El Pejerrey Empedernido se puso nostálgico a recordar los picados de barrio, con la Pulpo número 5 picando sobre el asfalto de alguna calle poco transitada y, como una cosa lleva a la otra, derivó hacia el moscato, la pizza y el/la fainá.
En un lugar que no fue de la Mancha y cuyo nombre sí quiero recordar, aunque sin necesidad alguna de mencionarlo aquí, tan sólo que aconteció en una barriada suburbana de la Buenos Aires que no tenía semáforos pero sí tranvías; allí vivía Garbanzo. Hace un tiempo un tanto lejano que mi amigo Ducrot con esas palabras comenzó un texto que finalmente no fue, nadie sabe si por fiaca del coso en cuestión o porque sintió que al tema le faltaba gas. Me dijo una vez que tiene pendiente escribir lo que llamaba por aquellos días “mi pobre biografía deportiva”, que terminó por ser la historia de un espectador, ciertas veces con la atención obligada del periodista, cuando el gol de la mano de dios por ejemplo, y hasta cuando también una medalla olímpica y otra panamericana de haceres del cuerpo y el alma tan aburridos para el ojo como el canotaje y el levantamiento de pesas; más no así cuando de su amado boxeo se trata, que lo sé, en estos días de pandemia lo extraña por su ausencia en algún ring cercano y en la mismísima casi siempre infame TV. Me dijo empero que, cuando en el Nacional, más o menos se defendía con el fóbal, hasta el límite de zafar de la exclusión del equipo por acción discriminatoria de los buenos en serio, sobre todo si sabía que alguna de las pibas de la división por ahí hacía de público; y eso sí, que la daba con todo a la hora de zambullirse en la mar bien hasta allá lejos. Pero fíjense mis amados lectores, nunca más él toco el tema ni a nada parecido se refirió; por cual no le digan que voy a contarles algo acerca de su amigo Garbanzo, no sea que pueda arrepentirse de tenerme como confidente ocasional. Se conocieron en el quinto grado de la escuela, el año en el que él y su familia se instalaron en el barrio. A la tarde se juntaba, calle segura por supuesto; con dos piedras armaban los arcos en medio de un asfalto de poco tránsito, cuanto mucho al grito de auuutooo se interrumpía el partido por pocos segundos, hasta que la Pulpo número cinco comenzaba a rodar otra vez, con el cordón de la vereda para tirar las mejores paredes; Garbanzo gambeteaba y gambeteaba pero no hacia un pase ni de casualidad. Tocala Garbanzo, tocala, no te la morfés, le gritan los de su equipo, pero él quería llegar con la pelota hasta el arco mismo de los otros; y el nombre en realidad se lo pusieron ellos, Ducrot y sus amigos: resulta que el padre había abierto una pizzería y con ella creado la costumbre de pegar un chiflido a la tardecita, en verano, para que el piberío se juntase a comer unas porciones de fainá; mi viejo dice que la hace con harina de garbanzos, decía…claro, le quedo Garbanzo nomás. Yo lo conocí sólo de mentas, por supuesto, y lo último que me contó ustedes ya saben quién fue que, como tantas veces sucede en la vida de todos, se perdieron de vista; y sí, si supo mucho tiempo después y con dolor que sigue ahí, entre los treinta mil. Hasta aquí lo que no deben contarle a Ducrot que yo se los conté a ustedes; y a continuación un alguito quizás sobre el plato que tiene su nombre en dialecto de la Liguria, pues es más genovés que Cristóbal Colón, que por la bajuras de la Francia mediterránea le dicen socca, que en el mismísimo peñón de Gibraltar lo conocen a partir del XVII como la calentita, que también lo disfrutaban desde antiguo los sefaradíes de Marruecos y los bereberes en la costa africana de Bab el-Zakat o la Puerta de la Caridad, con el nombre karantita. Con ustedes la faina, como seguramente la hacía el viejo de Garbanzo, y en su honor, que no es poca cosa para el caso de ser argentino porque si nació ella, oronda, por el Mediterráneo, su estirpe se hizo perpetua sobre estas orillas del Río de la Plata, que de paso canta las luces se encienden y la calle Corrientes se llena de gente que viene y que va, salen del cine, ríen y lloran, se aman, se pelean, se vuelven a amar…fin de la noche, moscato, pizza y fainá…Con harina de garbanzos y como para yantar debute, unos doscientos cincuenta gramos, que tres cucharadas sin mezquindades de aceite de oliva, y sí tres tazas de agua fría, la de la canilla nomás, pues a no incurrir en boberías minerales, y claro que sal sin exagerar y pimienta de esas que te llevan al estornudo fácil. Pues entonces una jolgoriosa mezcolanza que repose un rato, y al horno fuiste para que seas fainá; mejor caliente con besos pimientosos, que el moscato está en la heladera, para delicias de amantes y solitarios, abandonadas al placer o viajeros de la noche oscura…Para Garbanzo, el amigo de Ducrot, con un saludo y ¡Salud!, de éste… El Pejerrey Empedernido.
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