El autor de esta nota se pregunta “¿Cómo podríamos creer que los argentinos, únicos latinoamericanos fuera de Uruguay y Cuba, con aparatos de salud pública importantes, tenemos más muertes diarias por millón que la India o Brasil?”. Responde con ideas, datos de subregistros globales y esta afirmación: “Es un atropello al sentido común”.

Estoy harto de que personas hiperpolitizadas me pregunten con gran angustia (sea por su salud, sea por miedo a que caiga el gobierno, sea por miedo a que no caiga), cuál es la causa de que seamos uno de los países con más muertos diarios por millón de habitantes del planeta.

No lo somos, y esa mentira se inscribe dentro de otra que empieza a caerse: en el mundo a fecha de hoy no se murieron 3,45 millones de personas de Covid-19. Probablemente se murieron al menos entre 7 y 13 millones de personas.

La primera en dar esa cifra fue la revista británica The Economist. Lo hizo el 14 de este mes como conclusión de los modelos matemáticos de un equipo interno de análisis de datos, dirigidos por Sondre Ulvud Sonstadt. El caballito de batalla metodológico fue el “exceso de muertes”, los picos por encima de las proyecciones estadísticas anuales de muertes por toda causa en cada país. Lo que sigue es tratar de explicar la diferencia entre cada curva proyectada por gente muy inteligente para 194 países, y las que viene generando la estúpida realidad.

Como explica Sondstadt, en los países donde no había datos o estos parecían muy cocinados, los epidemiólogos de The Economist usaron 121 indicadores indirectos propios de cada país, o de sus vecinos regionales., Entre ellos los había económicos, geográficos, demográficos, sociales y sanitarios. Algunos son muy buenos predictores de impacto, como la calidad de aire en las ciudades, y otros son descriptores fiables, como los testeos de positividad de cada país para medir la velocidad de contagio.

Al respecto, existe una buena y corta entrevista en el podcast de YouTube de la revista británica, llamado equívocamente The Jab, es decir “La Vacuna”, pero también el golpe más largo, punzante y directo del box, el que usaba Carlitos Monzón para molestar, intimidar y atacar retrocediendo.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) hasta nuevo aviso se atiene a una cifra de 3,45 millones, más piadosa con los números suministrados por sus integrantes, aunque está sintiendo el jab en la nariz que le puso The Economist, y en cualquier momento duplica la apuesta.

Como le dijo a AgendAR una viróloga y epidemióloga argentina que fue directora de la OMS (y de las mejores), este organismo multilateral está controlado y limitado por sus 194 estados miembros. Lo que añade The Economist es algo que AgendAR vino diciendo desde mayo de 2020: cantidad de tales miembros, algunos sumamente poblados, viven bolaceando mal sobre contagios y decesos.

No somos parte de esa banda (y usamos el plural con cierto cascoteado orgullo residual argentino). No estaremos manejando bien la pandemia, pero sí sus números. Será porque tenemos cantidad y calidad de recursos humanos en epidemilogía, será porque el gobierno vive marcado de cerca por una oposición fortísima en los medios que pasa de acechar tropiezos al tackle cuando no los hay. Por la causa que sea, aquí no hay subregistro de muertes.

Hasta Estados Unidos esconde datos

Estamos bastante solos en ello. The Economist advierte que EEUU es de los países más fiables, y sin embargo le adjudica a “la tierra de los libres y hogar de los valientes” un 7% de subregistro de muertes. Como en 2020 explicó el Science Times, en los geriátricos y hospitales privados de Nueva York, la ciudad más afectada de ese país por la primera ola, cantidad de muertes por covid fueron rutinariamente atribuidas a neumonías, un ejemplo de cómo mentir con la verdad.

Una somera investigación de mayo de 2020 de la Dra. Elizabeth Rosenthal en el Science Times, el suplemento científico semanal más leído del mundo, indicó que los certificados de defunción neoyorquinos omitían, a conveniencia de la imagen de geriátricos y hospitales, el hecho de que muchas de tales neumonías eran bilaterales (ambos pulmones). Es algo típico en el Covid, y raro en otras infecciones respiratorias.

Durante todo 2020, dice el Science Times, esta práctica gozó de la tolerancia del alcalde de Nueva York, Bill De Blasio, y también del gobernador del estado homónimo, Andrew Cuomo, ambos demócratas, tanto como el propio New York Times. Esta piña no viene del otro lado de la grieta yanqui.

