Polifónico y simultáneo, el feminismo plantea un proyecto colectivo y emancipador. Un fenómeno extraordinario que combina tonos y registros que se redefinen con el uso de la tecnología al tiempo que construye puentes entre viejas y nuevas reivindicaciones. Aquí, un fragmento de “Feminismo 4.0. La Cuarta ola” (Ediciones B, 2019), de la periodista y doctora en Ciencias Jurídicas y Sociales Nuria Varela.
El feminismo es polifónico, el sonido de sus múltiples voces se escucha, simultáneamente, en todos los rincones del mundo, en distintos tonos y registros. Una melodía con distintas letras, pero con la misma música, la de un proyecto colectivo y emancipador al que nada humano le es ajeno.
El tsunami es un evento complejo que involucra un grupo de olas de gran energía y de tamaño variable que se producen cuando algún fenómeno extraordinario desplaza verticalmente una gran masa de agua. Así, como un tsunami, ha aparecido el feminismo en las primeras décadas del siglo xxi. El fenómeno extraordinario es el hartazgo de millones de mujeres en el mundo que han reaccionado de manera impresionante frente a la violencia, la opresión y la discriminación. Dice la geofísica que este tipo de olas remueven una cantidad de agua muy superior a las olas superficiales producidas por el viento y las mareas. Así, la cuarta ola del feminismo, alimentada por las tres anteriores, las redes sociales y la toma de conciencia de las generaciones más jóvenes, está removiendo los cimientos patriarcales como nunca antes. En el interior de ese gran evento complejo también crecen las contradicciones y los discursos que, mezclados con los vientos de la posmodernidad, plantean nuevos conceptos, nuevas preguntas, nuevos reclamos.
¿Conseguirá el tsunami feminista de la cuarta ola arrasar definitivamente con el patriarcado? Feministas del Norte y del Sur están dispuestas a que así sea tras haber conseguido un movimiento global con el que hace ya 300 años comenzaron a soñar.
La metáfora del tsunami no es casual. La historia del feminismo se estructura en olas quizá porque el concepto indica, mucho mejor que un periodo o una época, que se trata de un movimiento social y político de largo recorrido, conformado por distintos acontecimientos, buena parte de ellos vividos de manera simultánea en distintos lugares del mundo, y que tiene su desarrollo según la sociedad en que nos situemos. Relatar su historia a partir de oleadas que se producen en determinados contextos históricos describe el feminismo a la perfección, como el movimiento arrollador por la fuerza desatada en torno de la idea de igualdad. La metáfora también es adecuada para explicar las reacciones patriarcales que surgen ante cada progreso feminista. Cada vez que las mujeres avanzamos, una potente reacción patriarcal se afana en parar o en hacer retroceder esas conquistas.
Hasta la irrupción del feminismo radical, la historia del feminismo es como un río al que cada vez le van llegando más afluentes. El limitado caudal teórico y de experiencia política con que nació, en el corazón de la Ilustración francesa, fue aumentando con el torrente que aportaron las sufragistas y, tras ellas, el feminismo de clase, todas las riadas del resto de las familias que iban entrando en discusiones –más o menos acaloradas– con las teorías políticas que aparecían sucesivamente: liberalismo, marxismo, socialismo, anarquismo. A ese gran río, cada vez mayor, también iban llegando afluentes de distintas partes del mundo que hacían suyas las teorías y reivindicaciones asentadas en las realidades de los distintos territorios. El caudal aumentó tanto que el cauce se quedó pequeño; aun así, durante un tiempo llegó a ser navegable y amplio hasta quedar estancado en un gran embalse, con tantos diques y presas que le fueron construyendo. El feminismo radical abrió las compuertas y las aguas se desbordaron. Como en una catarata, uno de los fenómenos más bellos de la naturaleza, el agua cayó verticalmente a causa de la gravedad, y esa caída, con tamaño caudal, generó un gran potencial de energía.
