Un jardinero yanqui le acaba de ganar un juicio a Bayer por haber contraído un cáncer por el uso intensivo del glisofato que contiene uno de sus productos. Puede que sea el comienzo del combate contra los agrotóxicos, que polucionan zonas rurales y ciudades. Bayer ya sabe desde el nazismo de esto de envenenar personas.
El jardinero Dewayne Jhonson, con un cáncer terminal que proyecta su vida para pocos meses, acaba de ganarle un juicio a Monsanto -desde hace muy poco propiedad de Bayer. La enfermedad fue consecuencia de haber usado frecuentemente un producto cuyo principal componente es el glisofato. Todo indica que pronto será un muerto millonario, si las apelaciones de Bayer no dilatan por años el pago de 260 millones de dólares, que le adjudicó una juez y un jurado popular de California.
La importancia de este hecho es que sienta un precedente muy importante como leading case; un antecedente muy valioso para la jurisprudencia sobre las víctimas del glisofato. La cantidad de reclamaciones similares contra sus efectos, comercializado con la marca Roundup, no sólo en Argentina, enfrenta a Bayer a una debacle de consecuencias catastróficas. Ya tuvieron el primer anuncio, su caída en la Bolsa.
Importa, especialmente, que el fallo se produjo en los EEUU, donde la industria del juicio por reclamos por indemnizaciones es endémico y floreciente. Por un porcentaje de lo que se obtenga al final del proceso, los abogados patrocinan gratuitamente hasta al peatón que se torció un tobillo tropezando con una baldosa floja. Con lo que es de esperar un aluvión de casos similares, que, inevitablemente, se extenderán a todo el mundo donde se haga soja transgénica, como Argentina, el tercer productor mundial después de EEUU y Brasil.
Pero, si bien Bayer, y quienes hayan comercializado el glisofato -que se defenderán diciendo que fueron engañados por Monsanto- están en primera línea judicial, no serán los únicos afectados. No son pocos los gobiernos que ignoraron las denuncias de los afectados por ese producto –como es el caso de Argentina- porque las exportaciones sojeras les aportan millones de dólares. La pequeña historia de un negro, jardinero, de 42 años, al borde de la muerte, pone en peligro esos ingresos.
Puede suceder, nunca se sabe, que el fallo en California ponga en marcha un apocalypse now que nos haga pensar en ciertas incoherencias. Como, por ejemplo, producir alimentos, soja, y convertirlos en bio diésel, para que se den el gusto de pasear en coche varios millones de ¿desaprensivos? ¿inocentes? ¿no enterados? La calificación queda a gusto del lector.
Los datos recientes deberían hacernos pensar si podemos seguir al margen, o creernos al margen de este problema.
Hace pocos días se conoció un informe del Centro de Investigaciones del Medio Ambiente (CIMA) de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Ha comprobado que los agrotóxicos empleados en la soja y en otros transgénicos se evaporan y luego caen, con la lluvia, sobre las ciudades. En el testeo de casi dos años sobre zonas urbanas de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fé y Entre Ríos, se detectó glisofato en el 90% de las muestras. No fue el único agrotóxico encontrado y, si se tiene presente, que en la mayoría de los casos son acumulativos por el consumo continuado de agua potable -de aljibes, cursos de agua o represas- se abre un interrogante serio: ¿desde cuándo el habitante urbano, que se considera lejano y ajeno a las fumigaciones, viene acumulando venenos en su cuerpo? En tren de chicana, lo reconozco, me gustaría leer algún pronunciamiento de, por ejemplo, los Veganos, que salvan su alma comiendo vegetales, acerca de los transgénicos y el glisofato.
Pero también me digo, que habría que conocer quién es quién y aceptar que en la vida no todo son aspirinas. Pongamos que hablo de Bayer.
Quien debe pagar al jardinero será la empresa Bayer, que hace muy poco compró e integró a Monsanto, la mayor productora y comercializadora de glisofato.
Comenzó como una empresa familiar de tinturas, pero dio el salto al producir ácido acetil salicílico bajo la denominación comercial de Aspirina. El ácido acetil salicílico se encuentra en la corteza de las salicáceas, como el sauce -de allí su nombre- cuya decocción usaban los pueblos primitivos para combatir la fiebre y los dolores.
Hasta aquí la historia rosa, ahora vamos por la otra. En los años cuarenta Bayer había ampliado su andadura a la producción de, entre otras cosas, productos para el agro, y era parte del conglomerado IG Farben.
Durante la Segunda Guerra Mundial los campos de concentración brindaron a IG Farben centenares de miles de prisioneros para el trabajo esclavo; se los alquilaban las SS a precios módicos. Unos para trabajar y otros para la experimentación de productos medicinales.
IG Farben suministraba, a su vez, un producto utilizado para eliminar parásitos como los piojos, el Zyklon B, para que, en los campos como Auschwitz-Birkenau, Buchenwald o Treblinka se eliminara los parásitos del imperio ario: judíos, comunistas, homosexuales, gitanos, enfermos mentales, y otras cargas para el Estado. Algunos historiadores afirman que, con puestos móviles, el Zyklon B fue usado para eliminar a soldados alemanes que regresaban del Frente del Este, Rusia, con horrendas mutilaciones que no debían ser expuestas a los ojos de la población germana. Hacerlo hubiera alimentado el derrotismo.
Finalizada la guerra, en 1951, el conglomerado fue disuelto, justamente por haber tenido trabajadores esclavos. La disolución de IG Farben se formalizó en tres empresas: BASF, Hoechst o Bayer. Sin embargo, durante décadas, IG Farben siguió cotizando en Bolsa.
Una tía abuela solía decir, para justificar las andanzas del firmante: lo que se hereda no se roba. Era una referencia a un abuelo anarquista que había tenido sus propias historias duras.
No parece casual, entonces. que Bayer comprara Mosanto para producir glisofato, teniendo. Lo que se hereda no se roba.
Entonces, aquí estamos. Con un agrotóxico que no sólo jode a los que están cerca de las fumigaciones, sino que la lluvia te lo trae a casa, pongamos que hablo del centro de Córdoba. Con una economía y gobiernos que dependen de las exportaciones de los sembradores de soja transgénica, necesarios consumidores de glisofato. Y con un juicio que gana un jardinero a una empresa como Bayer, poniendo a rodar la primera piedra de un alud.
Si la mitad de esto se concreta, como saben decir los españoles: que Dios nos coja confesados.