Corría julio de 1978 y la Revista Pelo entrevistó a Oscar Alemán con una consigna: hablar de los vínculos entre el jazz y el rock. Socompa recupera esa charla, donde además cuenta anécdotas con Duke Ellington, Ella Fitzgerald y otros grandes del jazz.

Oscar Alemán tiene sesenta y nueve años y la música es y ha sido en su vida. Comenzó como “niño prodigio” y llegó a convertirse en uno de los más grandes guitarristas de jazz del mundo. En enero de este año recibió una carta desde Francia para que enviara todos sus datos por que iban a incorporar su nombre y su trayectoria en una enciclopedia de los ciento veinte guitarristas de jazz del mundo de toda la historia de ese estilo.

Muestra esa carta con la misma pasión con que toca o enseña. Cuenta sus anécdotas con la misma intensidad con que lamenta la amarga pobreza que precedió a su éxito.

-¿Cuál es la ubicación histórica del rock, como ritmo emergente alguna vez del jazz?

-El rock es más nuevo, incluso que el boogie, que ya tiene sus años y yo inicié aquí. El rock, dentro del jazz es un ritmo más, a mí no me llena, como no me llena el boogie tampoco. El boogie son cuatro frases que inventó el señor Fats Waller sobre la mano izquierda, y hay que improvisar sobre eso. ¿Y que es improvisación? Es jazz. Si se quiere improvisar sobre el rock, ¿que van a improvisar? No va a improvisar frases de tango, ni rancheras, sino jazz. Una misma frase de jazz la puede meter en el rock, en el boogie, y si la hago un poco más lenta, en el blues. Lo último que se hizo fue el rock: es la música que menos acordes tiene, como el blues, que solo tiene cuatro.

-¿En alguna oportunidad hizo rock?

-Si. Una vez hice un rock y después hice cuarenta. Yo decía que eran rock, pero no eran. Nunca había tocado rock ni mis músicos habían tocado alguna vez esa pieza que inauguré ese día. Sobre unos acordes de boogie un poco más rápidos improvisé. Los acordes del rock son los mismos del blues y el boogie.

-¿Cuál es su forma de encarar el jazz?

-El swing, pero improvisado. Porque el que no improvisa no hace jazz. Ahora hay mil orquestas que hacen “La cumparsita” y es siempre la misma. Muy pocos hacen arreglos. Si yo la tocara sería distinta de la versión de otro. Poca gente se ocupa de la música que explota, que le da de comer, nadie se preocupa por romperse la cabeza por hacer un arreglo. Lo que toca Astor Piazzolla es diferente, es tango pero hay una tendencia hacia el jazz en la manera de poner los compases, de frasear, de poner los contratiempos. A la música que le da de comer él la levanta, pero todos los oídos no están preparados para recibir esa clase de música. El mío sí, yo lo admiro. Incluso hay músicos que, con el oído que tienen, lo critican. En los momentos en que los escucho me callo la boca, los veo querer presumir de algo que no comprenden, que no existe para ellos. Para mi existe lo bueno que está haciendo. Muchos dicen, por dárselas de sabihondos, que Piazzolla es bueno. No señor Astor Piazzolla es muy bueno. Horacio Salgán es muy bueno, aunque haya otras orquestas con más cartel que la de él. Pero Salgán sabe lo que hace. Yo le dedique un tango “Al gran Horacio Salgán”, y por ese título no lo tocan.

-¿Qué opina de la tendencia entre los músicos de rock a revalorizar el jazz?-

-Tienen que morir en el jazz. La comida está muy linda, pero hay algo que falta, entonces come con las manos. El manjar está ahí pero le falta el tenedor y el cuchillo. Y no es cuestión de ensuciarse los dedos, sino de utilizar el tenedor y el cuchillo para que usted llegue a tener buena educación. Buena educación es el jazz. Es el mal necesario. Los cubiertos llevan al rockero al jazz.

-¿Cuando descubrió el jazz?

-En 1923 tocaba un instrumento que se llama cavaquinho, una guitarrita brasileña de cuatro cuerdas. No hice el historial del instrumento, pero creo que también se tocó en España, donde le llamaban guitarrico. Es lo que llaman en Estados Unidos y Hawai ukelele. A los cuatro años me vine con mi papá a Buenos Aires, desde Brasil, donde vivimos un tiempo. Empecé con un conjunto folklórico, en el que mi papá y mi hermano mayor tocaban la guitarra, y mis dos hermanas, un hermano y yo éramos los que bailábamos. Después comenzamos a cantar, pero haciendo distintas voces, con sonido polifónico, con armonías. El conjunto se llamaba Sexteto Moreira porque, aparentemente, mi padre tenía una relación familiar con Juan Moreira; él se llamaba Jorge Alemán Moreira. Cuando todavía estábamos en Brasil murió mi madre, y después del conjunto folklórico mi viejo se dedicó a la bebida, y cada uno de los pibes, ya mayorcitos, hicieron su vida aparte, solos, de vuelta en Brasil. En ese entonces lo que yo sabía hacer era zapatear malambo, y bailaba gatos, firmezas, chacareras, zambas y escondidos. Y tenía un cavaquinho, con el que tocaba en los cafés y después pasaba el platito. Antes de eso había dormido debajo de los bancos de las plazas. Tenía un pañuelo de un metro cuadrado de mi padre y ahí ponía las pocas cosas que tenía. No tenía plata para pagar un hotel y no me recogió nadie. Tenía once años pero representaba siete porque era menudito, raquítico. Vivía en una plaza de Santos. Después me fui a la Isla Guaruja tocando en la balsa que iba hasta ahí. Tocaba el folklore brasileño que son cuatro acordes que conocía bien; por eso todas las canciones me resultaban parecidas. Me instalaba en la puerta de los cines, teatros y el casino, y tocaba mi cavaquinho para pasar el platito. Ese fue un paso que le gané a la vida: grande de decir, porque muy poca gente lo puede contar. En 1946 volví al banco de la plaza en Guaruja, pero con mi orquesta para inaugurar el nuevo casino. Después de tocar le pedí al patrón si podía hacerme la gauchada de dejar las luces encendidas cinco minutos más. Mi nombre estaba hecho en letras de un metro de altura y con la luz se reflejaba en el banco de la plaza, donde dormía de chico. En ese momento fui con un whisky y con un brillante en la mano a sentarme en ese banco. A sentarme y a llorar. Ya no estaba abajo sino sentado sobre el banco.

