La matriz cultural en la que nos constituimos como sujetos y como sociedad es, mal que nos pese a todos, patriarcal: sostiene la supremacía del varón en detrimento de las demás identidades. “Nosotras, las mujeres, nos hacemos cargo. Les pedimos a los varones que nos escuchen, que nos pregunten pero, fundamentalmente, que se pregunten qué es lo que están dispuestos a asumir y a cambiar”, dice la autora de esta nota.
Estamos enojadas. Hartas. Hartas de estar enojadas. Y hartas de tener que explicar nuestro enojo y de explicarnos.
A partir del conocimiento de la violación en grupo a una mujer en Palermo, resurgen, (sí, otra vez, cada vez), las mismas chicanas: “Están generalizando”, “nos acusan a todos”, “mis amigos y yo no somos así”, “no todos los hombres somos violadores” y un etcétera infinito.
Y, una vez más, nosotras, las violentadas y vulneradas, tenemos que salir a dar explicaciones.
No, no generalizamos. No decimos “los varones”, “ustedes”, “todos los hombres”.
Sí los interpelamos. A que se pregunten cuántas veces han sufrido persecuciones en la calle por parte de una mujer. Cuántas veces una mujer los manoseó, les apoyó deliberadamente alguna parte del cuerpo en el transporte público, les susurró al oído o les gritó a toda voz lo que le haría a sus cuerpos. En cuántas ocasiones sintieron peligro estando cerca de una mujer en algún lugar solitario. Cuántos grupos de mujeres los molestaron.
También les pedimos que, además de hacerse estas preguntas, indaguen si las mujeres a su alrededor padecieron alguna de estas situaciones por parte de algún varón. Se van a asombrar. Pero pregúntenles, no lo den por sentado. No se sustraigan al asombro porque, a veces, el asombro nos enseña.
Este fin de semana en varios perfiles de colectivos feministas en las redes, se abrieron encuestas; entre ellos, @mujeresquenofuerontapa en Instagram. Preguntaban acerca de experiencias sobre chats de varones. La mayoría de los testimonios fueron de mujeres, testigos indirectas de esos chats o damnificadas. Muchísimas voces y escalofriantes: varones que comparten fotos de mujeres, incluso de parejas o amigas, que han sido tomadas en la intimidad; otros varones que las replican; médicos que comparten fotos de mujeres en intervenciones y se burlan de sus cuerpos. Y también están los que callan y no dicen nada porque “no da”, para no quedar mal, porque no se meten.
¿Hasta hace cuánto tiempo veíamos por televisión a un personaje masculino dándole una bofetada a su compañera en la telenovela de la tarde, la que veía todo el país, y a nadie se le movía un pelo? ¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez que varios de los programas más vistos en la TV argentina exponían cuerpos de mujeres, nunca de varones, como la cosa más natural del mundo?
Es cierto que esto ya no está legitimado y, si lo vemos en medios es desde el lugar de lo condenatorio. Pero también es cierto que la matriz social poco ha cambiado en otras cuestiones.
A partir de la violación grupal, hemos vuelto a escuchar sospechas sobre la víctima, en boca de periodistas de medios mainstream.
El 4 de marzo, La Nación publicó una nota en la que se lee y se ve a un varón taxista que fue acosado por una pasajera. Es significativo que la nota haya salido dos días después de producida la violación en Palermo.
Las estadísticas sostienen que cada 30 horas muere una mujer víctima de femicidio. No sabemos cada cuántos minutos una mujer es acosada, atacada, humillada, perseguida, son difíciles de registrar estos hechos. No es difícil averiguar entre las mujeres que nos rodean.
Nos preguntamos cuántas notas llegaría a publicar el diario cada vez que una taxista mujer, operaria, empleada, arquitecta, estudiante, peluquera, administrativa, bailarina es acosada por un varón.
Algunas cosas han cambiado, sin dudas, y gracias al feminismo y a la militancia que venimos sosteniendo desde todos los espacios públicos y privados. Pero falta.
Cuando hablamos de “patriarcado”, “sociedad patriarcal”, “sistema patriarcal”, no estamos generalizando. Nos negamos a considerar a los violadores, los acosadores, los femicidas como enfermos sociales, es la sociedad la que está enferma. Estamos hablando de la sociedad en la que todos estamos inmersos: varones, mujeres, personas del colectivo LGBTTIQ+. Es la matriz cultural en la que nos constituimos como sujetos y como sociedad, y es, mal que nos pese a todos, patriarcal: sostiene la supremacía del varón en detrimento de las demás identidades.
Nosotras, las mujeres, nos hacemos cargo. Sabemos perfectamente que formamos parte del sistema que nos vulnera, que es muy difícil cambiarlo y lleva tiempo. Y se lleva las vidas de nuestras congéneres. Pero sabemos que estamos adentro y nos cuestionamos y nos repreguntamos y nos interpelamos todo el tiempo.
Les pedimos a los varones que nos escuchen, que nos pregunten pero, fundamentalmente, que se pregunten qué es lo que están dispuestos a asumir y a cambiar.
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