Cansado de que lo cuestionaran por su insistencia con las recetas fluviales y marítimas, El Pejerrey Empedernido volvió a las rojas carnes. Si te creés que te está proponiendo cocinar una simple milanesa estás muuuuy equivocada/o.
Abran cancha y no se atoren que hay pa’ todos y tupido. Tome nota la gilada que hoy da cátedra un varón, y aunque nunca doy consejos, porque no soy engrupido, quiero batir mi prontuario, pa’ que sepan cómo soy. No me gusta ser ortiva, ni nací pa’ lengua larga, y aunque me apure la yuta sé callar en la ocasión, no le doy bola a los grasas que me miran y se amargan, conservando la distancia sé engrupir con distinción. En la timba soy ligero, yo nací pa’l escolaso, no se afane la muñeca cuando sobra calidad, yo conozco muchos vivos que cayeron en el lazo, el que liga y se embalurda se deschava sin pensar. Pa’ las pilchas soy de clase, siempre cuido mi figura, para conquistar ternuras hay que fingir posición. Yo conozco bien el fato para mí el chamuyo es juego lo bato sencillo y reo, pa’ que sepan cómo soy. Sé muy bien que entre los buscas hay algunos que me chivan, y me quieren dar la cana por envidia o por rencor, pero para mí no hay contra, los dejo tragar saliva, son borrados que no corren, son bagayos de ocasión. Con guita, cualquiera es vivo, son anzuelos los canarios. La cuestión es ser un seco y que te llamen señor; yo la voy de bacanazo, mas si junan mi prontuario sabrán que soy sin más vueltas: ¡un porteño flor y flor! Así dice el tango “Pa’ que sepan cómo soy”, de Emilio González y Norberto Aroldi. Y me banco la que venga de todos los que me quieran bardear, ya que está de moda la persecución por comisariatos de lo políticamente correcto; sólo aclaro que el tangazo del aperitivo fue elegido por aquello de los ortivas, que ya paso a contarles y engranado, por supuesto. Sucedió que mi amigo Ducrot vino y me dijo, estuve de morfeta con los capos de Socompa, esos cosos que no sé por qué lo publican, ni quiero saberlo, se lo aclaro, y me dijeron que ya fueron varios los lectores que andan a las puteadas porque dicen que El Peje le dedica más tinta a la cocina con pescados que a otras que también son de gusto y agrado para prójimas y prójimos; usted verá, a mí no me meta en el balurdo. Lo miré con toda la bronca que lo ojillos de un Pejerrey pueden amagar, me levanté, dejé que él pague la cuenta de los vinos que nos zampábamos y me vine derechito al fondo del mar para borronear estas cuartillas digitales. A todos los quejosos, ellos y ellas, a todos los ortivas, usen galera o miriñaque, no sólo les dedico el tango que serví como vermú, sino que va para ustedes, para que sepan de mi bondad pese a los agravios recibidos, esta receta de milanguizas al horno, con un algo de pestuchos y mozzarella de esa mismita que uso para la siempre sagrada pizza, y que tan buenas resultaron que mi Pejerreina, que es escritora preferida –no sólo Ducrot disfruta de tanta baraka –, muy muchísimo se entusiasmó. Uno: a juntar algunos morlacos, aunque no tantos, pese a que, con coronavirus y todo, seguimos en este ispa en el que morfar cada día cuesta más guita. Dos: a la carnicería del barrio, nunca súper, y digamos un kilo de nalga, bola de lomo o peceto, cortada para milanesas, que ni a lo Botero ni a lo Sardar Chari, aquel flacucho santón hindú que hasta supo engatusar a la Indira Gandhi. Tres: ¿Dónde compran quesos y embutidos? Donde fuere, un cuartillo de mozzarella y un tanto que ni mucho ni poco de longaniza calabresa; también de sardo rallado, para ir contra del canon genovés. Cuatro: a la verdulería: tomates maduros, perejil, albahaca y ajos; y claro, espero que en casa tengáis huevos, pan del picadito para ya saben qué – no me hagan repetir el verbo rallar-, aceite de oliva y de girasol o maíz, sal, pimienta negra, orégano seco y ají molido, y ni que hablar de un Malbec de esos que son de punta y raje para el gaznate avezado, y pan como los santos herejes ordenan, tan difícil es conseguir del bueno en ésta vuestra ciudad de humanos que se llama Buenos Aires, para no referirme a otras claro está. ¿Ya estamos preparados mis ortivas amados? A sus marcas y a la cocina: a marinar para que queden como flores del bien en huevo, sal, pimienta ajos y perejil, las carnes que serán milangas una vez pasadas por el pan aquel que supieron tener en un frasco, seco y orondo, y fritas por supuesto, con el aceite que no sea el de oliva. Las disponen sobre una asadera de las que tengan más a mano, nunca a los pies pues no suena bien, y entonces sobre ellas y como coronas plebeyas, rodajas de tomate, unos ay de mí del pesto con las albahacas, el aceite de oliva y el sardo herejía, lonchas que le dicen de longaniza calabresa y desgranes abundantes de mozzarella; luego garúas de orégano, pimienta y ají molido, y al horno que no que pele, hasta el punto crucial y olímpico del gratinado, aunque sin pasarse de la raya para que la crocantéz de las milanguizas no se zarpe. A tal punto llegados qué otra cosa que a la mesa bien servida nos queda, con el tinto, los panes y para la ocasión una ensaladilla de verdes se me acaba de antojar; y tan sólo, aunque obvio resulte, les aclaro que lo de milanguizas viene de milanesas y longanizas, que tanto me emocionan cuando ahí en el mostrador fiambrero dejan divisarse, y que además no estoy dispuesto a referirme hoy a esas historias que tanto escribió Ducrot, hasta en libros, sobre la saga de la milanga Napolitana o directamente Napo que no siempre con fritas, su historia junto al Luna Park o acerca de los ditirambos geográficos y semánticos que ellas mismas barruntan, tampoco a propósito de variantes y adaptaciones. Otro día sí, se los prometo si es que les interesa; por ahora sólo saludos y besos a los ortivas. ¡Salud!
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