Un psicoanalista aborda las nuevas formas de exhibición del cuerpo femenino y sus relaciones con la cultura selfie y patologías como la bulimia y la anorexia.

La cultura selfie –esto de sacarse fotos a uno mismo y compartirlas en la web- nos permitió el acceso a dos formas nuevas de exhibir el cuerpo femenino, nos referimos concretamente al bikini bridge y el thigh gap.

El bikini bridge es la hendija que se genera en la parte inferior de la bikini al quedar tensa entre los huesos de la cadera; por supuesto, que el efecto se produce siempre cuando la mujer tenga un vientre absolutamente chato.

El thig gap habla de un hueco, o ausencia total de grasa, en la cara interna de los muslos donde se juntan las piernas.

Ambas expresiones nacen en los foros acerca de la bulimia y la anorexia; pero, a través del portal 4chan, crean el hashtag #bikinibridge y comienzan a postear fotos través de las selfies. La iniciativa incluía la creación de perfiles de modelos para fomentar la publicación de la singulares fotografías, lo llamativo es que pretendía ser una humorada y como se viraliza a través de las redes sociales se termina convirtiendo en una tendencia.

Tal vez no sea ocioso recordar que en los ’60 la moda comenzó a exhibirse y promocionarse a través del modelaje. En aquel entonces la delgadez de la modelo obedecía a que su cuerpo no se debía convertir en el epicentro de las miradas de aquellos que concurrían al desfile. Si la modelo no debía tener cola, ni caderas, ni lolas, era para que funcionara como una variable neutra que permitiera que se destacaran las colecciones exhibidas. (Becerra, 2014).

Lejos de desaparecer de las ávidas miradas, estas mujeres terminaron convirtiéndose en eje de la atención hasta ubicarse en un lugar emblemático. De allí surge una moda que privilegia el cuerpo de la modelo y termina produciendo ropa como para que mujeres que deben tener el mismo cuerpo para entrar en el venerado extra small, el talle mínimo da prestigio, obviamente un imposible si pensamos que el cuerpo de la modelo es un cuerpo que –de manera similar al de un deportista- está trabajado profesionalmente. El mensaje es que en lugar de ser la ropa la que se acomode al cuerpo debe ser el cuerpo el que debe adaptarse a la ropa, aunque para ello sea necesario enfermarse.

Las conclusiones están a la vista: el cuerpo de la modelo, justamente aquello que no debía ser visto retorna de manera implacable y devastadora convirtiéndose finalmente no sólo en foco de las miradas; sino en el epicentro de una cultura de la delgadez y al mencionar lo cultural pensamos también en una manera de enfermar exacerbada tendenciosa o ingenuamente desde la hegemonía que se produce a través de las redes sociales.

La expansión y popularización de internet ha dado lugar a un crecimiento inimaginable unos pocos años atrás: la comunicación de centenares de millones de personas en todo el mundo. El acceso a la red permite que, por primera vez, todos podamos emitir información e ideas de diferente valor e importancia sin recurrir a la prensa, la radio y la TV que desde su creación estuvieron en manos de las empresas periodísticas y los periodistas profesionales.

Así como a través de los medios llegamos a conocer acontecimientos relevantes que en el pasado se hubieran mantenido ocultos también logramos emitir información sobre todo aquello que según criterios personales consideramos necesario dar a conocer. Sucede que esta facilidad de publicación –amparada en el novedoso derecho a la información– (Loreti, 1995) evita la mirada calificada de editores responsables, del chequeo de las fuentes y de la necesaria autocrítica que todo comunicador debería tener en cuenta. Curas milagrosas, colectas solidarias, alimentos maravillosos, circulan por la web y todo parece verosímil. Aquella frase: “es verdad porque lo leí en los diarios” forma parte de nuestro paraíso perdido.

La inclusión de los perfiles de modelos para fomentar la bikini bridge y el thigh gap no resulta azaroso si pensamos que hoy las modelos se han convertido en verdaderos personajes: no sólo conocemos sus nombres, sino que sabemos su historia, preferencias, amores; filman películas, abren negocios, participan de transmisiones televisivas, son seguidas y perseguidas por los diarios y las revistas. Lo paradójico es que la modelo no es un sujeto que sugiere un producto de consumo; sino que, en cierta forma es ella misma ese producto que debe ser comprado y consumido.

Con respecto al cuerpo de la  modelo asistimos a la predilección por la mujer delgada figura expresada perfectamente por la paleta de Botticelli. La mujer delgada reaparece después de la segunda mitad del siglo XIX una época donde se rechaza la carnalidad y la opulencia y se exalta  el retorno a la espiritualidad medieval, aunque de forma compleja y no exenta de tormento.

