamiento más emotivo que recuerde la ciudad. Cincuenta cuadras de gente andando, aplaudiendo desde los balcones, arrojando flores al cortejo. Se veneraba la vida y la obra del luchador insobornable, su coherencia de cabal guía en la redención social.

Antes de ingresar sus restos en el Cementerio, los fusiles policiales aterraron a la multitud compuesta de más de treinta mil personas. Dejaban dicho, a balazos, que en pocos meses vendría para el país la institucionalización del Terrorismo de Estado.

(Texto publicado originalmente en Revista Haroldo)

 

Borges y el Tango

Con pasos felinos ocupan el espacio

ya hollado por la música

y las miradas de todos al entrar.

En la milonga

seremos dos abrazados

y vueltos hacia un inconsútil

centro del cuerpo.

Vanamente, los que no bailan

creen saber la ruta que trazaron

pies que se buscan y apenas

pueden rozarse. Nadie acierta,

una matemática insomne

sostiene la sorpresa.

Tal vez la exaltación también

que dura tres minutos

y prescinde de nombres e identidades.

 

Pudo el poeta abismarse en esas figuras

creer que allí esta el signo

de dios, la cambiante

metamorfosis del otro y el mismo,

la increíble escena de dos

que son cuatro y a veces uno.

Se echó de bruces a la conjetura

y asustado volvió

con palabras hermosas y recelo

de perder su única certeza

el nombre Tango en la conciencia.

Volvió para dar la espalda

a la danza, quizá fueran perdularias,

quizá nadie de su círuculo aprobara

ese lance al abismo del tango.

Las palabras lo salvaron un tiempo

pero su alma no. Nuevamente

recayó en brazos de aquellas tentaciones.

(“Borges y el Tango” que fue publicada en su ultimo libro de poesías: “Con el hueco de la mano hacia arriba”. Editorial Opera Prima, 2019.)

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