Detrás de esa prolijidad austera, de las arrugas que le surcan el cuero como mapas de un mundo distante, por encima de ese pelo blanco, raído que deja entrever el cráneo y de las orejas grandes que sostienen unos anteojos gruesos hay un hombre lúcido de mirada dura, sin brillo. Jorge Rafael Videla, uno que eligió ser genocida y ahora “no recuerda”.

Sus pasos son cortos. A cada pisada le sigue el ruido metálico de las esposas que le ciñen las muñecas. Son las 9 de la mañana del 27 de septiembre de 2012 y la sala del Juzgado Federal N° 2, en el tercer piso de Comodoro Py, tiene un ventanal enorme, vidriado, por donde se ve el esqueleto gris y mugriento de un edificio que nunca llegó a ser.

Que no te engañen sus movimientos lentos, la parsimonia con la que se acomoda en la silla enfrente de la prosecretaria ni la media sonrisa que le dedica al oficial que le saca las esposas para dar inicio a la audiencia. Detrás de esa prolijidad austera, de las arrugas que le surcan el cuero como mapas de un mundo distante, por encima de ese pelo blanco, raído que deja entrever el cráneo y de las orejas grandes que sostienen unos anteojos gruesos hay un hombre lúcido de mirada dura, sin brillo. Uno que eligió ser genocida.

– Mire atentamente cada fotografía y diga en voz alta si reconoce o no a estas personas, le dice la prosecretaria. Entonces Jorge Rafael Videla, 87 años, artífice del golpe militar argentino del ´76, proclamado presidente de facto por la Junta militar, otrora indultado, posteriormente condenado en tres megacausas por delitos de lesa humanidad y procesado en 21 casos con más de 1300 víctimas, toma las 20 fotos del escritorio y se demora en cada una, como si contemplara su álbum familiar. Hace gestos, ademanes, incluso sonríe con una oscuridad que no sabía que una sonrisa podía contener. Y se da el gusto, una y otra vez, de decir “no conozco a ninguna de estas personas”.

Sentada al lado mío, Mariana (que no se llama Mariana), se mueve incómoda y ante cada gesto parece a punto de llorar. Miro alrededor de la sala. Es una habitación inmensa, con muebles de madera marrón oscura, seis escritorios llenos de papeles, dos teléfonos de línea y una máquina de escribir antigua. Del piso al techo, cada una de sus paredes está llena de expedientes. Son los legajos de investigación de las identidades suprimidas y sustituidas durante la última dictadura cívico militar con ayuda del Equipo de Adopción San José del Movimiento Familiar Cristiano.

Videla mueve la cabeza de derecha a izquierda y ensaya un “ajá” ante la foto de un festejo multitudinario. Los anteojos se le resbalan a la punta de la nariz y se los acomoda con paciencia. La imagen reproduce a Mariana -de niña- en una reunión familiar, quizá un cumpleaños. Está rodeada por sus apropiadores, familiares de éstos con fuertes conexiones a las fuerzas armadas de los años ´70, vecinos y amigos. Mariana está paralizada y cierra los puños con fuerza dejándose la marca de las uñas en la palma de las manos cuando, una vez más, Videla repite que no conoce a ninguna de esas personas. La frustración de Mariana lo divierte. No se gira a mirarla. Sólo se dirige a la prosecretaria con la misma frase.

– Míreme bien, mire las fotos ¿me reconoce? ¿la reconoce a ella?, le dice Mariana y señala la foto que él sostiene. A todas las preguntas, incluidas las del cuestionario, atina a decir “no recuerdo” o “desconozco”. Y silencio, el mismo que marca las identidades apropiadas hasta el día de hoy.

Videla, que fue miembro del Movimiento Familiar Cristiano junto a su esposa, murió en el penal de Marcos Paz al año siguiente. Pasaron más de 8 años de esta escena y 44 en total desde el último golpe de estado. Mariana aún no sabe su identidad biológica. Quizá se cansó de buscar.

Los legajos de la causa “NN- Movimiento Familiar Cristiano s/ supresión de identidad” se repartieron entre varios juzgados federales, ante la declaración de incompetencia parcial del juez Sebastián Ramos. No existe claridad respecto a la participación del Movimiento en el plan sistemático de apropiaciones de bebés en dictadura ni de la responsabilidad que le cabe a la Arquidiócesis. El único detenido – luego liberado- Francisco Martín Zabalo, tesorero de la organización y amigo del genocida Juan Bautista Sasiaiñ (fallecido), declaró que el Equipo San José -dirigido por la difunta Delfina Moras de Linck- intermediaba en las adopciones de niños con la venia de la Dirección General de Minoridad. Entre sus benefactores se encontraba la organización alemana religiosa Miserior. Algunos legajos investigan adopciones internacionales vinculadas a un ex- gerente de Bayer e incluso a un militar estadounidense.

Varios matrimonios del Movimiento se constituían en “hogares de tránsito” de niños que luego eran trasladados a nuevas familias. Las actas del libro del Equipo, tipeadas a máquina y firmadas por Linck, dan cuenta del supuesto hallazgo de bebés en canastas y entre mantillas, abandonados en las noches en su puerta o entregados por desconocidos que se negaban a identificarse. Por medio del Banco Nacional de Datos Genéticos se comprobó que al menos dos de esos casos se trataron de apropiaciones de niños de personas detenidas- desaparecidas: las hijas de los matrimonios Trotta- Castelli y Taranto- Altamiranda. No se descarta que el Equipo haya incurrido en tráfico de niños por fuera del circuito represivo.

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