Tienen forma de bombas y de bombardas y, según El Pejerrey Empedernido – que suele ser erudito en estas cosas – datan del Siglo IX o por ahí. Hacelas con la receta que aquí sugiere y probalas, no te vas a arrepentir.

Se las bato bien debute, para gambeta que no gambito ante malos comprendidos, esos que siempre suceden, por alcurnia de despistes o, cuándo no, por leche más mala que la que purgó la nodriza del diablo, en el mismísimo Averno, aquella noche de tetas encendidas… Y no me vengan con la gilada de la bayonesa ni con la otra aquella, la de la zanagoria, porque el casus belli que hoy nos ocupa está acetado, vieron que no escribí aceptado, como dicen que debemos hacerlo en la guía aquella que no es la de los Pérez García sino la de los reales de la galuén, a quienes supo presidirlos un tal de la Concha ¡qué barbaridad, ya no se respeta a nadie ni a nada!… Sí, es mayonesa y son zanahorias, pero anoche invité a mi amigo Ducrot y a su escritora preferida a zamparse unas formidables almóndigas, acetadas (sin p) por los reales como así, y que también son albóndigas, con asuntillos varios del buen comer, de forma tal que todo bocado del señor, que dicen algunos fue señora y nada virgen, jamás se sienta solo ni mucho menos abandonado, pues habrán visto que la Historia ilustra sobre el tanto mal que procuran al prójimo los desamorados, las desamoradas y  los abandonados los unos y las otras por el amor original… Pero antes, un primer capítulo de dimes y diretes, porque habrá otro antes del final, y el porqué de mi pasión por el platillo que, cuenta la leyenda, fue invento de un músico del Kurdistán que por el 800 supo de habitaciones acaloradas entre tantos y tantas en la Córdoba del al-Ándalus… Con lo de recién, el primero de los dimes y diretes y ahora lo de mi amor: es porque su forma me juega un truque de imaginación, tanto que no me van a negar ustedes que las almóndigas tienen formas de bombas y bombardas; y aquí le canto a Severino desde una milonga con su nombre, de Osvaldo Bayer y Pablo Bernaba: Severino, Severino aquel héroe ya olvidado. Fueron los milicos que te fusilaron Severino, Severino el pueblo lloró tu muerte, en los años treinta sobre aquel amanecer. Severino, con tu lucha hasta la muerte, muy enamorado de tu América, la bella muchacha, muchachita que siempre esperó y seguirá esperando. Severino, libertario, dinamita y corazón. En los años treinta, sobre aquel amanecer, siempre te verán volver. Severino con tus libros y con tu palabra impresa, con todas las armas luchaste por un ideal y caíste ante el tirano defensor de aquel sistema. En los años treinta sobre aquel amanecer, siempre te verán volver… Y sí ahora la otra, la segunda nueva ola de dimes y diretes, una que le afané a los catalanes de La Vanguardia, porque sí, o porque me deslumbro de tanto en tanto con el Medioevo, y ni les cuento cuando de armillas andamos: a la pólvora la descubrieron los chinos a finales del siglo IX y, aunque la usaban para elaborar fuegos artificiales, también para fines mucho menos inocentes. El Wujing zongyao, manual bélico del siglo XI, contiene instrucciones para preparar bombas y granadas, así como el diseño de un rudimentario lanzacohetes. Esta mezcla de carbón, salitre y azufre se difundió rápidamente. En el siglo XIII ya la usaban con fines bélicos en India, Mongolia, Persia y, en general, en todo el mundo islámico. En el siglo XIV se lanzan los primeros proyectiles en Europa. Los primeros cañones explotaban a menudo, carecían de una medida estándar para el diámetro de los proyectiles y eran pesados y difíciles de transportar. Aun así, sembraban el pánico en las filas enemigas… Y si no leyeron bien lo anterior, por chicateces según las llaman, fijaos: Las primeras gafas, que sirvieron para corregir la presbicia, o vista cansada, surgieron en el norte de Italia a finales del XIII. El dominico Alessandro della Spina, de Pisa, fue uno de los primeros en difundir la técnica. Según su necrológica, él mismo fabricó las gafas, que otro había ideado antes, pero sin querer comunicar el secreto. El nombre del auténtico inventor es un misterio. Los primeros anteojos se llevaban pinzados sobre la nariz y corregían únicamente la hipermetropía y la presbicia. Los miopes tuvieron que esperar unos cien años más. La comodidad de uso también se haría de rogar: las primeras gafas con patillas que se conservan datan del siglo XVIII… En fin, todo por un plato de almóndigas y a saber que llega el recetón de relicarios: con carne picada de la pulenta, amasijada si es medio kilo con un huevo de yema roja como las banderas del 1 de Mayo, más puñadillos de perejil y ajo secos, sal poca, pimienta, pimentón, ají molido y comino; todo en danza de milonga o zapateo con una generosa contribución de trigo burgol, a ojo nomás… Amasijen entonces y empeloten con forma de, granadas digamos, y sobre una asadera engrasada, al horno que te cocina los tuétanos pero sin exagerar… Mezclen un yogur sin sabores ni pelafustanerías, como esa del descremado puajjj, con menta seca, pimientas negra y de Cayena molidas y lamidas de aceite de oliva… Quizá una ensalada, o unos morrones asados, quizá… Entonces, a gozar chamacos y chamacas, que el mundo es de azares y azahares… Se me antoja un Cabernet Franc o, y ya que estamos dispendiosos, que salga un Malbec de Catena Zapata o de Rutini… Y ¡salud!

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