La política feminista está perdiendo fuerza porque el movimiento feminista ha perdido definiciones claras. Tenemos esas definiciones. Reivindiquémoslas. Compartámoslas. Volvamos a empezar. Hagamos camisetas y pegatinas, postales y música hip-hop, anuncios para la televisión y la radio, carteles y publicidad en todas partes, y cualquier tipo de material impreso que hable al mundo sobre feminismo. Podemos compartir el mensaje sencillo pero potente de que el feminismo es un movimiento para acabar con la opresión sexista. Empecemos por ahí. Dejemos que el movimiento vuelva a empezar.[1]
Y añadía: «necesitamos desesperadamente un movimiento feminista masivo radical, construido a partir de la fuerza del pasado». Lo necesitábamos desesperadamente, en efecto, y lo hicimos. En 1996, Zillah Eisenstein escribía en Hatreds: Racialized and Sexualized Conflicts in the 21st Century [Odios. Conflictos por raza y sexo en el siglo xxi]:
El feminismo, o los feminismos, como movimiento transnacional –entendido como rechazo de las falsas fronteras de género o raza y las falsas construcciones del «otro»– es un importante desafío al nacionalismo masculinista, a las distorsiones del comunismo de Estado y a la globalización de «libre» mercado. Es un feminismo que reconoce la diversidad, la libertad y la igualdad, que se define a través y más allá del diálogo entre el Norte/Occidente y el Sur/Oriente.[2]
Las participantes del movimiento feminista afrontaron la crítica y los desafíos sin perder su compromiso más sincero con la justicia o la liberación, y este hecho demuestra la fortaleza y el poder del movimiento. Esto nos muestra que, a pesar de haber estado profundamente equivocadas, en muchas feministas fue más fuerte la voluntad de cambiar, la voluntad de crear un espacio que hiciera posible la lucha y la liberación, que la necesidad de aferrarse a creencias y suposiciones erróneas. [3]
El feminismo de las plazas
Con todo ese bagaje, a partir de 2010, las calles y las plazas comenzaron a llenarse y las mujeres estaban allí, las feministas estaban allí. El feminismo estaba en el corazón de todas las protestas, capacitado y dispuesto a luchar, como siempre había hecho, pero esta vez éramos muchas más y, como había anunciado bell hooks, estábamos preparadas.
La década comenzó con las protestas en Grecia. El 5 de mayo de 2010, una huelga general seguida de numerosas y multitudinarias manifestaciones dio el pistoletazo de salida frente a las políticas de austeridad. Las feministas estaban allí. Tres años después de las primeras revueltas, ya habían creado Casas de Mujeres Autogestionadas. La primera, la de Tesalónica, la siguiente, en Atenas. La consigna: «¡Ninguna sola durante la crisis!». La firme determinación de las mujeres griegas fue la de ayudarse en casos de violencia de género, frente a las disparadas deudas o frente a la dictadura de la austeridad. Juntas, presionaron a las compañías eléctricas para que les devolvieran la luz… en realidad, se implicaron en todos los combates prestando especial atención a la inmigración, a los miles de personas, inmigrantes, refugiadas que entraron en Europa por mar a través de Grecia.
Ese mismo año se desencadenaba la Primavera Árabe. La plaza Tahrir de El Cairo fue el lugar simbólico de las revueltas. Las feministas estaban allí. El patriarcado, también. Fueron numerosas las violaciones a mujeres en la misma plaza, con la complicidad de los concentrados, que no hicieron nada para impedirlo. A las jóvenes que eran detenidas se les hacía la prueba de virginidad, acusadas de putas. A finales de año tuvo lugar el incidente de «la chica del sujetador azul». Agentes de seguridad la golpean, la desnudan y arrastran en Tahrir mostrando su sujetador azul. Pero… las feministas estaban allí. Tres días después, multitudinarias manifestaciones de mujeres se celebraban en todo el país como muestra de rechazo al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas Egipcias.
