Se puso belicoso El Pejerrey Empedernido y la emprendió contra aquellos que utilizan las cosas del buen comer – zapallo, zanahoria, papafrita – como insulto. Y ni hablar de los ñoquis.
Pues claro que sí. Qué es eso de andar rifando palabras al boleo. Ma’ qué préstamo lingüístico ni corno filibustero. Al pan, pan y al vino, vino; y aquí hago un alto porque me acordé del poeta, de Armando Tejada Gómez (pero después sigo con la cabrón): El cielo de mi niñez tuvo un aroma de albahaca y pan, un sol de candor bajo el sol. Mi madre andaba en la luz de una provincia de eternidad y era un regazo el verdor y era verano el color del amor…Y: Ese hombre que entra al bar, sin sombra que le ladre, ese que pisa y pasa sin rostro y sin señales. Pide su trago solo, de espaldas a la calle, bebe su trago solo, inmóvil, devorándose. Paga, piensa otro trago sin gastar ni una frase y luego se va solo, hacia la noche y nadie. Ese tipo va herido, ese tipo va herido, y la muerte lo sabe…Entonces retomo (con la cabrón) porque les decía: no me vengan con lo del préstamo lingüístico, esa verónica que me contó Ducrot un día le explicó mi Pejerreina – ya hablaré con ella al respecto – cuando al coso se le ocurrió estudiar la forma en que la lengua del comer y el beber cedió (o alquiló) palabras a la poética popular porteña en un librejo intitulado Los sabores del tango. No, de ninguna manera seguiremos aceptando que cualquier chitrulo del género que fuere siga blasfemando, como cuando, por ejemplo, le otorga condición de zapallo nabo o zanahoria a cualquier boludón cualunque de esos que abundan por doquier, con lo noble que es el tubérculo y lo generosas que comportan las hortaliza, para el deleite de las mejore cocinas, que siempre son las que hacen de la simpleza, y hasta del minimalismo, me atrevo, un arte de lo posible, o lo imposible. Por ejemplo, a ver cómo la empardan, decidores sin vergüenza: la contundencia de un cuenquillo con zapallo en almíbar y queso blando de cabra, si hasta me banco la palabrota “vigilante”, pese a la fealdad de sus tonos dichos y escritos – nuca rati, gorra o taquero -, si de batata o membrillo con Cuartirolo se trata, por no citar otros opus al ritmo de la mermelada de guayabas con Fontina o Provolone picoso. Y que me dicen del puré de nabos a la plancha, que suena a chino pero yo le meto encima una receta de un picante con agallas de cuchillero al socaire de un pampero soplón, que hace años me pasó Ducrot, quien a su vez la recibió del hermano de un grande de las causas nobles, del recordado Yasir Arafat. Y también pianten los gilastrunes que invocan los nombres del salame y de las papas fritas para referirse sí, justamente a ellos, los soganes por bambalinas o…y aquí una de las grandes vindictas manducare… los comemierdas de toda comemierdería, al sonar del mejor cante en el Malecón habanero, donde amaga entre Centro y La Habana Vieja, y sigo para la Avenida del Puerto o cojo para Paseo del Prado. Bien, continuemos sin tantos desvíos, que vindicta manducare puede ser traducida como la venganza del morfi, de la cocina y del beber, contra los decidores sin tupé, porque vaya si secretos y magias esconden las papas fritas – ya, y seguro, nos dedicaremos un día de estos a ellas por sí solas y sin malas compañías -, pero les adelanto que na’ de na’ eso de francesas, si hasta por el Bio Bio, por el Arauca a los inicios del XVII algunos caciques las disfrutaban; o los truques del salame y salamín para este Peje, porque los pejes lo apreciamos, del bueno picado fino, de Mercedes o Tandil mejor, con encerrona entre panes tostados y con un tinto raspero por golas y gargueros…Claro y por supuesto venganza nullus pietas, o sin piedad, porque de tanto perdonar a los perjuros es que los sacrosantos ñoquis de papa, con salsa de tomates frescos y ajos que no tan fritos en aceite de oliva y queso picoso en lluvia son imperdibles, pasaron a ser confundidos con truchitos de baja estofa que cobran sin yugarla; y hasta cierta vez se oye clamar por un yogur cuando lo que hay simplemente es un embrollo o desbole; y añado no se metan con la cuajada de prosapia helena, balcánica y del Mediterráneo oriental, que no les cuento si se convierte en un laven, ácido, cremoso, con besos suaves de cebolleta picada y pistachos verdes, que los quiero verdes…Podría seguirla hasta el infinito y más allá pero no, para que aburrirlos; en otro encuentro o día con soles y lunas me acercaré a ustedes desde los préstamos lingüísticos puteadores y los otros, para revolcones…Ahora tan sólo comienzo a despedirme, no sin antes mis calurosos alborozos por ciertos usos de punta y raje para quienes ya salimos de la secundaria, porque hace tanto tiempo que no piso los adoquines del barrio de la Mondiola, donde ¡ay! las cosas que veo por las calles de Montevideo; ni que decir las baldosas plateras sin Yo del Mondongo, suburbios de andar raído en los que quién alguna vez no se dio la media vuelta para acompañar el paso de un churro o una churrasquita… ¡Salud, y que no nos falte vino ni grapa de las buenas!
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