Como el cadáver es peligroso, no existe apaciguamiento en el momento de haberle dado muerte al enemigo; muy por el contrario, se torna necesario matar el cadáver.
Dos noticias, aparentemente aisladas, aparecían en diarios de la ciudad de Buenos Aires. La primera en la sección El observador del diario Perfil, el sábado 12 de mayo; la otra, en Página/12, el domingo 20 de mayo. La del diario Perfil llevaba un largo titular: Para conseguir la revisión de su causa, Adolfo Scilingo presentó documentación secreta de la dictadura. En la nota leemos que el ex marino condenado en España a 1.084 años de prisión por crímenes cometidos durante los denominados vuelos de la muerte, realizados durante la última dictadura militar en Argentina, presentó ante el Tribunal Supremo de España información clasificada a cambio de obtener alguna consideración acerca de su condena.
Con respecto al segundo artículo, Página/12 titulaba: Confirman que hubo vuelos de la muerte. Decía la nota que la justicia chilena procesó por primera vez a militares por haber arrojado a personas vivas al mar durante la dictadura militar de Augusto Pinochet. El testimonio clave para el procesamiento fue el del suboficial Juan Guillermo Orellana Bustamante, mecánico tripulante de un helicóptero militar que despegó en los primeros días de octubre de 1973.
En principio las noticias no hablan de hechos aislados, ya Francisco Martorell (1999) en Operación Cóndor relata que Isabel Martínez y el dictador Augusto Pinochet habían firmado en 1975 el inicio de la Operación Cóndor con la misión de intercambiar información de inteligencia y realizar operaciones antisubversivas coordinadas entre las FF.AA. de ambos países.
Los dos militares que aparecen mencionados en las noticias de Perfil y Página/12 recibían órdenes de ejecutar detenidos arrojándolos vivos, drogados, inconscientes, a las aguas del río, o del mar. Pilar Calveiro relata en Poder y desaparición (2001) que el secreto que rodeaba a los procedimientos de traslado –neologismo militar– hacía que fuera una de las partes del proceso que más se desconocen. El método consistía en que el personal de los centros de detención inyectaba a los prisioneros con somníferos y los cargaba en camiones. La aplicación de la droga les impedía a los prisioneros cualquier tipo de reacción. Los bultos –otro neologismo– eran adormecidos, amordazados, maniatados, encapuchados y luego arrojados vivos al mar. El dispositivo de los centros de detención se encargaba de fraccionar, o segmentar, su funcionamiento para que nadie se sintiera finalmente responsable. Las órdenes de los mandos superiores legalizaban lo que se debía hacer, dejando a los subordinados sin otra alternativa aparente que la obediencia.
En suma, un dispositivo montado para acallar conciencias, previamente entrenadas para el silencio, la obediencia y la muerte. Sin embargo, esos muertos empezaron a ser portadores de la violencia que los había abatido. La violencia con que se han abatido a esos muertos no deja de ser peligrosa a pesar de que esos prisioneros hayan sido asesinados, porque esa acción supone la transgresión de uno de los mandamientos fundamentales que enuncia la Biblia. Si a veces la orden “No matarás” del libro sagrado promueve la incredulidad, o la risa, la insignificancia que se le atribuye es engañosa.
Se podrá alegar que la prohibición bíblica forma parte de un discurso que se diluye en la religiosidad, o en el tiempo; no obstante los militares percibieron el tránsito del ser viviente al cadáver; es decir, el objeto angustiante que es para el hombre el cadáver de otro hombre. Los militares percibieron que el cadáver de sus enemigos no era otra cosa que la imagen de su propio destino. Aunque inmóvil el muerto participaba (participa) de la violencia que lo había abatido, pudiendo luego infundirla; mientras más arbitraria e irracional ha sido la detención, la tortura y la muerte más expuesto se está a un castigo retaliativo del cadáver.
La prohibición que resurge ante los militares frente la vista del cadáver es un retroceso que los lleva al afianzamiento de la violencia. Los criminalistas saben que el más sanguinario de los criminales no puede ignorar la maldición que cae sobre él. Por eso la violencia que se puso en acto en el momento de matar a los prisioneros se torna insuficiente y se ejerce otra violencia más, ahora en contra de los cadáveres. Los cadáveres han resultado para los asesinos un peligro de tal envergadura que ni siquiera pudieron ser nominados, de allí que se recurre a un neologismo más y se los llama desaparecidos.
Como el cadáver es peligroso, no existe apaciguamiento en el momento de haberle dado muerte al enemigo; muy por el contrario, se torna necesario matar el cadáver, cosa que resulta impracticable; por lo tanto, se denigran los cuerpos, se los quema, se los hace pedazos con explosivos, se los arroja al río y al mar, se los intenta hacer desaparecer, con lo cual se nos desplaza el sentido que buscamos incansablemente frente a la pregunta de qué es un desaparecido. ¿Será el desaparecido aquel que ha sido asesinado una y otra y otra vez con el objeto de apaciguar su venganza?
Aunque no seamos responsables de su muerte, el muerto siempre es un riesgo para quienes lo sobreviven, por eso no es fácil pasar por un cementerio y menos a la medianoche; cuánto más peligroso si se trata de su asesino y de su profanador. Frente a este terror Bataille (1960) sostiene en El erotismo que los pueblos arcaicos ven en el desecamiento de los huesos la prueba de que se ha apaciguado la amenaza de los muertos. ¿Será esta idea la que empieza a animar a los represores, después de cuarenta años, para poner en palabras lo sucedido?