Las cuentas que saca El Pejerrey Empedernido son para cortarse las aletas: calcula, con fundamento, que un buen puchero en esta Argentina de precios (des)cuidados cuesta tanto como un kilo de ostras. Eso sí, la vieja olla podrida llena un poco más que los moluscos.
Dijo Madelón: Padre mío, aquí está mi prima, que os dirá igual que yo: que el matrimonio no debe nunca llegar sino después de las otras aventuras. Es preciso que un amante, para ser agradable, sepa declamar los bellos sentimientos, exhalar lo tierno, lo delicado y lo ardiente, y que su esmero consista en las formas. Primero, debe ver en el templo o en el paseo, o en alguna ceremonia pública, a la persona de la que esté enamorado, o si no, ser llevado fatalmente a casa de ella por un pariente o un amigo y salir de allí todo soñador o melancólico. Esconderá cierto tiempo su pasión hacia el objeto amado, haciéndole, sin embargo, varias visitas, donde no deje de sacar a colación un tema galante que espolee a las personas de la reunión. Llegado el día, la declaración debe hacerse generalmente en la avenida de algún jardín, mientras la compañía se ha alejado un poco, y esta declaración ha de ir seguida de un pronto enojo, que se revele en nuestro rubor y que aleje durante un rato al amante de nuestra presencia. Luego, encuentra medios de apaciguarnos, de acostumbrarnos insensiblemente al discurso de su pasión, de obtener de nosotras esa confesión tan desagradable. Después de esto vienen las aventuras, los rivales que se atraviesan ante una inclinación arraigada, las persecuciones de los padres, los celos cimentados en falsas apariencias, las quejas, las desesperaciones, los raptos y todo lo demás. He aquí cómo se ejecutan las cosas dentro de las maneras elegantes, y con esas reglas, de las que no se podría prescindir en buena galantería. Mas el llegar de buenas a primeras a la unión conyugal, hacer al amor tan solo al concertar el contrato matrimonial y empezar justamente la novela por la cola, os repito, padre mío, que no hay nada más vulgar que ese proceder, y me dan náuseas solo de pensar en eso. ¿A ver quién se juega y desfoga su pasión con ese estilo?, que distante, lejano, muy lejano, se encuentra de cualquier forma de avaricia, porque, al contrario de todo lo posible e imposible, lo de hoy no simpatiza justamente con los seguidores de Tántalo, de las víboras y hasta de los lobos hambrientos; qué bien me hizo, casi mejor que el primer café de la mañana recordar a don Molière… Sí, por supuesto, este Peje, vuestro humilde servidor, hoy la juega dispendioso, espléndido a la hora de meter aletas en bolsa y oblar doblones; aunque confieso que si queremos vivir y dejar en claro que el morfi no debe sólo alimento sino sobre todo goce y bendita lujuria, confieso, les decía, no me queda otro camino que la dispensa de dinares, suceda lo que suceda, porque pareciera – muy mal pensado soy – que en nuestro derredor solo habitan garcas que se hacen el agosto con los precios y dobolus, sí dobolus que poco saben hacer al respecto, siendo que tienen la obligación digamos que política de desentrañar el entuerto… Ya os hablaré de nuestros platos de hoy, plebeyo el uno, dicen, bacán el otro, a no dudarlo, qué por lo antedicho casi nos cuestan el mismo ojo de la jeta, porque vivimos revolca’os en un merengue, y en el mismo lodo todos manosea’os. Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador, pero, en forma muy especial, todo es igual, nada es mejor… Tanto, tanto un ojo de la jeta hay que poner, y para ser finos, que obligado me vi a enviar algunos guasapes; a saber… Salute don James Honeyman, y cómo dice que le va amigazo William Murray, jamás me olvidare de ustedes y de aquél 20 de marzo de 1831, cuando consiguieron un par de llaves truchas del City Bank de Nueva York, el mismo Citibank que con otros de similar calaña hoy nos esquilman cada vez pueden, y se alzaron con 254.000 dólares, un fortunón para la época. Sí, sí, ya sé, algo me tirará de onda para ir a la feria aunque sea hacer; gracias, muchas gracias y a ver si por ahí consigo algo más, para el vino y el postre… ¡Hola Bonnie!, mis respetos y memoria, justo tenía ante mis ojos este párrafo que te pertenece, ustedes leyeron la historia de Jesse James, de cómo vivió y de cómo murió. Si aún les quedan ganas de leer algo a estas horas, escuchen la historia de Bonnie y Clyde, para que la gilada se entere de tu pasión por la literatura. A ver si vos y Clyde me acercan algo de vento, pues quiero morfar como merecemos los justos y por aquí los bolsillos están más fríos que el mármol; sí, sí, ya lo sé, ustedes fueron chorros y se les dio por el mal vivir pero seguro que el gomía que los traicionó, Henry Methvin, y el taquero del orto aquél que ni la voz de alto les dio y ordenó abrocharlos a tiros, el tal Frank Hamer, ninguno de ellos fueron mejores; al contrario. Mirá, quizás no puedas enviarme los mangos que te pido; tranqui, te bancamos igual y seguiré tu consejo: el día que todo se acabe voy a reservar un lugar en el Infierno, así le damos todos juntos al mambo y al guiscacho, hasta que las velas no ardan… No voy a decirles si los verdes me llegaron o no, aguzad vuestra imaginación, pero lo cierto es que efectivamente me fui de mandados y paso a contarles… Primero mi sugerencia pucheríl, para el plato que fue olla podrida y llegada en los barcos de los conquistadores: esta vez de osobuco, pollo, pancetas y chorizos, de los de chancho así de simplecitos y los colorados que colorados bien lucen, aunque si se animan también con codillos, que vienen de la pata del mismísimo puerco; todo con sus viandas de zapallo calabaza o cabutia, papas, batatas, choclos, repollos y garbanzos. A cocinar en aguas que pelan carnes y vegetales por separado, con sales, pimientas en grano y hojas de laurel, para servir a todas y todos juntitos, en misma fuente, con sazones de aceite de oliva y un cuenco breve aparte, cáliz el de maravillosas mostazas al estilo de Dijon; y como son las mejores de por acá y además las hace un talento absoluto de la cocina al que quiero mucho es que las nombro: Arytza. Si les da, luego mezclen por partes iguales los caldos con un generoso chorro de Oporto o Moscato y verán entonces que tazón de reconforte alumbrará su ser ante ustedes… Y ahora, el otro platillo, el mismo que, aunque no lo crean, en esta Argentina delirante implican casi el mismo esfuerzo de guita para el hacedor; claro, con un detalle no menor: en el caso del puchero, mis amadas comensales, vosotras quedaréis piponas; y si de ostras se trata porque he ahí la otredad de la jornada, el juego será de retozos por degustación… A ellas, a las ostras – de criaderos patagónicos sobre el Atlántico – las consigue en algunas pescaderías; tan solo es cuestión de buscarlas en Internet si no conocéis ninguna, y al precio por kilogramo casi igual que para el caso de una colita de cuadril. Eso sí a prepararlas simplecitas, tan sólo abiertas y con zumo de limón, y al buche; y ni por asomo me vengan con aquellas Ostras Rockefeller, con perdón de la palabra, que, dicen, fueron creadas en el restaurante Antoine en 1889 para la mesa de aquel hijo de la chingada petrolero, que van sobre conchas partidas, con manteca, perejil, otras cosillas y pan rallado, al horno. ¡Ni por joda!… Y como no podía faltar mi ¡salud! de Peje Empedernido de cada semana, qué les parece un Petit Verdot para el puchero y un champan al método Champenoise para las ostras; hoy estamos del tomate gracias al vento que nos enviaron Bonnie Parker y los otros amigos, los del choreo al City… ¡Salud!
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