La memoria, el dolor, la infancia y la dictadura son los temas que atraviesan los últimos libros de la escritora Ángela Pradelli. “Son historias difíciles de contar, siempre hay un fragmento de historia que no está, siempre hay un personaje que tendría que haber entrado y salió, y ellos mismos tienen que ir reacomodando su historia, con los nuevos datos que surgen”, dice en esta entrevista.
Nuestra tarea consiste en contar historias y recuperar aquello
que llevamos en la sangre.
Antonio Dal Masetto
[Á]ngela Pradelli es profesora de Letras y escritora. Durante treinta años, ejerció la docencia en escuelas bonaerenses. Ha escrito narrativa, poesía y una trilogía sobre educación. Fue premiada en el país y en el extranjero, y algunas de sus obras, traducidas al inglés, francés y alemán. Sus últimos libros, En mi nombre, El sol detrás del limonero y La respiración violeta del mundo entrecruzan los mundos del dolor, la memoria y la infancia.
–En 2012 diste talleres de narración en el Centro Cultural Haroldo Conti, en la ex ESMA, ¿la idea de narrar sobre memoria surge a partir de ahí?
-No, no surge ahí. El tema de la memoria me atraviesa desde hace mucho tiempo, no tiene un principio, un momento, al menos no tengo registro de eso. La memoria fue algo que siempre estuvo, en la poesía, en la narrativa, en los ensayos también. En Amigas Mías hay un capítulo dedicado a la dictadura. Los talleres del Conti eran de escritura autobiográfica y muchos de los participantes habían atravesado sus propias historias en época de dictadura. Terminé una especie de trilogía sobre educación (Libro de lectura, La búsqueda del lenguaje y El sentido de la lectura) y después apareció En mi nombre, -las historias de cinco identidades restituidas-, un libro que hacía mucho que venía armándose en mi cabeza pero no encontraba las formas de narrar las historias. Fue mi primer libro dedicado abiertamente al tema. Me reuní con mi editora de Paidós, Rosa Rottemberg, que siempre me ayuda a darle forma a mis proyectos, a las ideas. Me dijo que no tenían una colección para el libro pero que lo publicarían como libro único, fuera de toda colección. Y eso hicimos.
-Esther Cross dice que los libros descienden de libros, ¿sentís que La respiración violenta del mundo deriva de En mi nombre?
– Absolutamente. Ese libro nace ahí, en esa atmósfera, en esos climas, en esa oscuridad, en esa densidad que vivieron esos chicos y en el relato que yo iba haciendo, que si bien no es biográfico de ninguno, nace entre los pliegues de esos relatos. No podría haber escrito ese libro si no hubiera escrito antes En mi nombre, si no hubiera escuchado esas historias y no hubiera transitado la dificultad en la narración de esas historias. Me acuerdo con la primera, que fue la historia de Manu (Manuel Goncalvez Granada) que nos encontramos primero en un bar, luego vino a casa, y yo lo interrumpía mucho. Son historias difíciles de contar, siempre hay un fragmento de historia que no está, siempre hay un personaje que tendría que haber entrado y salió, y ellos mismos tienen que ir reacomodando su historia, con los nuevos datos que surgen. Hay una dificultad intrínseca en la narración de estas historias. Muchos dicen, ¿y por qué no preguntó? No se podía preguntar, no porque hubiera un cartel que decía “no preguntes”; había un peso, familiar, institucional, social, también en las escuelas. Ahí está lo que no se habla, se disimula, no se cuenta, con esa presión de lo que no se tiene que decir, no es fácil narrar, más allá de que nunca es fácil narrar. La respiración… no hubiera sido posible sin En mi nombre.
-Venías de narrar los testimonios reales que componen En mi nombre, y si bien la trama de La respiración… describe el caso de Emilia, niña de cinco años apropiada en dictadura, la novela es ficción. ¿Supuso un esfuerzo transformarlo en literatura?
