El fanatismo terraplanista y la Tierra hueca donde creían habitar ciertos inspiradores del Tercer Reich. Las novelas de Terry Pratchet y la pregunta del millón: ¿Piensa o no piensa la tortuga que sostiene a los elefantes que sostienes a la Tierra?
En los últimos tiempos han resurgido los cultores de la Tierra Plana, una idea muy antigua, remozada de tanto en tanto. Los terraplanistas podrían ser primos hermanos de los cultores de la Tierra Hueca, que tuvo no pocos seguidores entre la mezcla de científicos y astrólogos que rodearon a don Adolf Hitler. Unos y otros, y otros más, son tenidos en menos por los convencidos sostenedores de la Tierra Esférica, en rigor, una naranja achatada por los polos; que podríamos llamar los “redondistas”.
Es cierto que, con tanta foto de satélite y etcétera, a los terraplanistas les falta argumentario. Como un aporte solidario y patafísico a esa corriente les sugiero que lean a uno de mis autores favoritos, Terry Pratchett, y lo esgriman como una Biblia alquímica. Una Biblia que se disfraza de fantasía con humor para ponerse a salvo de la conspiración redondista.
Terry Pratchett, en sus novelas, ha construido un mundo, un alter ego de la Tierra, en definitiva, absolutamente plano. Un mundo con un mar único y una serie de islas donde diversas formas de cultura son predominantes. Por ejemplo, en una de ellas se considera inmoral no ser ladrón. Algún marxista dogmático podría leer esa isla como la demonización de la propiedad privada. Lo que no estaría mal, si los dogmáticos tuvieran humor.
A lo largo de esa saga, protagonizada por un grupo ecléctico, donde participa un mago peculiar, se detalla la geografía del planeta plano. Digo que el mago -en una tierra plana quién se atreve a negar la magia- es peculiar, porque por vago y quilombero lo expulsaron de la escuela de magia sin completar sus estudios. Por eso sus intervenciones mágicas a veces salen hacia donde apunta, y a veces, muchas, tienen efectos inesperados y contradictorios.
Pero volvamos al mundo de Pratchett. Entre las islas se puede navegar, pero nadie se anima a navegar hacia el horizonte. Allí -pocos aventuran su origen- hay una baranda y una pasarela que circunvalan el Océano, evitando que barcos y marineros se precipiten en el espacio. Lo que sería -¿naufragio sidéreo?- una circunstancia ideal, para comprobar si la tortuga sigue allí o es una superstición. Pero ¿de qué tortuga hablamos?
En la cosmogonía aceptada por los habitantes de esa tierra plana -salvo algún anarco hereje suelto- se da por sentado que la tierra está apoyada sobre el caparazón de una tortuga enorme que nada en el espacio sideral. Algunos aseguran que, en rigor, se apoya sobre cuatro elefantes, de pie sobre la tortuga. Creencia que ha provocado rabiosos enfrentamientos entre los teólogos que, yendo a las bases del asunto, no terminan de dilucidar preguntas como estas: ¿Hacia dónde nada la tortuga? ¿Esta despierta o duerme la tortuga? ¿Sueña? ¿Piensa la tortuga? Y, si piensa, ¿en qué piensa la tortuga? Algunos teólogos llegan a sostener, siempre hay extremistas, que la tortuga no piensa ni un cachito así, y que lo que importa no es la tortuga sino la idea de la tortuga. Explicación harto frecuente entre políticos conocidos, para evitar definiciones siempre incómodas.
Pero otra cosa son los habitantes sin calificación científica, mágica o teológica. Muchos, cuando sale el tema a relucir, lo resuelven taxativamente diciendo: ¿Qué cuernos me importa una tortuga más o una tortuga menos, mientras haya vino en mi jarro? Lo que demuestra, en una lectura alquímica, que, como entre la comunidad redondista, hay gente que piensa en profundidad y gente que se acomoda y conforma con lo superficial.
Hasta aquí esta nota tiene toda la pinta de un boludeo, con perdón de la palabra. Pero deja de serlo cuando observamos como ciertas ideas se trasladan a la práctica. Por ejemplo, los experimentos que los defensores de la Tierra Hueca hicieron durante el Tercer Reich.
(Describimos para los no iniciados: en una masa de piedra, tal vez infinita, hay un hueco esférico. Más o menos en el centro de ese agujero una cantidad de puntos luminosos se mueven coordinadamente. El punto más luminoso es el Sol, que ilumina, cuando nos toca, nuestras cabezas de caminantes por la superficie de la oquedad esférica).
Algunos genios poco reconocidos por los ortodoxos, especialmente los que se juntaban en Paderborn, Alemania, mientras se construía un gigantesco polígono donde confluían las líneas de fuerza de la Tierra que sustentaban el Tercer Reich, se trasladaron con telescopios y receptores de ondas varias a determinados puntos de la geografía de Europa y Asia Menor. Pensaban que, en tanto la Tierra era hueca, sería posible espiar ciudades como Londres aguaitando a través del espacio interior. La intención estaba clara. Las bombas voladoras V-1 y V-2 habían sido pensadas para transportar algo muy distinto a unos pocos kilos de explosivo convencional a un costo desmesurado. Si los científicos del Tercer Reich terminaban a tiempo la bomba atómica, ningún punto del planeta estaría demasiado lejos del exterminio.
Los experimentos fracasaron, dicen, porque el espacio interior del hueco esférico distorsionaba la luz y las ondas de todo tipo. La profecía se cumple cuando encontramos, después, las explicaciones que justifican el fenómeno, presuponiéndolas en el origen. San Agustín y Santo Tomás sabían un kilo y tres pancitos de estas jugadas.
Como la vida en una sociedad mercantilista, pongamos que hablo del capitalismo, es de una mediocridad insoportable, considero que el terraplanismo, como el terrahuequismo, aportan una módica ración de aventura e imaginación. Entonces se nos hace necesario hablar y divulgar las atroces intenciones de la conspiración terraplanista y sus aliados más cercanos, los negadores de las vacunas, los veganos y sus compadres, los homeopáticos. ¿Cuáles son esas aviesas intenciones? Si las enumeráramos no estaríamos a la altura del enemigo, porque lo que se define parece volverse sólido, y estamos tratando con cosas que, como dijo el imbécil del Principito de Antoine Marie Jean- Baptiste Roger, conde de Saint- Exupéry, son invisibles a los ojos. Y, además, ya se sabe, más o menos desde Confucio, que la medida de un hombre es la de sus enemigos.
Por eso apelamos a la contundente filosofía de Alfred Jarry, el autor de “Ubú Rey”; la patafísica.
Dando por sentado que mucha gente no lee ni el marbete del papel higiénico, compartimos. La patafísica es, asumiendo los riesgos del revisionismo, la filosofía de lo que está al pedo. Aquello que no se justifica por su valor de mercado, sino porque no tiene ningún valor.
Por eso, como adherentes a la patafísica en categoría de aspirantes, nos proponemos denunciar la conspiración terraplanista para que, como toda afirmación fuertemente defendida termina siendo justificada con la invención del pasado que la precede, un mundo de tenderos sea cuestionado por la imaginación.
Doy por sentado que ningún terraplanista ni terrahuequista ha leído a Terry Pratchett, y no lo hará nunca, porque leer libremente está reñido con los dogmas. Pero, como somos tendientes a cierta libertad intelectual, dejamos planteada la pregunta: ¿En qué milongas raras está pensando la tortuga?
Todo el poder a Ubú Rey.
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