Al año siguiente, en 2011, tienen lugar enormes movilizaciones estudiantiles en América Latina, especialmente en Chile, donde jóvenes de secundaria y estudiantes de universidad protagonizan las movilizaciones más importantes en el país desde el retorno a la democracia. También, en México, las y los estudiantes salen a las calles organizados en el Movimiento #Yosoy123, reclamando, especialmente, libertad de expresión. El movimiento fue autoproclamado en sus inicios como la «primavera mexicana». De igual manera, Colombia vivió su movilización estudiantil en 2011 en la que participaron también docentes y personal de las universidades y que se extendió prácticamente por todo el país. Las feministas estaban allí, en Chile, en México, en Colombia, algunas actuando como portavoces, todas muy jóvenes.
Ese mismo año, el 15-M acampaba en la madrileña Puerta del Sol y la indignación se extendía por toda España. Pocos meses después, el 17 de septiembre, unas 1.000 personas acudían a la llamada para ocupar Wall Street bajo la consigna de «rebelarse contra el sistema de tiranía económica de forma no violenta». El movimiento Occupy Wall Street se consolidó en más de un millar de ciudades en Estados Unidos en las que se habían organizado acampadas o manifestaciones. Las ocupaciones más multitudinarias fueron las de Nueva York, Los Ángeles y Oakland. El movimiento se había fraguado en las redes sociales y su modelo de organización estaba inspirado en las experiencias de Egipto y España.
Además, con Occupy Wall Street se teoriza el feminismo de las plazas. Las feministas Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser escriben, una vez acabadas las acampadas, el Manifiesto de un feminismo para el 99%. Un manifiesto que dedican «al colectivo [feminista negro] Combahee River, que imaginó el camino en etapas tempranas, y para las luchadoras feministas polacas y argentinas, que abren hoy otros nuevos», haciendo genealogía sin personajes secundarios.
El feminismo del 99% recoge su nombre de la consigna del movimiento Occupy Wall Street, se inspira en las huelgas feministas que a partir de 2017 se comienzan a organizar en medio mundo, cuestiona duramente al denominado «feminismo liberal» y enfoca sus críticas en el neoliberalismo, como la mayor parte del feminismo de la cuarta ola. Para el 99% es necesario hacer hincapié en problemas estructurales: feminización de la pobreza y precariedad de las mujeres, violencia de género, racismo… porque en realidad, el 99% es una llamada de atención a la colonización del neoliberalismo que ha conseguido diseminar su filosofía por todos los rincones. Es el feminismo que toma como referencia la situación vital, las demandas, las necesidades de la inmensa mayoría de las mujeres.
El feminismo durante esta década está en las plazas y, al mismo tiempo, va desarrollando sus propias campañas y movilizaciones. Así, en 2011, en febrero, las italianas se movilizaban masivamente al grito de «Se non ora quando?» [¿Si no es ahora, cuándo?]. Mujeres que luchaban por su reconocimiento y su dignidad, y contra su cosificación como objetos de intercambio sexual.
Las mujeres indias llevan ya años manifestándose y realizando campañas contra la violación, poniendo nombre a la violencia sexual, movilizándose por todo el país, pero el punto de inflexión ocurrió en diciembre de 2012, cuando se produjo la violación en grupo, en un autobús en marcha en Nueva Delhi, de una joven estudiante que moriría días después por las heridas sufridas. Este hecho desencadenó una ola de manifestaciones de indignación que llevarían a endurecer las penas contra los violadores y a triplicar el número de denuncias por violación en la capital en los años siguientes.
En julio de 2014, el viceprimer ministro turco, Bülent Arinç, declaraba: «Una mujer debe ser decente. Debe conocer la diferencia entre público y privado. No debe reírse en público». La reacción fue inmediata. Las declaraciones fueron la última gota de un sistema represor contra las mujeres hasta el esperpento. La campaña contra la violencia de género en Turquía, que ya llevaba tiempo desarrollándose, estalló tanto en las calles como en las redes sociales. Cientos de personas se manifestaron en el centro de Estambul y las redes se llenaron con el hashtag #direnkahkaha, la risa de la resistencia y #direnkadin, mujeres que resisten.
