La experiencia de la Casa de la Fundación Manos de Hermanos, en la capital formoseña, donde estudiantes de las diferentes comunidades wichí de la provincia encuentran un espacio de apoyo para estudiar en la universidad sin perder su identidad cultural.

Son poco más de las tres de la tarde en la ciudad de Formosa y los chicos y chicas van llegando de a poco, casi al ritmo que marca el calor húmedo del día. El encuentro es un ritual cotidiano en la casa de la Fundación Manos de Hermanos, un espacio creado hace poco más de diez años por el cura Francisco Nazar para contener y apoyar a los jóvenes de todas las comunidades wichí de la provincia que se aventuran a encarar estudios universitarios.

La Casa está en los suburbios, hacia el sur de la capital, estratégicamente ubicada a unas 15 cuadras de la Universidad. Tiene un amplio patio techado, un salón de reuniones, una sala de computación y otra para clases de apoyo.

El mate hace ronda mientras la charla empieza casi trabajosa, como peleando con la timidez de la mayoría de los pibes y pibas que se han alejado de sus territorios y de sus familias, muchos de ellos por primera vez en sus vidas. La mayoría vienen de las comunidades Tucumancito, Potrillo, Lote 8 y María Cristina, todas del Departamento de Ramón Lista, a más de 700 trabajosos kilómetros de la capital.

La sala de computación.

“La Casa es un territorio de la Comunidad wichí, más allá de que los chicos llegan de diferentes comunidades dispersas por toda la provincia. Es un espacio donde se reconocen y pueden reforzar su identidad frente al impacto que produce la gran ciudad, con su cultura completamente diferente, y los problemas de integración que plantea la Universidad”, dice Ely Sosa, la tutora pedagógica de la casa. Ely es comunicadora social y nació en la capital formoseña, pero conoce a fondo la realidad de las comunidades wichí porque es hija de docentes rurales que trabajaron y vivieron en diferentes puntos de la provincia.

Explica que la Fundación no recibe apoyo estatal sino que funciona gracias a diferentes aportes privados y que casi todos los chicos que llegan a ella tienen becas que les permiten pagar los alquileres de sus viviendas y sostenerse mientras estudian, con las limitaciones que muchas veces implican, claro, los montos exiguos que reciben.

Integración y discriminación

El choque de culturas es muy fuerte. “Cuando llegan, los chicos tienen que aprender todo para moverse en un territorio y una sociedad desconocidos. La casa, que somos todos los que estamos en ella, es un buen lugar para empezar a aprender hasta las cosas más simples, como qué colectivos tomar, dónde alquilar más barato, cómo hacer un contrato de alquiler… Cosas que, además de los tutores, van enseñando los compañeros más antiguos, que ya tienen experiencia”, dice Ulises Fernández, oriundo de la Comunidad María Cristina. Ulises es también el estudiante más antiguo de la casa y uno de sus promotores junto con el cura Nazar. Está terminando la Licenciatura en Historia y va a ser el primer wichí en obtenerla.

Actualmente hay alrededor de treinta estudiantes que reciben el apoyo de la casa, que resulta fundamental para no desanimarse y ver truncadas sus expectativas de estudiar casi desde el principio. Ely cuenta que a casi todos los estudiantes les lleva dos años pasar las exigencias académicas del primer año de las diferentes carreras y facultades. “Hacemos talleres de adaptación, porque muchos de ellos tienen que aprender castellano como segundo idioma, ya que han hablado casi exclusivamente la lengua wichí”.

Eugenio Moreno hace dos años que está estudiando Enfermería, una de las carreras más elegidas entre los chicos, porque la sienten como una necesidad real en sus comunidades. “Yo tenía el problema de que había profesores que hablaban muy rápido y no les entendía. Y si les decía no me hacían caso, seguían hablando así. Ahora aprendí, ya les entiendo, pero fue difícil para mí”, explica.

La Universidad de Formosa, salvo las actitudes aisladas de algunos profesores, no favorece la interculturalidad. Es una universidad de “blancos para blancos” donde la discriminación es cosa de todos los días en casi todos sus ámbitos. En la charla con el cronista, los chicos no quieren contar mucho de eso. Saben que se trata de un artículo que puede ser leído en la universidad y temen que, si aparecen con nombre y apellido, puede sumarles problemas.

“Sí, les cuesta hablar de la discriminación”, dice Horacio Campos, profesor de Filosofía y coordinador de la casa de la Fundación Manos de Hermanos. Es el único que vive en el lugar y el que más horas comparte con los jóvenes. “La Casa los contiene frente a ese y otros problemas. Hay que aclarar que no todos los docentes tienen el mismo comportamiento y no son pocos los que apoyan y tratan de ayudar a los chicos… Además, como la casa tiene ya más de diez años, hay estudiantes avanzados y docentes wichí que vienen a darles clases de apoyo en las materias de sus especialidades, además de enseñarles cómo enfrentar los problemas cotidianos”, agrega.

Volver a las comunidades

Horacio, Ulises y Ely, los tutores.

La defensa de la identidad wichí es uno de los pilares fundamentales alrededor de los cuales funciona la casa de Manos de Hermanos. “Es un espacio donde se mantiene la espiritualidad, la identidad del pueblo wichí frente a una sociedad muy distinta. Es una cuestión muy difícil, porque para poder estudiar los chicos tiene que moverse y comportarse con parámetros de la universidad y de la sociedad formoseña, tienen que aprenderlos para poder integrarse, pero a la vez hay que cuidar que esa integración no les haga perder sus raíces”, dice Ely.

“Acá trabajamos sobre tres ejes. Uno es el que ya explicó Ely cuando dijo que la casa ‘es la comunidad’ en cuanto a mantener la cultura wichí. El otro es el compromiso de estudiar, de cumplir con las exigencias universitarias, porque la ciudad tienta con muchas cosas nuevas que distraen; los chicos saben desde el principio que estudiar es una condición que tienen que cumplir; y el tercer eje es la vuelta a la comunidad para poner al servicio de ella lo que se aprendió”, agrega Horacio.

En ese último sentido, la elección de las carreras muestra esa vocación de volver al territorio para mejorar sus condiciones. Bruno Vega estudia ingeniería forestal y está a punto de terminar su carrera. Volverá a su comunidad de origen para trabajar el tema de los desmontes y del agua de acuerdo con las necesidades de los suyos.

Hay casos también de estudiantes de Trabajo Social o de Ciencias de la Educación, pero la carrera que gana por varios cuerpos es la de Enfermería. La falta de enfermeros -y de profesionales de la salud en general – es un grave problema de todas las comunidades indígenas de Formosa y buena parte de los estudiantes que se reúnen en la casa de Manos de Hermanos han elegido formarse como técnicos o licenciados en Enfermería para volver a trabajar en sus territorios.

“El objetivo se cumple en la gran mayoría de los casos. Los estudiantes que terminan sus carreras vuelven a sus lugares de origen y ponen sus conocimientos al servicio de sus comunidades. Estos diez años nos han demostrado que esta casa es una comunidad de comunidades wichí en medio de una gran ciudad, que desde aquí se puede aprender sin perder la identidad”, redondea Ely, la tutora pedagógica.

La reunión va terminando y los pibes y pibas pasan a otro tema: el trabajo del coro que se formó en la Casa. “Siempre pienso lo lindo que sería ir todos juntos a cantarles lo que estamos cantando a los viejos de nuestras comunidades”, dice Bruno, su promotor. Y sonríe.