Es una de los que hay que escuchar si se quieren conocer los rumbos que recorre el tango en estos tiempos. Su música logra sintetizar distintas vertientes, que incluyen al  jazz y al rock, y sin embargo suena vanguardista y tradicional a un mismo tiempo. Tape Rubin tiene nuevo disco, que presenta mañana en la Fernández Fierro. 

En el ya de por sí rico universo del nuevo tango argentino, tiene lugar en estos días un auténtico acontecimiento: la aparición, después de 9 años de silencio, del esperado nuevo disco de Alfredo Tape Rubín, creador y líder de agrupaciones tan celebradas como el Cuarteto Almagro y Las Guitarras de Puente Alsina, y autor e intérprete de temas memorables como “Bluses de Boedo”, “Lysou”, “Calle”, “Pegue su tren” o “Despedida” que lo convirtieron en un referente de la nueva música de raíz tanguera para las nuevas generaciones.

En este nuevo disco, Cambiando cordaje, se afianza el carácter guitarrístico de su trabajo: a las violas de Adrián Lacruz y Mariano Heler, se suma la de Leandro Nikitoff (además del guitarrón de Felipe Traine en el tema “Ya fue”), mientras que Rubín ha pasado a tocar el guitarrón. El papel de la voz, en discos anteriores exclusivo del propio Rubín con su estilo austeramente personal, se amplía y densifica en este nuevo disco con intervenciones muy ajustadas de Hernán Genovese, Eva Fiori, Chino Laborde y Noelia Moncada (“Cambiando cordaje”), Juan Villarreal (“Tierra bruja”), Cecilia Pahl (“Al lado de tu sueño”), Daniel Martucci (a) Maruki (recitando un poema propio en “Púrpuras de piedra y puterío”) y Andrés Vázquez y Javier Carbalho (“Ya fue”).

Pero lo que vuelve este disco realmente imprescindible para los amantes de las nuevas expresiones de la música que abreva en el tango y sus arrabales y para los devotos de la música en general es la alta calidad de las composiciones, que profundizan los logros alcanzados por Rubín y sus compañeros de ruta en discos anteriores, y el notable trabajo de todos los intérpretes. Las letras son siempre de alto vuelo, nunca previsibles, casi siempre líricas, constituyéndose en la fusión singular de un decir contemporáneo visitado de a ratos por un lunfardo atemporal y siempre pertinente. Las músicas visitan todos los géneros de la raíz original, desde el tango hasta el vals, pasando por la milonga, e incluyen también una folklórica huella, la negritud latente de la murga rioplatense y la vibración del rock and roll. Y los arreglos son sencillamente inmejorables, delicados, precisos, sin ceder nunca a los golpes bajos de ningún efectismo.

Pocos días antes de presentar este disco en sociedad en el Club Atlético Fernández Fierro (sede de la orquesta con la que Rubín tiene vínculos muy estrechos) en un concierto con entrada libre y gratuita, Alfredo Rubín accedió a responder las preguntas de la siguiente entrevista.

 Cambiando cordaje es el primer disco después de bastante tiempo. ¿Qué motivó ese largo silencio o, si preferís, que te hizo romperlo?

–Varias reflexiones en torno a esta cuestión. Por un lado, me parece saludable sacar un disco cuando hay algo para decir, y no cuando las urgencias del mercado, las ansias del artista de mostrarse o las ganas del público de consumir emociones lo demandan. Hay una lógica naturalizada que necesita mover la rueda del consumo, como si no hubiera mil formas de hacer las cosas. Y muchos discos intrascendentes, aun de artistas con nombre. Y una presión absurda para “aparecer, para no “estar retirado”, para “estar vigente”. Por otro lado, ha sido un silencio en lo referido a apariciones públicas en escenarios y medios, pero ha estado poblado de infinidad de voces ese silencio: voces viejas, voces nuevas. Desde el 2007 más o menos, empecé a interesarme por cuestiones de soberanía alimentaria, agroecología, semillas, permacultura. En el 2010, compré un campo y, habiendo grabado con Las Guitarras de Puente Alsina el disco Lujo total, el video Calle y habiendo tocado en el Teatro Solís de Montevideo como teloneros de la Fernández Fierro, sentí que era buen momento para irme al campo como todo mi ser estaba necesitando. Me dediqué a reparar el viejo rancho, a sembrar, a experimentar cómo sería la vida lejos de la ciudad y sus frenéticas ambiciones. Me sentí muy a gusto lejos del ruido, cerca del silencio, del cielo. Cuando en 2014 decidí volver para estar con mi hijo (ir y volver del campo a la ciudad fue muy desgastante y enloquecedor), mis compañeros me propusieron grabar.

–¿Qué búsquedas nuevas o qué ahondamientos en búsquedas anteriores supone, para vos, el disco? En principio, se puede apreciar una profundización de lo propio tomando una mayor distancia de la tradición. Aquello que en Hemisferios o Reina noche se insinúa en temas como “Bluses de Boedo” y que, en Lujo total, se hace más marcado en la línea melódica de piezas como “Pegue su tren” y “Despedida”, o en el uso de bandas sonoras en temas como “Calle” o “Lengua seca”, en este nuevo disco parece manifestarse en casi todos los órdenes: letras cada vez más audaces desde el punto de vista lírico, melodías más complejas y nuevas texturas y nuevos colores que le aportan esa cuarta guitarra y las otras voces. 