«Desde Tijuana hasta Ushuaia, exigimos aborto legal ya» fue una de las consignas más coreadas el 28 de septiembre de 2018. Larga es la lucha en América Latina por los derechos sexuales y reproductivos y la interrupción voluntaria del embarazo. Fue en el v Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, celebrado en 1990 en Argentina, donde organizaciones feministas de diez países denominaron la fecha como el Día por la Despenalización del Aborto. Una campaña que se ha extendido por el resto del mundo pero que en los últimos años llena las calles de una región donde 90% de las mujeres viven en países que restringen la interrupción del embarazo.
Desde Tijuana hasta Ushuaia, los pañuelos verdes tiñen las calles y las redes sociales. En una región donde hay mujeres condenadas hasta 30 años por aborto, las campañas exigen «educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir».
Una lucha que también se está llevando en Polonia desde 2016. En 2018, el gobierno de Mateusz Morawiecki volvió a la carga pretendiendo eliminar el tercer supuesto, el referido a la malformación irreparable del feto, lo que ha llevado a muchas mujeres a volver a manifestarse en las llamadas Czarny Protests o protestas negras, manifestaciones en las que visten de negro exigiendo que no se limiten sus derechos. Con cada protesta negra, las calles de Varsovia y otras ciudades polacas se tiñen intentando evitar una legislación que criminaliza a cientos de miles de mujeres cada año.
En junio de 2015, la otra gran lucha de las feministas en América Latina, la erradicación de los feminicidios, también se hacía visible en las movilizaciones convocadas en Argentina, donde las mujeres ocuparon 80 ciudades bajo el lema «Ni una menos». En 2016, la lucha se intensificaba con la consigna «Vivas nos queremos» y en 2017, la movilización se extendía por Chile, Uruguay, Perú y México, bajo la consigna «Basta de violencia machista y complicidad estatal». 2017 había comenzado con la Marcha de las Mujeres, convocada el 21 de enero, al día siguiente de la toma de posesión del presidente estadounidense Donald Trump, tras una campaña electoral que lo llevó a la Presidencia y estuvo plagada de insultos y vejaciones a las mujeres. La Marcha de las Mujeres fue la movilización más multitudinaria en eeuu desde la Guerra de Vietnam. Se convocó en Washington pero fue apoyada con 700 marchas hermanas en todo el mundo. Hoy se ha articulado alrededor de la Women’s March Global y mueve una gran marea de reivindicaciones feministas. Y también ese año, octubre de 2017 fue testigo de la aparición del Me Too, popularizado en las redes como #MeToo, «A mí también».
Millones de mujeres movilizadas en todo el mundo. Las campañas mencionadas lo son solo a modo de ejemplo, podríamos llenar un libro entero refiriendo el trabajo que el feminismo ha protagonizado en los últimos años en todo el mundo. Baste recordar cómo se celebró el Día Internacional de las Mujeres el 8 de marzo de 2018, cuando las movilizaciones recorrieron las calles de todo el planeta, incluyendo lugares como Mosul, donde alrededor de 300 mujeres corrieron por sus calles en la primera maratón celebrada en la ciudad iraquí; o Arabia Saudita, donde un grupo de mujeres también salió a correr por las calles de la capital –una de las actividades que hasta hacía pocos meses estaban prohibidas–; Turquía, donde las mujeres marcharon por la principal avenida de Estambul para acabar «con el patriarcado», bajo una fuerte vigilancia policial; e incluso Kabul, la capital afgana, donde se manifestaron centenares de mujeres.
Las mujeres pararon el mundo
Y es que el 8 de marzo de 2018 fue el momento de inflexión de esta cuarta ola. El feminismo había acumulado ya el suficiente bagaje teórico y político y la suficiente capacidad organizativa como para lanzar y resolver con éxito una movilización global que mostrara sus reivindicaciones y exigencias, así como su fortaleza y determinación para conseguirlas. La movilización se concretó en la huelga feminista.