-Salió naturalmente. Yo quería contar la historia desde la niña, la mirada desde la infancia. Es tan poderosa la infancia. Esta niña por ejemplo, tan poderosa y tan pequeña. A pesar de haber atravesado esa historia de separación, de historia y de muerte, no podía narrar en primera persona, porque esa niña no tenía lenguaje para narrar toda esa atrocidad y tampoco quería separarme mucho de ella, quería estar lo más cerca posible. La escena del secuestro de su madre está narrada a través de los ruidos, porque es lo que ella puede narrar, desde ahí, sola, desde su habitación. Esa infancia no la abandona nunca. Hay cosas que te pasan en la infancia y te suceden también en la vida adulta. Pasó la infancia, pero no quedó ahí, sigue pasando. La infancia es tremendamente poderosa y además creo que la percepción de una niña, un niño es muy fuerte en ese tramo de su vida. La infancia siempre tiene algo para decirnos. Me pasó que, cuando salió el libro, tuve la certeza de que podía dejar todo de lado y dedicarme a contar todas las historias, 110 hasta ese momento. Enseguida apareció la posibilidad de escribir una historia de ficción, que escribí muy rápidamente. Lo hice en dos meses, si bien hubo luego mucho trabajo de edición y corrección. Pero fue esto; pasar de esa necesidad rotunda a querer escribir esta ficción. Cuando se narra literatura, siempre es ficción. Me pasaron cosas raras con este libro. Cuando salió, una docente lo trabajó con sus alumnos e hicieron un video a partir de la lectura de la novela. Un día me habló la directora para contarme que los habían dejado filmar en un hogar en Longchamps. Qué bien lo describiste, con las habitaciones que dan al pasillo. Me sorprendí y pensé, todos estos lugares son parecidos. La avioneta que describís sigue estando en las mismas condiciones en el jardín, me dijo. Y me corrió un frío: yo no conocía el lugar. La avioneta y ese hogar fueron totalmente imaginarios.
-En la novela hay un anclaje real a partir de ciertos personajes, ¿cómo lo trabajaste desde la narrativa?
-Hay un personaje, (Rodolfo Walsh) y sin embargo no aparece como Walsh porque es en el tramo de su vida en que él está viviendo en la clandestinidad, sus últimos tiempos bajo el nombre de Norberto Freire. El personaje tiene otro nombre, otro oficio, otra edad, y me gustó esa vuelta de la novela, que apareciera en un momento en que él decide y tiene la necesidad de vivir clandestinamente, me gustó esa cosa muy entrelazada que aparece en la novela entre ficción y realidad. Había terminado de escribir las escenas de Walsh, pero necesitaba ir a San Vicente (donde el escritor pasó sus últimos días) así que llamé a una amiga y a la mañana siguiente salimos. Nos pasó algo muy raro. No teníamos la dirección así que fuimos a la plaza y cada vez que preguntamos y decíamos su nombre, no nos respondían o decían no saber. Era como invocar una presencia maldita. Hicimos unas cuantas cuadras, y nos acercamos a un señor, en la vereda de su casa, estaba con un niño pequeño, con un triciclo. Le preguntamos, y metió al nene adentro, nos señaló y cerró el portón. Finalmente, pudimos llegar y le hicimos nuestro pequeño homenaje, yo había llevado un cuento y la carta a la Junta Militar. Recorrimos un poco y llegamos a la estación. Nos sentamos en un banco, seguramente el mismo banco en que estuvo sentado Rodolfo Walsh y bajaron dos hombres de un auto, diciendo que había sonado una alarma. No habíamos escuchado nada. Estábamos solas en esa estación. Ese clima, hostil, persecutorio, de demostrar nosotros estamos acá. Que se supiera que Walsh era una molestia, fue muy fuerte. Muy impresionante. Me sigue impresionando recordarlo. Estando allí, yo imaginaba lo que debía haber sido esa noche en que terminó de escribir la carta a la Junta, en medio de esa soledad y los silencios, en su condición de clandestino. En aquel momento, en el 76, un grupo de vecinos se reúne para ir a la municipalidad para reclamar luz porque el barrio no tenía, y él se reúne con los vecinos y participa de la charla y dice que se queda tranquilo, cuando vuelve porque era la confirmación de que no sospechaban de él. Y a mí me gustó que se encontrara con Emilia en la estación de San Vicente, porque fuera del hogar donde permaneció, Walsh es el único adulto que ve a Emilia. Ella se siente reconocida por alguien por primera vez, alguien que la mira y reconoce en ella que es de otro lugar.
