Fue uno de los grandes del cine y el teatro argentinos. En esta entrevista, Alfredo Alcón cuenta los inicios de su vocación, da su visión sobre el oficio de actuar y habla de la pasión y los temores que le produce el teatro.

Yo voy más tranquilo al dentista que a una entrevista, te lo juro”, dice Alfredo Alcón, mientras camina hacia una de las oficinas del Centro Cultural Provincial antes de la segunda función de El Gran Regreso en la ciudad de Santa fe.

“Cuando uno actúa,  lo que dice es porque le gusta ese autor, que se expresa bellamente, con síntesis, con hondura. Ensayás tres meses, entonces sale el personaje que estás haciendo. En cambio, aquí sabés que el que está hablando sos vos y por ahí decís tonterías, porque no es fácil… Hay gente que tiene una teoría espléndida y sabe explicar todas las cosas, pero yo no sé.”

De todos modos, ya salió del camarín y se acomoda de buen humor para enfrentar la entrevista y explicar casi todas las cosas, no sé si con una teoría esplendida, pero sí con profundidad, claridad y pasión por la vida y por su oficio.

“Creo que el teatro para cada persona es algo distinto, para cada actor incluso. Y las razones por las que la gente va al teatro pueden tener que ver con la intimidad. En el cine, la intimidad que tenés con la cara del actor es casi física, pero es ¡casi! Física: es una foto del actor que no podés modificar. El cine es un objeto que está hecho fuera de tu tiempo. Como si mirás un hermoso jarrón, pero vos podés hacer ruido, podés mirar para otro lado, podés aplaudir, podés hacer lo que quieras, él no te necesita para ser bueno o malo. En cambio, en una función de teatro, un movimiento tuyo –no ya físico- mental- puede ayudar a aplastar la cosa o a que la cosa vuele. Y por otro lado es un hecho único, lo de esa noche, porque aunque vuelvas mañana vos no vas a ser el mismo, los que están arriba tampoco son los mismos. Por lo tanto no vas a ver la misma obra, el texto va a resonar de otra manera de escuchar lo que te dicen. Por lo tanto es una cosa que está haciéndose, es líquido, está en continuo movimiento. Además, es el lugar, supongo, donde así como los que tiene fe van a la iglesia a buscar a Dios en el teatro se supone que el hombre debería ir a buscarse a sí mismo, a través de ver qué le pasa a los otros, poner más o menos en claro qué es lo que les pasas a uno.

-¿Es un modo de enseñanza el teatro? ¿Cómo una escuela de la vida?

-Claro, como una escuela de la vida. No es que se saque nada en claro, el arte es la inminencia de una revelación. No es que vos seas una obra de teatro, o veas un cuadro y digas, ah!, ya sé lo que hago. No al contrario, te plantea… te da la sensación de que en todas las cosas hay un misterio y que te vas a morir sin saber cuál es exactamente ese misterio. Te pone ante la inminencia de que en esto de estar vivo hay algo que es mágico, sagrado, ponele el nombre que quieras, pero no es un hecho común.

-Boris Spielman, el personaje que estás interpretando en El Gran Regreso, hablaba de que él quería cambiar el mundo desde el teatro, ¿el teatro puede cambiar el mundo?

-Yo creo que el teatro no puede cambiar el mundo. El teatro puede ayudar a mirar. Hay un cuentito de Eduardo Galeano que se llama La Función del Arte, y es que el nene no conocía el mar y le dijo un día al papá: “papá quiero conocer el mar, llevame”. Entonces el padre lo llevó, y el chico empezó a caminar por unas dunas y de pronto ¡fah!, ante los ojos del chico esa inmensidad, el mar, el sonido, el olor, allá a lo lejos esa inmensidad tan grande, en la playa tan suave… y el nene le dice al padre: “papá, ayudame a mirar”. Entonces Galeano dice que la función del arte es eso, ayudar a mirar. Si uno se ayuda y ayuda a alguien a mirar, a lo mejor eso puede ayudar a un cambio de mirada, pero no a modificar el mundo. A veces determinadas obras te producen aventuras interiores, que te comunican con una zona donde la imaginación se despierta, donde no podés ver las cosas y tomarlas tal cual son, si no que te da curiosidad por ver qué hay detrás, de descubrir el misterio de las cosas…

-También, el personaje que estás trabajando contaba que un libro de Chejov, le hizo descubrir su vocación por la actuación ¿Qué es lo que te hizo descubrir a vos esa vocación?