No era la primera ni mucho menos, pero sí la primera global. Los antecedentes más recientes se encontraban en Islandia, cuando el 24 de octubre de 1975 90% de las mujeres secundaron una huelga que duró todo el día. Las islandesas salieron a las calles y se manifestaron a favor de la igualdad. En octubre de 2016, más de 100.000 mujeres en Polonia organizaron paros en el trabajo, además de manifestaciones para reivindicar los derechos sexuales y reproductivos. A finales de ese mes, fueron las argentinas quienes hacían huelga tras el asesinato de Lucía Pérez, con el grito de «Ni una menos».
En 2017 se hizo el primer ensayo general, con el i Paro Internacional de Mujeres convocado el 8 de marzo. En más de 50 países se realizaron paros parciales bajo el lema «Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras». La respuesta de millones de mujeres a esta convocatoria fue el germen del 8 de marzo de 2018. Fraser apuntó que lo que comenzó como una serie de acciones en el ámbito nacional se convirtió en un movimiento transnacional el 8 de marzo de 2017, cuando organizadoras de todas partes del mundo decidieron atacar juntas. Con ese golpe audaz, dieron un nuevo sentido político al Día Internacional de la Mujer. Dejando atrás las fruslerías de mal gusto y despolitizadas, las huelguistas reivindicaron las prácticamente olvidadas raíces históricas de ese día en el feminismo socialista y la clase trabajadora. Sus actuaciones evocan el espíritu de la movilización de las mujeres de clase trabajadora de comienzos del siglo xx. Reencarnando ese espíritu militante, las huelgas feministas de hoy están proclamando nuestras raíces en las luchas históricas por los derechos de los trabajadores y la justicia social.
Uniendo a mujeres separadas por océanos, montañas y continentes, así como por fronteras, alambradas de púas y muros, dan un nuevo sentido al lema «La solidaridad es nuestra arma». Rompiendo el aislamiento de las paredes domésticas y simbólicas, las huelgas demuestran el enorme potencial político del poder de las mujeres: el poder de aquellas cuyo trabajo remunerado o no remunerado sostiene el mundo.
La indignación, el cansancio y el hartazgo, capital político
Desde Yemen hasta China, desde Reino Unido hasta Afganistán y eeuu, la cuarta ola está resonando en todo el mundo. No sabemos hasta dónde llegó la influencia de las palabras de bell hooks; probablemente, como siempre ha ocurrido, fueron el pensamiento y la acción de miles de mujeres en todo el mundo lo que ha provocado el tsunami actual. ¿Y por qué regresó el feminismo cual tsunami, filtrándose en todos los rincones del mundo? Estas cosas nunca tienen una respuesta simple.
En primer lugar, asegura Rosa Cobo, la macrorrevisión que hizo el feminismo desde los años 80 del siglo xx ha sido determinante. La cuarta ola ha aparecido precisamente porque el feminismo ha asumido la diversidad de las mujeres y se ha asentado esta idea en su configuración ideológica, de manera que ya es posible desplazar el foco desde el interior del feminismo hasta fuera, hasta los fenómenos sociales patriarcales más opresivos. Sin este lento y aparentemente imperceptible desplazamiento, no hubiese sido posible esta cuarta ola.
Además, millones de mujeres en el mundo estaban tan cansadas como hartas. Cansadas de ceder. Hartas de que nos relegaran. La reacción patriarcal ha sido tan intensa desde los años 80 del siglo pasado y ha golpeado tan fuerte que toda la indignación, el profundo cansancio y el hartazgo de las mujeres se convirtieron en un gran capital político. Ante tanta reacción patriarcal, era inminente la aparición de la reacción feminista.
Cuando aún estábamos rehaciéndonos de esa potente reacción patriarcal y el feminismo se estaba poniendo en pie de nuevo, dos circunstancias se precipitaron. Por un lado, el neoliberalismo explotó en la gran crisis de 2008 y, por otro, el fascismo se lavó un poco la cara y resucitó en forma de partidos políticos o candidaturas presidenciales que aspiraban, de nuevo, a gobernar el mundo. Dentro de la reacción patriarcal, ocupa un lugar destacado la organización de los grupos antielección, los que se autodenominan provida, aunque su defensa de «la vida» solo consiste en su oposición a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres; especialmente, son beligerantes y violentos en contra del aborto, pero no se les conoce ninguna defensa de esos fetos cuando nacen y se convierten en niñas o en mujeres. La vida la defienden solo mientras está en el vientre de las mujeres gestantes. A partir del nacimiento, se desentienden de los niños y niñas abusados, de las niñas violadas, de las mujeres maltratadas… Esta nueva Inquisición está formada básicamente por fundamentalistas religiosos y militantes conservadores, ultraconservadores y populistas.
