Hoy frente a cualquier tiempo muerto que surja, unos minutos en una sala de espera, un viaje en un transporte público; inclusive una reunión de amigos, genera que instantáneamente, casi sin darnos cuenta agarremos el celular para escapar del temido aburrimiento. El problema es que ese intento de llenar el vacío termina imposibilitando que nos conectemos con nosotros mismos, que podamos pensar. (Foto de portada: Carlos Brigo)
Es cierto que la disponibilidad de un teléfono celular y una conexión a internet amplían nuestros horizontes del saber y potencializan las posibilidades de acceso al conocimiento. Además de la posibilidad de hablar desde el subte o el colectivo con cualquier persona en el resto del planeta nos encontramos con que una pregunta sobre historia, geografía o ciencia hasta hace poco limitada a quienes podían comprar una enciclopedia hoy están a un clic de distancia para que cualquier usuario pueda informarse.
Durante un tiempo supusimos que la comunicación entre las personas se iba a facilitar por vía de la mediación tecnológica. No nos imaginábamos que en la era de la información la comunicación fuera a quedar tan maltrecha y en terapia intensiva.
La posibilidad que nos brinda el celular de ampliar nuestro horizonte del saber hizo que de a poco y seguramente sin darnos cuenta empezáramos a tratar de extender nuestros límites laborales, hogareños; inclusive, informativos: “¿Cómo se habrán arreglado en la oficina después que me fui?”. “¿Quién retiraba hoy al nene de la escuela?”. “¿A cuánto estará el dólar?”.
La posibilidad de acceder a esos conocimientos –a través de una llamada o de un whatsapp– indica la dificultad para interrumpir el flujo informativo lo cual hace que gran parte del tiempo vivamos más pendientes de lo que está pasando en otro lugar y/o en otro momento que lo que está pasando en el aquí y ahora de esa persona.
Esta situación no podía demorar los inconvenientes que trae aparejados. Los especialistas en seguridad vial afirman que la situación es grave ya que equiparan el comportamiento de un conductor que usa el teléfono al de alguien alcoholizado y sostienen que el 20% de los accidentes de tránsito en la ciudad de Buenos Aires son consecuencia del uso de los celulares.
Pero esta casuística que nos aportan los especialistas en seguridad vial son sólo un síntoma que pone en evidencia que nuestras prácticas cotidianas están saturadas de estímulos; entonces, la desatención y la desconexión son modos de relación con estas prácticas. La forma como usamos los celulares pone en evidencia que en la subjetividad contemporánea predomina la percepción sobre la conciencia.
En El náufrago, la película de Robert Zemeckis con la actuación antológica de Tom Hanks -papel que le exigió adelgazar 20 kg. y por la que fue nominado al Premio Oscar 2002-, puede verse cómo la terrible soledad que padece el sobreviviente hace que en un momento de su estadía en la isla desierta lo lleva a planear su suicidio; luego, la soledad se ve mitigada por un otro que aparece encarnado en una pelota de vóley marca Wilson, con ella el personaje dialoga durante toda su estadía en la isla.
El náufrago (que bien podría ser leído como un náufrago de la sociedad americana) era un directivo de FedEx, la empresa de transporte y flete nacional e internacional, que vivía sin que el tiempo le alcanzara para todas sus necesidades, sus prácticas cotidianas estaban sobresaturadas de estímulos. El accidente aéreo y la permanencia en la isla suspenden toda esa estimulación tan habitual en su vida cotidiana y el personaje descubre lo que es estar solo, tan traumático resulta al principio que llegó a pensar en suicidarse.
Luego, el personaje se ve obligado a estar quieto en un lugar, a estar sentado, tiene que concentrarse, lo cual significa entrar en una relación de intimidad consigo mismo. El náufrago toma conciencia de sí mismo. La conciencia recupera su hegemonía sobre la percepción.
Ubicar al sí mismo en la pelota de vóley es una genialidad del director de la película para que el espectador pueda visualizar que a partir de que la información deja de bombardear al personaje desde el exterior éste puede concentrarse y entrar en un diálogo consigo mismo, fenómeno que se da en el ámbito de la conciencia. Como el estar consigo mismo no puede ser filmado el director utiliza el recurso de la pelota de vóley y ciertamente nos transmite a los espectadores una idea de qué sucede con la subjetividad del náufrago concepto que intentamos trasladar a la subjetividad del usuario del celular.
La mayoría de nosotros agarra el celular apenas nos despertamos para apagar la alarma, para ver si hemos recibido mensajes, para saber la temperatura y lo mantenemos prendido hasta la hora de irnos a dormir.
Si pensar requiere desconexión del exterior y concentración, cada vez nos cuesta más lograrla dado que los mensajes que recibimos por alguna red generan una dosis de ansiedad que nos motoriza la curiosidad por saber, lo que nos impulsa a dejar lo que estamos haciendo y mirar los mensajes y/o la información que nos está llegando. Y este fenómeno se acentúa más en nuestros hijos que suponen que pueden leer mientras miran la TV o chatear y escuchar música.
Conscientes de esto las aplicaciones se ocupan de emitir notificaciones sonoras y luminosas que al avisarnos sobre las llamadas, los mensajes personales y las notificaciones de los medios nos interrumpen y dificultan más y más permanecer concentrados en una única tarea. Uno más de los efectos que se generó es la extraña expectativa de que todos estemos atentos y plenamente disponibles frente a la demanda de aquella persona que se comunica, cuestión que se pone en evidencia en el whatsapp con la aparición de una o dos tildes en la pantalla del celular y con el color de dichos tildes.
La omnipotencia de los pensamientos nos hace suponer que se puede desdoblar la atención y estar atento a lo que dice el docente y a la entrada de los whatsapp. La comprensión, el entendimiento y la memoria dependen de que disminuya el flujo de estímulos que pretendemos ingresar a través de la percepción. En realidad, la percepción funciona como una puerta giratoria que permite que el percepto (aquello percibido) vaya ingresando a la memoria de uno por vez.
Hoy frente a cualquier tiempo muerto que surja, unos minutos en una sala de espera, un viaje en un transporte público; inclusive una reunión de amigos, genera que instantáneamente, casi sin darnos cuenta agarremos el celular para escapar del temido aburrimiento. El problema es que ese intento de llenar el vacío termina imposibilitando que nos conectemos con nosotros mismos, que podamos pensar.
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