Pero donde la cifra de macaneo se dispara es en los países de mediano o bajo desarrollo, mucho de los cuales mienten por acción, omisión o conveniencia, o todo junto.

Pakistán: donde el Covid es indigno

En Pakistán, con 216,7 millones de habitantes, la conveniencia no es gubernamental sino social: el prestigio personal y familiar de un pakistaní muerto se mide por el tamaño de su cortejo fúnebre. Esto lo dice The Telegraph. Es un relicto periodístico de bajas ventas y buena escritura, conservador dispéptico y nostálgico de aquellas grandezas eduardianas. Todavía tiene una red de corresponsales en el viejo “Raj”, aquel pedazo de planeta que los británicos llamaban “la joya de su Imperio” y que se dividió en Pakistán, la India y Bangladesh.

Atentos a no insultar a los deudos, dice The Telegraph, los médicos pakistaníes –incluso los de hospitales públicos- omiten el covid como causa de muerte, porque la sola palabra en el certificado de defunción mermaría la asistencia al entierro. Precavidos, los enfermos eligen morir en sus casas antes que ser escrachados –y quizás salvados- por la internación hospitalaria. Si los firmantes de causales de deceso no macanean, la familia será tratada como portadora, y eso significa deshonra.

Pero, además, los ministerios de salud de algunas provincias presionaron tras bambalinas a los médicos para maquillar los números. Esto no sería posible sin el beneplácito del gobierno nacional, que en el fondo es el del “establishment” de generales y de imanes. Pakistán, unitario y confesional a rabiar, se parece un poco a la Argentina de entre 1930 y 1983, aunque con otro dios y mayor estabilidad institucional: hay elecciones, hay parlamento, hay cierto debate. Pero los límites los ponen el Ejército, el clero e Islamabad.

En la vertiente opuesta y enemiga de los Himalayas, en la autodenominada “mayor democracia del mundo”, la India, hay más de lo mismo, pero por razones distintas. La India, con 1394 millones de habitantes, es sin duda MUY federal. Por ello, el poder de dibujar las estadísticas no está tanto en Delhi, la capital, ni en los tres partidos mayoritarios, incluido el Comunista. Reside en cambio en los/las gobernadores/as, cuyo poder suele ser inmenso, y más autocrático que autocrítico.

Una gobernadora como Mamata “Didi” (literalmente “Hermanita Mayor”) Banerjee, oriunda del Congress Party de Nehru, fundador en 1948 de una nación laica, en teoría debería ser opositora del Primer Ministro Narendra Modi, del Bharatiya Janata Party, decidido a reemplazar la república original por una teocracia nacionalista islamofóbica. Pero si doña Mamata decide barrer algunas decenas de miles de muertos por covid bajo la alfombra, puede hacerlo con la venia de don Narendra. En la India se hablan 19.500 idiomas distintos, pero como se dice en la única lengua común de gobierno: “It’s a win-win situation”.

Es de sentido común: muchos gobiernos mienten porque son monolíticos y pueden hacerlo sin despeinarse. Otros mienten porque no llevan cuentas prolijas por desorganización y/o pobreza, y un tercer grupo lo hace por dictatoriales pero desorganizados y pobres, notoriamente aquellos donde reinan guerras civiles o intervenciones militares foráneas.

Para el caso monolítico, desde que empezó la pandemia el elenco de Soldstadt destaca que Rusia tiene un exceso de 450.000 muertes sobre las esperables, todas en busca de alguna causa.

Sin embargo, no todos los excesos de muertes en pandemia son atribuíbles directamente al virus SARS-CoV2. El IHME (Institute for Health Metrics and Evaluation), es un “think tank” epidemiológico de la Universidad de Washington, que destaca seis forzantes que tiran de las cifras de mortalidad en direcciones a veces alineadas y otras, opuestas. Son respectivamente:

  1. a) Las infecciones puras y duras por covid,
  2. b) La mortalidad general por causas cardíacas, oncológicas y otras, aumentada debido a que el sistema de salud está hasta las manos con el covid,
  3. c) la mortalidad debida al impacto de los efectos psicosociales de la pandemia y el aislamiento (suicidio, aumento del alcoholismo y uso de opioides),
  4. d) la reducción de mortalidad por la subexposición a accidentes de tránsito y robos violentos,
  5. e) la reducción de mortalidad por subexposición a otros virus, especialmente los de la gripe, el respiratorio sincicial y el del sarampión, y
  6. f) la reducción estadística de muertes por enfermedades crónicas como las cardiovasculares o el EPOC.