Frente a todo esto, se levantó la cuarta ola feminista. En 1971, Angela Davis había escrito que el fascismo es un proceso y su desarrollo y ampliación son de naturaleza cancerígena, por ello hay que combatirlo desde sus inicios. Las feministas fueron las primeras.
El otro cáncer con que se encontró el feminismo en el siglo XXI fueron las políticas económicas neoliberales, que han traído consigo una nueva política sexual. Además de crear una nueva clase social, el precariado, claramente feminizada, la economía neoliberal ha convertido la sexualidad femenina y su capacidad de procrear en un gran negocio global con dos grandes industrias, la industria del sexo y la de los vientres de alquiler. El nuevo discurso económico patriarcal convierte la vida en mercancía. El neoliberalismo intenta convencernos de que los deseos se pueden convertir en derechos si se tiene suficiente dinero para comprarlos y reduce la libertad a un mero intercambio; si puedes intercambiar algo (aunque sea tu cuerpo), estás usando tu libertad de elección (da igual en qué condiciones está ocurriendo ese intercambio).
El feminismo, señala Rosa Cobo, ha sabido identificar la política sexual del neoliberalismo de manera que ha desenmascarado la misoginia que alimenta su núcleo duro. La filosofía neoliberal de que todo se puede comprar y vender está golpeando la vida de las mujeres explotándolas económica y sexualmente (feminización de la pobreza, brecha salarial, trabajos precarios, economía sumergida, crecimiento exponencial de la trata y la prostitución, aparición de nuevos nichos de negocio, como la compraventa y alquiler de vientres…) [4]. Frente a ello, las feministas han vuelto a exigir políticas redistributivas y a colocar en primera línea del debate político la precarización de las vidas de las mujeres, así como la profunda crisis de cuidados en la que estamos inmersas.
Además de la revisión interior y de la reacción feminista frente a la reacción patriarcal, un tercer elemento explicaría el surgimiento de la cuarta ola. Hasta ahora, las olas anteriores han surgido al tiempo que sucedía una «crisis civilizatoria», por decirlo en palabras de Amelia Valcárcel, es decir, al tiempo que cambiaban los sistemas políticos y económicos mundiales.
La cuarta ola es coetánea de la sociedad de la información y de lo que ya se comienza a denominar cuarta Revolución Industrial. El concepto «sociedad de la información» comenzó a utilizarse en Japón durante los años 60, pero será el sociólogo Manuel Castells quien examine los caracteres del nuevo paradigma para acuñar, no ya esta noción, sino la de «era informacional», con internet como fundamento principal de este nuevo modo de organización social en esferas tan dispares como las relaciones interpersonales, las formas laborales o los modos de construir la identidad propia. Según Castells, la sociedad de la información es aquella en la que las tecnologías facilitan la creación, distribución y manipulación de la información y juegan un papel esencial en las actividades sociales, culturales y económicas [5].
Explica Klaus Schwab, el fundador y director general del Foro Económico Mundial, que la cuarta Revolución Industrial sería aquella que está cambiando la forma de vivir, trabajar y relacionarnos, y se basa en el exponencial y vertiginoso desarrollo tecnológico desde campos como la inteligencia artificial, la robótica, el internet de las cosas, la impresión 3d, la nanotecnología, la biotecnología, la computación cuántica… [6]. Una revolución que no solo está cambiando el qué y el cómo hacer las cosas, sino hasta quiénes somos. Sin duda, como veremos a continuación, la cuarta ola feminista está definida por la tecnología.