–Creo que el disco es un abanico de distintas estéticas, algunas muy lejanas entre sí, tanto en letra como en música. Hay tango tradicional en guitarras, hay experimentación, cruce de géneros, construcción sobre un solo acorde. Parece además que ya nos movemos con soltura en una especie de tango guitarrero con elementos rockeros en composición e instrumentación. Hay tierna canción valseada, tango canción con temática amorosa, una huella, ecos de murga porteña y voces de murga uruguaya, distintos colores de voces. No tenía claro que las letras de este disco fueran más audaces ni las melodías más complejas que en Lujo total, por ejemplo. Es bueno saberlo. Respecto de las búsquedas que planteás, nos preguntamos qué sentido tendría seguir enmarcados dentro de la estructura del tango tradicional, pero nos preguntamos también hacia dónde expandir y cuánto. De todos modos, me parece que lo que lo hace interesante es que todo está soportado por una base tradicional de guitarra tanguera. Lo mismo que en los discos anteriores.

 –¿Cómo fue el proceso creativo con los diversos temas del disco? Vale decir, ¿primero compusieron todos los temas y después se reunieron a ensayarlos, o fueron precisamente los encuentros y las búsquedas en común lo que fue posibilitando los distintos temas? ¿Hay, por otra parte, margen para la improvisación en el trabajo del grupo?

–Somos compositores los cuatro, de modo que en general lo que ocurre es que se trae la obra ya instrumentada y se le termina de dar forma en los ensayos, que son momentos muy placenteros, de gran concentración, camaradería, energía. En mi caso, cuando tengo alguna propuesta algo estrafalaria, llevo al grupo la idea del tema sin instrumentar, para ver si les parece que entra en nuestra estética, si les parece interesante la obra, y ahí definimos quién instrumenta, si lo hago yo, o alguno se prende a colaborar y hacemos tándem. Algunos temas los componemos e instrumentamos para guitarra con mi hermano musical y de la vida, Fabrizio Pieroni. La improvisación no está demasiado presente, en el tango se trabaja con una lógica muy distinta a la jazzera/rockera.

–En los temas con letra, ¿cuál es el punto de partida para componer en tu caso: la letra, la música, o depende de cada canción?

–En general, comienzo con la melodía. Desde que leí un reportaje a Discépolo donde decía que escribir la letra primero tiende a la monotonía, empecé a escribir así. A veces puede aparecer una combinación de palabras que interesen y entonces, se compone la música con esa intención, ya sabiendo qué historia o propuesta tendrá el tema. Lo que no ocurre nunca es terminar una letra entera y luego incluirle la música.

–¿Cómo trabajás la amalgama entre letra y música? ¿Tenés una poética explícita para combinarlas, alguna búsqueda de equilibrio para evitar que la letra, en su densidad, se vuelva incantable o que la música, en su esplendor, opaque o banalice la letra?

–Si la letra está bien construida, ningún esplendor musical la banaliza, al contrario, eso la potencia. La amalgama entre música y letra la vengo trabajando desde los 10 o 12 años de edad. Tengo un gran oficio en eso, es una mezcla de intuición y técnica. Algunas combinaciones no funcionan sin que se pueda explicar técnicamente por qué y otras que supuestamente no podrían funcionar, sí lo hacen. Por suerte también existe el misterio. Nunca escribo letras incantables, no podría hacerlo. Naturalmente, las depuro hasta hacerlas hermanas de los labios, la boca, la lengua. A veces hay que desechar figuras que serían hermosas en textos leídos pero no funcionan en el canto.

–En las diferentes agrupaciones que tuviste, la guitarra ha sido casi siempre el instrumento excluyente. ¿Es una decisión deliberada la de omitir otras sonoridades como las del bandoneón, el piano o el violín?

–El trío o cuarteto de guitarras es un instrumento en sí, como lo es la orquesta típica. Nos sentimos cómodos en ese universo, lo que no quita que más adelante podamos trabajar de otro modo. Una formación que me parece muy interesante es el cuarteto de guitarras más piano, pero seguramente influye el hecho que mi amigo Fabri sea pianista.

–¿Se puede hablar de una tradición estrictamente hecha de interpretaciones en guitarras y voz, con reglas y estilos propios? De ser así, ¿en qué se diferenciaría dicha tradición de la del tango con orquesta típica o con una instrumentación más variada?

–Creo que sí podemos hablar de una guitarra tradicional tanguera como soporte de lxs cancionistas. Pero no sé si soy el indicado para profundizar en esto.

–¿A qué se debió la incorporación de una cuarta guitarra y de otras voces? ¿A una búsqueda de mayores texturas, contrapuntos, densidades, coloraciones tímbricas o rítmicas?

