Para el autor de esta nota, el incumplimiento de las metas para reducir el volumen de residuos muestra a un sujeto deseante antes que pensante, un sujeto que sustituye la moral universal (Ley de Basura Cero) para mostrar que sus actos se regulan por una ética singular; es decir, la ética del deseo.
En 1869, el biólogo alemán Ernst Haeckel acuñó el término ecología, remitiéndose al origen griego de la palabra (oikos, casa; logos, ciencia, estudio, tratado). La ecología analiza cómo cada elemento de un ecosistema afecta los demás componentes y cómo es afectado. Pretende ser una ciencia de síntesis, pues para comprender la compleja trama de relaciones que existen en un ecosistema toma conocimientos de la botánica, zoología, fisiología, genética y otras disciplinas como la física, la química y la geología.
Solemos escuchar y leer que la Tierra afronta serio peligro de contaminación y muerte de especies vegetales y animales, y también de los suelos, la atmósfera, los ríos y los mares, que sustentan la vida. El tema cobra actualidad ante el incumplimiento de las metas voluntaristas del gobierno porteño para reducir en forma progresiva el volumen de residuos urbanos; de allí que ahora propone que las miles de toneladas de basura sean quemadas en hornos apropiados. El defensor adjunto del pueblo de la ciudad de Buenos Aires. Gabriel Fucks destacó la importancia de abrir un debate en torno a la preocupación de los ecologistas que sostienen que es un retroceso ya que la quema va a generar mayor contaminación.
La información que surge en torno al conocimiento adquirido por parte de aquellos que parecen percibir mejor que otros lo que está sucediendo con el planeta, la atmósfera, los mares y ríos, las especies animales y vegetales, etc. nos hacen concluir que así como hoy nos encontramos con un “discurso político”, un “discurso del arte”, o un “discurso científico”, también podríamos formular –aunque en principio sea con cierta ambigüedad- un discurso ecologista. El concepto de discurso es compartido por un considerable número de prácticas y disciplinas, de allí que posea una significación muy vasta y por lo mismo se impone un acotamiento que permita precisar sus alcances. Aunque sin demasiadas exigencias, el discurso suele ser considerado como sinónimo de texto.
El conocimiento de la naturaleza y de los cuidados que ella requiere deberían ser temas primordiales en los procesos educativos actuales. El sistema educativo, precisamente, debe proveer hoy información sobre ecología a todos los niveles: desde el cuidado de un animal doméstico, pasando por las charlas cotidianas de los maestros o el trabajo en huertas escolares en los niveles primario y medio, hasta las especializaciones terciarias y la concientización de los profesionales de otras áreas en institutos y universidades.
Surge la idea de que la situación de la ecología mejoraría a partir de la información, la educación y –sobre todo- la concientización. Como sí el problema fuera que a la gente le faltan conocimientos, de allí que habría que informarla, educarla, procesos éstos que conducirían finalmente a la creación de una interioridad, donde se podría instalar la reflexión acerca de uno mismo, operación denominada concientización, la cual daría lugar a una nueva relación del sujeto con su realidad.
Entendemos que estas propuestas significan un grave reduccionismo por parte de esta ciencia llamada ecología, ciencia que si por una parte intenta tomar conocimientos de la botánica, la zoología, la fisiología, la genética, la física, la química y la geología, no debería dejar de lado los aportes del psicoanálisis, en torno a una problemática central: la cuestión del sujeto.
Cuando los enunciados que se desprenden del discurso de la ecología aluden a la toma de conciencia se están refiriendo al sujeto cartesiano, un sujeto que permanece entronizado como ser esencial y ahistórico. El sujeto metafísico colocado fuera de los avatares de la historia y postulado como un ser universal, vacío de deseos, se convirtió (se convierte) en el único capaz de sujetarse a una moral universal.
El descubrimiento freudiano resulta una crítica a ese sujeto cartesiano que plantea el discurso de la ecología mostrando que la falta de conciencia no es algo circunstancial y temporario subsanable con la concientización. En el año 2005 había sido sancionada la Ley de Basura Cero, los plazos establecidos hace 13 años contemplaban una reducción de un 30% en la generación de basura destinada al relleno sanitario al 2010, de un 50% al 2012 y un 75% para el 2017. Gabriel Fuks, defensor adjunto del pueblo de la ciudad de Buenos Aires sostiene que el fracaso del proyecto obedeció a que “no se logró entrar en los hogares para que se genere esa separación de residuos”.
El incumplimiento de las metas para reducir el volumen de residuos muestra a un sujeto deseante antes que pensante, un sujeto que sustituye la moral universal (Ley de Basura Cero) para mostrar que sus actos se regulan por una ética singular; es decir, la ética del deseo (“No me interesa, o no me preocupa la separación de residuos”).
Se torna necesario criticar la noción de individuo pensado como alguien no-dividido, autónomo, capaz de adquirir los conocimientos necesarios para no atentar contra su medio ambiente –lo sucedido resulta concluyente- y se postula un sujeto sujetado a un discurso producido por ciertas contingencias que le marcan límites y posibilidades para su expresión.
Y si mencionamos las contingencias históricas es para destacar que a lo largo de todo su devenir, el humano se ha mostrado como el más taimado, el más paciente, el más obstinadamente esclavo de los deseos crueles de su propia potencia. De tal forma, el sujeto se impone al mundo, sirviéndose de él como objeto de satisfacción. La tecnociencia surge de la voluntad de dominio derivada de la posición hegemónica del sujeto, quien establece con el mundo y la naturaleza relaciones de uso y de servicio.
Decíamos más arriba que se torna imprescindible teorizar la cuestión del sujeto; pero si se tratara de metaforizarla no encontraríamos lugar más adecuado para remitirnos que la novela de Oscar Wilde: El retrato de Dorian Gray. Leemos en la obra de Wilde que en el estudio de un pintor hay un retrato casi terminado de un muchacho que lo seduce por su juventud y su belleza. Terminado el retrato este muchacho siente celos de su representación: “Yo envejeceré –piensa- y mi retrato, en cambio, será siempre perfecto”. Pero no resulta así, es la figura del retrato la que misteriosamente va acumulando los signos de la edad y la disipación; mientras el muchacho sigue siendo inalterablemente joven y hermoso. Dorian se enamora perdidamente de su propia belleza y se pierde inexorablemente en los laberintos de su mente; de allí que sobre el final de la obra, abrumado y hastiado decide destrozar con un cuchillo la imagen avejentada y horrible con lo cual termina muriendo él mismo.
La relación que establece el personaje con el lienzo parece tener visos de similitud con la que vinculan al hombre y la naturaleza, y donde el desenlace de la novela parece ser premonitoriamente un anticipo del sino que nos advierte –muchas veces en vano- el discurso ecologista.