El Pejerrey Empedernido te manda citas en alemán pero después te propone cocina italiana. Se vienen unos vermicelli con pesto para uno de esos días – o noches – en que el calor no apriete. Como hoy, que llueve para que tengas.
Die Verfolgung und Ermordung Jean Paul Marats dargestellt durch die Schauspielgruppe des Hospizes zu Charenton unter Anleitung des Herrn de Sade. Aquella noche no estabas tú ni vi llover. Vestí de humano para que nadie cele mis escamas plateadas de Pejerrey Empedernido, y me piré. Y ya que estamos de elecciones, campañas y de tantos cambalaches, porqué a no hacerse los dobolus, que ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos; hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro; generoso o estafador. Todo es igual. Nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón. Los ignorantes nos han igualao’. Si uno vive en la impostura, otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón. Pues entonces se me ocurrió borronear un manifiesto y anoté ideas para un ispa mejor; por ejemplo: severas condenas para los que hacen que otros vivan en la pobreza; plazas y parques para que la muchachada baile, cuente cuentos y haga o deshaga el amor, a ganas y desganas, sin permisos ni anillados de culpa o compromisos; que los poetas sean declarados patrimonio de todos y disfruten acorde con ese galardón; ni un pibe sin escuela; ni un habitante sobre nuestro suelo sin medicina y todos con bulín donde retozar; que cada cual elija el trabajo que más le guste y pueda bien vivir de su salario, y que un día se llegue a vivir sin laburar, culo para arriba o para abajo, por amor al arte; mesas abundantes, sabrosas, untuosas, y jarras de vino para todos y los demás; para los de enfrente y para los cosos de al lado. En eso andaba cuando, de repente, dos tipos con pintas extrañas doblan la esquina de Corrientes y caminan por Montevideo, sí en la Santa María de los Buenos Ayres, hecha una gilada de extrañamiento por los berrinches garcas de un Guasón a la virulí y antes por el turro máximo. Enfilan hacia Sarmiento como si aun viviesen las mesas tendidas por las noches, caras sucias de angelito con bluyín, vende rosas en las mesas del boliche de Bachín. Si la luna brilla sobre la parrilla, come luna y pan de hollín. Uno de ellos, el más bajo, anda medio en cueros, apenas si cubierto por unos trapos húmedos y con una especie de tolla que le envuelve la testa. El otro lleva pilchas de marqués, aunque se las ve un poco raídas; luce viejo y cansado pero los ojos le brillan, como afiebrados; discuten. El de los trapos casi grita usted está equivocado, no puede quedar en pie ni uno solo de los conspiradores. Y el otro le contesta, tiene razón, pero después vayamos a fondo, que la libertad nos descubra como verdaderamente somos, ¿nos animaremos a semejante prueba? Seguí parando la oreja y descubrí que no hablaban sobre Argentina, o sí. ¿Estaba soñando o efectivamente me había pirado? Eran los mismísimos Marat y el Marqués de Sade. Paseaban por la ciudad. Me animé: con gran timidez los invite a cenar. Ellos intercambiaron miradas. Quizás desconfiaron un poco, pero aceptaron. Nos adentramos entonces en uno de los pocos establecimientos para el manduque que quedan con orgullo de historia, como aquél Los Muchachos, fondín de pocas tablas y sillas que ya no existe pero que por allí supo habitar, hace tanto tiempo, y en el que junaba yo como obseso a una flaca de Filo que no me dio bola hasta muchísimos años después, tantos que festejamos cuando entre besos y charletas nos anoticiamos acerca de que los personajes de los silencios entre doefis y churrasquitos lejanos habíamos sido ella y este seguro servidor; una demasiada fortuna para mi desvariada vida pejerreyesca, porque sabrán ustedes que aquella flaca de Filo no es otra que me mi escritora preferida. Sentaos, maestros y por favor mosaico querido, con Marat y el divino Marqués empezaremos con vermicelli al pesto, después una tira jugosa con fritas y ensalada de radicheta con ajo, aceite de oliva y pimienta de esas para valientes; para beber que sea tinto, claro está, y a la hora del postre un flan, sí con crema y dulce de leche, que mis invitados nunca anduvieron con blandenguerías. Tal cual ya se habrán percatado, cenamos sin demasiados pudores; Marat estaba hambriento, sin contar con que lo esperaba el puñal malevo y traidor de Carlota Corday; y Sade nunca se caracterizó por lo medido, aunque dicen quienes lo conocen bien que la gula no figuró entre sus pecados, que fueron tantos y gloriosos. La sobremesa estuvo para alquilar balcones, pues explicaba el Marqués aquello de que sin deseo y retozos jamás sucederán revoluciones; aunque por ahora nos dediquemos tan solo al pesto, que no puede faltar siempre pronto en casa alguna que se precie de hogar o patria morfante, en un frasco ventilado y al frío, para que el día o la noche que el alma lo requiere, allí esté, rampante, como dios sin pretensiones de eternidad. Cuentan que tiene su origen en Génova, donde la palabra pestare significa machacar en un mortero, aunque muchos hablan de su antepasado romano conocido en los festines como moretum, con el cual comparte ingredientes de origen, salvo uno, que en el XIX le dio identidad propia en aquellos yantares de la ciudad y puerto del norte italiano, la misma que es tierra fundadora de la sabia fainá: ese elemento que lo hizo tal cual es no es otro que la albahaca. A saber y para el goce: machaca que te machaca o pica que te pica, jamás en la puta vida un procesadora para ello, por favor, toda la verde albahaca, el fresco ajo y un manojillo de piñones; luego en batido de besos con aceite de oliva virgen y queso parmesano rallado. ¿Qué prefieren, vermicelli, spaghetti u otra pasta seca? ¿Vino? ¿Tinto? Y el postre se los debo para la próxima. Antes del final algunas aclaraciones o recuerdos, a título de traducción de aquello en alemán del primer párrafo: La persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representada por el grupo teatral de la casa de salud mental de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade. O por suerte, más fácil, Marat – Sade, de Peter Weiss, de 1963. Creo. Y Ahora sí. ¡Salud, porque Sade con pesto, para mí y para don Marat!
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