Jóvenes de dos comunidades del pueblo wichí en el centro oeste formoseño participan de un novedoso proyecto artístico – que incluye la producción de murales – en el marco de una estrategia de lucha contra las adicciones que respeta sus tradiciones ancestrales y la multiculturalidad.
Los chicos y las chicas se reúnen frente a la pared, a la que han dado dos manos de pintura blanca. La señalan, conversan, se les notan las ganas de poner manos a la obra. Más atrás están los tarros de pintura y los pinceles, y lo más importante, el boceto que van a reproducir sobre la pared. Dos de ellos empiezan a volcarlo con trazos suaves que van encontrando formas. La imagen crece hasta quedar lista para recibir los colores. Entonces son más los que, con los pinceles, comienzan a trabajar. Se turnan, ríen, comentan. Se los nota contentos de pintar el mural.
La imagen, casi calcada, se reproduce en las comunidades wichí de Tres Pozos y Lote 47, en el centro oeste formoseño, y forma parte de las actividades de un proyecto promovido conjuntamente por la Sedronar, la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Desarrollo (APCD) y los Hogares de Cristo para la lucha contra los consumos problemáticos entre los jóvenes del pueblo wichí.
La adicción a las drogas es un fenómeno creciente entre los chicos indígenas y preocupa a los mayores de las comunidades. Con el alcoholismo vienen lidiando desde hace muchos años y en muchos casos la religión ha servido de salida. Las iglesias anglicanas y holandesas influyeron entre ellos desde principios del siglo pasado, a veces fomentando un sincretismo que no contradijera la espiritualidad ancestral de los indígenas. Pero los pastores -muchos de ellos wichí – no parecen tener herramientas para luchar contra este nuevo problema.
“El tema es que la otra sociedad trajo estas cosas que antes los indígenas no las conocíamos y nuestros hijos ya se meten, consumen”, dice el pastor Abel Saravia, un wichí corpulento de la Comunidad La Pantalla – ubicada en las afueras de Las Lomitas – que dos años atrás perdió a uno de sus hijos por sobredosis.
“Acá, droga peligrosa no es mucho, no hay esa circulación es la zona. Lo que hay es fabricado por personas, lo que le dicen faso, que viene a ser marihuana con otras cosas mezcladas, cosas que no sé. Hubo una época que aspiraban nafta, esa fue la primera entrada. Después viene el poxirrán, y la tercera ya viene con medicinas que se venden en la farmacia, unas para bajar la presión y otras para subir la presión. Entonces las mezclan con algunas cosas, las toman con vino o con el tereré y se enloquecen… ahí viene el problema”, explica.
Una realidad parecida es la que describe el agente sanitario wichí Alejandro Ramírez, de la Comunidad de Tres Pozos, a unos treinta kilómetros de Las Lomitas. “Yo como ser humano tengo nietos, tengo hijos, todos los que están acá tienen hijos, entonces hay una preocupación muy grande…”, dice.
Una estrategia de lucha
El “Proyecto de intervención y sanación, frente a las adicciones, con niños y jóvenes del Pueblo Wichí del centro de Formosa”, en el marco del cual se realizan los murales, intenta dar una respuesta al problema a través de la recuperación de la cultura ancestral de los wichí y diversas expresiones artísticas.
“Dentro de ese proyecto tenemos una serie de talleres de capacitaciones en los cuales tratamos de abordar el tema de los consumos. Y brindarles a los jóvenes una serie de alternativas para que puedan aprender cuestiones que tienen que ver en este caso con el arte como un alimento del espíritu, para que puedan liberar su creatividad, socializar con otros jóvenes de la comunidad y no sentirse solos”, le dice al cronista Gustavo Núñez, de APCD.
El proyecto cuenta con la participación de adultos y ancianos de las comunidades, que son los encargados de transmitir a los más jóvenes su tradición cultural, ligada a la naturaleza y el monte de las tierras ancestrales.
La Comunidad wichí de Tres Pozos logró, luego de años de reclamos, la recuperación de las tierras de El Pajarito, a orillas del Río Bermejo. Eso les ha permitido no sólo contar sino también revivir esas prácticas antiguas de esa etnia originaria.
“Nosotros fuimos a llevar nuestra juventud, porque nuestros jóvenes vieron que ellos se pierden, ya no conocen como es el lugar. Y les mostramos: ‘Este es un bajo en el que cuando yo era chico yo me bañé, porque este no se secaba nunca’. Y caminamos por donde transitaban nuestros ancestros y les decimos cómo conseguían la comida, cómo se llamaba ese lugar. Les explicamos, porque si no se pierden”, explica Ramírez, que también es presidente de la Comisión de la Comunidad de el Pajarito.
Esas tradiciones son las que se vuelcan luego en las actividades artísticas. Primero fue, hace ya algunos años, la creación de “Elé”, una comparsa de jóvenes wichí que desfila en los carnavales de los pueblos para hacer conocer su cultura a través de trajes y motivos típicos. Los murales cumplen una función parecida, siempre relacionada con las tradiciones wichí pero con una impronta actual que es imposible soslayar.
“El diseño es colectivo, porque nosotros a los talleres de arte les sumamos espacios y talleres de identidad, vamos con los jóvenes al monte, los reunimos con las ancianas, las mujeres mayores van contando cuestiones de la cultura ancestral. Ellos mismos van investigando, consultando en sus casas. Entonces, a partir de ahí, van elaborando imágenes para plasmarlas en los murales. Por ejemplo, en uno de los murales de Tres Pozos, que es una comunidad rural, vos tenés una mujer que está tejiendo una yika (bolsa confeccionada con fibras vegetales) y esa yika se convierte en los rayos del sol. también figuran animales y plantas del monte de ellos que fueron viendo a través de las recorridas. En cambio, en Lote 47, que es urbana, están algunos animalitos que conocen pero está también el molino y otras cosas que tienen más que ver con su realidad local”, explica Núñez.
Capacitación y apoyo terapéutico
El trabajo de los murales de Tres Pozos y Lote 47 – que se extenderá a otras dos comunidades: Lote 27 y La Pantalla – fue el resultado de tres meses de talleres de capacitación coordinados por dos jóvenes estudiantes, Ana Laura Barrionuevo y Rafael Hartmann, de la Carrera de Artes Visuales del Instituto Terciario de Las Lomitas.
No son las únicas personas que participan del proyecto. “Hay también dos psicólogos que participan, que están junto con los chicos en los talleres, que también hacen acompañamiento psicológico. Es todo un desafío, porque no hay una psicología multicultural. Estamos tratando de que sea un ida y vuelta: por un lado, el apoyo psicológico a los jóvenes y, por el otro, ver cómo se nutre la psicología desde una mirada cultural distinta”, dice Núñez.
Para esa integración es fundamental la participación de los propios miembros de la comunidad. “En las comunidades tenemos promotores locales. En Tres Pozos está trabajando el agente sanitario de la comunidad, monitoreando, acompañado a los jóvenes, y en Lote 47 tenemos un dirigente juvenil”, agrega el coordinador del proyecto por APCD.
Para los organizadores, las primeras evaluaciones son exitosas: en Tres Pozos lograron la participación de alrededor de 60 niños y adolescentes, mientras que en Lote 47 suman entre 38 y 40.
Dicen, también que los murales son un paso más en un largo camino para enfrentar lo que llaman “consumos problemáticos” de las comunidades indígenas formoseñas, y en especial la adicción a las drogas, un fenómeno que hasta no hace mucho les era ajeno pero que hoy está causando estragos.
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?
¨