Tratar de correr no es sencillo, es conseguir dejar atrás más de veinte siglos de pensamiento griego que nos condicionan con la idea de que el movimiento es algo violento que saca a las cosas de su lugar y de su estado natural: la quietud.

El trotar y/o correr hace bien. Los científicos que se dedican a estudiar el cerebro sostienen que al correr se descargan endorfinas y sustancias canaboides que incrementan el nivel de energía y mejora el estado de ánimo. Pero; además de los efectos fisiológicos que produce el hecho de correr. ¿Qué es lo que sucede con la predisposición de los corredores? ¿Con su estado de ánimo al momento de calzarse las zapatillas y ponerse en movimiento?

Para muchas personas correr parece ser tomar la decisión de salir a correr y –simplemente- hacerlo. Poco se ha investigado, poco se habla, de cuáles son las vicisitudes psíquicas de las personas que deciden salir a correr; inclusive, de las que corren sistemáticamente. De allí que salimos a buscar testimonios de personas que nos dicen que correr les resulta poco natural y prefieren hacer caminatas; otras sostienen que al correr se ahogan y tienen problemas con la respiración, de allí que se cansan rápidamente por más entusiasmo con la que encaren la tarea. Existe otro grupo de personas que salen a correr y escuchan esa voz interior –que todos tenemos- que les dice que no tiene sentido correr, que no sirve para nada, otros dicen que alguien, ese otro yo, parece cuestionarlos diciéndole que para qué correr, por qué no quedarse en un cómodo sillón viendo la TV, o conectándose en la PC.

Tal vez, el furor por el running no nos haya permitido analizar todavía qué significa correr. Partamos de una idea sencilla que va a poder ser compartida por todo el mundo: correr es ponerse en movimiento y para ponerse en movimiento es preciso salir de la quietud.

Seguro que la idea parece una verdad de Perogrullo; pero, repasemos algunos datos históricos que van a permitirnos repensar el movimiento. Hace más de veinte siglos los griegos suponían que el movimiento no era algo natural a los cuerpos. Si un cuerpo se encuentra en movimiento es porque algo lo está moviendo, a ese algo lo llamaban motor inmóvil, un motor que movía las cosas, sin moverse él mismo. De allí surge la idea de que todo cuerpo que se halla en movimiento va a tender a quedarse quieto en cuanto el motor inmóvil deje de movilizarlo. Para los griegos el movimiento supone un desorden cósmico, se ha necesitado una fuerza violenta para sacar el cuerpo de su estado natural que es el reposo. Por lo tanto, un cuerpo quieto es el que tiende a recuperar su estado natural saliendo de la fuerza violenta que lo movilizaba.

Hoy podemos pensar que la necesidad de describir el mundo y las estrellas hizo que los griegos pensaran que todo tenía que estar quieto, que todo debía tener un orden. “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar” debe ser un refrán que se origina merced al pensamiento griego. Después de muchos años, sobre todo a partir del 1600, Galileo y Newton y, a comienzos del siglo XX, Einstein -entre otros pensadores- plantean que –en realidad- todos los cuerpos se hallan en movimiento y si no es así es porque determinados fenómenos físicos los frenan o inmovilizan.

Resulta interesante pensar cómo retornan estas ideas en la actualidad. El sedentarismo es la actitud del sujeto que lleva una vida sedentaria. Un sujeto que se ha establecido en un lugar y permanece en él, construye su hogar, busca un trabajo, establece relaciones sociales, forma una pareja, tiene hijos. En su significado original el sedentarismo hace referencia al establecimiento definitivo de una comunidad humana en un determinado lugar. Luego, el término se deriva al sedentarismo físico que ahora se refiere a la falta de actividad deportiva, o recreativa; para decirlo en los términos que venimos desarrollando, al hecho de quedarse quieto.

Trotar, correr, ponerse en movimiento, no sólo es estar a favor de aquello que nos hace bien; sino, en contra de las resistencias cardiorrespiratorias que poseemos; es decir, de la capacidad del corazón, los pulmones y el sistema circulatorio de suministrar oxígeno a los músculos que se ponen en funcionamiento durante el período de ejercicio. Al ponernos en movimiento debemos salir de la quietud y enfrentar ese umbral cardiorrespiratorio que tenemos tratando de ampliar nuestras capacidades físicas. Algunos deportistas y entrenadores sostienen que es necesario que el ejercicio nos duela como una forma de saber que estamos recibiendo los efectos benéficos de la actividad deportiva.

Tratar de correr no es sencillo, es conseguir dejar atrás más de veinte siglos de pensamiento griego que nos condicionan con la idea de que el movimiento es algo violento que saca a las cosas de su lugar y de su estado natural: la quietud. Para ponernos en movimiento debemos dejar de pensar como Aristóteles, para empezar a pensar como Descartes que dudó de las certezas; hasta dudó de sus propias ideas. Esto quiere decir que debemos cuestionar esos pensamientos que nos sugieren quedarnos quietos. Dice Jorge Drexler en una de sus canciones: “Somos una especie en viaje. No tenemos pertenencias, sino equipaje. Vamos con el polen en el viento. Estamos vivos porque estamos en movimiento”. Correr es dejar atrás la idea de que somos sujetos sedentarios que nos hemos afincado en un lugar del cual no conseguirán movernos. Correr es –por último- renunciar al sedentarismo físico que nos instala en la tranquilidad del sillón, el sándwich, la gaseosa y la TV.

Cuando corremos no importa tanto el rival como el tiempo que vamos a utilizar para ir desarrollando nuestro recorrido, la temperatura de nuestro cuerpo y si hemos escogido la vestimenta adecuada, la forma cómo vamos administrando el aire, si nos sentimos cómodos con las zapatillas que hemos escogido, la manera cómo nos vamos hidratando y un largo etcétera. Nadie nos había contado que al tomar la decisión de correr debemos salir de la quietud y ponernos en movimiento. Nadie nos había explicado que al correr no competimos contra otro; sino y fundamentalmente contra nosotros mismos: la más dura de las batallas.