A veces a El Pejerrey Empedernido se le da por bajar línea y en este caso arrancó con una perorata anticlerical… todo para dar una receta de pesto para acompañar a unos orecchietti de lo más tentadores.
Supongo que nadie podrá sorprenderse si os cuento que los Peje, como ustedes, gozamos, sufrimos o ambos afectos al unísono nos acometen y según los casos, con historias o lo que se dice novelas familiares, que son verdaderas o de mentirita; o todo junto, no importa. Que en algún momento de nuestras vidas transcurridas a nado entre las más desemejantes aguas de ríos, mares y lagunas, nos anoticiamos de antiguas andanzas, de haceres descarriados y hasta de heroicos o sabios malabares del vivir de alguna recontra mil veces tatarabuela o tatarabuelo, de los tantos ellos y tantas ellas que por inocentes pececillos que somos podemos tener, debido al arte y magia de nuestra especie; y no os dejéis carcomer los tuétanos por la envidia… Tuve yo una de catadura divina, Amestris se llamaba porque así decidieron bautizarla muchísimo antes del Bautista y en homenaje a su amiga un tantillo apenas mayor, también Amestris, nada menos que la dama del himeneo con el rey Jerjes. Dicen que de gran belleza fue ella, mi antepasada, y sin prejuicios, que en noches de primavera se deleitaba con nada de medidas ni discreciones en los pecados del cáliz de vino y todos los de la carne, escabullida entre los senderos secretos que escondía Babilonia… No voy a aburrirlos con la infinita saga familiar pero sí contarles un dato certero: algunos de los descendientes de Amestris cierta vez llegaron al Plata, como polizones claro, y parece que fue en ese entonces que apareció esto de poder mutarnos de peces a humanos y al revés, un rasgo del clan Peje de los Empedernido…Ya más cerca en el tiempo, creo que fue un abuelo o uno de sus compinches el que me contó de sus diálogos de escancio con el cura de un poblado en el Tuyú, a quien nunca logró convertir al anarco ateísmo pero sí lo convenció muchas veces de sacarse la sotana en noches de parrandas compartidas… En fin, toda la reciente y prolongada perorata por escrito para llegar al punto: salvo con los curas pecadores, mis relaciones con los que la juegan de ministros del milagroso han sido y serán para maleficio del maligno… Ahora algunas ideas, aunque sin aclarar, todavía, aquello del título… Por algo será que me referí a mis antepasados y a sus épocas, hasta el V según esa manía de contar la Historia para adelante y para atrás desde un supuesto I por el que, dicen que nació en tierra de la Palestina; tiempos aquellos lejanos de travesías como las de Ciro Espitama, nieto de Zarathustra, amigo del rey Jerjes y de Confucio; refutador de Herodoto, entrevistador de Buda, aliado de Li-Tzu y de Pericles; explorador del mundo, descubridor de la humanidad (leed la novela Creación, de Gore Vidal)… Veamos pues: la cocina, que es anónima, hija de la pobreza, campesina, cazadora y pescadora, y femenina, quizá sea además uno de los territorios donde mejor se manifieste el mestizaje, en revolcones creativos de culturas diversas, gracias a mercantes, viajeras porque sí, aventureros y ahora nautas a toda hora por los túneles algorítmicos… Sostienen que: los antiguos romanos comían una pasta llamada moretum, un pisoteo de hierbas, queso y ajo. La albahaca, madre inspiradora del pesto apareció, parece, por el norte de África y fue bien criada luego en la India. Por aquello de los viajes se instaló con donaire sobre las márgenes occidentales del Mediterráneo, en la Liguria y en Provenza, pesto o pistú, si también quieren. Una de las primeras recetas apareció en el libro La Cuciniera Genovese, escrito en 1863 por Giovanni Battista Ratto. La mía (receta) dice así: en el morterillo a la ocasión, albahaca fresca verde que te quiero verde; ajos y quesos rallados del parmesano, del pecorino y del sardo; piñones, aceite de oliva con cierta abundancia y besos de pimienta negra… Sigamos entonces. Para la masa de las pastas de hoy: harina de trigo, huevos, sal y aceite de oliva hasta que dé a luz toda untuosidad; la estiran aunque no tanto y que duerma una reparadora siesta, bien cobijada, enharinada y al fresco del aire. Luego, con manos con al viejo y querido palo de amasar y estira que te estira, masa de nuestros ensueños, hasta que puedas ser pasada por cuchillos como para ñoquis, pero con el dedo pulgar por qué no de la izquierda (¡Ja!) hacerle un picaron – al igual que los huecos en aquellas confituras coloniales – y que así parezcan breves oreja, orejitas y que no orejones… Con vosotros nuestros amados orechiette… Claro, presten atención, que ya llega el porque sí del título, a sabiendas de que los Peje de la familia Empedernido no nos fumamos a los curas, salvo a alguno que se llamó Camilo y pocos más. Pero lo que me contó el amigo Ducrot me pareció merecedor de mi más prestada de todas las atenciones… Parece que uno de sus compinches por no decir colegas en eso del escribe que te escribe, que lo llaman periodismo, don Oscar Taffetani, de los que saben, comentó un día entre sus intervenciones feisbuqueras aquí y acullá lo presente, que tomo y afano: que su camarada de amistades, el artista plástico Pedro Gaeta – y copio acerca de él lo escrito hace un tiempo en el diario Página 12: es un histórico militante gremial en la Sociedad de Artistas Plásticos (SAAP), pero además hace más de cinco décadas que pinta y enseña. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes y con los maestros Juan Battle Planas, Gramajo Gutiérrez y Onofrio Pacenza. Formó parte del Grupo Bermellón junto a los poetas Luis Luchi, Roberto Santoro y el músico Eduardo Rovira; en los años ’70 crean el Grupo Gente de Buenos Aires-, le contó que su madre, que hablaba el dialecto del pueblo que se llama Gaeta, le decía que esa pasta era “orecchia di pretere”, es decir de cura… Y por eso, gracias a la inspiración del pintor y del periodista, a este vuestro Peje servidor se le dio por un pesto rabioso para las orejas del cura… ¡Salud con un Cabernet Franc; Tomero para más datos, del Valle de Uco!… ¡Hasta la próxima!
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