Dicen Bettetini y Fumagalli (2001) que la vida misma es vista esencialmente como crueldad, sufrimiento y pesar. El galanteo de la muerte, motivo fundamental del romanticismo, recibe nuevos impulsos desde la cultura sádica y un poco más tarde desde el psicoanálisis freudiano que plantea el instinto de muerte como simétrico del de vida. Estas actitudes encuentran su expresión en las heroínas del decadentismo; sus delgadas figuras ponen en evidencia el dolor de la vida y el prójimo, inevitable destino de aniquilamiento.

Así como en algunos momentos de la historia de los trajes de baño el erotismo pasaba por lo que se dejaba al descubierto, estas fotos que las mujeres se sacan a sí mismas evidencian que la erótica femenina bien puede pasar por lo que se insinúa más que por lo que se muestra, proponiendo otras zonas del cuerpo como partes sensuales.

Durante los ’60 se impuso una prenda (mejor dicho: dos) que dejaba al aire la espalda, el ombligo y las caderas; tan explosiva resultó para la moralidad y la religiosidad que se la bautizó como bikini, el mismo nombre de un atolón en las islas Marshall, en el océano Pacífico, donde los Estados Unidos hacían pruebas con bombas nucleares. En 1964 un modisto norteamericano inventa el monokini que era un pequeño short sostenido por dos tirantes que dejaban casi al aire los senos y diez años después, en Brasil, aparece el tanga que deja expuesta la cola de la mujer.

Observamos que en el erotismo convergen elementos culturales y sexuales. No es posible aislar al erotismo de todo lo relacionado con la sexualidad y con el acto sexual físico; o del mismo modo, descontextualizarlo de la fase de relación interpersonal en que se dé, sea ésta social -como podría ser mostrarse en malla en una playa pública, o íntima -como la actividad de seducir y excitar previa a la cópula. Además, es difícil precisar un rasgo que distinga claramente el adjetivo erótico de los que lo flanquean en una escala valorativa continua, en la cual podríamos incluir la pornografía.

La pornografía es generadora de ilusiones porque la representación del acto sexual se recuesta exclusivamente en lo físico y en las técnicas utilizadas. Con frecuencia se critica la pobreza de las imágenes, o de las escenas de las películas pornográficas y se manifiesta la mediocridad de la realización poniendo de relieve que en lugar de generar excitación, placer, etc. no se alcanza nunca la omnipotencia sexual prometida. La pornografía genera frustración ya que es una promesa de plenitud y de realización siempre satisfecha muy por debajo de las expectativas que genera.

Bataille (1981) investigó concienzudamente el trasfondo filosófico del erotismo, ya que lo analizó como carácter diferencial del hombre y tuvo la osadía de plantear la estrecha relación que existe entre el erotismo y la muerte. Basándose en la idea de la discontinuidad del hombre resulta ser que éste busca en las relaciones eróticas una continuidad que lo trascienda siendo que por eso mismo le termina resultando ajena ya que los sujetos se encuentran de pronto frente a una representación que los priva del placer sexual que –supuestamente- debería ser su expresión. El resultado es que no se tiene al otro, ni siquiera un simulacro, porque el otro es cambiado continuamente, anulado, antes de ser percibido en la plenitud de su ser. Bajo esta óptica se puede comprender porqué Baudrillard (2009) habla de lo virtual como un exterminio del otro.

No podemos finalizar este escrito sin mencionar que frente a esta fragmentación mediática de la corporeidad, el bikini bridge y el thigh gap se asemejan a un fenómeno difundido a través de los estilos actuales de la fotografía; inclusive, de la filmación, que se podría denominar como intrusivo, o indagador, de aquellas partes del cuerpo que son fotografiadas, o filmadas, para despertar, o provocar, el deseo sexual y que se extienden a otras partes del cuerpo consideradas más neutras. Este estilo se ha tornado cada vez más insistente y privilegia los primerísimos primeros planos: no sólo los detalles de las caras, los ojos, las manos de las personas. La cámara parece tener el derecho de penetrar en cualquier lugar, de examinar las particularidades físicas, casi sin darle lugar al derecho a la privacidad y la intimidad de las personas, de hecho la selfie a pesar de su escasa calidad de imagen si en algo se destaca es por su espíritu transgresor.

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Bataille, G.: Madame Edwarda. Premia editora. México, 1981.

Baudrillard, J.: El crimen perfecto. Editorial Anagrama. Barcelona, 2009.

Becerra, H.O.: La maravilla de estar comunicado. Un psicoanálisis a la comunicación. Luisa Lane editora. Buenos Aires, 2014.

Bettetini, G. y Fumagalli, A.: Lo que queda de los medios. Ideas para una ética de la comunicación. La Crujía ediciones. Buenos Aires, 2001.

Loreti, D.: El derecho a la información. Relación entre medios, público y periodistas. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1995.