Lo último sucede en países donde el Covid eliminó prematuramente a parte de la población con enfermedades crónicas de la vejez, aunque podría haber vivido aún muchos años. Este sexto forzante impulsó picos estadísticos en la primera ola del Hemisferio Norte, y ahora, en cambio, pisa las cifras. Vamos Suecia, todavía.

Andá a medir al Congo

En la República Democrática del Congo, país casi mediterráneo con focos de guerra civil o interestatal en sus seis fronteras y también en el interior, la OMS da por buena la cifra oficial de 779 muertes por covid. No es improbable que la cantidad de muertos por millón, sea cual sea, asuste tanto: demasiada gente muere joven por masacres étnicas, desplazamiento o hambre, y como observa Solstadt, el científico de datos de The Economist, la baja edad promedio de los congoleños los hace hasta 10 veces menos propensos al covid grave que la envejecida población italiana.

Pero el sentido común dice que un país que ignora cuántos habitantes vivos tiene (de 85 millones a 105, según quién cuente) probablemente no tenga maldita idea de cuántos se mueren y de qué. La anteúltima guerra civil e interestatal dejó 5,4 millones de muertos, e intercurrieron en ella los ejércitos de nueve países africanos y 20 indescifrables milicias con soldaditos de 9 o 10 años, algunas de ellas ultrarreligiosas.

Desde 2019 hay nuevas guerras, y los virus respiratorios de transmisión aérea  –se sabe por la correlación causa-efecto entre la Primera Guerra Mundial y la Gripe de 1917-1921-  aman las guerras, pero las guerras odian las estadísticas. Tanto que, a cien años de su finalización, todavía se discute si aquella gripe H1N1 mató a 17 millones o a 100 millones, sobre una población mundial de entonces sólo 2000 millones.

Dicho todo esto, si la OMS toma por buena la cifra de 779 muertes por covid en la República Democrática del Congo, el hecho describe mejor a la OMS que a la República Democrática del Congo.

¿Cómo podríamos creer que los argentinos, únicos latinoamericanos fuera de Uruguay y Cuba, con aparatos de salud pública importantes, tenemos más muertes diarias por millón que la India o Brasil? El atropello al sentido común se revela mejor si comparamos el tamaño y cantidad descomunales de las villas miserias de los tres países, y la diferencia entre las poblaciones de homeless. En Argentina la indigencia refractaria es un fenómeno nuevo, no un rasgo fundacional inmóvil desde hace siglos. Y eso todavía define diferencias.

Ya en mayo de 2020 publicamos un estudio epidemiológico sobre 90 municipios brasileños de la UFPel (Universidad Federal de Pelotas, la tercera en tamaño y prestigio de Brasil). Mostraba que el número de muertos que reconocía el gobierno de Jair Bolsonaro era 7 veces inferior al real.

Ni invulnerabilidad ni efecto rebaño

Argentina está incendiada, sin duda, y nuestro laxo federalismo sumado a la politización y judicialización de la resistencia individual contra las restricciones económicas y sociales nos están costando carísimos. Pero se necesita de una idiotez privilegiada para comprar el bulo de que estamos peor que la India, Egipto, Nigeria, Brasil, Rusia, China u otros tantos reinos del “no preguntes” por razones de salud.

¿Hacemos algunos números en el aire, ya que a la OMS le pagan por ello? En las villas miserias argentinas lo habitual son cinco habitantes en un volumen edilicio de sólo 30m3, casillas de chapa y cartón en vecindad íntima con miles de unidades semejantes. Éstas a su vez se despliegan en terrenos sin espacios abiertos, salvo los pasillos entre chabolas, donde raramente logran pasar dos peatones de frente.

Los virus respiratorios aman esta forma de urbanismo tanto como las guerras. La concentración de aerosoles respiratorios es función cúbica del volumen en que coexisten las personas, y por ende también lo es el contagio. Por eso en 2020 CABA se incendió desde la villa 1131 de Retiro, fundamentalmente, y desde sus 17 equivalentes menores, asunto facilitado por la laboriosa inacción municipal.

Los homeless se contagian aún más fácil. La vida en la calle y la mala alimentación los hace inmunodeprimidos crónicos, y cuando llueve y/o hace frío se amuchan como pueden bajo plásticos en cualquier zaguán.