Una cuarta ola que está caracterizada por un despertar, una toma de conciencia mayoritaria y una lucha global contra la verdadera raíz de la opresión de las mujeres, pero ¿cuáles serían sus principales rasgos? En primer lugar, el feminismo, actualmente, y por tercera vez en su historia, se ha convertido en un movimiento de masas. Antes lo había sido con el sufragismo (por primera vez) y más tarde también lo consiguió el feminismo radical, pero en este caso, esta cuarta ola presenta una novedad: el feminismo, por fin, es global. No hay país en el mundo en el que no haya –de una manera u otra– feminismo.
Virginia Guzmán y Claudia Bonan describen cómo ese movimiento de masas se va construyendo a partir de los años 90 del siglo xx, al tiempo que va profundizando en su rol como fuerza modernizadora y civilizadora. A partir de los años 90, los movimientos feministas se han expandido aceleradamente por diversas regiones geográficas y han adoptado distintas expresiones. Sus formas de organización se han vuelto más complejas, su composición, más heterogénea, y el rango de sus acciones y agendas, más amplio[7].
La presencia de las mujeres en los ámbitos transnacionales las ha llevado a constituirse en protagonistas visibles de las relaciones internacionales y en participantes activas, junto con otros movimientos –de derechos humanos, ambientalistas, minorías sexuales, negros, indígenas– en los procesos de formulación de las leyes, marcos normativos y agendas políticas internacionales. La constitución de redes ha conectado a distintos grupos feministas a través del mundo y ha permitido la circulación de ideas, recursos y formas de comportamiento solidario. Su presencia en los espacios transnacionales ha tenido la doble virtud de visibilizar internacionalmente su protagonismo y sus propuestas y, al mismo tiempo, irradiar hacia sus sociedades el reconocimiento obtenido en estos espacios globales, y de esta manera, presionar sobre los límites culturales y políticos que las sociedades nacionales imponen al desarrollo de las agendas políticas de los movimientos sociales.
En conclusión, la experiencia política del movimiento feminista en los últimos años ha fomentado el desarrollo de un fuerte sentimiento de pertenencia a una lucha emancipatoria de carácter global. Este proceso ha permitido acceder y contribuir a una creciente conciencia sobre la diversidad de formas de luchas, el multiculturalismo, las diferentes interpretaciones que suscitan las desigualdades, exclusiones y discriminaciones y sus formas de superación.
Las agendas feministas contemporáneas son agendas múltiples y pactadas entre un gran espectro de sujetos políticos, donde se articula un conjunto complejo de temáticas concernientes a la transformación global de las formas de vida en sociedad, bajo los ideales de emancipación, justicia social, libertad y no discriminación: la economía, el comercio y el presupuesto público; las formas de producción y consumo; las transformaciones en el mundo del trabajo; el desarrollo científico y tecnológico; la bioética y la bioseguridad; las migraciones internacionales; la guerra y la paz; el medio ambiente y la calidad de vida; el combate a la corrupción y al crimen organizado; las reformas de los sistemas multilaterales; la gobernabilidad, la redefinición del rol de los Estados nacionales y de las formas de ciudadanía en un mundo globalizado.
La segunda característica de la cuarta ola es la interseccionalidad, la propuesta feminista que ha hecho posible esta movilización global. Siguiendo a Rosa Cobo, no habría sido posible trasladar el mensaje y convencer si el feminismo no hubiese asumido la diversidad de las mujeres y, al mismo tiempo, no hubiese vuelto a poner sus energías en las políticas de distribución. Es decir, por un lado, el feminismo se ha «ensanchado», primero se hizo global internamente para luego hacerse global externamente. Esto significa que «ya no hay que elegir un bando», entre el movimiento feminista y el antirracista, por ejemplo. La interseccionalidad –según Kira Cochrane– es el principio rector de las feministas actuales8. Además de hacer al movimiento feminista más amplio y respetuoso, la interseccionalidad ha traído un efecto no esperado: la exigencia de autoevaluación de privilegios.
