El Pejerrey Empedernido salió por un rato de las aguas cuarenténicas y se mandó flor de recorrido por parrillitas y parrillones, de esos que hay a la vera de las rutas y a los que no hay con qué darles cuando se trata de mandarse al buche un chori, un cacho de vacío o, por qué no, unos chinchulines bien crocantes.
El otro día me cruce con Ducrot, quien me dijo venga don Peje, lo invito con un vermú; quiero contarle una historia…Parece que a uno de los capos socomperos, Cecchini se apellida el fulano, se le ocurrió recordar en la redes – mala palabra para nosotros los pescados – que ambos, él y Ducrot – debo decir lo que diré: a mí nunca me invitaron –, y antes de la peste, se sentaron tantas veces a las mesas no que muy limpias de un parrillón de esos a las veras de caminos y rutas para autos, mioncas y bondis, que casi siempre todos pasan que joden, como si la parca los persiguiese, por comarcas entre platenses y de Villa Elisa; con botellas de tinto a buen cubierto, chorizos enchimichurrados, vacíos tirando a jugosos y quién dice si son de las dizque vascongadas mejor, morcillas siempre teñidoras de panes para buenas compañías… Y me dijo, vea usted don Peje, los recuerdos viejos que me llegaron sin pedir permiso, acerca de fuegos camineros, de ocasión y al paso, en un alto efímero o no tanto del viaje rodante, como si de road movies pamperos y del planeta morfístico se tratase…El Mitre, hace tantos años, cuando salía de Retiro, aunque lo sigue haciendo pero ya no es lo mismo. Si te equivocabas, porque venías entreverado en una perorata amorosa que, lo sabías, no tendría destino, o por eso del andar en Babia nomás, y te ibas para las tierras de León Suarez, la de los basurales de la infamia y los fusiladores; si ello acontecía, entonces sí debías desandar parte de tu camino y esperar al que fuese a dar a las terminales del Delta, muy cerca de donde surgían los humos de leñas de lo de “la Celeste”, algo así como una enramada sin más que algunas mesas de lata sobre la tierra apisonada, siempre menos sillas que comensales o curiosos y unas tiras de asado con las papas fritas de la fortuna, porque probarlas e iniciarte en los insondables misterios del goce era un todo de cuerpo y alma… Asados y faroles –aquellos de vasos grandes, con vino, hielo y soda; la radio que suena rasposa y las parejas que bailan con aires de ya llega, pronto, el después; y nosotros convencidos de que pasábamos por más grandes, a ver si en una de esas teníamos suerte…Y la verdad, no sé por qué, don Peje, pero el recuerdo de aquellas escenas en lo de “la Celeste” siempre me llevaron hasta un tiempo anterior, más niño, a otros asados a la vera también, porque quizás todos los repiqueteos de parrillas en este textillo pertenezcan a una misma familia, a la de la incertidumbre de los pobres, esa que dice entonces comamos hoy, que mañana ni el puto dios sabe si habrá algo con que… Fueron fuegos al costado de las vías del ferrocarril Mitre (también), unos kilómetros antes del Delta, cuando de pibe probé las primeras arañitas o escondidos, esas carnitas que crecen en los huecos de la caderas de la res, que son tan breves y pocas que la tradición siempre hizo que el carnicero las reservara, atesorara o guardara para sus propia cocina o asadores; el primer corazón de chancho ensartado en un fierro y asado con llama corta y lejana de durmiente de buen ver y hermoso oler; y un fritanga maravillosa de bofe salteado en ajos y cebollas…Los laburantes que me invitaban y provocaron algunas de las mejores ratas rabónicas de la primaria siempre conversaban cerca del crepitar leñero y solían hacerlo sobre Miguelito y Volante, con tanto entusiasmo que por un tiempo, con pan en mano y a la espera de mi ración jugosa, creí que la parlaban acerca de dos amigos de aquella parroquia, nunca presentes… Pero no, mis mentores ideológicos al rito iniciático del asado rutero, primo hermano de aquellos ferroviarios, peroraban sobre cómo joder a la cana, para que los yobacas, ni que decir “las lanchas”, pudiesen cumplir con sus pasos represores, cuando al otro día fuesen a volantear a la puerta de los talleres; porque, pibe, entendela bien, estamos de resistencia… Y juro que lo que aquí sigue es verdad: dos por tres se sentaba con nosotros, un atorra, linyera o croto que solía frotar con pasión el corcho sobre una botella vacía, como acompañamiento de su voz de pedregullo que entonaba versos y ritmos entremezclados de “la marchita” y de La Internacional….Pasaron los años, don Peje, y en noches de asambleas y refriegas que no vienen al caso detallar, siempre con sueños de mundos justos; cada vez que podíamos, los varios y las varias que en aquellas tenidas transitábamos, nos íbamos de morfi a ciertas parrillas runflas que siempre las hubo, y fuesen cuales fuesen ellas, o quedasen donde quedasen, para mí significaba ir a comer vacíos a lo de Miguelito o a lo de don Volante, ritos íntimos que les dicen…Bueno don Peje, la hago corta y me despido, perdone la lata y a ver si un día, después de la peste, se suma a nuestros encuentros de asados ruteros; se lo voy a proponer a Cecchini, al fin y al cabo usted se la pasa escribiendo para Socompa y es justo que lo inviten; sabiendo, por favor, que ahí cada uno paga lo suyo y no aceptamos apiolamiento alguno de pescadillos enigmáticos. ¡Habrase visto carajo, que provocación la de Ducrot!… Pero bueno, nos conocemos hace tanto que ya estoy acostumbrado; lo cierto es que esta semana se adueñó de mi escritura, por lo que ahora sí, lo que sigue me pertenece: el fuego tiene que ser de leña, entre brasas que la lucen de dentro y llamas que bailan desde afuera; un espadón o pincho de fierro y una parrilla de patas bajas, de esas que pisan y arden sobre la tierra ajena, porque el desafío consiste hoy en que salgan de sus casas, con barbijos para prevenir, claro, y la emprendan como asadores a la vera del asfalto, de ahicíto nomás, y se las rebuscan con lo del claveteo, para disfrute solidario con el piberío y las comadres y compadres del barrio… Y van chorizos, los que haiga; vacío siempre, y encuerado; arañitas y al final las morcillas; claro que si exultantes estamos que unos chinchu pasados por hervor de leche y mollejas de esas que a gritos piden jugo de limón en granos de sal… Qué alguien se encargue de las verdes lechugas, de los rojos tomates encebollados y del pan…Y que dios y su hermano el diablo, quiénes si no, pongan el vento para que el tinto no falte… ¡Salud mi querido Miguelito! ¡Salud don Volante! ¡Salud Socompa! ¡Salud todos ustedes, ellas y ellos, amigos y también los no tanto! Siempre en resistencia.
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