Desde sueños sin barbijo a la fundación de una nueva Sociedad de Naciones justiciera. Imágenes, derivas, recuerdos, distopías y utopías de un caminante más del mundo en COVID. Algún que otro dato lúgubre de lo que está sucediendo en el mundo. (Foto apertura: Carlos Brigo)

Como el ¿70, 80, 90 por ciento? de la humanidad, o mucho menos si desconsideramos al sudeste asiático y China, me han sucedido cantidad de cosas a medida que la pandemia se extendió en el tiempo. He tenido sueños preocupados por ausencia de barbijo en espacios públicos atestados o no. He sufrido la ausencia de barbijo en películas o series de Netflix y Amazon cuando los actores se aproximan demasiado. Ver el barbijo ajeno, el barbijo semicaído, o la ausencia de barbijo, me produce pequeñas dosis de agobio. Se potenció moderadamente mi fobia social y mi modo de detestar la ciudad de Buenos Aires (vivo en un barrio arbolado cercano al río). Se fortaleció mi tristeza y distanciamiento social con “la gente” o el género homo sapiens. Me hice más pesimista.  Se potenciaron también mis sensaciones, razonamientos o vanos augurios (imágenes) acerca del fin del mundo. La remanida idea de que ya llegarán nuevas pandemias o nuevas y peores cepas de la COVID. Rumio: el mundo será otro, no digo sin humanidad, pero con la humanidad un poco arruinadita. Mi imaginación se desata fácil, aunque muy a menudo en un sentido positivo, creativo, ligado a la escritura, pero lamentablemente no a la periodística, un poco porque el presente me tiene impotente y lejano.

Hace dos días pensé de un saque en una novela (otra “apocalíptica”) en la que una pareja de enamorados de mediana edad o más, sabedora de la cercanía fin del mundo, hace sus últimos viajes por paisajes, geografías y ciudades que siempre quiso conocer: la Antártida, Croacia, Egipto y sus áreas de valor arqueológico, otros puntos mesopotámicos en los que nacieron los primeros asentamientos humanos y con ellos la civilización. Croacia, los fiordos chilenos, quién te dice Bulgaria o Indonesia, pasar los últimos días en las sierras de Córdoba o los lagos del sur. Por cada viaje que realiza, por cada paso que da, ciudad o geografía, la pareja de enamorados asiste a la muerte lenta de la humanidad, con un toque de adagio tristísimo y otro poco de El sacrificio de Tarkovski, concebida y realizada en un momento muy feo de la Guerra Fría.

Pero qué bella novela, pum para arriba.

De manera igualmente recurrente, en la medida en que crece mi tristeza y mi rabia ante la decadencia de Occidente reflejada en la impotencia, la pusilanimidad y la necedad de los Estados y las sociedades a la hora de enfrentar la pandemia, se me vienen a la cabeza ideas fundacionales. Quiero decir: todavía me cuesta asumir la inutilidad de los Estados y el mundo occidental a la hora de dar pelea contra el poder extorsivo de los laboratorios y de dar batalla contra la estupidez de (buena parte de) las sociedades. Repetidamente pienso en la ONU de mi infancia y adolescencia, aquella de U-Thant (al chequear la escritura de su nombre en Google veo que estuvo diez años como Secretario General) que mencionaba seguido Mafalda. Mafalda se quejaba tácitamente o no de aquella ONU. Pero en mi casa mis viejos recibían la revista El Correo de la Unesco y había un aura optimista y progre en el trabajo de aquella ONU no esclerosada ni burocratizada ni sometida a los chantajes políticos y financieros de EE.UU. Eso percibía yo. O eso me digo que creía percibir desde mis 63 años, dado que por entonces yo era un pendejo. Tengo una tesis opinable y es que el humanismo progre de la primera serie Star Trek, de la que sigo siendo fan, tenía un sesgo ONU optimista, humanista, antirracista, justiciero, casi que rozando el anticapitalismo.

Una nueva Sociedad de Naciones

Puede que esto sea una pavada. O que el optimismo y la idea de una humanidad en progreso y osada (carrera espacial) perteneciera a los 60 o al cuarto de siglo de oro de la posguerra, por más que hubiera Vietnam, golpes de Estado en América Latina auspiciados por EE.UU., Guerra Fría y hambrunas de Bangladesh (un millón y medio de muertes hacia 1974).

