Este sábado el Pejerrey empedernido se refugia en un prepotente prólogo de Roberto Arlt antes de decir una verdad insoslayable: que un gobierno peronista no debería permitir que el morfi sea un lujo y que los laburantes no puedan comer sano y rico porque los precios no se controlan. Dicho esto, empanadas de todos los lares y para todos los paladares.

Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia. Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad. Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo (…). Otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes (…). James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media docena de iniciados. En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches. De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables: “El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc. No, no y no. Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”(….). Qué quieren que les diga, me da cosita eso de reproducir al maestro, casi completo, en su propio prólogo a Los Lanzallamas, pero lo hice porque no quiero escribir el párrafo que sigue, pues me aburre… aunque vaya y pase, aquí va: Sí, sí, Macri, su gente y su gobierno han sido algo más que un virus sin vacuna, han sido, son y serán una catástrofe casi sin par, más allá de que hubo y podrá haber otros con capacidad de maldad para empardarlo. Una vez aclarado ello, como humito de espiral o viejo Flit contra los aplaudidores acríticos – ¿acaso no se enteraron de que el todo vale no ayuda sino que contribuyó siempre al retorno de las bestias? -, como Peje que no siempre pero a veces la emboca con sus reflejos históricos, me permito entonces recordar que un gobierno peronista no debería permitir que el morfi sea un lujo y que los laburantes no puedan comer sano y rico porque los precios, por encima de toda la gama de piruetas y justificaciones, hacen que la mesa entendida como tal sólo sea posible para los conocidos de siempre, el garcaje en su más amplia diversidad; y a medias para quienes aún sobreviven ante el terremoto llamado Marginalia, que comenzó a tremolar por esta tierras justo justito con la dictadura de los genocidas, y de alguna u otra manera sigue temblando, pese a los intentos de justicia, por ahora ninguno definitivo… Por eso, este Peje sostiene, sin disimular su arbitrariedad, porque otros yantares de los muchos cuando pueden también vendrían a cuento, que, golpe a golpe, con prepotencia para salir del atolladero, las compañeras empanadas podrían tal vez indicar el camino, enarbolar las banderas de aquel canto acerca de tortillas que se darán vuelta… ¿Saben además por qué fueron hoy ellas, las empanadas, mis elegidas…? Porque de tanto andar entre humanos caí en la tentación de fisgonear entre las mal llamadas redes sociales, que son más privadas que el jardín del vecino alcahuete, y descubrí que, sin lujos ni pretensiones, el entusiasmo y la pasión golosa que provocan son globales de toda globalidad… Recorran ustedes esos laberintos algorítmicos y descubrirán tapas y rellenos, hornos y frituras, rellenos y repulgues de las más variadas naturalezas, y como aparecidos del Sol y la Luna en cocinas caseras y en otras a las que se les dice profesionales, desde los cuatro puntos cardinales de nuestra maltratada Tierra: empanadas desde Berlín, desde Argentina, Chile y Bolivia ni hablar, desde la mismísima China y hasta algunas desde las tierras de los Tuareg, por tan sólo citar algunas… Allí “las de verde”, ecuatorianas, porque la tapas contienen plátano pisado, y “las salteñas” de La Paz y Cochabamba, que arman cierto descontrol geográfico nominativo de forma tal que en ello no se sientan solas las milanesas a la napolitana; la redondas como plato grande con nombre de “gallegas”; también las lujuriosas de Las Mil y Una Noches que menciono como “fatay” y claro, las de Shanghái, de arroz y verdurillas picantes, entre otras, sin frituras ni hornos, más sí sobre planchas fierrosas y candentes o vapores que hacen imposible el eventual uso de monóculos, espejuelos o gafas en la recámara de las cocciones… Para qué seguirla; como murga pejerreyesca ya preparo la retirada, no sin antes un algo muy pero muy breve de historia, y una digamos que recetilla o carta de navegación para mis preferidas de los últimos tiempos…Parece ser que los aqueménidas de Ciro El Grande, en la Persia del quinientos y pico antes de la llamada era cristina, ya se las zampaban de carnes y otras menudencias, entre masas que desde el siglo XI en Anatolia se denominan filo…Y valga el salto, por aquello de cumplir con hacerla corta: a nuestra América habría llegado como polizonas porque en las naos de Isabel y de los Habsburgo no se permitió, digamos, el embarque de andaluces, entre otros, ni hablemos de hijos de juderías y gitanos – ¡Ay Cervantes, perdona tales necedades, qué digo, infamias! -, porque fueron ellos, los del mundo sevillano y de Algeciras por citar puntos del Levante que me conmueven, los justos herederos de aquellas empanadas moras antes que cristianas…Ahora sí, leed y después cocinad: con medio kilogramo de nuestra harina de trigo, que de Castilla le dicen otros, y de tres o cuatro ceros, un huevo de gallina buena, una cucharada sin exagerar de fina sal, cincuenta gramos qué más qué menos de grasa para mí de chancho y un tazón de agua tibia; con todo eso amasad, amasad, estirad hasta la finitura y cortad en forma de discos como los de antaño, de pasta, pero más pequeños, por supuesto; y sobre ellos un relleno a base de mondongo hervido y cortadillo, carnes de osobuco guisadas antes en algo de vino tinto, ajos y al gusto de todas las hierbas que utilizáis para un plato cualquiera con tan enjundiosa carne de vaca, hasta la blandura; y todo sofrito también en grasa, más cebolletas que son verdeos, picantes hechos de puteadores deshidratados al calor de la olla pequeña, cascarilla de limón, pimientas y tomillos frescos… Repulgad por fin y por la libre, y freíd ( en grasa, por supuesto) u hornead, según sea vuestro placer…Después a la mesa con un invitado de honor, el tinto Carmenere, que por aquí no es tan fácil como en Chile, pero vale morir en el intento de su búsqueda…Pues entonces ¡salud!, porque, como cerró su prólogo el maestro: que el futuro diga.

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