Ravioles, sí, pero de queso de cabra es lo que propone para estos días de fríos intensos, aunque con un par de sorpresas para los acostumbrados a los lugares comunes: nada de salsas, sino aceite y queso; y tampoco bajarlos con tintorro, que El Pejerrey Empedernido sugiere un bien helado Sauvignon Blanc.

Cómo para no estarlo, si a uno, a veces, hasta se le hinchan los alveolos con algunas noticias, como esa que nos entera acerca de que una de las empresas más beneficiadas en la repartija de las mejores exportaciones de carne vacuna – la famosa cuota Hilton -, este año otra vez fue la de Miguel Braun, el ex ministro de Mauricio y primito de ese sujeto llamado Marcos Peña, toda una verdadera peña de garcas. Mientras, si me cruzo hasta la carnicería, porque a los Peje a veces también nos gusta la nerca de cuadrúpedos que hacen mu, constato que, con Covid o sin Covid, una entrañita, tira, vació u ojo de bifacho, ni que hablar de la mentada colita de cuadril, obligan a jugarse la vida, como si las susodichas maravillas para el fuego parrillero cotizasen en la Lleca de la Pared. Por eso mejor que sean de cabra, aunque hoy no hablaremos de asados; pero antes un algo recordatorio para mi amigo Ducrot y su runfla de camanduleros que le meten y meten con entusiasmo al periodismo, no sé si bien pero sí con lealtad: “La insaciable curiosidad de saber algo más de lo que se ha dicho o escrito, el placer de oír nuevas confidencias, el gusto picante de las indiscreciones, la expectativa de que la leyenda se convierta en historia o de que ésta sea rectificada, haciendo ver mejor la trama de los sucesos y el estado de las cosas morales y materiales en horas determinadas. En una palabra, se espera sacar algún provecho de los errores, de la experiencia ajena, con la esperanza de acumular lecciones útiles al capital intangible de lo que día a día vamos observando (…)”. Letras e ideas afanadas de las Memorias de que quien, a mi modesto entender de Pejerrey, fue uno de los mejores representantes del contar historias informativas de este país que alguien bautizó Argentina, pese a que yo, pescado al fin, prefiero seguir llamándolo Provincias Unidas del Río de la Plata, con el agregado “desde las frías aguas australes hasta las punas, desde, entre pampas y cordilleras”…¡Uhhh me zarpé!…mejor a ver si se me pasa la bronca….¡Ahhh!, sí me olvidaba del nombre del elogiado: Lucio V. Mansilla. Y ya que estamos de afanos, sigamos con el mismo libro, en uno de los párrafos que narra sobre mesas “donde sin menú hay variedad de manjares de mi flor, de todas las banderas, empezando por los ravioles y la carne con cuero, y acabando por la omelette soufflée y el Plum pudding; sino a la masa que suele tomar cocineras y cocineros, con libro, que luego se descubre que no saben ni batir el aceite y el huevo para hacer una mediocre mayonesa”. ¡Qué tul! Y la exclamación es mía, no del autor de la Excursión a los indios ranqueles. Y sigo: Ducrot me contó que quien fuera su amiga, Estela Canto, la misma que fuera amor de Jorge Luis Borges y a quien éste le dedicara El Aleph, dijo de su antaño enamorado que apenas si le gustaban los churrascos con puré y hablaba de también de ciertos “almohadoncitos” con salsa de tomates. Y ya que estamos, lo de Marco Polo que los trajo de China es puro verso: un cura italiano conocido como Guglielmo Malavalle escribía a principios del  siglo XII acerca de ellos, de buenos despachos en la Toscana. En fin, cómo no recordar aquí al gran Bocaccio cuando escribió “nessuna altra cosa facevano che far maccheroni e….”Sí, sí, claro, “raviuoli”, es decir ravioles; los que, hoy, sin dudas ni vacilaciones a la hora de cocinar, pues el deseo no tiene límites y la culminación del placer nos aguarda a la mesa y con el botellón de aquello jugos hijos de la infinita generosidad de los sarmientos; hoy, escribía, de queso de cabra, con relleno y salsa que regalarán gratas facilidades a la hora de ser concebidas y consumadas. Para la masa y el diseño y dibujo de sus cuerpos no pienso extenderme; lo siento, me agarró fiaca, y les recomiendo seguir las instrucciones de nuestra cocinera de la patria, ya saben, Doña Petrona, y si cuentan con el artefacto ese para estirar y cortar por qué no usarlo. Sí les dedicaré unas breves líneas en torno a lo que los ecuménicos ravioles de la nuestra presente jornada deben esconder en su alma, en sus recónditas interioridades, para deleite de quienes podamos acceder a ellas, como siempre sucede, entre nosotros, ¿no?; también acerca de su ensalsado de untes para el temblor de las conciencias. Primero lo primero: se trata de una combinación de quesos de cabra semiduros y blandos en reposo enamorado como pimientas de las que se retuercen en el molinillo y salvias y tomillos frescos en entrevero. Una vez prontos, ufanos y colados de las aguas hirvientes con poca sal, vuestros ravioles así hasta ahora definidos, los abrazareis entonces con las lubricidades del aceite de olivas, un apenas de romeros y no más que insinuaciones de parmesano en hebras, arreboladas, les diría que así como despeinadas por la mismísima pasión. Y atención que lo que sigue quizá los sorprenda: tengan en buen frio algunas botellas del Sauvignon Blanc más agreste que consigan, si el que aquí alguna vez he recomendado, el chileno del valle de Casablanca mucho pero muchísimo mejor; sí, sí ese que huele a pis de gato, aunque no lo crean. ¡Y salud!

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