-¿Cómo llegó al apogeo en su carrera?

-Cuando estaba tocando en un café de San Pablo un señor me llamó a su mesa y me invitó a tomar algo. Yo no le podía decir que tenía hambre, que no tenía para comer. Me convidó un mingao, una comida que se hace con maizena, leche y azúcar que nunca más volví a probar en mi vida. Ese hombre me propuso tocar con él en dúo. El me prestó una guitarra criolla para que aprendiera con algún profesor que encontrara, y me dijo que cuando aprendiera fuera a verlo para hacer una gira por todo Brasil. Pero aprendí solo. Mi problema era que no tenía casa para poder ensayar y dejar el nuevo instrumento, hasta que en un café me dijeron que podía utilizar el cuarto del lavacopas para eso. Mientras tanto abría la puerta de los coches en los cabarets. Finalmente, me presenté ente el señor que me había prestado la guitarra e hicimos la gira y después viajamos a España. Allí mi compañero, que me trataba como un socio porque me daba la mitad de las ganancias, se enteró que Josefina Baker estaba buscando un guitarrista para su orquesta y viajó a París. Ella lo escuchó y le dijo que sabía de un negrito que le habían recomendado, que tocaba en un dúo. El tipo se volvió a Brasil y me dejó anclado en España. Supe después que se suicidó. Así empecé con Josefina, con quien toque en los mejores lugares de Francia. De esa manera conocí a Duke Ellington, Louis Armstrong, por ejemplo.

 

-¿Cómo los conoció?

-Estaba accidentado y la primera salida del hospital fue para ver a mi patrona, a Josefina. Con ella estaba sentado Ellington, que la conocía desde que era chica. Él le elogió el espectáculo pero buscaba a un guitarrista que le habían recomendado escuchar. Ella me señaló. A mí se ma cayeron las medias y le dije a un bailarín que pasaba por el pasillo que me trajera la guitarra. Estaba presente Juan Tisol, trombonista de la orquesta de Ellington, ya muerto, que es el verdadero autor del tema “Caravana”. Duke Ellington insistía en que tocara una pieza mía, que hoy se llama “Hombre mío”, que no tenía registrada ni grabada. Tisol me hizo seña de que no la tocara porque si no me la robaba. Josefina Baker le pedía que no le sacara el guitarrista, que era yo, y el le respondió que tenía un guitarrista inseparable que había pasado con el la buenas y las malas. El quería hacer un espectáculo especial conmigo, pero Josefina no quiso: ¿Quién va a hablar en francés conmigo en el escenario, quién va a cantar en portugués, quién va a bailar, quién va a hacer un solo de guitarra, quién va a tocar una tarantela o “La cumparsita”? Ella tenía razón pero a mí me sacó la chance. A Armstrong lo mandaron a escucharme. Yo trabajaba en un local nocturno que estaba al lado de otro que se llamaba “Ángel Rojo”, y Armstrong se metió en el “Ángel Rojo”. Un admirador de él le dijo que se había equivocado de local y salió a buscarme. Llegué, lo presentaron a él y después a mí. Él no se esperaba que a mí también me presentaran de ese modo. Toqué los cuatro coros de un tema y me pidió que volviera a tocarlos, mientras sacaba la embocadura de la trompeta. El tema era “Hombre mío”; empezó a improvisar, hizo veinticuatro coros todos distintos. Es similar a lo que me pasó con Coleman Hawkins que improvisó una cantidad de coros. A todos les gusta mi canción, pero yo no la puedo tocar, porque para tocarla necesito un público que le guste mucho la improvisación y tener músicos que conozcan la pieza para que ellos también puedan improvisar. Sus ideas me dan nuevas ideas a mí, y las mías le dan otras a ellos, y se puede estar tocando toda una noche.

-¿Escuchó rock?

-Si. Cuando vino Bill Halley lo fui a ver. El hombre del rulito. El tocaba la guitarra pero tenía un improvisador detrás que era negro. Lo ponía detrás de la batería; era el único que sabía tocar. Tenía un contrabajista que se subía a su instrumento y hacía que remaba. Y la gente se reía. Pero yo suponía que iba a ver músicos tocar, no cosas de circo, payasadas. Cuando yo me pongo la guitarra en la espalda, toco, no lo hago por simple payasada. Lo que hago es una acrobacia con el instrumento, pero toco. Si en la actualidad el rock está evolucionado debe ir al jazz. Es la base.

-¿Tuvo a músicos de rock como alumnos?

-Tuve a Claudio Gabis. Dijo que se iba a Estados Unidos por que el público de aquí no lo entendía. Cuando vino le pedí que hiciera una escala de fa y le marqué que hacía tres notas que no entraban en esa escala. Si los músicos de rock necesitan improvisar tienen que acercarse al jazz. Ahora los músicos de rock son demasiado ruidosos, tocan muy fuerte. Suelen perder el sentido de acompañamiento de los solos; todos quieren figurar y aumentan el volumen; entonces ya no se entiende nada.

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