¿Te le animás a una sopa de cabeza de pescado, manjar de varios países hermanos? Si querés probar, El Pejerrey empedernido te enseña a hacerla y, claro, con qué acompañarla.

Alpiste, alpiste. Y si te parece un vidrio, también, pero no exageres y nada de tubo, que si no de aquí te irás cantando lástima bandoneón, mi corazón, tu ronca maldición maleva, tu lágrima de ron me lleva hacia el hondo bajo fondo donde el barro se subleva. Ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida absurda. Y es todo, todo tan fugaz, que es una curda nada más mi confesión. Contame tu condena. Decime tu fracaso. ¿No ves la pena que me ha herido? Y háblame simplemente de aquel amor ausente tras un retazo del olvido. Ya sé que me hace daño. Yo sé que te lastimó llorando mi sermón de vino. Pero es el viejo amor que tiembla, bandoneón, y busca en el licor que aturda la curda que al final termine la función, corriéndole un telón al corazón. Dale y dale, y ni bola a médicos, curas, brujos y políticos, ni hablemos de maestros que a veces muchos se parecen a los carceleros, a un pasito de ser verdugos, para que no sea la última, como la del tango, sino eterna y dulce nuestra curda anarca ante tanto desamparo. Aunque claro siempre queda la esperanza de salir a los corchazos en busca de los malhadados de la vida, que joden al prójimo sin vergüenzas ni remordimientos. Y andaba yo, El Pejerrey Empedernido, explica que te explica al amigo Ducrot, hace mucho pero mucho, tanto que al libro “Los sabores del tango”, de su autoría, difícil es que lo vayas a encontrar, aunque en la esquina de tu casa en el barrio del Mondongo, o en el de la Mondiola te conozcan como Fafá; explica que te explica al durazno Ducrot, escribía, aquello que su escritora preferida me había enseñado una vez en torno a los benefactores préstamos lingüísticos. Esta idea de hoy arrancó cuando leí hace unos días una texto enviado desde Lima por el cómplice de aventuras de ciertos periodistas, conocido como Manuel Robles Sosa, quien en despacho prensalatinesco estampó sobre cocinas y palabras: Si algo o alguien está fuera de lugar, en Perú suele decirse que ‘está más perdido que huevo frito en ceviche’ (¡no me digan, comento, que esa expresión no es de profundidad azul como el mero Pacífico!). Y esa es solo una muestra de la presencia de la comida en el lenguaje popular de un país de intensa y gastronomía (…). Así, si alguien quiere preguntarle a otro cuál es su problema, el dirá ¿cuál es tu cau cau?, frase que refiere a un guiso popular, creación de los esclavos africanos, de panza de res, papas y palillo (aquí con coriandro), que le da un intenso color amarillo. Y al que te brinde su amistad le dirás causa, que papa en puré con limón, relleno con ensalada de pollo, cangrejo, langostinos o pescado enlatado y palta. Y mi causa es una amistad muy estrecha, casi la de un socio, como se dice allá por Cuba.  Hasta en el deporte, un pan con pescado futbolístico se produce cuando dos jugadores saltan a la vez sobre un rival a disputar la pelota, y lo aplastan. Tirar arroz significa despreciarlo o desdeño, y camote (nuestra batata) es mucho cariño (aquí también enorme calentura entre seres deseantes). Una situación confusa es un arroz con mango; tallarín  significa talla o estatura; lenteja quiere decir tardío o lento (como aquí, igualito) y un choro, que es el mejillón, se convierte en un ladrón, cercano a nuestro chorro o alguien que vive del choreo, como el turro ese de la Rosada, por ejemplo. El huevo es lo fácil y un huevo lo abundante;  huevearse es errarle y huevear algo así como nuestro estar al pedo, y también engañar, despistar. Y una huevada es una tontería o cualquier cosa que no valga la pena (si lo sabremos). Las frutas motivan también incontables expresiones: papaya es fácil o sencillo (si aclaro lo que significa en La Habana me dirán grosero, por lo menos). Un coco es un dólar (millones y millones de cocos se fugan por día de esta Argentina gracias al turro de la Rosada). Palta es preocupación, miedo o angustia; naranjas significa no o nada. Vuelvo ahora y entonces a “Los sabores del tango” y recuerdo: No vayas a lecherías a pillar café con leche, morfate tus pucheretes en el viejo Tropezón. Y si andas sin medio encima, cantale fiao’ al mozo. Refrescos, limones, chufas, no los tomés ni aun en broma. Piantale a la leche, hermano, que eso arruina el corazón. Mandate tus buenas cañas, hacete amigo del whisky, y antes de morfar rociate con unos cuantos pernós (“Seguí mi consejo”, cantaba Carlos Gardel). Y antes de despedirme, algunas  aclaraciones para despistados y afines: un vidrio y alpiste, lo mismo da, es whisky; y un tubo suele ser una botella de vino. Ahora sí hasta la próxima, porque mientras escribo miro de reojo por la ventana. Veo, sí, veo, frío y viento gris. Que noche se le asoma a Ducrot, pienso, para él alpiste irlandés, ya todos saben que el tipo es del Jameson, y seguro que unos copetes de Cabernet Franc, ya que estamos entre bolonquis de palabras, para su escritora preferida, que ella es leal al vino. ¿Y para morfar qué?: agua abundante, vino, pero del blanco, una danza de decapitadas testas de pescados, romeros, tomillos, laureles, tomates crudos, cebollas, ajos e hinojos – glorioso el olor del hinojo fresco, para tardecitas de retozo, apenas si distraídos los cuerpos con el saxo de Parker, y no sigo…-; sales, pimientas y besos de aceite de oliva y jugo de limón. Todo al fuego en olla tapada a medias para que los jugos no se pianten durante las dos horas de jolgorioso hervor suave. Se llama sopa, es del mar, pobres mi primos decapitados pero entiendo a los humanos, que ya están tostando pan para una buena compañía entre tazón y tazón. ¡Salud!

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