–Yo venía de tocar casi exclusivamente tercera guitarra en los discos anteriores. Cuando decidimos la incorporación de Leandro, la idea de que yo pasara al guitarrón –una guitarra de mayor porte y afinada a una cuarta descendente– apareció de modo natural. Esto agrega una línea de profundidad, bajos, expande el grupo. Desde el Cuarteto Almagro que me gusta esta función de hacer base, lo siento natural en mí, no soy un virtuoso del instrumento, así que estoy muy bien en esa posición. Lxs cantantes invitadxs participan por distintos motivos. En el caso de “Cambiando cordaje”, para dar voz a cada elemento que ingresa (tierra, agua, fuego, aire). En “Tierra bruja”, para recordar la tradición de los valses en dúo. En “Al lado de tu sueño”, para dar voz al niño/a que habla desde el otro lado. Y en “Ya fue”, quisimos experimentar con cantores de murga uruguaya sobre una rítmica tanguera.

De izquierda a derecha: Mariano Heler, Leandro Nikitoff, Alfredo Rubín y Adrián Lacruz. Foto: Malena Quinteros.

–¿Cómo concebís ese otro equilibrio difícil entre tradición y renovación de los géneros de la canción de Buenos Aires? ¿Hay límites para la renovación más allá de los cuales sentís que estás traicionando esa tradición o, por el contrario, tu preocupación es evitar que la tradición asfixie lo nuevo?

–Simplemente, creo que, si la honestidad y la creatividad son las que mandan, pierde relevancia esa discusión. Lo que hoy se percibe como tradicional fue renovador en otro momento. Y lo que hoy se percibe como anticuado puede ser tomado por los nuevos movimientos si la rueda sigue girando. La obra tiene que funcionar comunicando algo, tiene que dialogar con el pasado y su propio presente. Si funciona como lenguaje, no importa si es tradición o vanguardia. Asimismo, el oportunismo y la falta de ideas y de oficio pueden dañar cualquier intento.

–¿Qué referentes podrías mencionar en tu trabajo como compositor, guitarrista y cantor? Uno podría pensar que están presentes en tu trabajo interpretativo la claridad y concisión de un Bartolomé Palermo y un modo de cantar que por momentos remite al gran Carlos Pérez de la Riestra. En el plano compositivo sería más difícil ubicarte, creo, porque es allí donde aparecen tus otras influencias como el folklore, el blues, el jazz y el rock…

–Todxs lxs que han compuesto buenas canciones y las han cantado y tocado bien son mis referentes. Robert Zimmerman dijo una vez ante la misma pregunta: “Puedo nombrarte un montón de músicos, pero ¿qué hay de la melodía que escuchaste una vez al pasar en una radio? ¿Qué hay del sonido del tren? ¿Un pájaro que canta?”. Es verdad lo que dice Bob: por ejemplo, hay un verso de un tango –del que no recuerdo el título ni los autores– que dice “pena veloz[1]”. Es un verso muy potente y se integra a mi red de palabras y melodías y así pasa con melodías, armonías, palabras, voces. No es lineal. Ojalá me acercara siquiera a cantar como Charlo, uno de los más grandes, sin duda. Podría decirte Yupanqui y Lennon, Violeta Parra y Pugliese, Chico Buarque y Bob Dylan, Julio Sosa y Billie Holiday, Gardel y Schubert y  Mozart y Jobim, Pugliese y Marisa Monte, Pink Floyd y Elis Regina… y seguir y seguir: Floreal Ruiz, Troilo, Homero Manzi, The Who, Caetano Veloso, Víctor Jara, Silvio Rodríguez, Beethoven. Y qué hay de los bailarines que vi, las milongueras que anhelé, los discos que se perdieron, las conversaciones en la noche interminable…

 

–¿Por dónde creés que pasa el futuro de la música argentina de raíz tanguera? No me refiero a nombres sino a caminos posibles.

–A veces pienso que va a seguir fusionándose hasta derivar en otra cosa. Por ejemplo, la temática de género es muy fuerte y va a tener que cambiar. Ya está cambiando. Pero también me pregunto qué futuro tenemos como sociedad si seguimos ampliando la frontera del agronegocio y mirando para otro lado en las grandes ciudades mientras nos quedamos sin ríos, sin tierras y sin biodiversidad.

 

El cuarteto integrado por Alfredo Rubín, Adrián Lacruz, Mariano Heler y Leandro Nikitoff presentará los temas de Cambiando cordaje el sábado 21 de abril a las 21.30, en el Club Atlético Fernández Fierro, Billinghurst 722, con entrada libre y gratuita.

[1] Se refiere a una expresión que aparece en la letra del tango “Cautivo”, escrita por el gran Luis Rubistein (autor de otras hermosas composiciones como “Noctámbulo” y “Charlemos”): “Nunca podré comprender,/ ni lo quiero pensar,/ qué hay en tu amor./ Niebla sin fin, pena veloz/ que abre los rumbos de mi mal”. Dicho tango lleva música de Egidio Pitaluga (N. del R.).