En El sol detrás del limonero, se hace presente el testimonio como legado familiar, a partir de las cartas que, el abuelo de Ángela escribiera décadas atrás. Con una sensibilidad exquisita, Pradelli describe, a partir del intercambio epistolar de su abuelo con la familia que quedó en Peli, poblado de la Emilia Romagna, historias de la familia inmigrante, truncadas por la ausencia y el destierro, por el hambre y la guerra.
“Te gustaba también cantar por las tardes, cuando el sol empezaba a bajar, mientras regabas las verduras. A veces sonreías y a veces se te aguaban los ojos, pero aun así, con la voz un poco apagada y los sonidos entrecortados, aun así seguías cantando. Yo te veía sonreír; qué cantás, nonno, te preguntaba”, relata en el prólogo.
–El sol detrás del limonero nace a partir de la lectura de las cartas de tu abuelo, que implica, también recuperar trazos de tu infancia.
-Cuando viajé a Italia, encontré a los sobrinos de mi abuelo. Fue una emoción y una rareza, porque nos abrazamos y ya sentíamos un cariño fuerte y yo me acordaba mucho de mi abuelo escribiéndole las cartas a su hermano, el papá de ellos. Al tiempo, mi prima me escribió desde Génova y me dijo que tenía esas cartas; las había guardado, sabía que debía tirarlas pero no le había dado el corazón para hacerlo. Y cuando las leí me impresionó su sensibilidad para contar. Mi abuelito había ido sólo un año a la escuela, una escuelita de montaña en la que no existía la división por grados, con dos maestras para todos, que enseñaban a leer y escribir y operaciones matemáticas básicas. Su sensibilidad para contar su conflicto con la inmigración, con la lengua. Este libro también tiene que ver con la memoria, con la forma en que la memoria se hace presente en la vida cotidiana en cada uno de nosotros. ¿El recuerdo es una fotocopia que se vuelve a pasar y pasar tal cual o algo que se puede construir? ¿Qué se hace con el testimonio? Las cartas de mi abuelo, a partir de la interpelación a mi propia memoria, interrogan el valor del testimonio. De qué forma ese testimonio que escuchamos modifica nuestra forma de ver el mundo, de comprenderlo, de decir, incluso, las cosas.
-Con tu último libro, La Poética de la seda, retomás el camino de la poesía.
– Mucha gente cree que yo escribo narrativa y cada tanto poesía, pero mi eje es la poesía. Cuando escribí sobre educación hay textos poéticos metidos, hago un vaso comunicante con eso, por ejemplo en La Búsqueda del lenguaje. Escribí En mi nombre y sentí que faltaba algo hasta que descubrí que me faltaba un poema para cada capítulo y lo hice. Me gusta mirar la vida desde la poesía. La poética… (recientemente publicado por Ediciones Del Dock) es un libro que lleva muchos años escribiéndose, a pesar de ser un libro chiquito, y aparece mucho en mis viajes, en las experiencias. Cuando viajo me aparece mucho la poesía. Uno a veces tiene la posibilidad y la apertura de captarla, sentarse a escribirla y a veces pasa de largo. Pero me parece muy importante hacerle un lugar en la casa, en la cocina, en el cotidiano. Por ejemplo uno de los poemas, La Gambaro, se desprende de una entrevista que le hice a Griselda. Por supuesto la entrevista fue publicada a los días y el poema siguió escribiéndose. Ya no sé si la entrevista se desprende del poema o a la inversa, ya se me escapa eso. La poesía es más que la narración; ese día con Griselda la poesía estuvo presente todo el tiempo en esa entrevista, en la forma en que caminábamos, en su forma de echar la cabeza para atrás y despedir el humo. La poesía es más que la escritura. Puede haber mucha poesía una tarde en una marcha. Después podés escribirla o no, pero esa poesía te va a traspasar toda la vida. La poesía a veces desembarca en la escritura, pero si no lo hace no deja de existir. Si alguien no la cuenta por algún motivo, está. El relato se lo debemos a los narradores, el teatro a los dramaturgos, la poesía está, más allá del poeta. El poeta la escucha y la escribe, pero la poesía está. Estaría bueno si pudiéramos escucharla más seguido.
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