Las enfermedades pulmonares respiratorias aman todo tipo de hacinamiento. Caso claro, el de los ortodoxos en Israel, población con familias de 5 o 6 hijos habitante de espacios minúsculos, por pobreza.

Israel, sin embargo, se ha vuelto el número uno mundial en control del covid, con el 60,1% de la población con una dosis de Pfizer, y el 56,5% con ambas. El estado se manejó con una mezcla de persuasión, astucia y firmeza con la población “haredim”, o ultraortodoxa, que a principios de la pandemia era unánimemente antivacunas. Ahora, algunos jóvenes de esas sectas empiezan a “poner el hombro”.

Hoy algunos expertos israelíes creen haber llegado a la “inmunidad de rebaño”, porque entre vacunados y curados de la enfermedad (unas 830.000 personas) el país se acerca a un 70% de ciudadanos teóricamente poco propensos al contagio. Lo dice el Dr. Eyal Leshem, director del Sheba Medical Center, el mayor hospital israelí.

Pero poco propensos no significa invulnerables, corrige la doctora Sarah Pitt, de la Universidad de Brighton y desde otro de los tres países más vacunados del mundo, el Reino Unido (RU). Por más que la Pfizer sea una vacuna excelente, en Israel hay un casi 40% de ciudadanos sin vacunar, la “inmunidad de rebaño” es tan emergente e indefinible como frágil, y como remate, hay una nueva guerra contra la población palestina de las zonas ocupadas, Gaza y la Margen Occidental.

Los virus son demasiado elementales como para tener una psicología: no son siquiera células primitivas, como las bacterias, Sin embargo, como se dijo, los respiratorios aman las guerras. Aún si en Israel se restablece la paz entre ocupados y ocupantes, la pobreza y escasa vacunación de los estados nación que rodean al país son garantía de pandemia regional persistente. No es algo que los israelíes vayan a resolver con bombardeos. Y máxime cuando en África y Asia ya intercurren variantes virales hipercontagiosas como la B.1.1.7 “británica” o la B.1.351 “sudafricana”, e incluso la B.1.617.2, la “india”, aunque todavía no la peor de todas, la P.1 “Manaos”.

Hay al menos tres países donde el porcentaje de vacunados está deprimiendo la cifra de contagios y muertes a paso redoblado: Israel, los EEUU y el Reino Unido. Pero eso no significa que el SARS CoV2 esté en peligro de extinción en esos países tan distintos. Significa menor riesgo de contagio, y con un patrón bastante overo: aquí no, allá sí.

Sin vacunas y con las cepas comparativamente inocuas parecidas a la original de Wuhan, China, la tasa reproductiva del virus, o el número R, estaba entre 3 y 4, es decir que un portador sano (o ya enfermo) en cualquier país a comienzos de la crisis contagiaba a 3 o 4 otras personas en promedio. Es importante entender que aún si la vacunación extensa de una población empuja el R local a valores inferiores a 1, el contagio sigue. Con un R de 0,80, por ejemplo, 100 portadores contagian a 80 personas. Algunas de ellas mueren y otras quedan con secuelas, y mientras les dura el virus, contagian a otras. Pero, además, si el SARS CoV2 logró generar al menos 4 variantes mundialmente peligrosas y dominantes en apenas un año, para esta especie viral la vacunación va a volverse otro obstáculo darwiniano a rodear evolutivamente, y no el fin de la historia.

El maldito bicho no quiere irse

Sin atribuirle psicología, el SARS CoV2 no tiene maldita la gana de irse del planeta. Dado que es un virus demasiado nuevo y no se pudo/quiso orquestar una blitzkrieg vacunatoria universal, logrará hacer escape evolutivo sucesivo de algunas vacunas existentes y otras futuras, por lo cual es mejor que haya muchas y distintas, además de abundantes y baratas y fácilmente reformulables, para seguirle la marcación cercana.

Acabamos de iniciar una larga carrera armamentista con este bicho de mierda. Asunto por el cual me parece entre estúpido y criminal que la Argentina esté dedicando a importar vacunas la mitad de lo que gasta en combatir el covid. Vacunas que, para peor, no parecen que vayan a llegar en tiempo y forma. No somos prioridad para ningún fabricante, compatriotas.

