Cada triunviro piensa votar a diferentes candidatos en octubre, pero a la hora de defender los intereses de sus representados evitan tomar medidas de fuerza y siguen con el simulacro de “diálogo” que les propone jugar el gobierno. Mientras tanto, crecen las tensiones internas.
Con la reforma laboral en la agenda del Gobierno y amenazante en el horizonte más cercano de los trabajadores, la cúpula de la CGT decidió fumar la pipa de la paz con el Gobierno al postergar la reunión del Comité Central Confederal prevista para el 25 de septiembre, durante la cual se iban a discutir medidas de fuerza. La convocatoria al Confederal fue el corolario de la movilización masiva del 22 de agosto a Plaza de Mayo, que el presidente Mauricio Macri catalogó como “una pérdida de tiempo que no lleva a ningún lugar”.
Ante el panorama desolador de una eventual reforma laboral moldeada al estilo brasileño – con jornadas laborales de doce horas, permiso para contratar trabajadores por hora y división en tres tramos del derecho a vacaciones pagas, entre otras calamidades-, el triunvirato que conduce la CGT parece estar, otra vez, más cerca del empresariado y sus demandas que de las necesidades de sus bases.
La primera muestra de incomodidad con sus representados la había dado el mismo triunvirato el pasado 7 de marzo cuando, después de convocar a una movilización con respuesta multitudinaria y de montar un escenario alejado y de espaldas a la Casa Rosada, defraudó a los militantes y a los trabajadores al no ponerle fecha a una huelga general. “Poné la fecha la puta que te parió”, se entonaba a lo largo de cuadras y cuadras colmadas de gente que pedía un paro para frenar la ola de despidos y la consecuente precarización que conlleva que haya cada vez más desocupados y menos puestos vacantes. Aunque las bases pedían a los gritos un paro general y hoy vislumbran que pronto caerá además el manto negro de una reforma a medida de los grandes empresarios, los dirigentes, encabezados por Juan Carlos Schmid, Héctor Daer y Carlos Acuña, siguen apostando al diálogo con un ministro de Trabajo que los recibe pero continúa sin poner en práctica lo que predica: mejorar el poder adquisitivo y generar empleo.
Esas promesas, además, chocan con la reforma en carpeta para después de las elecciones, ya confirmada por el propio Triaca un día antes de la reunión del Consejo Consultivo de la CGT, el pasado 17 de agosto. Entonces, el ministro suavizó el anuncio con una promesa: garantizó que la reforma laboral será “consensuada”. Sin embargo, más de una de las partes implicadas especula con la posibilidad de que el presidente Mauricio Macri la saque por decreto si se complica la negociación parlamentaria o se aprueba un paquete que no se ajusta a las exigencias del mundo empresarial, urgido por bajar más y más los costos laborales.
En ese momento, cuando Facundo Moyano le preguntó a Triaca durante la reunión del consejo si la Argentina irá como Brasil rumbo a la flexibilidad laboral con el argumento de mejorar la competitividad, el titular de la cartera laboral adelantó que “tenemos que discutir el blanqueo de los trabajadores, la capacitación y un sistema de pasantías con la vinculación de los sindicatos, las empresas y ámbitos formativos”, por un lado, y , por otro, revisar los convenios laborales y reducir las cargas patronales. Si bien algunos gremios ya hicieron reformas, como los trabajadores de la construcción y los petroleros, la sola idea de “tocar” los convenios le está quitando el sueño a muchos dirigentes. “Si uno mira los convenios colectivos de trabajo de cada actividad, hay muchas tareas que ya no se realizan”, emprendió el ministro, mostrando apenas una carta de las que el Gobierno tiene en la mano.
Pero mientras los miembros de la cúpula cegetista están ocupados de reunión en reunión, desde que retomaron los encuentros con los funcionarios del Gobierno, por abajo, las internas en el seno de esa central obrera, atadas a la coyuntura electoral, están corroyendo los cimientos que mantienen en pie al triunvirato. En otras palabras, mientras la prioridad del oficialismo es desactivar cualquier medida de fuerza antes de las elecciones legislativas, las presiones por avanzar en una agenda de lucha antes de los comicios dividen las aguas al ritmo de la política. El Gobierno cuenta con el apoyo de los llamados Gordos e Independientes, como Andrés Rodríguez (UPCN) y José Luis Lingeri (Obras Sanitarias), pero se le está escurriendo de las manos el apellido Moyano.
En ese marco, Pablo Moyano pidió apoyar a la oposición en octubre para frenar la flexibilización y declaró que espera que el voto opositor sea para Cristina Fernández de Kirchner (Unidad Ciudadana) o Sergio Massa (1País). A más de uno las declaraciones del Secretario Adjunto de Camioneros les cayeron de sorpresa, pero es un hecho que varios actores trabajan para ampliar la base de apoyo sindical del cristinismo, dañada desde que CFK y el líder camionero Hugo Moyano rompieron en 2010.
El número dos de Camioneros reconoció, en declaraciones a FM La Bici, que se sentaría a hablar con Cristina y hasta elogió públicamente a Taiana, poco antes de afirmar: “Ojalá que entre, pero siempre con el compromiso de defender a los trabajadores”. También pidió que los gobernadores aclaren cómo van a votar sus diputados en el Congreso “en caso de que el Gobierno quiera imponer la flexibilización laboral”.
En tanto, a un mes de las elecciones legislativas, los integrantes del triunvirato anunciaron sus preferencias en declaraciones radiales. Daer llamó a votar a Cristina, Acuña pidió el voto para Massa y Schmid lo hizo a favor de Randazzo. A simple vista el voto está partido en la cúpula cegetista, aunque se parece a un fallo salomónico. En otras palabras, el peronismo dividido también en la CGT le permite a la dirigencia seguir sentándose en todas las mesas de negociación y administrar poder a futuro.
En paralelo, al Gobierno también le convienen estas divisiones entre dirigentes sindicales y hacia adentro de la CGT, no sólo de cara a las elecciones, sino a la hora presionar y de intentar cerrar acuerdos unilaterales con cada sector. Hasta ahora la respuesta de los sindicalistas a las demandas de las bases y frente a los avances del Gobierno es de una lentitud pasmosa y las respuestas de la Casa Rosada, en zigzag, al punto de haber desairado en varias oportunidades a la cúpula cegetista con acciones y declaraciones.
La pregunta del millón es si la cúpula cegetista continuará haciendo la vista gorda ante el avance una reforma a medida de los empresarios o si todavía hay margen para una reacción en defensa de los intereses de los trabajadores.