De aquel falso o estúpido recuerdo de una ONU/OMS buena, progre y hacedora es que en pandemia me viene aquello de las fantasías fundacionales. Mi imaginación vaga e imagino que se funda una nueva Sociedad de Naciones (28 de junio de 1919, al cabo de la Primera Guerra) o una nueva ONU machaza. Mi fantasía infantil es que nace una nueva ONU como consecuencia de la pandemia y los Estados se hacen otros, el opuesto exacto de Trump y de Macri. Son nuevos Estados de Bienestar de perfil socialdemócrata (peronista progre si lo prefieren), audaces, emprendedores, que hacen frente a los mercados, la financiarización global, el poder de los laboratorios. A los laboratorios se los estatiza y se los articula en un sistema global puesto al servicio de todos, comenzando por “los que menos tienen”. Comenzamos a darle una nueva vida al planeta cuidando y recreando el medio ambiente. Renacen las selvas, los bosques, los prados y los animalitos.

Antes y durante la pandemia, otra idea recurrente, es el de un modelo de sociedad anticonsumo (cosa que por supuesto las sociedades no quieren). Un modelo que combina el del Uruguay de hace unos cuantos años con sus autos viejos y una vida modesta en la que se comparte el mate, con el de Cuba con sus autos aún más viejos, un socialismo alegre en cuyas calles se canta, se baila y se hace el amor. Un modelo lo atamos con alambre porque todo lo demás es superfluo (incluye el fin del celular). En ese modelo de mundo bien podría suceder que volviera a pasar el carro del lechero por las calles y que la leche se bajara en gastados tambos de lata con dos manijas y que la leche viniera espumosa y muy fuerte. Habría que colarla antes de consumirla.

La impaciencia, el hombre aturdido

Hace unos días salió un lindo en el blog Branco Milanovic. Al bueno de Branco, economista interesantísimo serbio-estadounidense, lo tenía por una muy buena entrevista de Ale Bercovich en la tele. Tipo simpático, sonriente y lúcido. Lo primero que menciona Branco es una pifia extraordinaria nada menos que de la Universidad Johns Hopkins que es (nada menos) que la honorable institución con la que muchos hacemos el seguimiento de la pandemia en el mundo. En octubre de 2019 esa institución, junto al think tank The Economist Intelligence Unit, aseguró que ante la pandemia los tres países mejor preparados serían Estados Unidos, el Reino Unido y los Países Bajos. Que Vietnam ocuparía el ominoso puesto 50 en el ranking y China el 51.

Semejante y horripilante fracaso en el pronóstico “científico” de ambas instituciones (todo resultó exactamente al revés), ¿a qué puede deberse? ¿A que son vendedores de humo? ¿A que son mucho menos rigurosos de lo que uno puede suponer, aun sospechando? ¿A una mirada occidental soberbia y racista del mundo? Más nafta para alimentar la angustia, la rabia, la impotencia ante la incompetencia occidental a la hora de pelearle a la pandemia. Incompetencia devenida también del egoísmo y del neoliberalismo.

Como lo han hecho tantos, Branco Milanovic juega con la idea de que los éxitos y fracasos de Occidente versus China y el sudeste asiático (añado: Cuba) pueden deberse a las culturas colectivistas versus las individualistas. Con toda modestia Milanovic añade otra causa probable de la debacle occidental. Tan modesta que él mismo habla de “una especulación” que “no puede comprobarse empíricamente”. Esa explicación, dice, “es la impaciencia”. Restricciones y cuarentenas levantadas antes de tiempo, percepciones sociales falsas sobre el fin de la pandemia, nuevas flexibilizaciones en verano y perdiste.

Escribe Branco Milanovic: “El público (¿la traducción será “los pueblos”?), y por lo tanto los gobiernos, no estaban dispuestos a adoptar la estrategia asiática contra la pandemia por culpa de su cultura de la impaciencia, sus ganas de resolver todos los problemas rápidamente, asumiendo muy pocos costes. Esta ilusión no funcionó contra la covid”.

La impaciencia de la que habla el serbio obviamente se relaciona con una cultura, con ideología, con la adicción al éxito económico o personal rápido, con los vértigos de la cultura financiera y sus ganancias inmediatas y fáciles.