-El origen de la vocación es un misterio total. Uno puede saber por qué se compró una camisa o este saco, pero por qué te enamoraste de fulana y no de mengana que era más linda, era más no se qué… Si lo querés explicar decís tonterías decís cosas concretas y esas relación no es concreta, es algo mágico que pasa. Entonces, a mi me parece que con esto pasa lo mismo.

-¿Cuándo te das cuenta ya sos actor?

-Por lo menos te digo en mi caso, porque como decía Unamuno: “soy el pariente más cercano que tengo”, entonces hablo de mi experiencia porque no conozco tan profundamente la de los demás. Yo, antes de haber ido nunca al teatro, ni al cine, me iba a la azotea de mi casa, a los seis años, siete años, a la hora de la siesta, cuando estaban durmiendo… me gustaba si había una cortina para lavar o cualquier cosa porque temías más cosas para disfrazarme, e inclusive –de esto los psicoanalistas pueden sacar conclusiones terribles-, si había un bichito muerto, una abeja, porque había plantas, lo ponía arriba de un banquito y con la cortina empezaba a dar vueltas alrededor de eso… era un ratito, después iba a jugar al fútbol y otras cosas, pero era un momento…. Lo que sí no me gustaba era que nadie me viera, en cuanto le veía asomar la cabeza yo me sacaba todo. Pero, ¿por qué hacía yo eso? Si nunca había ido al teatro. Después me enteré también que el teatro nació como una forma religiosa. Así que yo, de alguna manera, estaba reinventando una ceremonia que después derivó en lo que nosotros llamamos teatro. Después, de pronto un día me enteré de que había una escuela que enseñaba teatro, “Escuela Nacional de Arte Dramático, de tal fecha, hay que pedir un número para los exámenes de admisión…” Y ahora, cuando voy al teatro y veo mi nombre escrito ahí, digo: “pensar que yo soy actor, yo trabajo de esto”. Y cómo se fue armando la cosa de una manera… Hay gente que tenía un camino trazado, pero yo no, y de pronto digo: “mirá lo que me pasó… ¡Mirá lo que me pasó!”

-Después de tantos años de carrera ¿Qué se siente antes de salir a escena?

-Miedo, un miedo terrible y ganas de que llegue el momento. Exactamente igual que cuando te vas a encontrar con alguien que te gusta mucho. Porque ayer todo anduvo bien, pero a lo mejor hoy, una palabra, un gesto lo derrumba todo. Entonces la experiencia de ayer no te sirve para hoy. Hoy puede ser un desastre lo que me salga. Hay días en los que quisiéramos empezar de nuevo, decirle a la gente: miren, perdonen pero empezamos de nuevo; o nos vamos todos a casa, porque hay públicos que también…. No tienen ganas de jugar, digamos. Entonces son funciones penosas, donde ellos no hacen mucho ruido con los caramelos, los actores ponen la cara veintitrés, la treinta y uno. Pero nada sale de lo correcto, que es lo peor que se puede ser en la vida. Cada cual en su papel peor nadie se sale de sí mismo para jugar  y divertirse con eso. Salir de sí mismo para encontrarse; perderse para encontrarse.

-¿Cuál creés que fue tu mayor logro en la actuación?

-El buscar, a mí me gusta la gente que busca, no la gente que encuentra, no sé si me explico. Es decir, hay actores que hacen las cosas y ya una vez que aprendieron no buscan nada, ya saben que es así. Hay otros que por ahí no están bien, pero vos te das cuenta que está buscando algo, que no ponen la cara veintiuno, la treinta y dos, que no se apoyan en el oficio, que no son eficaces. Hay señores de las tablas que están tranquilos, pero no se puede estar tranquilo arriba del escenario y en la vida tampoco, si estás tranquilo es porque sos tonto. Porque es tan frágil todo que ¿cómo vas a estar tranquilo? Entonces, esos actores que buscan, son los que te calienta ver, porque decís: este tipo está buscando algo, a lo mejor no lo encontró, pero no se conformó con el oficio y con poner la cara veintitrés que gustó mucho ayer. Los que estamos ene el oficio, nos damos cuenta enseguida cuando alguien sale de taquito o sale a buscar algo. Porque cada función es como que puede ser la última. Yo cada día que salgo a trabajar, también pienso que a lo mejor no salgo nunca más y eso no me da tristeza. Y entonces, si no me sale mejor es porque no puedo, pero yo me rompo el alma, pero con alegría, porque me da placer romperme el alma y ver qué pasa, adónde me meto hoy.

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