Éste país, el único en Sudamérica con una industria farmacológica de capitales nacionales, el único en la región con recursos humanos en ciencias biomédicas certificados por tres premios Nobel, todavía no puso un peso en llevar a licenciamiento una vacuna nacional. No por falta de opciones: hay cuatro fórmulas candidatas de tres universidades nacionales (la de San Martín, la de La Plata, la del Litoral), así como otra de la cordobesa Universidad Católica.

Una de ellas, con U$ 100.000 puestos por el Ministerio de Ciencia y Tecnología (MinCyT) terminó estudios de prefase (con animales): la de la UNSAM. Ya tiene medio año esperando que la descubra el Ministerio de Salud (MinSal), cuya contribución más importante en la crisis ha sabido ser no importar basura inefectiva. No es algo menor, pero no alcanza.

Me habría gustado que el gobierno argentino obrara con la autoridad, la determinación y la billetera del israelí, que pagó la dosis de Pfizer casi al doble de precio en EEUU, pero ése es un país donde casi toda la población entre los 16 y los 50 años –a excepción de los “haredim”- está militarizada por conscripción o como reservista y se atiene a consignas en las emergencias, conducta muy distinta de la del ciudadano argentino promedio. La política aquí es abrasiva hasta el suicidio.

Las mismas viudas periodísticas de Pfizer que todavía le echan en cara al gobierno no haberla comprado como fuera a mediados de 2020, lo habrían incinerado por el precio si lo hacía. En Israel no hubo cuestionamientos: jamás los hay cuando se percibe que el país se juega la existencia. Pero, además, el riesgo país, en términos epidemiológicos, es estructuralmente menor: el laburante israelí suele tener empleo registrado y no debe salir a hacer changas, ni usar para ello transportes públicos hacinados.

El caso británico

Para una mejor comparación, yo mediría el manejo de la pandemia en el Reino Unido, un conjunto de islas sobrepobladas donde desde fines de los ’70 también hay pobreza, desocupación, hacinamiento, una burguesía más dada a la timba financiera que a producir revoluciones industriales y hoy, un gobierno aristocrático, débil y desprestigiado que le ganó al laborismo por un pelo, rompió con la UE y debutó en covid como negacionista: el de Boris Johnson.

Pero hasta el aparente inepto de Johnson, tras recuperarse de una infección medianamente brava, se aseguró dos cosas: respaldar una fórmula nacional, la Oxford, y pelearse con quien fuera para que no faltara en el territorio propio. A fecha de hoy, el RU tiene un 70,7% de ciudadanos vacunados con una dosis de la Oxford, y un 40,3 con la doble dosis.

Eso explica que el número de infectados por semana haya bajado de un pico de alrededor de 60.000 detecciones diarias positivas en la primera semana de 2021 a las 2800 de hoy, casi 22 veces menos. La FDA y la UMA, respectivamente las agencias regulatorias de los EEUU y la UE han llamado “inefectiva” o “protrombótica” a la vacuna Oxford y le han puesto todo tipo de trabas de licenciamiento. Pero los números hablan.

El Reino Unido no hubiera logrado su único pero enorme éxito, la vacunación casi total de su población, patinándose (como la Argentina) la mitad del presupuesto dedicado a la pandemia en IMPORTAR vacunas, y ver cómo la pila de muertos se cuadruplicaba esperando que llegaran. Ésta, creo, es la única comparación con otro país que nos puede enseñar algo práctico (N. del E.: este texto, ver al final, es de mayo pasado. En el Reino Unido la pandemia empeoró desde entonces a caballo de la variante Delta. En julio tuvo picos de casi 30 mil casos diarios. El total de muertes, en cifras oficiales, es de 129.158).

Si Ud. sigue creyendo que tenemos más muertos diarios por millón de habitantes del planeta, le pedimos relea la información que da AgendAR sobre la información que suministran sobre sí mismos algunos de los países más poblados, y le pedimos también que se abstenga, por su salud mental, de leer Clarín o ver TN. En cambio, si sigue creyendo que vamos a tener alguna vez a raya el covid sin licenciar una o dos vacunas propias, le pedimos que se abstenga también de Página/12 y de C5N, y que relea lo que decimos sobre la capacidad mutante del SARS CoV2 y sus perspectivas de volverse crónico.

*Este artículo fue publicado en AgendAR.web en mayo pasado. Sus conceptos y estadísticas globales siguen vigentes, algunas afirmaciones se pueden discutir. Socompa la reproduce para complementar, complejizar y extender una nota anterior de Eduardo Blaustein que se puede leer aquí. 

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