Me gusta el concepto de “impaciencia” al que acude Milanovic. Pero lo ayudaría y complementaría y sucedería con otros: aturdimiento, embrutecimiento, irresponsabilidad por individualismo, resentimiento por vía del empobrecimiento (nuevos blancos pobres de EE.UU.), infantilización, cuadros acaso patológicos de ansiedad personal y colectiva devenidos de la cultura del capitalismo salvaje y el vértigo y polarización en las redes. Sumemos ceguera, violencia, ignorancia, fanatismo.

Distopías

Sin saberlo, acaso por intuición poética inconsciente, antes de la pandemia escribí una novela algo oscura que está en circulación hace algunos meses: El eterno silencio. Allí no hay pandemia, pero sí locura, soledad, agonía, angustia y un cierto fin del mundo encapsulado en una pobre escala pampeana en relativo blanco y negro. Vista desde el actual COVID, la pandemia, en la novela, adopta la forma de una niebla inusual, un mal fantasmático que se expande. Ya en pandemia, a los pedos, escribí otra novela que se venga de la anterior. Es medio pop y con una historia de amor que la atraviesa. Aparecen los Beatles como personajes (me di el gusto de mi vida), diez mil argentinos dopados atraviesan el cosmos profundo medio que salvados en una inmensa nave espacial china que se llama Mao, camino al legendario reino de Fu-Sang. Hay también un apocalipsis en la novela, pero es de joda, grotesco, casi de guiñol. “Ni un apocalipsis decente se dieron en Occidente”, dicen los chinos (cito de memoria). Me encantó escribirla. Dije al principio que la imaginación se me desató en pandemia. Pero en esa novela me quedé corto. Hay una descripción en cuenta gotas de la decadencia de los EE.UU. entendida no del todo irónicamente como decadencia de origen psiquiátrico. Acá sí cito, aunque al azar:

“Mientras tanto, en Estados Unidos, moría el sueño americano. Con cada vez más gobernadores que habían sido hombres de negocios y niños gruesos que querían serlo haciendo berrinches, presos de estallidos de ira, llenos de una idiotez sobreexcitada, ilusionados con ver cientos de misiles surcando los cielos hermosos del planeta. Volando decían- like Lucy in the sky”.

Cuando escribía esto faltaba mucho todavía para que Trump hiciera todas las pelotudeces que hizo y faltaba la bella escena final de la toma del Capitolio por Hombres Búfalo, blancos supremacistas fanáticos de las armas y gente grande disfrazada de Batman.

Según una encuesta muy reciente de Ricardo Rouvier, en Argentina, por lo menos antes de la “oficialización” de las virtudes de la Sputnik V, solo un 45,8 por ciento de los entrevistados decían confiar en “todas las vacunas contra el COVID”, un 15,2 por ciento “en algunas” y un 23,7 decía no confiar en ninguna. Cuando se preguntó específicamente por “la vacuna rusa” (quizá un error metodológico dado el uso que se le dio a la expresión “vacuna rusa”, única vacuna adjetivada), la confianza disminuía al 40,9 por ciento, con un 21,9 de “más desconfianza aún”.

En su Carta a la Junta, Rodolfo Walsh acuñó la brillante y estremecedora expresión “miseria planificada”. En relación al fenómeno de los antivacuna o los prejuicios construidos contra la “vacuna rusa” podría hablarse hasta cierto punto de imbecilidad humana planificada.

De estas cosas pienso en pandemia y supongo piensan muchos. Mientras tanto, los laboratorios de la Big Pharma, apenas con sus meras falsas promesas legitimadas en los medios (incluyendo los tan serios especializados en business), hicieron pingües ganancias a puro anuncio marketinero. Todos están remotamente lejos de producir lo que prometieron y algunos de sus productos no tienen la excelencia prometida.

Mientras tanto, en plena pandemia, allí donde debería discutirse otro orden mundial y más Estado, o capitalismo es barbarie, el puñado de mega ricos se hizo mucho más mega rico y las vaquitas son ajenas. Alcanza con citar una notita publicada por la BBC el 26 de enero pasado:

“Las ganancias combinadas de las 10 personas más ricas del mundo durante la pandemia del coronavirus alcanzaron los US$540.000 millones, según un reciente estudio de la organización Oxfam. Esta cantidad sería suficiente para evitar que los habitantes del mundo caigan en la pobreza a causa del virus y pagar una vacuna para todos, aseguró la ONG. Su informe encontró que la riqueza total de los multimillonarios era equivalente al gasto total de todos los gobiernos del G20 para recuperarse del virus”.

En pandemia se potencia la mufa: qué mundo del orto, a resistir.