Quizá no sea arriesgado aventurar que los inicios del siglo xxi se recordarán como el momento en que las mujeres rompieron el silencio. El silencio es el mandato patriarcal por excelencia. Durante siglos se mantuvo la expresa prohibición a las mujeres de tener conocimiento, leer, escribir, crear, hablar en público… Ese pacto de silencio forjado sobre el miedo de ellas, la violencia de ellos y la indiferencia de la mayoría había conseguido normalizar el abuso, el maltrato, e incluso generar la cultura de la violación en la que vivimos.
Millones de mujeres en todo el mundo han dicho se acabó. Miles de mujeres han dejado de tener miedo y están dispuestas a hablar alto y claro en las redes sociales, frente a las cámaras y frente a los tribunales. Miles de mujeres en todo el mundo saben que el silencio y la sumisión, lejos de protegernos, amparan a los perpetradores y alimentan la impunidad, gasolina de la violencia.
El feminismo de la cuarta ola está definido por la tecnología. Internet está permitiendo al feminismo construir un movimiento online fuerte, popular, reactivo. Las redes sociales provocan a su vez un nuevo tipo de acción, la de las multitudes anónimas organizadas de forma rápida y precisa, con objetivos claros y comunes, con una estrategia que puede discutirse y planificarse. Las redes permanecen una vez desaparecida la acción, lo que hace que se creen conexiones virtuales permanentes que van concienciando a grupos cada vez más jóvenes y relacionados en todo el mundo. Grupos que nacen en el mundo virtual y luego sienten la necesidad también de organizarse en sus respectivos ámbitos, bien acercándose al movimiento feminista organizado, bien creando sus propios grupos feministas en los institutos, en las universidades… Un nuevo espacio de opinión pública al que las mujeres nunca habían tenido acceso por el control patriarcal de los medios de comunicación.
Por otro lado, se consolida la cada vez mayor alianza con el ecologismo y, a su vez, el desarrollo del ecofeminismo. La cuarta ola también es intergeneracional. No hay relevo generacional porque nadie se ha ido. Se está produciendo un diálogo intergeneracional en el que feministas de larga y muy larga trayectoria trabajan junto a mujeres jóvenes compartiendo liderazgos, propuestas y discursos. La novedad de la cuarta ola es la suma de millones de mujeres jóvenes al movimiento feminista, algunas, incluso, organizadas desde la educación secundaria.
Esta llegada masiva de jóvenes a la militancia feminista, además de nuevas miradas, respuestas y formas de militancia, ha provocado también que buena parte de la cuarta ola se articule alrededor de la denuncia de la violencia sexual, la más invisibilizada de todas y la que sufren especialmente niñas, adolescentes y mujeres jóvenes.
El feminismo de la cuarta ola también se caracteriza por estar impugnando el modelo no solo en los regímenes autoritarios, también en las democracias actuales por déficit de legitimidad.
«Desdibujar las fronteras sin quemar los puentes», propone Rosi Braidotti [9]. No se me ocurre idea más poderosa que esa, la construcción de un feminismo puente, un feminismo que abra caminos e invite a pasar de un lugar inhóspito a otro que realmente queremos habitar, un lugar en el que sea posible respirar.
Este artículo es un fragmento de Feminismo 4.0. La cuarta ola (Ediciones B, Barcelona, 2019).
Notas:
1. b. hooks: El feminismo es para todo el mundo, Traficantes de Sueños, Madrid, 2017, pp. 26-27.
2. Z. Eisenstein: Hatreds: Racialized and Sexualized Conflicts in the 21st Century [1996], Routledge, Nueva York, 2014, p. 166.
3. b. hooks: ob. cit., p. 84.
4. R. Cobo Bedia: La prostitución en el corazón del capitalismo, Catarata, Madrid, 2017.
5. M. Castells: La era de la información, 3 vols., Siglo Veintiuno, Ciudad de México, 2001-2002.
6. K. Schwab: La cuarta revolución industrial, Debate, Madrid, 2016.
7. V. Guzmán y C. Bonan: «Feminismo y modernidad» en Debate Feminista Nº 35, 2007.
8. K. Cochrane: Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, Gedisa, Barcelona, 2015.
9. R. Braidotti: Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, Gedisa, Barcelona, 2015.